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El último combatiente enemigo de EE.UU.: la estremecedora historia de Ali al-Marri

4 de diciembre de 2008
Andy Worthington


En tiempos mejores, antes de que la niebla del miedo se apoderara de Estados Unidos y el discurso de los hombres y mujeres decentes se viera enrarecido por la aceptación del uso de la tortura como algo "obvio", habría sido inconcebible que un estadounidense hubiera permanecido detenido durante siete años sin cargos ni juicio en el territorio continental de Estados Unidos, en un estado de confinamiento solitario tan debilitante que se dice que sufre "graves daños en su bienestar mental y emocional, incluida hipersensibilidad a estímulos externos, comportamiento maníaco, dificultad para concentrarse y pensar, pensamiento obsesivo, dificultades para controlar sus impulsos, dificultad para dormir, dificultad para mantener la noción del tiempo y agitación."

Y, sin embargo, esto es exactamente lo que ha ocurrido en el caso de Ali Saleh Kahlah al-Marri. De nacionalidad qatarí -y residente legal en Estados Unidos-, al-Marri había estudiado informática en Peoria (Illinois) en los años ochenta, se había licenciado en 1991 y había regresado legalmente a Estados Unidos el 10 de septiembre de 2001 para cursar estudios de posgrado, llevando consigo a su familia: su esposa y sus cinco hijos. Tres meses después, el 12 de diciembre de 2001, fue detenido en su domicilio por el FBI y trasladado a la Unidad de Alojamiento Especial de máxima seguridad del Centro Correccional Metropolitano de Nueva York, donde permaneció en régimen de aislamiento como testigo material en la investigación de los atentados del 11 de septiembre.

En febrero de 2003, al-Marri fue acusado de fraude con tarjetas de crédito, usurpación de identidad, declaraciones falsas al FBI y declaraciones falsas en una solicitud bancaria, y fue trasladado de nuevo a una cárcel federal de Peoria, pero el 23 de junio de 2003, un mes antes de su juicio, los cargos se retiraron repentinamente cuando el presidente Bush declaró que era un "combatiente enemigo", que estaba "estrechamente asociado" con Al Qaeda y que había "participado en conductas que constituían actos hostiles y similares a la guerra, incluida la conducta preparatoria de actos de terrorismo internacional". Afirmando asimismo que poseía "información de inteligencia" que "ayudaría a Estados Unidos a prevenir atentados de Al Qaeda", el Presidente ordenó que Al Marri fuera entregado bajo custodia del Departamento de Defensa y trasladado a la Brigada Naval Consolidada de Charleston, Carolina del Sur.

Al-Marri llevaba ya 18 meses recluido y había sufrido en el Centro Correccional Metropolitano, donde, tras los atentados del 11-S, los inmigrantes musulmanes -762 de los 1.200 hombres en total que fueron detenidos para ser investigados- fueron sometidos a malos tratos físicos y verbales, recluidos en condiciones de confinamiento "indebidamente duras" y a menudo privados de derechos legales básicos y privilegios religiosos, según un informe de 2003 del Departamento de Justicia. Sin embargo, su calvario empezó en serio en el calabozo.


La Brigada Naval Consolidada, Charleston, Carolina del Sur.

Como se ha revelado recientemente mediante la divulgación de documentos militares a raíz de una solicitud de libertad de información (PDF), al-Marri, junto con dos ciudadanos estadounidenses también recluidos como "combatientes enemigos" -Yaser Hamdi y José Padilla-, fue sometido al mismo "procedimiento operativo estándar" que se aplicó a los presos de Guantánamo durante su fase más brutal, desde mediados de 2002 hasta mediados de 2004. Esto implicó el uso de "técnicas de interrogatorio mejoradas", incluido el aislamiento prolongado, posiciones de estrés dolorosas, exposición a temperaturas extremas, privación del sueño, privación sensorial extrema y amenazas de violencia y muerte.

Aunque el trato dispensado a los presos de Guantánamo fue inquietantemente duro, puede afirmarse -creo que con cierta seguridad- que el trato dispensado a al-Marri, Hamdi y Padilla fue peor que el soportado por la mayoría de los presos de Guantánamo, ya que los tres sufrieron un aislamiento total. Las excepciones son el puñado de presos de Guantánamo que también soportaron años de aislamiento, entre ellos el ciudadano británico liberado Moazzam Begg y el residente británico Shaker Aamer, que sigue recluido en la prisión y en régimen de aislamiento desde agosto de 2005.

Al-Marri, Hamdi y Padilla, recluidos solos en bloques de celdas que, por lo demás, estaban desocupados, tuvieron que sobrevivir sin siquiera las pequeñas comodidades de que disponían la mayoría de los presos de Guantánamo, quienes, cuando no estaban recluidos en régimen de aislamiento como castigo o como paso previo a un interrogatorio, podían al menos comunicarse con los presos de las celdas adyacentes y aprovechar lo que el abogado Clive Stafford Smith ha denominado el "increíble telégrafo del arbusto de los presos", a través del cual se transmite información por toda la prisión.


En el caso de Hamdi (que fue detenido en Afganistán en noviembre de 2001 y recluido inicialmente en Guantánamo hasta que se descubrió que, aunque había vivido en Arabia Saudí desde niño, había nacido en Baton Rouge y era ciudadano estadounidense), los efectos de este aislamiento casi total ya eran evidentes en junio de 2002, apenas un mes después de su traslado desde Guantánamo. Como explicó uno de los oficiales responsables de él en un correo electrónico a sus superiores, "sin un posible final a la vista y sin noticias alentadoras y aislado de sus compatriotas, puedo entender cómo se siente... Seguiré haciendo lo que pueda para ayudar a este individuo a mantener la cordura, pero en mi opinión estamos trabajando con tiempo prestado.

En el caso de José Padilla, que estuvo recluido en régimen de aislamiento estricto durante 21 meses, los efectos de su aislamiento fueron tan intensos que se ha informado de que literalmente perdió la cabeza (sus guardianes lo describieron como "tan dócil e inactivo que se le podía confundir con 'un mueble'"). La experiencia de Al-Marri fue similar. Como explicaron sus abogados en mayo de este año, en documentos judiciales de protesta por el trato recibido (PDF), durante los 16 meses que permaneció incomunicado,

    Se le negó todo contacto con el mundo exterior, incluidos su familia, sus abogados y la Cruz Roja. Se ignoraron o rechazaron todas las peticiones para ver al Sr. al-Marri, hablar con él o comunicarse con él. El único contacto humano regular del Sr. al-Marri durante ese periodo fue con funcionarios del gobierno durante las sesiones de interrogatorio, o con los guardias cuando le entregaban bandejas de comida a través de una ranura en la puerta de su celda, lo acompañaban a la ducha o lo llevaban a una jaula de hormigón para su "recreo". Los guardias llevaban cinta adhesiva sobre sus placas de identificación y no hablaban con el Sr. al-Marri salvo para darle órdenes.

Señalando su exposición a las "técnicas de interrogatorio mejoradas" mencionadas anteriormente, los abogados de al-Marri explicaron también que los interrogadores le dijeron que "lo enviarían a Egipto o a Arabia Saudí para ser torturado y sodomizado y obligado a ver cómo violaban a su esposa delante de él". También lo amenazaron con hacerlo "desaparecer para que nadie supiera dónde estaba", y en varias ocasiones le rellenaron la boca con tela y lo amordazaron con cinta adhesiva. "Una vez", señalaron los abogados, "cuando el Sr. al-Marri consiguió aflojar la cinta... los interrogadores volvieron a atarle la boca con más fuerza aún. El Sr. al-Marri empezó a ahogarse hasta que un agente del FBI o de la Agencia de Inteligencia de Defensa, presa del pánico, le quitó la cinta". En otras ocasiones, "durante periodos de hasta ocho días seguidos, el Sr. al-Marri fue encerrado en una celda completamente desnuda y fría simplemente por negarse a responder a las preguntas."

Quizá el trato más inquietante que sufrió al-Marri durante este periodo fue la supresión de su libertad religiosa. Sus abogados observaron que

    la observancia del Islam por parte del Sr. al-Marri fue restringida y degradada tan gravemente que no pudo adherirse a los principios más elementales de su fe. Se le negó agua para purificarse y una alfombra para arrodillarse cuando rezaba. También se le negó un kofi para cubrirse la cabeza durante la oración; cuando utilizaba su camisa como sustituto, se le castigaba quitándole la camisa. El Sr. al-Marri tenía prohibido conocer la hora del día o la dirección de La Meca, lo que le impedía cumplir debidamente el requisito islámico de rezar cinco veces al día. El único objeto religioso que se permitía al Sr. al-Marri era un Corán, y a veces se le quitaba su ejemplar para facilitar el interrogatorio y en otras ocasiones se le degradaba y maltrataba.

En junio de 2004, el Corte Supremo de Estados Unidos dictó dos sentencias importantes en relación con los derechos de los presos detenidos en la "Guerra contra el Terror". Una, Rasul contra Bush, concedió derechos de habeas corpus a los presos de Guantánamo, permitiendo a los abogados acceder a la prisión para empezar a presentar escritos preguntando por qué se mantenía retenidos a los presos, y la otra, Hamdi contra Rumsfeld, hizo lo mismo con los "combatientes enemigos" estadounidenses, aunque de forma bastante más confusa. Aunque ocho de los nueve jueces determinaron que el Presidente no podía encarcelar indefinidamente a un ciudadano estadounidense sin las garantías procésales básicas, no lograron ponerse de acuerdo sobre el alcance de los derechos de los presos.


La repercusión más inmediata de estas sentencias sobre los "combatientes enemigos" detenidos en territorio estadounidense fue la repatriación de Yaser Hamdi a Arabia Saudí en agosto de 2004. Padilla (foto, izquierda) y al-Marri tuvieron menos suerte. Aunque ambos obtuvieron acceso a abogados y se puso fin a los brutales interrogatorios, el gobierno no quiso concederles más derechos. En el caso de Padilla, el gobierno continuó reteniéndolo hasta noviembre de 2005, cuando, con el Corte Supremo dando vueltas una vez más, se abandonó la supuesta justificación para retenerlo -su presunta participación en un complot de "bomba sucia"- y se le trasladó al sistema judicial federal para que se enfrentara a cargos poco claros de proporcionar apoyo material al terrorismo, que, no obstante, condujeron a una condena en agosto de 2007 y a una pena de 17 años en enero de 2008.

Al-Marri tuvo incluso peor suerte. Aunque a él también se le concedió acceso a un abogado -en octubre de 2004-, sus abogados señalaron, en el escrito presentado en mayo en relación con su trato, que "inicialmente el acceso fue vigilado y gravemente restringido" y, lo que es más importante, que, por ser residente y no ciudadano, el gobierno "se negó a reconocer que el Sr. al-Marri tenía derecho legal de acceso a un abogado (y sigue negándose a reconocer ese derecho a día de hoy").

Además, sus abogados explicaron que, aunque mejoraron sus condiciones de detención, éstas "seguían siendo insoportablemente brutales y duras". Señalaron que "seguía confinado en una celda de 9 por 6 pies" y que "se le negaba la oportunidad regular de hacer ejercicio", y también declararon:

    La única ventana de la celda del Sr. al-Marri permanecía oscurecida con una cubierta opaca que impedía al Sr. al-Marri ver el mundo exterior o saber la hora del día. En su celda sólo había un lavabo, un inodoro y una cama de metal fijada a la pared. El Sr. al-Marri no tenía silla en la que sentarse ni manta, almohada o cualquier otro artículo blando dentro de su celda. Durante más de dos años, el Sr. al-Marri no tuvo colchón, lo que le causaba malestar y dolor cada vez que se acostaba ...

    El Sr. al-Marri estuvo confinado en su celda 24 horas al día, 7 días a la semana, durante meses seguidos. En una ocasión, el Sr. al-Marri se vio obligado a pasar más de 20 días en la cama de metal de su gélida celda, tiritando bajo una delgada y rígida "manta suicida", incapaz incluso de ponerse de pie porque el suelo estaba demasiado frío y le habían quitado los calcetines y el calzado.

Como parte de una política deliberada de control de casi todos los aspectos de su vida "para causarle desorientación, malestar y desesperación", al-Marri continuó privado de todo estímulo externo -no tenía acceso a libros, periódicos, revistas, televisión ni radio- y empezó a mostrar indicios del colapso mental mencionado al principio del artículo.

Sus condiciones de reclusión mejoraron después de agosto de 2005, cuando sus abogados presentaron por primera vez una queja formal sobre el trato que recibía, y señalaron en mayo de este año que "ahora se le permite moverse por su bloque de celdas (aunque sigue siendo el único preso allí) y se le da tiempo suficiente para el recreo". También mantiene contacto telefónico regular con su familia, aunque su primera llamada no se le permitió hasta el 29 de abril de 2008, y sólo se concertó después de que sus abogados descubrieran que su padre había fallecido.

No obstante, la verdad desnuda sobre la detención de al-Marri es que los cinco años y medio que ha pasado en régimen de aislamiento en el calabozo de Charleston -además de los 15 meses que estuvo aislado en el Centro Correccional Metropolitano- lo convierten posiblemente en el preso más aislado de la historia de Estados Unidos. Esto ya sería preocupante si hubiera sido condenado por un delito, pero lo es aún más porque nunca se le ha permitido acercarse a un tribunal.

No es por falta de intentos por parte de sus abogados - y de ciertos jueces. El pasado mes de junio, un panel de tres jueces del Tribunal de Apelaciones del Cuarto Circuito asestó un duro golpe a las pretensiones de la Administración al dictaminar que "la Constitución no permite al Presidente ordenar a los militares que capturen a civiles residentes en Estados Unidos y luego los detengan indefinidamente sin un proceso penal, y esto es así aunque los llame 'combatientes enemigos'".

En aquel momento, parecía que esta sentencia podría mantenerse, pero el gobierno apeló y, cuando el Cuarto Circuito volvió a reunirse en banc para dictar una segunda sentencia en julio de este año, las voces de la razón -cuatro jueces dirigidos por Diana Gribbon Motz- fueron anuladas por sus cinco colegas. En palabras del juez William B. Traxler, cuyo voto decisivo confirmó el fallo del tribunal, por lo demás dividido, "la Constitución otorga en general a todas las personas detenidas por el Gobierno el derecho a ser acusadas y juzgadas en un proceso penal por presuntos delitos, y prohíbe al Gobierno someter a detención militar a personas arrestadas dentro de Estados Unidos, a menos que entren dentro de ciertas excepciones limitadas... La detención de combatientes enemigos durante hostilidades militares, sin embargo, es una de esas excepciones. Si son designados adecuadamente combatientes enemigos en virtud de la autoridad legal del Presidente, estas personas pueden ser detenidas sin cargos ni procedimientos penales mientras duren las hostilidades pertinentes."

El juez Motz y los disidentes se opusieron a la mención de "la duración de las hostilidades pertinentes". Tras citar el discurso sobre el estado de la Unión de 2007, en el que el presidente Bush afirmó que "la guerra contra el terror que libramos hoy es una lucha generacional que continuará mucho después de que ustedes y yo hayamos entregado nuestras funciones a otros", el juez Motz señaló: "A diferencia de la detención por la duración de un conflicto armado tradicional entre naciones, la detención por la duración de una "guerra contra el terror" no tiene límites."

Sin embargo, lo que más molestó a los discrepantes fueron otros elementos de la sentencia. La juez Motz señaló que sus colegas habían respaldado el derecho dictatorial del Presidente a encarcelar a ciudadanos estadounidenses -así como a residentes en Estados Unidos- como "combatientes enemigos" sin cargos ni juicio, y también señaló que habían afirmado que el Presidente ni siquiera tenía que alegar, como hizo con Hamdi y Padilla, que un "combatiente enemigo" había estado en Afganistán o se había levantado en armas contra las fuerzas estadounidenses.

Los jueces discrepantes también apoyaron a los abogados de al-Marri, que habían señalado que la Constitución "prohíbe el encarcelamiento militar de civiles detenidos en Estados Unidos y fuera de un campo de batalla activo", y que, aunque un Tribunal de Distrito había sostenido anteriormente que el Presidente estaba autorizado a detener a al-Marri en virtud de la Autorización para el Uso de la Fuerza Militar (la ley de septiembre de 2001 que autorizaba al Presidente a utilizar "toda la fuerza necesaria y apropiada" contra quienes estuvieran implicados de algún modo en los atentados del 11-S), el Congreso prohibió explícitamente "la detención indefinida sin cargos de presuntos terroristas extranjeros en Estados Unidos" en la Ley Patriota, que se promulgó cinco semanas después.

La conclusión de la juez Motz - "Sancionar semejante autoridad presidencial para ordenar a los militares que apresen y detengan indefinidamente a civiles, aunque el Presidente los llame 'combatientes enemigos', tendría consecuencias desastrosas para la Constitución -y para el país"- debería haber hecho sonar la alarma para cualquiera que se preocupe por los derechos constitucionales de los estadounidenses, pero aunque la juez Traxler se unió a la juez Motz y a sus colegas al dictaminar que al-Marri tenía derecho a algún tipo de revisión del fundamento de su detención, no se ha producido ningún avance en los meses intermedios. Al-Marri espera ahora a ver si el Tribunal Supremo, que estaba decidiendo si se ocupaba de su caso el 25 de noviembre, impugna realmente lo que la juez Motz denominó "una pretensión de poder que ... alteraría los fundamentos constitucionales de nuestra República".

La cuestión sigue siendo, por supuesto, por qué se retuvo a al-Marri como "combatiente enemigo" en primer lugar, y aunque hay muchos elementos inexplicables en su historia -que implican el presunto fraude a gran escala con tarjetas de crédito que condujo a su detención inicial, una visita inexplicable a Nueva York en 2000 y preguntas sobre la investigación en su ordenador de sustancias químicas que podrían utilizarse en explosivos-, siempre ha mantenido que las acusaciones contra él, recogidas en una declaración del FBI, son falsas: En concreto, que "se asoció con miembros de alto nivel de Al Qaeda, se reunió con Osama bin Laden, se presentó voluntario para una 'misión de mártir' y recibió la orden de entrar en Estados Unidos antes del 11 de septiembre de 2001 para facilitar actividades terroristas y explorar la posibilidad de perturbar el sistema financiero [estadounidense] mediante piratería informática."


Lo que resulta especialmente preocupante de la declaración del FBI es que la fuente principal de las acusaciones es Khalid Sheikh Mohammed, el autor intelectual confeso de los atentados del 11-S, que fue detenido en Pakistán en marzo de 2003, sólo tres meses antes de que al-Marri fuera declarado "combatiente enemigo", y sometido a la antigua técnica de tortura conocida como submarino. Durante su juicio en Guantánamo en marzo de 2007, Mohammed declaró que había dado información falsa sobre otras personas mientras lo torturaban y, aunque no se le permitió dar más detalles, en un artículo del verano pasado rastreé a varias posibles víctimas de estas confesiones falsas, entre ellas Majid Khan, uno de los 13 detenidos supuestamente "de alto valor" trasladados con Mohammed a Guantánamo desde prisiones secretas de la CIA en septiembre de 2006, Saifullah Paracha, empresario y filántropo paquistaní recluido en Guantánamo, y su hijo Uzair, condenado en Estados Unidos por cargos dudosos en noviembre de 2005 a 30 años de prisión.

Es posible, por tanto, que al-Marri sea otra víctima de las falsas confesiones de Mohammed, obtenidas mediante tortura, y que otras acusaciones procedan de Mustafa al-Hawsawi, presunto financiero de Al Qaeda, capturado con Mohammed, que también estuvo bajo custodia de la CIA antes de su traslado a Guantánamo. El gobierno ha alegado que al-Marri estuvo en contacto con al-Hawsawi antes de su detención, pero al-Marri lo ha negado reiteradamente.

Sea cual sea la verdad, sin embargo, el lugar correcto para determinar la culpabilidad o inocencia de Ali al-Marri nunca ha sido, ni será, a través de largos años de tortura y aislamiento extremo en un calabozo militar de Carolina del Sur. Sólo me queda esperar que el Tribunal Supremo, que ya tiene un largo historial de oposición a los intentos de la administración Bush de justificar la detención de presos sin cargos ni juicio, se dé cuenta de la importancia de su caso, reconociendo no sólo cómo degrada la posición moral de Estados Unidos y sus "fundamentos constitucionales", sino también cómo -en términos de lo que se le ha hecho a Ali al-Marri en nombre del pueblo estadounidense- es una forma repugnante de tratar a un semejante, ya sea un extranjero, un "extranjero residente" o un ciudadano estadounidense.

En una frase que revela hasta qué punto ha llegado la administración Bush en el trato dado a Ali al-Marri, Stuart Grassian, psiquiatra de Boston y experto en los efectos de la reclusión en régimen de aislamiento, explicó, después de que se le permitiera reunirse con él en el calabozo de Charleston, que sólo "en muy contadas ocasiones se había encontrado con un individuo cuyo confinamiento fuera tan oneroso como el del Sr. al-Marri, salvo en el caso de individuos que habían sido encarcelados brutalmente en algunos países del tercer mundo".

Nota: Consulte aquí un archivo detallado de documentos jurídicos relacionados con el caso.

POSDATA: El 5 de diciembre, el Corte Supremo anunció que "decidiría si el presidente George W. Bush puede ordenar el encarcelamiento indefinido en Estados Unidos de un sospechoso de Al Qaeda sin presentar cargos contra él", como explicó Reuters, añadiendo que el Tribunal "muy probablemente escuchará los argumentos en el caso de Marri en marzo, y se espera una decisión para finales de junio". SCOTUSblog tiene enlaces a los documentos jurídicos, incluido el impresionante apoyo a al-Marri de profesores de Derecho, ex jueces federales y oficiales militares retirados.


 

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