¿Quiénes son los 16 saudíes liberados de Guantánamo?
19 de julio de 2007
Andy Worthington
Tras el reciente anuncio de que 16 detenidos de Guantánamo habían sido devueltos a
Arabia Saudí, los medios de comunicación de todo el mundo se hicieron eco
rápidamente de la historia de uno de ellos: Juma al-Dossari, ciudadano
bahreiní-saudí que había intentado suicidarse al menos en 14 ocasiones en
Guantánamo, y cuyos conmovedores lamentos -y espeluznantes relatos de su
encarcelamiento- habían sido hechos públicos por sus abogados, tras ser
desclasificados por el Pentágono.
Pero, ¿qué hay de los otros 15 detenidos? Tras analizar una lista de nombres publicada por Arab
News, ponerme en contacto con abogados y basarme en la investigación que
llevé a cabo mientras escribía mi libro The Guantánamo
Files, puedo revelar que las historias de los otros 15 hombres representan
unos microcosmos de los muchos fracasos de Guantánamo, tanto en lo que se
refiere a las acusaciones, a veces espectacularmente poco fiables, contra los
hombres, que se utilizaron para justificar su larga detención sin cargos ni
juicio, como a su condición de "no-personas" extralegales.
A pesar de los intentos de la administración de crear una ilusión de transparencia en
Guantánamo, el régimen es tan inescrutable en general que ocho de los 15
hombres no tenían representación legal en el momento de su liberación, y nunca
habían visto a ningún personal no militar excepto a representantes de la Cruz
Roja, y las historias de tres de los ocho son completamente desconocidas. Los
lectores pueden buscar en Google a Saud al-Mahayawi, Saad al-Zahrani y Khalid
al-Zaharni y encontrarán numerosas menciones de sus nombres y números de serie
de internamiento (ISN) -los deshumanizadores sustitutos de los nombres por los
que se conoce a todos los detenidos de Guantánamo-, pero no encontrarán ningún
otro tipo de información. Tras negarse a participar en ninguno de los
tribunales de Guantánamo, estos hombres han regresado a sus hogares tan
espectrales como lo fueron durante 2.000 días de cautiverio.
Saad al-Zahrani (de
Cageprisoners)
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Afortunadamente, se conocen las historias de
once de estos hombres, porque aceptaron participar en los tribunales y
audiencias administrativas que se celebran en Guantánamo desde julio de 2004,
cuando, en un intento de eludir la sentencia del Tribunal Supremo que reconocía
a los detenidos el derecho a impugnar su detención ante los tribunales
estadounidenses, la administración introdujo los Tribunales de Revisión del
Estatuto de Combatiente (CSRT, por sus siglas en inglés), alternativas
legalmente corruptas a los juicios reales y a las garantías procésales en las
que, a cambio de poder contar sus historias, se les negaba representación legal
y no se les permitía ver ni oír las pruebas clasificadas contra ellos, que,
como se ha revelado constantemente en los últimos tres años, podían basarse en
rumores o en confesiones falsas obtenidas mediante soborno, coacción o tortura.
Publicadas en virtud de la legislación sobre libertad de información en la primavera de 2006, estas
transcripciones -y las de sus sucesoras, las Juntas de Revisión Administrativa
(ARB) anuales, convocadas para evaluar si los detenidos siguen constituyendo
una amenaza para Estados Unidos y sus aliados, o si tienen un "valor de
inteligencia" permanente- son a menudo el único medio por el que se conocen
las historias de los detenidos.
Las transcripciones del tribunal revelan que tres de los hombres no tenían ninguna relación con la
militancia. Abdul Rahman al-Juad, estudiante de 21 años en el momento de su
captura, se encontraba en Afganistán en misión de ayuda humanitaria. Tras
recaudar 10.000 riyales (unos 2.700 dólares) en varias mezquitas de su ciudad
natal, viajó entre Kandahar, Kabul y Jalalabad, distribuyendo el dinero entre
los pobres y los necesitados, y se encontraba en Jalalabad cuando se enteró de que
Kabul había caído en manos de la Alianza del Norte, momento en el que decidió
abandonar el país (sin su pasaporte, que estaba de vuelta en Kabul), pagando
posteriormente a un guía para que lo llevara por las montañas hasta Pakistán.
Cuando se entregó a las autoridades paquistaníes en la frontera, fue rápidamente entregado (o
vendido) a los estadounidenses, que finalmente decidieron que había estado
recaudando dinero para al-Haramain, una organización benéfica saudí incluida en
la lista negra (al-Juad negó la acusación), y afirmaron que uno de sus alias
figuraba en una lista de miembros de al-Qaeda capturados en el disco duro de un
ordenador "asociado a un alto miembro de al-Qaeda". Al-Juad respondió
que nunca utilizó un alias y añadió: "Después de entregarme y ser detenido
en Pakistán, hubo gente que me hizo fotos. Nunca vi mi foto en Internet, pero
el interrogador me dijo que está en Internet. Si lo está, no tengo ni idea de
cómo ha llegado ahí".
Otros dos hombres -Muhammad al-Jihani, de 34 años, y Yahya al-Silami, de 22 (también capturado en
la frontera paquistaní)- habían estado enseñando el Corán en Afganistán. Un
malhumorado al-Jihani reveló poco en su tribunal, respondiendo a la pregunta:
"¿Tenía usted un lugar para hacerlo? ¿Te habías puesto ya en contacto con
la mezquita o algo así donde ibas a enseñar?" diciendo: "Todas estas
preguntas están en mis archivos. Vuelva al expediente y léalo", pero
al-Silami fue más comunicativo.
Tras explicar que un amigo de La Meca le había facilitado un contacto en Khost, donde enseñó el
Corán durante cuatro meses, dijo que huyó a Pakistán, tras el inicio de la
invasión liderada por Estados Unidos, siguiendo a un grupo de refugiados
afganos hasta la frontera, y que fue detenido a su llegada, tras perder su
pasaporte en un río por el camino. Al-Silami fue uno de los 30 detenidos
acusados de ser guardaespaldas de Osama bin Laden en un sonado ejemplo de
confesiones obtenidas mediante tortura. El hombre que hizo la acusación -y
posteriormente se retractó de su "confesión"- fue Mohammed
al-Qahtani, presunto "vigésimo secuestrador" de los atentados del
11-S, que fue sometido a "técnicas de interrogatorio mejoradas"
durante varios meses a finales de 2002. En respuesta a la acusación, al-Silami
negó una afirmación de las autoridades estadounidenses según la cual a los 30
guardaespaldas "se les dijo que lo mejor que podían decir a las fuerzas
estadounidenses cuando se les interrogaba era que estaban en Afganistán para
enseñar el Corán", y también refutó otra acusación, que según él había
sido hecha por un detenido yemení al que describió como "mentalmente
inestable y medicado", según la cual se le "identificó como el Emir
de un grupo de entre 10 y 15 combatientes que vigilaban el cruce de un río que
conducía al campo de Tora Bora".
Los otros ocho detenidos formaban parte nominalmente del sistema de campos de entrenamiento
militar en Afganistán, en el que, como resultado de las fatwas pro talibanes
emitidas por clérigos radicales y las actividades de apoyo de los
facilitadores, decenas de miles de jóvenes se dirigieron a Afganistán para
apoyar a los talibanes en su guerra civil contra los musulmanes de la Alianza
del Norte. En realidad, sin embargo, los hombres resultaron ser en su mayoría
reclutas yihadistas fracasados: uno no llegó a asistir a ningún campo de
entrenamiento, tres no completaron su formación por enfermedad y dos se
desilusionaron gravemente.
El primero en ser capturado, Fahad al-Qahtani, tenía entonces sólo 19 años. Reclutado para la
yihad y ayudado en su viaje por un facilitador, explicó: "Fui para la
yihad a Afganistán, pero cuando llegué allí cambié de opinión. Allí vi cosas
que iban en contra de mi religión... Cosas como venerar un cementerio donde ha
muerto gente. Eso de venerar tumbas no tiene nada que ver con nuestra
religión". Refutando las acusaciones de que asistió a al-Farouq, el
principal campamento para árabes, y de que Osama bin Laden lo visitó mientras
estuvo allí, insistió en que pasó la mayor parte del tiempo en una casa de
Kabul que era "una instalación de cocina para la línea del frente
[talibán]", y luego huyó con otros a Kunduz, el último bastión talibán en
el norte, "hasta que nos rodearon y hubo un acuerdo para que todos los
árabes fueran entregados a Mazar-e-Sharif".
Entregado, junto con varios cientos más, a Qala-i-Janghi, un fuerte cercano, sobrevivió a una
masacre dirigida por Estados Unidos, que tuvo lugar después de que algunos de
los prisioneros iniciaran una sublevación, escapando de algún modo del fuerte
sin ser asesinado. "Yo estaba presente, pero no participé en los
combates", explicó. "Escapé durante los combates y me entregué un día
después. Fui al mercado a entregarme. En el mercado conocí a gente que
pertenecía al ejército de [el general] Dostum [uno de los líderes de la Alianza].
Allí estaba cuando me volvieron a capturar... Dostum me vendió a los
estadounidenses... Me metieron en la cárcel y los afganos me torturaron y me
hicieron decir cosas. Me trasladaron a Kandahar. Cuando llegué a Cuba conté a
los interrogadores la verdadera historia". A pesar de decir aparentemente
la verdad, la "prueba" más extraordinaria contra Al Qahtani surgió en
Guantánamo, cuando se alegó descaradamente que "admitió bajo coacción que
era de Al Qaeda (sic) y que se había reunido con Osama bin Laden".
Soldados de la Alianza
del Norte recogen los cadáveres de combatientes talibanes muertos en el fuerte
de Qala-i-Janghi, noviembre de 2001. © Oleg Nikishin/Getty Images.
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Otro recluta desilusionado fue Mazin al-Oufi, de 22 años, ex policía de tráfico, que declaró
que fue a Afganistán en el verano de 2001 para apoyar al gobierno talibán, pero
no para luchar por él. "Fui con buenas intenciones", explicó, "y
luego me di cuenta de que estaban ocurriendo cosas malas y quise salir".
Capturado tras cruzar la frontera paquistaní, declaró ante el tribunal de
Guantánamo que no tenía relación alguna con Salah al-Awfi, nombre que, según
las autoridades estadounidenses, había aparecido en un disco duro de ordenador
incautado durante redadas en pisos francos de Al Qaeda en Pakistán. También fue
uno de los muchos detenidos acusados de terrorismo por poseer un reloj Casio
F-91W, un modelo que, según las autoridades, se utilizaba como temporizador en
las bombas. Aunque admitió poseer el reloj, se mostró incrédulo ante la
acusación. "Millones y millones de personas tienen este tipo de relojes
Casio", dijo. "Si eso es un delito, ¿por qué Estados Unidos no
detiene y condena a todas las tiendas y personas que los poseen?".
De los tres detenidos que no completaron su entrenamiento por enfermedad, dos, Bandar al-Jabri, de 22
años, y Humoud al-Jadani, de 28, explicaron que querían recibir formación
militar para poder luchar en Chechenia. Al-Jabri, que insistió en que "no
se graduó en el campo de entrenamiento" y "tuvo que dejar de entrenar
porque sufría ataques de asma", admitió que había recibido entrenamiento
de los talibanes, pero negó ser miembro de ellos, y añadió que nunca había
luchado contra la Alianza del Norte ni contra Estados Unidos. Al-Jadani,
auxiliar de vuelo, admitió que se había entrenado en Al-Farouq y que había
asistido a dos conferencias de Osama bin Laden, pero dijo que él también
enfermó, y ambos fueron detenidos tras cruzar de Afganistán a Pakistán.
Un relato más completo fue el de Ghanim al-Harbi, de 27 años, quien dijo que fue a Afganistán en el
verano de 2001 porque "sentía la necesidad de defenderme a mí y a mi
familia". Explicó que algunos miembros de su familia habían muerto o
habían sido encarcelados durante la invasión de Kuwait por Sadam Husein, y que
posteriormente se habían trasladado a Arabia Saudí, y que, en 2000, cuando
sintió que el dirigente iraquí volvía a causar problemas, decidió que debía
aprender a defenderse. Cuando sus intentos de alistarse en la marina saudí
quedaron en nada, su búsqueda le llevó a Afganistán. Admitió haberse entrenado
en al-Farouq, pero añadió: "Nunca completé mi entrenamiento porque
enfermé. Cada semana tenía que viajar a Kandahar para recibir tratamiento
médico o estaba en el hospital del campamento".
Al explicar las circunstancias de su detención, Al Harbi dijo que, tras dejar Al Farouq, fue a
Kabul y contrató a un guía para que le ayudara a salir del país por Jalalabad,
pero que, cuando el guía se dio cuenta de que no podía ayudarle a cruzar la
frontera, lo llevó a las montañas de Tora Bora y lo entregó a un grupo de 65
árabes que también se dirigían a la frontera. Dijo que permaneció un mes con
este grupo, y los describió como civiles y no como combatientes. "Algunos
eran maestros", explicó, "otros huían de la guerra y eran civiles
normales que intentaban llegar a la embajada de Pakistán para poder volver a
sus casas". Finalmente, el grupo consiguió reclutar a dos guías para que
los llevaran a la frontera pakistaní, pero al pasar por un pueblo toda la zona
fue blanco de un enorme bombardeo estadounidense, en el que murieron entre 60 y
70 de los aldeanos, "40 de los árabes que estaban conmigo murieron y 20
resultaron heridos", y el propio al-Harbi sufrió graves heridas en el
estómago y en una de sus piernas. Añadió que "permaneció tres días en un
valle con los demás heridos antes de que un grupo de afganos los
recogiera", y luego fue trasladado a un hospital de Jalalabad, donde
permaneció seis semanas hasta que fue entregado (o vendido) a los
estadounidenses.
El detenido que ni siquiera asistió a un campo de entrenamiento, Bandar al-Otaibi, estudiante de
ingeniería mecánica de 21 años, explicó que fue a Afganistán a pasar un mes de
vacaciones con un amigo porque "veía muchas películas de Hollywood y
quería aprender a usar pistolas como pasatiempo". Aunque esto parece
bastante inverosímil, lo respaldó diciendo: "Como en mi país no había
ningún lugar donde aprender a usar un arma a menos que fueras soldado, mi amigo
sugirió que fuéramos a Afganistán durante las vacaciones escolares y aprendiéramos.
Yo había intentado matricularme en una escuela militar, pero no me aceptaron
porque tenía bajo peso".
Tras llegar a Afganistán, dos semanas antes del 11-S, dijo que se reunió con otro saudí y que
ambos se alojaron en casas de huéspedes de Kandahar y Jalalabad, pero que no se
entrenaron en al-Farouq porque "nos dijeron que no nos llevarían al campo
de entrenamiento porque no nos conocían". Al deteriorarse la situación en
Afganistán, dijo que huyó a las montañas, dejando atrás a su amigo, y fue capturado
por aldeanos afganos. "Los afganos nos secuestraron a mí y a otros y nos
exigieron dinero para liberarnos", explicó. "Algunos de los otros
pudieron comprar su libertad... pero yo no tenía dinero, así que me mantuvieron
cautivo".
Las dos últimas historias que se comentarán son las de Muhammad al-Qurashi y Bijad al-Otaibi. Ninguno de
los dos participó en sus juicios, pero cabe suponer que muchas de las
acusaciones contra ellos -contenidas en el "Resumen no clasificado de
pruebas" de sus casos, también hecho público en 2006- se revelaron como
inexactas, lo que llevó a las autoridades a tomar la decisión de ponerlos en
libertad. Al-Qurashi, que tenía 24 años en el momento de su captura, fue
acusado de viajar para combatir con los talibanes tras graduarse en el
instituto en mayo de 2001, y de entrenarse en "una instalación utilizada
para entrenar y alojar a soldados talibanes que luchaban en el frente de
Bagram". También se alegó que su nombre figuraba "en una carta sin
fecha en la que se enumeraban probables miembros de Al Qaeda encarcelados en
Pakistán, junto con material vinculado a Al Qaeda". Este magro forraje se
completó con afirmaciones relativas a su comportamiento en Guantánamo: que
había "golpeado al personal de las fuerzas de guardia en múltiples
ocasiones", había amenazado a un oficial diciéndole "te cortaré el
cuello" y había "animado a otros detenidos a hostigar a las fuerzas
de guardia".
Al-Otaibi, que tenía 30 años en el momento de su captura, fue acusado de declarar que viajó a
Afganistán para luchar con los talibanes, que fue adiestrado en un campamento
cercano a Kabul y que combatió en el frente hasta que se le ordenó rendirse al
general Dostum en Mazar-e-Sharif. Al igual que Fahad al-Qahtani, fue
encarcelado en Qala-i-Janghi, donde fue uno de los 86 hombres que sobrevivieron
en el sótano del fuerte durante una semana, a pesar de los bombardeos y las
inundaciones. Su historia puede ser cierta o no, pero probablemente era más
fiable que la afirmación de que conocía a Abdul Hadi al-Iraqi, descrito como
uno de los "comandantes más cercanos a Osama bin Laden y responsable de
los combatientes de Al Qaeda en el Frente Norte Afgano" (capturado en 2006
y enviado a Guantánamo en abril de 2007) y que, además, conocía "muy
bien" a al-Iraqi y era, de hecho, comandante adjunto de la "Brigada
Árabe" de los talibanes.
Al concluir este artículo, los lectores avispados se darán cuenta de que hasta ahora sólo he
mencionado a 15 detenidos. Tal es la ofuscación que rodea a Guantánamo -y la
incapacidad de las autoridades para transliterar los nombres árabes- que uno de
los detenidos, al que Arab News se refiere como Abdullah al-Zahrani, aún no ha
sido identificado, ya que su nombre no se parece a ninguno de los nombres de
los detenidos registrados por el Pentágono. Una vez más, se trata de una
historia conocida. Los abogados de Bandar al-Otaibi, por ejemplo, señalaron que
era difícil identificarlo en la lista de detenidos liberados porque, durante
cinco años y medio, las autoridades se obstinaron en referirse a él como
Abdullah al-Tayabi.
Si bien esta es, tal vez, una buena nota con la que dejar a los detenidos liberados para que se
reúnan con sus familias, debo añadir una última observación. Aunque es
alentador que estos 16 hombres -ninguno de los cuales figuraba entre "lo
peor de lo peor"- hayan sido finalmente puestos en libertad, sigue siendo
evidente que el proceso por el que fueron liberados sigue siendo tan arcano e
impenetrable como siempre, y que no se producirá ninguna declaración que
explique por qué algunos de los otros 60 detenidos saudíes -algunos de los
cuales también eran inocentes o ineptos- siguen bajo custodia. Mientras el
Tribunal Supremo se prepara, una vez más, para debatir si se debe conceder a
los detenidos derechos de hábeas corpus (que fueron vergonzosamente suprimidos
en la Ley de Comisiones Militares del año pasado), los casos de los 16 saudíes
liberados esta semana demuestran, una vez más, que el encarcelamiento sin
cargos ni juicio, el trato brutal durante la detención, las confesiones forzadas,
los rumores y las insinuaciones son pobres sustitutos del debido proceso.
Nota:
Los números de los prisioneros (y las variaciones en la ortografía de sus nombres) son los
siguientes:
ISN 261: Juma al-Dossari
ISN 179: Abdul Rahman al-Yuad (al-Yuaid)
ISN 62: Muhammad al-Jihani (al-Juhani)
ISN 66: Yahya al-Silami (al-Sulami)
ISN 13: Fahad al-Qahtani (Fahed Nasser Mohamed)
ISN 154: Mazin al-Oufi (al-Awfi)
ISN 182: Bandar al-Jabri
ISN 230: Humud al-Yadani (Humud al-Yad'an)
ISN 516: Ghanim al-Harbi
ISN 332: Bandar al-Otaibi (Abdullah al-Tayabi)
ISN 214: Mohammed al-Qurashi (Muhammad
al-Kurash)
ISN 122: Bijad al-Otaibi (al-Atabi)
ISN 53: Saud al-Mahayawi (no había información
disponible en el momento de su liberación - véase el sitio
web Extras 3)
ISN 204: Saad al-Zahrani (no se disponía de información en el momento de su liberación - véase el sitio
web Extras 1)
ISN 234: Khalid al-Zahrani (al-Zaharni) (no había información disponible en el momento de su liberación - véase el sitio
web Extras 4)
Abdullah al-Zahrani (no identificado en el momento de su liberación, se trata de Abd al-Hizani (ISN 370) - véase el sitio
web Extras 7)
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