La diáspora perdida de Guantánamo: cómo el cierre de Donald Trump de la oficina de
monitoreo de ex prisioneros pone en peligro la seguridad nacional
Una gráfica del Miami Herald acerca de los 30 países
que han recibido prisioneros de Guantánamo que no eran nacionales suyos usando
la presidencia de Barack Obama.
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Andy Worthington
Close Guantanamo
19 de noviembre de 2018
Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 09 de diciembre de 2018
La presidencia de Donald Trump en la Casa Blanca ha sido un desastre sin mitigar
para cualquiera preocupado por la existencia de la prisión en la bahía de
Guantánamo y con algún tipo de noción de justicia en cuanto a quienes están ahí
o han sido, de hecho, liberados de la prisión durante estos años.
Para Trump, la noción de que puede haber algo malo, algo no-americano, acerca de
encerrar a gente para siempre sin ningún tipo de proceso significativo
claramente no existe. Desde que llegó al poder hace casi dos años, solo un
prisionero ha sido liberado, de los 41 que había cuando Obama era presidente y
ese hombre, Ahmed al-Darbi, de Arabia
Saudita, fue liberado y transferido a su país en donde sigue encarcelado por un
acuerdo al que llegó durante su juicio de comisiones militares en el 2014.
Claramente Trump no tiene deseo alguno de continuar significativamente con el proceso llamado Juntas de
Revisión Periódica que Obama inició para liberar a prisioneros de nivel
bajo que pudieran demostrar que no representaban una amenaza para los EE.UU. De
hecho, su desprecio es tal, que ha eliminado cualquier posibilidad para los dos
hombres cuya libertad fue autorizada por las JRP de Obama pero que no fueron
liberados a tiempo, cerrando la oficina del Departamento de Estado que arregla
los reacomodos, la oficina de Enviados Especiales para el Cierre de Guantánamo.
Esta movida también previene que otros tres hombres cuya libertad fue autorizada por otro proceso de revisión llamado el Grupo de
trabajo para revisión de Guantánamo y no solo evita que sean liberados sino que tiene ramificaciones más amplias ya
que la oficina no solo negociaba la liberación de los prisioneros (en especial
a terceros países cuando no podían ser repatriados de manera segura) sino que
monitoreaba, benévolamente, para tratar de asegurarse de que fueran tratados
bien y también de manera menos benevolente, para asegurarse de que no hicieran
nada que lastimara a EE.UU. o sus intereses.
Reportamos
los problemas con el cierre de la oficina de envíos en abril de 2017 y estamos
contentos de que haya resurgido la semana pasada en un reporte de Carol Rosenberg a
McClatchy Newspapers la reportera incansable que lleva cubriendo Guantánamo
para el Miami Herald desde que la prisión abriera hace casi 17 años.
El artículo de Rosenberg, "Trump closed an office that
tracked ex-Gitmo inmates. Now we don’t know where some went" (“Trump cerró la oficina que rastreaba ex detenidos
de Gitmo. Ahora no sabemos a dónde fueron algunos”), empezaba con el caso de Abu Wa’el Dhiab, un
perturbado ex detenido sirio que fue re establecido en Uruguay
hace cuatro años y que persistentemente había intentado escapar de su nuevo
hogar. Como explicó Rosenberg, en Guantánamo “era incesante e irritante para
sus carceleros americanos, un huelguista de hambre comprometido que atravesó dolorosas alimentaciones
forzadas para protestar su detención sin cargos” mientras que en Uruguay
“nunca realmente se estableció, al contrario de los otros cinco detenidos que
fueron enviados junto con él. Organizó protestas afuera de la embajada
estadounidense en Montevideo y retomó su huelga de hambre para protestar la
separación de su familia”.
Lee Wolosky, el segundo enviado de Obama, le dijo a Rosenberg: “trabajamos muy duro para asegurarnos de que permaneciera en Uruguay
en la administración de Obama”. Sin embargo, durante ese tiempo “Dhiab logró
irse a Brasil, Argentina y Venezuela y a cierto punto subió a un vuelo rumbo a
Sudáfrica para ser enviado de regreso a Uruguay con la intervención
estadounidense”. En el 2017, después de que Obama dejara el poder, “usó un
pasaporte falso para viajar a Marruecos, quien
lo regresó a Uruguay”.
José González, un “consejero ejecutivo del Ministro de Interior de Uruguay”, le dijo a McClatchy que, para su último escape “Dhjab
“atravesó caminando la frontera con Brasil, tomó un camión a Sao Paolo y tomó
un vuelo a Turquía. La embajada turca en Washington dijo que una investigación
del Ministerio de Interior no encontró evidencia de su llegada”. Desde ese
momento, sin embargo, ha sido detectado en el sur de Turquía saliendo y
entrando en la rebelde provincia de Idlib, controlada por la filial de al-Qaida,
Nusra Front, asegura una fuente diplomática siria citando una fuente de
Inteligencia de su país. También explicaron que su madre está recibiendo
atención médica en Turquía.
En una anécdota contada, Wolosky explicó por qué Donald Trump la actitud desaprobatoria hacia la oficina de Enviados Especiales
para el Cierre de Guantánamo era tan problemática. Dijo que ha estado
recibiendo llamadas de enviados en el extranjero y otra gente consternada,
aunque dejó el gobierno al cierre de la administración de Obama, porque “no
tienen con quién hablar en el gobierno actual”.
Describió la desaparición de Dhjab como “particularmente preocupante”, observando que “no solo estaba dañado, sino que
es alguien que yo creo que es peligroso”.
Eso está por verse, ya que siempre me ha parecido que Dhjab, cuyo caso he estudiado de cerca por muchos años, representa más una
amenaza para él que para otros, pero por lo menos su situación parece haber
logrado despertar a algunas personas en la administración de Trump a la amenaza
que representa cerrar la oficina de enviados.
Un ayudante del Comité de Asuntos Exteriores anónimamente le dijo a McCatchy que Siria era “el peor país para que ex
detenidos enojados aparecieran”. La Inteligencia de EE.UU. y oficiales del
Departamento de Estado, mientras tanto, “no discutían el paradero de Dhjab”,
aunque un portavoz, Alexander Vagg, dijo que el Secretario de Estado, Mike
Pompeo, recientemente le dio la instrucción al Buró de Contraterrorismo de
empezar a atender “cualquier asunto de los arreglos provenientes entre
administración de Obama y socios extranjeros en relación a la reubicación de ex
detenidos de Guantánamo”.
Otros problemas con el cierre de la oficina
Mientras que George W. Bush tuvo pocos acuerdos significativos en relación a asuntos de seguridad que fueron aplicados para los
ex detenidos, la administración de Obama “tomó un acercamiento distinto para
las transferencias de detenidos “, como lo describe Carol Rosenberg, añadiendo
que Obama y sus oficiales “negociaron tratos con treinta países para que
aceptaran hombres que no podían ser enviados a sus países por inestabilidad
doméstica o registro pobre en derechos humanos, generalmente en pequeños
números y con arreglos de seguro social específicos”. Como lo pone Rosenberg,
“términos de los acuerdos jamás se hicieron públicos pero los oficiales de la
administración de Obama dijeron que los países huéspedes proveyeron techo,
gastos de vivienda y clases de lenguaje de ser necesarias para ayudarlos a
adaptarse. Como regla, los países huéspedes accedieron a no darles documentos
de viaje por los primeros dos años.”
Como explicó Rosenberg, “para cuando Trump tomó el poder, la oficina de enviados especiales del Departamento de Estado había
enviado a 142 hombres de 30 distintas nacionalidades a 30 países para
rehabilitación, restablecimiento o refugio seguro y otros 52 a sus países de
origen. La mayoría de los cautivos restablecidos fueron a Europa, África y a
países del Golfo Pérsico”.
Sin embargo, después de que Trump se convirtió en presidente, el
Secretario de Estado Rex Tillerson cerró la oficina y “asignó al Buró de
Asuntos del Hemisferio Occidental” a que manejara cualquier problema que
surgiera de las transferencias, una movida que el presidente del Comité de
Relaciones Exteriores, Ed Royce (R-Calif) llamó “inefectivo”, comentó el
ayudante del comité que habló con Rosenberg. En ese momento, como lo puso,
“acuerdos con algunos terceros países comenzaron a desenmarañarse”.
En abril, como se reportó aquí, aquí, aquí, aquí y aquí, dos ex detenidos libios repatriados que
habían sido recibidos dos años atrás, “declararon”, como lo dijo McClatchy, que
“se había hecho con la obligación de hospedarlos”.
Como mencioné, uno de esos dos hombres, Omar Khalifa Mohammed Abu Bakr (conocido como Omar Mohammed Khalifh, pero descrito por
McClatchy como Awad Khalifa) estaba desesperadamente asustado de ser
repatriado. De regreso, los dos hombres desaparecieron y el abogado de Khalifa,
Ramzi Kassem, dijo que “los esfuerzos para localizar a Khalifa a través de las
Naciones Unidas y otras entidades, han fracasado”. Kassem añadió, dijo
McClatchy, que “si Khalifa hubiera sabido que hubiera podido haber regresado a
Libia de manera forzosa, se habría negado a salir de Guantánamo en abril del
2016”. Kassem dijo “por horrible es Guantánamo, y vaya que es horrible, mi
cliente tiene una buena razón en temer que Libia hubiera sido peor”.
En mayo, después del artículo del Washington Post, reportamos
cómo 23 hombres liberados de Guantánamo en el 2016, enviados a los Emiratos
Árabes Unidos, en donde se supone serían puestos en un programa de
rehabilitación, fueron “desaparecidos en lo que sus abogados americanos creen
que es un lugar de detención”, dijo McClatchy. Gary Thomson, un abogado que “ha
tratado de checar a su cliente Ravil Mingazov, un tatar étnico de Rusia y
ex bailarín del Ejército Rojo que dejó su país en el 2000 y fue capturado en
Paquistán dos años después”, está incomunicado. Thomson explicó cómo Mingazov,
a pesar de ser aprobado para ser liberado, tenía miedo de la persecución como
musulmán si regresaba a su país, pero, añadió “por supuesto nuestro actual
Departamento de Estado no tiene interés alguno en checar. Eso deja a Ravil y
otros detenidos enteramente a la fortuna del gobierno de UAE”.
Abogados de los 23 hombres enviaron una carta al
ministro de exteriores en Abu Dhabi en febrero, instando a que se les
permitiera “de manera segura reconstruir sus vidas en UAE”, sin embargo nunca
recibieron una respuesta.
McClatchy también tenía actualizaciones que desconocíamos. Cinco ex detenidos fueron enviados a Kazajstán en
diciembre del 2014 pero solo quedan dos. Sus abogados le dijeron a McClatchy
que “se sientieron aislados sin posibilidades de adaptarse a una sociedad que
no habla árabe” y aunque uno de los cinco, un yemení “murió por deficiencia
renal debido a una larga enfermedad después de llegar”, dos tunecinos fueron
“reubicados en Mauritania con la asistencia de la Cruz Roja Internacional”
después del cierre de la oficina de Guantánamo, el abogado Mark Denbeaux que los representó uno de hombres explicó.
Carol Roseberg añadió que el Departamento de Estado “no comentó acerca de si
estaban o no al tanto de la transferencia”.
Carol Rosenberg añadió que solo cuatro de los ocho prisioneros enviados a Eslovaquia por el gobierno de
Obama entre 2010 y 2014 “se cree que todavía están ahí pero
el gobierno no contestó a los correos electrónicos en los que se les pregunta
cuántos quedan y a dónde se fueron”, mientras que el Departamento de Estado
“también declinó discutir casos individuales de transferencias de detenidos”.
Uno de los ocho, Rafiq Alhami (descrito por McClatchy como
Rafik al Hami), “regresó a su nativo Tunez en una repatriación que fue
trabajada por el gobierno de Obama”, como mencioné en su momento. Una
vez ahí, “cayó en una depresión fuerte y desapareció”, dice su abogado Mark
Denbeaux. Después, supuestamente, terminó en Siria, donde fue
asesinado.
Afortunadamente, explica Rosenberg, “no todos los acuerdos tuvieron finales malos”.
Como explicó, la administración Obama, “envió 18 ex detenidos uigur, antes ciudadanos chinos cuya detención
por parte del ejército estadounidense fue encontrada ilegal por una corte
federal, desde el otro lado del mundo para ser llevados a Guantánamo. Seis
fueron llevados a Palau en el Pacífico y mudados a Turquía con notificación
adelantada al Departamento de Estado. Dos fueron dejados en El Salvador en el
2013, probablemente en Turquía también, con notificación a los EE.UU.”.
Dan Fried, el primer enviado de Guantánamo, dijo que “cuando negoció las transferencias de los uigures, la administración de Bush ya
les había “concedido que habían sido ilegalmente detenidos y no había necesidad
legal de restringir sus movimientos”. Pero con los otros acuerdos, así lo
dicen, “una de las negativas del cierre de la oficina de Gitmo es que nadie en
el Departamento de Estado está asignado al seguimiento. Podría haber sonado
como una buena idea para alguien, pero ¿quién está a cargo de contactar o
enlazar al gobierno para saber qué está pasando?”.
Una historia final preocupa al yemení Abdul Malik
Wahab al-Rahabi quien fuera enviado a Montenegro en
junio del 2016, cinco meses después de que otro compatriota fuera enviado ahí. Él
“describe el lugar como un país acogedor muy, muy bonito; tan bonito que le
ayudaron a traer a sus esposa e hija adolescente a que lo alcanzaran, pero el
lenguaje era demasiado complicado para su hija, dificultándole la posibilidad
de seguir estudiando y su esposa extrañaba la compañía de árabes”.
Los dos años de gastos y vivienda provistos por el
gobierno de Montenegro estaban por terminarse, le dijo al-Rahabi a McClatchy,
añadiendo que no podía encontrar un trabajo. Como dijo McClatchy, “tenía la
esperanza de poder ganar un sustento vendiendo el arte que llevó consigo al
dejar Guantánamo, pero su campaña de marketing en Twitter no funcionó”. Después
hizo arreglos para mudarse a Sudán y, una vez terminado el acuerdo, “Montenegro
me trajo estos documentos de viaje para refugiados. Como un pasaporte”, dijo
por teléfono desde Sudán. “Dije, por favor asegúrense de preguntarle a los
Estados Unidos si no hay problema en que yo viaje. No quiero regresar a
Guantánamo o a ninguna otra prisión”.
Como lo describe McClatchy, al-Rahabi dijo que el gobierno de Montenegro “notificó a la embajada norteamericana, que no se objetó
y luego compró los boletos para su familia”, añadió. “Ellos viajaron a Khartoum
vía Estambul, viaje que fue tanto emocionante como amedrentador. Era su primer
vuelo sin estar encadenado en casi dos décadas, uno en el que podías ver por la
ventana y escuchar”.
“Tenía miedo que en el aeropuerto pudieran negarse, decirme que no, pero me dieron una visa para los tres”, dijo al-Rahabi. En
Sudán, añadió, “encontró otros yemeníes que no pueden ir a casa por a guerra
civil que ha destruido a su país”.
También dijo que “la vida es tan difícil” y explicó que “todavía tiene que buscar trabajo o vender arte”, sin embargo también dijo
que “está bien por otro lado para mí y mi familia. Mismo lenguaje, misma
cultura y es fácil llegar a la gente, comprar algo, ir y hablar con la gente ahí”.
En contraste con la apertura y optimismo fundamental
de al-Rahabi, Carol Rosenberg comenta que “ni Trump ni los oficiales del
Departamento de Estado han querido comentar acerca de si supieron o no de la mudanza”.
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