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Un juez impide el regreso a la tortura de un tunecino inocente de Guantánamo

11 de octubre de 2007
Andy Worthington


En un hecho realmente sorprendente ocurrido en el Tribunal de Distrito de Columbia, la juez Gladys Kessler ha dictaminado que Mohammed Abdul Rahman, detenido tunecino en Guantánamo cuya puesta en libertad fue autorizada tras la primera ronda de revisiones administrativas en 2006, "no puede ser enviado a Túnez porque podría sufrir "daños irreparables" que los tribunales estadounidenses serían incapaces de revertir", según la descripción del Washington Post.

Migrante económico que viajó a Pakistán desde Italia, donde había estado viviendo, este tunecino de 42 años, que declaró a la Junta de Revisión Administrativa en 2005 que su verdadero nombre era en realidad Lufti bin Ali, dijo que fue a Pakistán para recibir tratamiento médico y encontrar esposa. "He contado mi historia quinientas veces", dijo. "Fui a Pakistán a por medicamentos. Estaba enfermo y quería curarme, así que fui a Pakistán". También viajó, dijo, "para casarme y relajarme y salir de donde estaba".

Negando un aluvión de acusaciones sobre su supuesta implicación con terroristas y campos de entrenamiento, declaró que no estaba involucrado ni con el Grupo Islámico Armado (GIA) argelino ni con el Grupo de Combate Tunecino (GTC), y negó específicamente las acusaciones de que hubiera participado en la creación del GTC y formado parte de su Consejo Asesor. También negó que se hubiera reunido en Italia con pakistaníes de la mezquita ICI (de Milán) que intentaban reclutar gente para ir a Pakistán y Afganistán, negó haber visitado una casa de huéspedes tunecina en Afganistán "gestionada por una célula tunecina con posibles vínculos con Al Qaeda", y también declaró que no tenía conocimiento del campo de entrenamiento de Jaldan, donde, según se afirmaba, "un lugarteniente de alto rango de Al Qaeda" lo identificó como persona que había estudiado en 1998 o 1999.

Afirmó que sólo había ido a Afganistán porque el gobierno pakistaní había iniciado una campaña contra los árabes (y señaló que, de hecho, fue detenido a su regreso a Pakistán, en Quetta, según el sumario desclasificado de pruebas de su atestado), y se retractó de una confesión, "admitida hace algún tiempo", de que se había asociado con "varias cantidades" de terroristas mientras estuvo en Jalalabad, afirmando: "No represento una amenaza. Estoy en contra del terrorismo... Estoy en contra del asesinato de personas inocentes... Llevo una vida normal. No me gustan los problemas. Eso es todo".

Lo que llamaba especialmente la atención de su comparecencia ante el ARB era que se había añadido un nuevo conjunto de acusaciones desde su comparecencia ante el Tribunal de Revisión del Estatuto de Combatiente el año anterior. En su vista ante el CSRT, sólo se alegó que "viajó a Afganistán en 1998 y permaneció viviendo en Afganistán en 2001", que "se alojó en una casa de huéspedes argelina en múltiples ocasiones en Jalalabad", que "se alojó en una casa de huéspedes, que está asociada con personas que han entrenado en campos de Al Qaeda," y -la alegación que refutó en su ARB- que "se asoció con varios terroristas", mientras que en su ARB "un lugarteniente de alto rango de Al Qaeda" le identificó como persona que se había entrenado en Jaldan, la casa de huéspedes argelina se convirtió en una casa de huéspedes tunecina "posiblemente asociada con Al Qaeda", y Abdul Rahman se convirtió en una pieza clave del TCG y "al parecer" del GIA.

Cabe destacar que, cuando preguntó a la Junta: "Estas acusaciones, todas ellas, ¿de dónde las han sacado?", un miembro de la Junta respondió: "De una recopilación de entrevistas e interrogatorios y de fuentes externas"; en otras palabras, de otros presos, tanto dentro como fuera de Guantánamo, que fueron sobornados, coaccionados o torturados para que hicieran tales afirmaciones. Para que no quede ninguna duda de que el "lugarteniente de alto rango de Al Qaeda" y otros se inventaron todas esas afirmaciones, es importante recordar que Abdul Rahman fue puesto en libertad, lo más cerca que esta administración, con su insistencia en que los que libera no son en realidad inocentes, sino "ya no combatientes enemigos", llega a estar de admitir que ha cometido errores terribles que han destrozado vidas.

Para complicar las cosas, Abdul Rahman fue condenado en rebeldía por delitos ficticios por la dictadura de Zine El Abidine Ben Ali, y sentenciado a 20 años de prisión, y estaría claramente en peligro si fuera devuelto a Túnez, que, como el Departamento de Estado de EE.UU. señala cada año, tiene un terrible historial de derechos humanos. Su situación se complica aún más debido al precario estado de su salud. Como han explicado sus abogados, Mark y Josh Denbeaux, de la Facultad de Derecho de Seton Hall, "sufre frecuentes dolores de pecho e intensas palpitaciones cardíacas relacionadas con [una] válvula cardíaca aórtica sustituida y un marcapasos", y tiene "muchas otras dolencias que harían extremadamente arriesgado un traslado a Túnez."

En junio, cuando otros dos detenidos tunecinos -Abdullah bin Omar y Lofti Lagha, ambos migrantes económicos como Abdul Rahman- fueron devueltos a su país de nacimiento, pensé erróneamente que Abdul Rahman era uno de ellos, pero resulta que, cuando los abogados del gobierno notificaron a Mark y Josh Denbeaux en mayo que planeaban devolverlo a Túnez, consiguieron que un tribunal dictara una orden de alejamiento temporal. Aunque el gobierno argumentó posteriormente que el tribunal carecía de jurisdicción en la materia -y que, por extensión, la administración podía hacer lo que le diera la gana con las vidas ya arruinadas de hombres inocentes injustamente detenidos y brutalmente encarcelados-, es la discrepancia del juez Kessler con esta postura lo que ha salvado a Abdul Rahman de nuevos horrores (aceptando, eso sí, que algún día sea liberado de Guantánamo y enviado a otro país).

Está claro que Abdul Rahman tuvo suerte de contar con abogados que le protegieran. Como ya informé aquí, aquí y aquí, tanto bin Omar como Lagha han sido, al parecer, tratados brutalmente a su regreso a Túnez, lo que subraya lo inútiles que son las "garantías diplomáticas" de trato humano que la administración estadounidense ha acordado con Zine El Abidine Ben Ali, como parte de sus intentos desesperados y sin principios de librarse de sus propios errores. En esto, como ya informé aquí, sus motivos coinciden con los del gobierno británico, que, al igual que su socio en la "relación especial", está muy ocupado en agravar sus actividades ilegales iniciales -reteniendo a hombres indefinidamente sin cargos ni juicio- con más ilegalidad, ya que intenta violar las leyes internacionales de nuevo mediante la firma de "garantías diplomáticas" y "memorandos de entendimiento" con los dictadores que dirigen varios países del norte de África y del Golfo (incluido Túnez), que son a la vez inútiles e ilegales.

Reconociendo esto, y reconociendo también que el inminente enfrentamiento en el Corte Supremo sobre los derechos de los detenidos está empezando a filtrarse a los tribunales inferiores, la juez Kessler explicó, mientras se atrevía a poner por los suelos al Gobierno, que había tomado su decisión porque la decisión del Tribunal Supremo de examinar una vez más los derechos de los detenidos "arrojaba una profunda sombra de incertidumbre" sobre las sentencias anteriores que restringían sus derechos. "En vista de los graves perjuicios que Rahman ha alegado que sufrirá si es trasladado", prosiguió, "sería un profundo error judicial" que el tribunal denegara su petición de permanecer en Guantánamo. Tras señalar que el Corte Supremo podría decidir finalmente que los detenidos tienen derecho a impugnar su detención o su traslado a otros países, añadió que una orden judicial que impidiera su regreso era "necesaria para garantizar su supervivencia". De lo contrario, concluyó, "en ese momento, el daño ya estaría echo".

Rebosante por lo que el New York Times describió como una sentencia que "parece ser el primer fallo de este tipo", Josh Denbeaux elogió la actuación de la juez Kessler, afirmando, inequívocamente: "Es la primera vez que el poder judicial ejerce su poder inherente para controlar los excesos del ejecutivo en cuanto al trato de los presos de Guantánamo. Ahora se le ha dicho al ejecutivo que no puede enterrar sus errores de Guantánamo en prisiones del Tercer Mundo".

Al igual que las decisiones adoptadas por los tribunales de apelación del Reino Unido, que impiden la devolución ilegal de hombres que nunca han sido acusados a regímenes que bien podrían torturarlos, la decisión de principio del juez Kessler se considera un golpe mortal a los intentos de la administración estadounidense de hacer lo mismo con hombres inocentes, retenidos sin cargos ni juicio en Guantánamo. Y creo que es un buen augurio para el próximo enfrentamiento en el Corte Supremo sobre el derecho de los detenidos a impugnar el fundamento de su detención. Casi seis años de flagrante anarquía e injusticia por parte del ejecutivo son más que suficientes. Dejemos que los detenidos contra los que la administración piensa que tiene un caso sean llevados ante un tribunal reconocible; y dejemos que los demás -aquellos contra los que no se puede construir ningún caso, porque no lo hay- sean liberados, a países que no los someterán a más torturas o malos tratos.


 

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