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Inocentes y soldados de infantería: Las historias de los 14 saudíes recién liberados de Guantánamo

12 de noviembre de 2007
Andy Worthington

Ya sea por un deseo de impresionar al Corte Supremo con su sentido de la justicia antes del enfrentamiento del mes que viene sobre los derechos de los detenidos o, como es más probable, por un acuerdo apaciguador con el gobierno saudí tras la muerte de un tercer detenido saudí en Guantánamo en mayo de este año, la administración estadounidense liberó el sábado a otros 14 detenidos saudíes. Sin embargo, se mire por donde se mire, la administración sale perdiendo. De los 136 detenidos saudíes considerados en un principio "lo peor de lo peor", 107 han sido puestos en libertad (45 sólo en los últimos cuatro meses). Eliminando de estas cifras a los tres hombres que murieron, sólo quedan 26 detenidos saudíes en Guantánamo.


Basándome en la investigación que llevé a cabo para mi libro The Guantánamo Files: The Stories of the 774 Detainees in America's Illegal Prison (Los expedientes de Guantánamo: las historias de los 774 detenidos en la prisión ilegal de Estados Unidos) y la información adicional publicada por el Pentágono hace sólo dos meses, puedo revelar en exclusiva que las historias de estos hombres no refuerzan en nada las afirmaciones de la administración, expresadas por primera vez hace casi seis años, de que los detenidos en la "Guerra contra el Terror" eran tan excepcionalmente peligrosos que merecía la pena violar la legislación nacional e internacional, destrozar la Constitución, abandonar los Convenios de Ginebra e introducir la tortura como política oficial de Estados Unidos para retenerlos sin cargos ni juicio -posiblemente para siempre- en condiciones peores que las que soportan los criminales convictos más endurecidos en el territorio continental de Estados Unidos.

Los misioneros

De los 14 hombres, siete -cinco trabajadores de ayuda humanitaria y dos misioneros- no tenían relación alguna con ningún tipo de militancia. La historia del primero de los misioneros, Khalid al-Bawardi, de 24 años, me resultó totalmente convincente mientras realizaba mi investigación. Tras aleccionar pomposamente a su tribunal sobre los detalles más sutiles de la práctica islámica suní, explicó que había viajado por Pakistán y Afganistán reprendiendo a sus compatriotas musulmanes por sus defectos -principalmente relacionados con las tumbas elevadas y los amuletos de la buena suerte- y también proporcionando alimentos y ropa, y que había sido entregado a las fuerzas estadounidenses por guardias fronterizos oportunistas, tras cruzar a Pakistán después de que comenzara la invasión dirigida por Estados Unidos.

El segundo, Sultan al-Uwaydah, de 26 años, no participó en ninguno de los tribunales o juntas de revisión en los que, aunque privados de representación legal y sometidos a pruebas secretas obtenidas mediante tortura, coacción o soborno, al menos se permitió a los detenidos presentar sus historias. Sin embargo, si se examinan las "pruebas" presentadas por la administración, su explicación de su estancia en Afganistán -que viajó para "enseñar el Corán a musulmanes pobres y desfavorecidos", y que enseñó debidamente el Corán a niños en varios lugares, antes de reunirse con su tío en Khost y huir a Pakistán, donde fue detenido- contradice gravemente la versión de las autoridades.

Este otro escenario incluía la alegación de que fue "detenido tras cruzar a Pakistán desde Afganistán con otras 30 personas sospechosas de ser guardaespaldas de Osama bin Laden", y otras alegaciones, de una "fuente" no identificada, de "un operativo de Al Qaeda" y de "un alto operativo de Al Qaeda", que pretendían reforzar esta noción de que era uno de los 30 guardaespaldas de Bin Laden. Una de estas "fuentes", por ejemplo, declaró que "conocía al detenido y que probablemente era un guardaespaldas de Osama bin Laden porque el detenido siempre estaba con Osama bin Laden". Sin embargo, se ha demostrado que la historia del guardaespaldas fue inventada por otro detenido, Mohammed al-Qahtani, el presunto "vigésimo secuestrador" del 11-S, durante los cuatro meses en que fue torturado en Guantánamo a finales de 2002, por lo que es difícil dar mucho crédito a todas las demás acusaciones infundadas.

Los trabajadores de ayuda humanitaria

De los cinco trabajadores humanitarios, la historia más completa fue la de Mohammed al-Harbi, de 28 años, cuya liberación estaba claramente pendiente desde hacía mucho tiempo. Comerciante de éxito en Arabia Saudí, al-Harbi rechazó la acusación de haber sido un combatiente muyahidín en Kandahar, insistiendo en que nunca había estado en Afganistán y explicando que viajó a Pakistán en noviembre de 2001 para entregar cerca de 12.000 dólares a quienes necesitaban ayuda humanitaria. Añadiendo que sólo pensaba quedarse unas semanas como máximo, porque su esposa estaba embarazada en ese momento, procedió a explicar que "la policía paquistaní me vendió por dinero a los estadounidenses", a pesar de que "tenía billete de vuelta a casa y estaba claro que no pensaba quedarme ni cruzar nunca a Afganistán". Añadió que, aunque las autoridades saudíes intervinieron para ayudarle mientras estuvo bajo custodia en Pakistán, los ISI (los servicios de inteligencia paquistaníes) ocultaron deliberadamente su pasaporte, presumiblemente para proteger el dinero de la recompensa que recibían de los estadounidenses, que pagaban una media de 5.000 dólares por cabeza por sospechosos de Al Qaeda y los talibanes.

La historia del segundo cooperante, Sa'id al-Shihri, de 28 años, era desconocida hasta que el Pentágono hizo público su nuevo lote de documentos en septiembre. Según las "pruebas" del propio gobierno, al-Shihri decidió hacer obras de caridad en Pakistán tras escuchar un discurso de un jeque en su mezquita local. Doce días después del 11-S, voló a Pakistán y luego "viajó con un conductor afgano, otro saudí que trabajaba con la Media Luna Roja y un miembro de la embajada saudí en Pakistán", en un vehículo que llevaba suministros a un campo de refugiados cerca de la frontera afgana, entre Spin Boldak y Quetta. Presumiblemente herido en un bombardeo (aunque no se precisó), fue trasladado a un hospital de la Media Luna Roja en Quetta, donde él y otras cuatro personas permanecieron durante mes y medio, "a la espera de que llegara un avión que los llevara de vuelta a Arabia Saudí". Sin embargo, cuando los sacaron del hospital los subieron a un avión y los llevaron a Kandahar", a la prisión estadounidense del aeropuerto, donde al-Shihri permaneció diez días antes de ser trasladado en avión a Guantánamo. Para contrarrestar esta explicación detallada y no militar de la presencia de al-Shihri en la frontera afgana, las autoridades se las arreglaron para presentar nada más que unas cuantas acusaciones salvajemente tangenciales: que "se entrenó en guerra urbana en el campamento libio al norte de Kabul" y, lo que es aún más improbable, que, según "un individuo", "instigó a él y a otra persona a asesinar a un escritor", basándose en una fatwa emitida por un jeque radical.

Al-Wafa: ¿entidad terrorista o asociación benéfica legítima?

Los otros tres cooperantes estaban, en mayor o menor medida, relacionados con la organización benéfica saudí Al-Wafa, cuya sede se encontraba en Kabul. Incluida en la lista negra dos semanas después del 11-S y considerada una tapadera de Al Qaeda, decenas de detenidos fueron tachados de terroristas por su asociación con la organización benéfica, a pesar de que la ayuda humanitaria era claramente el principal objetivo de la organización.

Zaid al-Husain al-Ghamdi, de 27 años, cuya familia ni siquiera supo que estaba en Guantánamo hasta principios de este año, porque las autoridades estadounidenses lo habían descrito como jordano, viajó a Afganistán en julio de 2001 y fue declarado "combatiente enemigo" tras su juicio en octubre de 2004 sobre la base de tres acusaciones especialmente débiles: que era miembro de Al-Wafa, que "portaba un arma en Afganistán" y que estuvo "presente y herido durante operaciones militares en Khost" en diciembre de 2001. Estas acusaciones se ampliaron en los años siguientes, pero nada en ellas sugiere que fueran fiables. Las autoridades alegaron que "fue identificado" como "líder ocasional" de un grupo de combatientes en la ciudad septentrional de Taloqan, pero ignoraron otro relato que podía reconstruirse a partir de otras declaraciones: que al-Ghamdi declaró que se había marchado de casa "para prestar ayuda a los refugiados en Afganistán", que había trabajado para al-Wafa como obrero en Kabul y que había viajado a Taloqan porque, tras ponerse en contacto con representantes talibanes en Kabul para averiguar "lugares que necesitaban ayuda con los huérfanos", le habían dicho que Taloqan era una zona adecuada. La información adicional recopilada por las autoridades también proporcionaba una explicación de las circunstancias de su captura, que contradecía la afirmación de que había sido "herido durante operaciones militares". Tras huir a Khost, al-Ghamdi declaró que "se detuvo en el primer centro talibán al que llegó", que posteriormente fue bombardeado. Herido e "inconsciente", despertó en un hospital de Miram Shah, en Pakistán, donde fue detenido y trasladado a custodia estadounidense.


Las historias de los otros dos eran desconocidas hasta este mes de septiembre, porque no participaron en ningún tribunal ni junta de revisión, y el Pentágono no había hecho pública ninguna de las "pruebas" contra ellos. Al-Wafa se hace eco de la historia de Jabir al-Qahtani, de 23 años, pero ninguna de las acusaciones se acerca a ninguna prueba de actividad militante. En el momento de su última revisión administrativa, en abril de 2006, todo lo que las autoridades habían conseguido aportar eran alegaciones de que viajó a Lahore en marzo de 2001, "con su viaje financiado en parte por el jefe de al-Wafa", que trabajó en un almacén de Lahore durante seis meses y que luego se trasladó a un almacén de Kabul. Capturado por la Alianza del Norte en noviembre de 2001, permaneció retenido cuatro meses antes de ser entregado a las fuerzas estadounidenses. Con sólo una dudosa acusación de militancia -que "fue identificado como un combatiente que prefería pasar la mayor parte del tiempo holgazaneando en [varias] casas de huéspedes"-, las autoridades recurrieron a alegar que "muestra (sic) muchas técnicas de contrainterrogatorio atribuidas al entrenamiento de Al Qaeda y coherentes con miembros de Al Qaeda", y que, en Guantánamo, "fue identificado como líder de un bloque de células y ha emitido una fatwa contra Estados Unidos".

Abdullah al-Wafi al-Harbi, de 35 años, fue objeto de una serie de acusaciones más espeluznantes. Dijo a sus interrogadores que viajó a Afganistán a través de Irán, aproximadamente tres semanas después del 11-S, y que, cuando llegó a la frontera y dijo a los guardias que "había venido a Afganistán para ayudar en labores humanitarias", éstos "le informaron sobre un grupo llamado al-Wafa y le aconsejaron que se uniera al grupo si deseaba ayudar a los pobres". Tras dos semanas en Kabul -es decir, cuando comenzó la invasión de Afganistán liderada por Estados Unidos-, afirmó que "los afganos le dijeron que tenían que marcharse porque había un problema con los árabes", y explicó que representantes de al-Wafa le proporcionaron "indicaciones sobre cómo abandonar Afganistán". Después viajó en taxi, con otros tres hombres, a Khost, donde permanecieron un mes antes de cruzar a Pakistán, donde fue detenido.

A este relato se añadía una desconcertante serie de acusaciones sin fundamento: que "fue identificado como un combatiente experimentado que supuestamente luchó contra los rusos en Afganistán y Bosnia (sic)", y que una "fuente" -o varias fuentes- afirmó que "estuvo en Bosnia con un conocido operativo de Al Qaeda",que asistió al campo de entrenamiento de Jaldan en Afganistán, que era "bien conocido por los clérigos e imanes de Arabia Saudí como reclutador y recaudador de fondos para la yihad" y que, junto con otras personas de La Meca, conocidas como "el Grupo de La Meca", "comió con Osama bin Laden en Tora Bora"." Otro "individuo" no identificado hizo la sorprendente afirmación de que al-Harbi le dijo que varios de los secuestradores del 11-S "se alojaron en su casa durante el Haj, posiblemente en 1999". También se afirmó que una "fuente" afirmó que al-Harbi "le dijo que había mentido a los interrogadores" en Kandahar, afirmando que trabajaba para al-Wafa "en lugar de admitir que luchaba en la yihad", aunque esto se contradecía directamente con la siguiente afirmación de otra "fuente", que afirmó que "tenía un alto rango en al-Wafa".

Los soldados talibanes de infantería



De los siete hombres que lucharon con los talibanes, tres de las historias parecen bastante sencillas, aunque dos de ellos -Turki al-Asiri, de 26 años (ver foto) y Nayif al-Nukhaylan, de 19 años- no participaron en ningún tribunal ni junta de revisión. Al-Asiri fue acusado de responder a una fatwa que instaba a apoyar a los talibanes, de entrenarse en Al-Farouq (el principal campamento para árabes, asociado con Osama bin Laden) y de huir, a través de Tora Bora, de Jalalabad a Pakistán, donde fue detenido. Al-Nukhaylan, que también fue acusado de asistir a al-Farouq, recibió al parecer entrenamiento adicional en un campamento marroquí en Jalalabad, donde resultó herido en un ataque aéreo estadounidense y pasó algún tiempo en coma en un hospital afgano. El tercer hombre, Fahd al-Sharif, de 25 años, que había sido policía en La Meca, al parecer siguió seducido por las fantasías yihadistas que se habían utilizado para reclutarlo. Dijo a su junta de revisión que viajó a Afganistán en 2000 "con el propósito de hacer la yihad con el gobierno talibán" y que esperaba convertirse en mártir, pero añadió que sólo fue para luchar contra la Alianza del Norte, "para ayudar a miles de millones de musulmanes afganos a recuperar sus esperanzas, sus países y sus vidas."

Las historias de otros dos reclutas voluntarios son notables sólo por las acusaciones adicionales que se acumularon contra ellos. Hani al-Khalif, de 29 años, que había servido como soldado en el ejército saudí durante la Guerra del Golfo, explicó que "le habían enseñado la doctrina de la yihad en la mezquita a la que asistía", y "concretamente que era deber de un musulmán librar la yihad contra cualquiera que matara a musulmanes". Añadió que quería luchar en Chechenia, que era "una yihad mayor", porque "la lucha no era contra otros musulmanes como en Afganistán", pero no pudo organizar el viaje a Chechenia y se decidió por Afganistán, donde se entrenó en al-Farouq y luego luchó en el frente contra la Alianza del Norte hasta que se le ordenó rendirse ante el general Dostum, uno de los líderes de la Alianza. Sin embargo, a pesar de la coherencia de este arco narrativo, también se afirmó que "un alto operativo de Al Qaeda" lo identificó como líder del Grupo Islámico Combatiente Libio en Karachi (Pakistán).

La historia de Faha Sultan, de 29 años (descrito en su puesta en libertad como Fahd al-Osaimi al-Otaibi), era desconocida hasta hace sólo dos meses. Tras responder a una fatwa, viajó a Afganistán en enero de 2001, y dos detenidos lo identificaron por haber trabajado en un centro de distribución talibán. Menos fiable era la afirmación de que había sido "identificado como amigo de un alto dirigente de Al Qaeda y que mantenía una buena relación con otro individuo que era un estrecho colaborador del alto dirigente de Al Qaeda", porque, aunque las autoridades estadounidenses afirmaron que había "actuado como si estuviera en estado catatónico durante los interrogatorios,en una ocasión se le oyó "decir a otro detenido que había engañado al interrogador haciéndole creer que estaba "hecho un lío"", también se afirmó que, ya en julio de 2002, "una delegación extranjera" -presumiblemente de los servicios de inteligencia saudíes- lo identificó como una persona "de escaso valor para la aplicación de la ley y de escaso valor para los servicios de inteligencia".

Huelgas de hambre en Guantánamo



Las historias de los dos últimos reclutas talibanes son especialmente deprimentes, no por su reclutamiento militar, que siguió un patrón bien establecido, sino por lo que les ocurrió en Guantánamo. Yousef al-Shehri tenía sólo 16 años cuando fue capturado por soldados de la Alianza del Norte, en un grupo de unos 120 combatientes, tras la rendición de la ciudad septentrional afgana de Kunduz en noviembre de 2001. Aunque decenas de menores han estado recluidos en Guantánamo, la administración estadounidense (una de las dos únicas naciones que se ha negado a ratificar la Convención de la ONU sobre los Derechos del Niño) se ha negado rotundamente, salvo contadas excepciones, a reconocer que todos los menores -incluso los "niños soldado"- deben recibir un trato diferente al de los adultos, y Al Shehri no fue una de esas excepciones. Detenido durante todo el tiempo que duró su detención como un adulto, y tratado como un peligroso terrorista en lugar de como un niño, su sufrimiento se hizo especialmente pronunciado cuando participó en una huelga de hambre en toda la prisión, en la que participaron al menos 200 detenidos, en el verano de 2005. En julio de 2005, y de nuevo en enero de 2006, su peso, que había sido de 141 libras cuando llegó a Guantánamo en febrero de 2002, bajó a sólo 97 libras, y sus abogados, que lo visitaron en octubre de 2005, dijeron que estaba "demacrado y había perdido una cantidad preocupante de peso", añadiendo que estaba "visiblemente débil y frágil" y "tenía dificultades para hablar debido a lesiones en la garganta que eran resultado de la alimentación forzada involuntaria" a la que había sido sometido.

Murtadha Makram, que tenía 25 años cuando fue capturado, fue un huelguista de hambre de larga duración aún más comprometido. Recluta talibán que pasó 16 meses en Afganistán, "fue identificado como combatiente en Tora Bora" y fue capturado tras cruzar a Pakistán, Makram fue alimentado a la fuerza al menos una vez a la semana a partir de octubre de 2005, y diariamente desde el 17 de diciembre de 2005 hasta el 27 de enero de 2006, cuando su peso, que era de 142 libras cuando llegó a Guantánamo, descendió en un momento dado a sólo 87 libras. Tras reanudar su huelga de hambre más tarde ese mismo año, fue alimentado a la fuerza diariamente desde el 16 de noviembre de 2006 hasta que los registros finalizaron el 10 de diciembre. En marzo de 2007, cuando se desclasificaron las notas detalladas sobre las huelgas de hambre en curso, recopiladas por el cámara de Al Yazira encarcelado Sami al-Haj, éste explicó que Makram "ha intentado suicidarse muchas veces. La última vez que lo intentó fue el 18 de mayo de 2006. Ahora está en huelga de hambre para intentar suicidarse. Lleva tres meses sin comer y lo alimentan a la fuerza". Aunque nadie en la administración lo ha admitido, es plausible que Makram haya sido puesto en libertad en esta última tanda de detenidos por temor a que su deseo de suicidarse estuviera a punto de convertirse en otra realidad perjudicial para las relaciones públicas.

En conclusión, aunque muchos lectores no sientan ninguna simpatía por el sufrimiento de los reclutas talibanes (estén o no en huelga de hambre), la desagradable verdad es que la alimentación forzosa de prisioneros competentes contra su voluntad está ampliamente considerada ilegal, y sólo se lleva a cabo porque, de lo contrario, Guantánamo se llenaría de cadáveres demacrados. La razón de la desesperación de estos hombres -que es tal que muchos han tratado de poner fin a sus vidas, a pesar de que el Islam prohíbe el suicidio- es, sencillamente, la carga intolerable de la detención indefinida sin cargos ni juicio, que es exclusiva de Guantánamo y de las prisiones secretas de la administración.

En los casos de los hombres inocentes descritos anteriormente, se trata claramente de un ultraje moral y de un colosal error judicial, pero incluso en los casos de los soldados de infantería talibanes, que, no lo olvidemos, viajaron a Afganistán antes del 11-S para participar en una guerra civil intermusulmana, aún no se ha demostrado que la huida de la administración del derecho nacional e internacional esté justificada. Tras privar a estos hombres de las protecciones de las Convenciones de Ginebra, negarles la posibilidad de impugnar los fundamentos de su detención e interrogarlos durante casi seis años, la decisión de la administración de ponerlos en libertad, aunque claramente afectada por la diplomacia, también sugiere que, al final, no tenían conocimiento interno de Al Qaeda ni de los atentados del 11-S.

Nota:

Los números de los prisioneros (y las variaciones en la ortografía de sus nombres) son los siguientes:

ISN 68: Jalid al-Bawardi
ISN 59: Sultán al-Uwaydah
ISN 333: Mohammed al-Harbi
ISN 372: Sa'id al-Shihri
ISN 50: Zaid al-Husain al-Ghamdi
Número ISN 650: Yabir al-Qahtani
ISN 262: Abdullah al-Wafi al-Harbi (Abdullah Abd al-Mu'in al-Wafti)
ISN 185: Turki al-Asiri (al-Jabali Asseri)
ISN 258: Nayif al-Nujaylan (Nayif Ibrahim)
ISN 215: Fahd al-Sharif
ISN 438: Hani al-Jalif
ISN 130: Faha Sultan (Fahd al-Osaimi al-Otaibi)
ISN 114: Yousef al-Shehri (Yussef al-Shihri)
ISN 187: Murtadha Makram (Murtada Maqram)


 

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