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Farsa en Guantánamo: denegada la petición de hábeas corpus de un preso absuelto

06 de abril de 2009
Andy Worthington


En 2007, tras cuatro rondas de revisiones administrativas en Guantánamo, Hedi Hammamy, preso tunecino nacido en 1969, recibió el visto bueno para su puesta en libertad, tras haber convencido al Pentágono de que ya no representaba una amenaza para Estados Unidos o sus aliados, y de que ya no poseía ningún valor de inteligencia. Sin embargo, no fue puesto en libertad porque, aunque el gobierno estadounidense había obtenido una "garantía diplomática" del gobierno del dictador tunecino Zine El Abidine Ben Ali (foto de la izquierda), que pretendía garantizar que los presos devueltos recibirían un trato humano, dos presos devueltos en junio de 2007 fueron aparentemente maltratados bajo custodia tunecina, y posteriormente encarcelados tras lo que los observadores de derechos humanos consideró juicios espectáculo.

Esto llevó a un juez del Tribunal de Distrito a impedir la devolución de un tercer tunecino en noviembre de 2007, con el resultado de que este hombre, Lotfi bin Ali, y varios otros tunecinos exculpados -incluido Hedi Hammamy- han languidecido en Guantánamo desde entonces, mientras el Departamento de Estado ha intentado en vano encontrar un tercer país dispuesto a aceptarlos.

En el surrealista mundo de Guantánamo, las revisiones anuales -que se basan en gran medida en pruebas clasificadas que no se revelan a los presos y que, por tanto, no pueden ser impugnadas por ellos- fueron introducidas por la administración Bush como desplante al Corte Supremo, que concedió a los presos el derecho de hábeas corpus (el derecho a preguntar a un juez por qué estaban detenidos) en junio de 2004. No fue hasta el pasado mes de junio (casi exactamente cuatro años después) cuando el Corte Supremo volvió a ocuparse de los derechos de hábeas corpus de los presos, declarando inconstitucionales las disposiciones de dos leyes -la Ley de Tratamiento de Detenidos de 2005 y la Ley de Comisiones Militares de 2006- que habían pretendido privar a los presos de sus derechos de hábeas corpus en los años intermedios.


Como consecuencia, las primeras revisiones judiciales de los casos de los presos de Guantánamo no se produjeron finalmente hasta el pasado mes de noviembre, casi siete años después de la apertura de la prisión, cuando el juez Richard Leon, nombrado por George W. Bush, sorprendió a la administración al admitir los recursos de hábeas corpus de cinco presos bosnios de origen argelino y ordenar su puesta en libertad tras dictaminar que el gobierno no había justificado su detención. Desde entonces, el juez Leon también ha ordenado la liberación de Mohammed El-Gharani, residente saudí de origen chadiano, que sólo tenía 14 años cuando fue capturado por soldados paquistaníes en una redada en una mezquita de Pakistán, y posteriormente vendido a las fuerzas estadounidenses.

Sin embargo, el juez Leon también dictaminó, en otros cuatro casos, que el gobierno había establecido, "por preponderancia de las pruebas", que un sexto argelino bosnio, el yemení Moaz al-Alawi, Hisham Sliti (tunecino) y otro yemení, Ghaleb al-Bihani, habían sido designados correctamente como "combatientes enemigos" y podían seguir detenidos. En los artículos que publiqué en su momento, me opuse a estas sentencias por tres motivos concretos: en primer lugar, porque parecía que ninguno de los hombres había participado realmente en actividades terroristas y, en segundo lugar, porque la definición de "combatiente enemigo" era inadecuadamente amplia y, en lugar de centrarse en las personas que habían contribuido directamente a la planificación y ejecución de atentados terroristas, persistía en confundir a Al Qaeda con los talibanes, a pesar de que la primera es un grupo terrorista y los segundos -aunque muy denostados- eran de hecho el gobierno de Afganistán.

La definición de "combatiente enemigo" que eligió el juez Leon antes de que comenzaran las vistas de hábeas corpus (y que fue arrancada de varias versiones diferentes propuestas por el Pentágono a lo largo de los años) declaraba que un "combatiente enemigo" era alguien que "formaba parte o apoyaba a las fuerzas talibanes o de Al Qaeda, o a fuerzas asociadas que participan en hostilidades contra Estados Unidos o sus socios de la coalición", y también incluía a cualquiera "que haya cometido un acto beligerante o haya apoyado directamente las hostilidades en ayuda de fuerzas armadas enemigas".


La tercera razón por la que me opongo a las resoluciones del juez Leon se basa en la liberación de Guantánamo de otro preso yemení, Salim Hamdan, que fue enviado a casa el pasado noviembre para cumplir el último mes de la corta condena que le había impuesto un jurado militar el verano pasado, tras un juicio celebrado en Guantánamo en el marco del sistema de comisiones militares inventado por Dick Cheney y sus asesores más cercanos. Hamdan había sido en realidad uno de los varios chóferes de Osama bin Laden, pero su puesta en libertad, tras un juicio ideado por el propio gobierno, puso en ridículo tanto la justificación del gobierno para seguir reteniendo a presos considerados menos significativos (esencialmente, la mayoría de los 241 presos que siguen retenidos) como, cabe señalar, las resoluciones del juez Leon en los casos de presos que no tenían ninguna relación con Al Qaeda y que ni siquiera se habían reunido nunca con Osama bin Laden.

Sin embargo, el jueves pasado, más de dos meses después de su última resolución, el juez Leon decidió que Hedi Hammamy había sido designado correctamente como "combatiente enemigo" y que, por lo tanto, podía seguir detenido durante un tiempo indeterminado. Y ello a pesar de que, hace tan sólo tres semanas, el nuevo gobierno de Barack Obama tomó la decisión de dejar de utilizar el término "combatiente enemigo" y, además, modificó la definición de los presos para que sólo quedaran detenidos aquellos cuyo apoyo a los talibanes o a Al Qaeda fuera "sustancial".

Como señalé en su momento, la situación a la que se enfrentaban los "Nadie antes conocido como combatiente enemigo" -pues el Departamento de Justicia no les había dado una nueva designación- no había mejorado mucho, ya que el gobierno consideraba un apoyo "sustancial" a quienes "no han cometido ni intentado cometer realmente ningún acto de depredación ni han entrado en el teatro o zona de operaciones militares activas", y a otros que no habían levantado las armas contra nadie pero que "se habían alojado en pisos francos de Al Qaeda o los talibanes que se utilizan habitualmente para alojar a reclutas militantes".

Sin embargo, el juez Leon no sólo parece no haber observado el nuevo cambio semántico del Gobierno, sino que también parece haber intentado entrelazar hechos inconexos en un todo coherente en su valoración de las pruebas del Gobierno. Hammamy, que fue detenido en Pakistán en abril de 2002, vivió en Italia antes de viajar a Pakistán, y el juez Leon se basó en la alegación de que era "miembro de una célula terrorista con base en Italia que prestaba apoyo a diversos grupos terroristas islámicos" para suponer que, por tanto, había llegado a Pakistán en relación con el terrorismo, a pesar de que los cargos que se le imputaban en Italia -de "apoyo al terrorismo, en parte, mediante el suministro de documentos y moneda falsos"- no habían sido probados ante un tribunal.

Como el propio Leon señaló, "una conclusión judicial de un gobierno extranjero sobre la implicación de Hammamy en esa célula terrorista sería claramente preferible a la revisión y evaluación de los informes de investigación de una agencia del gobierno estadounidense". No obstante, concluyó que, "en ausencia de cualquier razón para cuestionar su exactitud, el informe merece, como mínimo, una presunción refutable para estos fines limitados", aunque, en mi opinión, se trataba de una conclusión plagada de salvedades.

El juez Leon estaba claramente persuadido de considerar fiables las alegaciones italianas no probadas, porque llegó a la conclusión de que enlazaban con otra alegación presentada por el Gobierno, relativa a los documentos de identidad de Hammamy, que al parecer fueron "encontrados después de la batalla de Tora Bora en el complejo de cuevas de Al Qaeda". Al igual que en el caso de la acusación italiana, que Hammamy ha refutado insistentemente, siempre ha negado haber estado en Tora Bora y ha afirmado que, en realidad, le robaron sus documentos, y que el gobierno tiene pruebas de ello.

Sin embargo, para Hammamy, el juez Leon no se mostró convencido y señaló despectivamente que no había logrado "explicar cómo sus documentos de identidad viajaron misteriosamente cientos de kilómetros desde el lugar de su robo en Pakistán hasta el escondite de montaña de Tora Bora, en Afganistán", y añadió: "Aunque teóricamente es posible que este supuesto ladrón se dirigiera a Tora Bora, el sentido común dicta que esa conclusión no es en absoluto probable".

Con la decisión del juez Leon, Hedy Hammamy se encuentra en una posición única -y singularmente inquietante- en la larga e innoble historia de Guantánamo. Como me explicó una de sus abogadas, Cori Crider, de la organización benéfica legal Reprieve, "aunque esto no cambia la opinión de los militares de que Hedi Hammamy es transferible, desde luego no va a ayudarle en el contexto político. Ser declarado sujeto a detención militar no es ni remotamente lo mismo que una condena penal, pero eso no impedirá que elementos de derechas de los posibles Estados de reasentamiento confundan ambas cuestiones."

Hay, además, un subtexto inquietante en el caso de Hammamy, ya que conviene tener presente que es el Departamento de Justicia del presidente Obama, y no el de George W. Bush, el que está llevando ahora los expedientes del caso de Guantánamo. Es posible, por tanto, que la nueva administración esté jugando un partido de fútbol político con los prisioneros, contentándose con defender una detención a la que ya ha decidido poner fin para evitar acumular demasiadas pérdidas en los tribunales.

Como tantas veces en los últimos siete años y tres meses, parece que Guantánamo tiene muy poco que ver con la justicia y es, en cambio, un lugar en el que la política domina. Para Hedi Hammamy, el precio es su detención continuada, sin final a la vista, y el conocimiento de que las decisiones tomadas por las juntas de revisión en Guantánamo son -como muchos de los prisioneros han mantenido a lo largo de los años- casi indeciblemente vacías.

Nota: A lo largo de su detención, el Pentágono ha identificado a Hedi Hammamy como Abdulhadi bin Haddidi.


 

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