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El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.




Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


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El viaje desde Guantánamo: Una última indignidad para Sami al-Haj

8 de mayo de 2008
Andy Worthington


El domingo 4 de mayo, Clive Stafford Smith, director de la organización benéfica de acción legal Reprieve, viajó a Sudán para reunirse, por primera vez como hombre libre, con el recientemente liberado cámara de al-Jazeera Sami al-Haj, representado por Reprieve desde 2005. Este es el informe de Clive, que incluye un pasaje en el que se refutan específicamente las afirmaciones de funcionarios del Pentágono de que el Sr. al-Haj, que había estado en huelga de hambre durante 16 meses antes de su liberación, y fue trasladado a un hospital a su llegada a Sudán, "parecía un individuo sano" al salir de Guantánamo.

***

Incluso cuando estaban a punto de liberarlo, los militares estadounidenses no estaban dispuestos a tratar a Sami al-Haj con dignidad.

Los últimos días en Guantánamo fueron muy duros para Sami. Había habido tantas falsas promesas que Sami seguía sin saber si iba a salir, y durante los últimos 15 días dejó de beber agua, además de rechazar la comida. Sólo la comida y el líquido que le daban a la fuerza le mantenían con vida.

El almirante vino en persona a procesar la salida de Sami. Trajo un papel y lo leyó en voz alta antes de decirle a Sami que lo firmara. El papel decía que Sami reconocía el derecho de los Estados Unidos de volver a tomarlo como prisionero si hacía algo malo. Sami se negó. Me explicó que yo, como su abogado, le había dicho que no firmara ningún documento de ese tipo.

Uno de los soldados le dijo a Sami en voz baja que incluso ahora podrían negarse a dejarle marchar. Un oficial americano decía que Sami se negaba a cambiar su ropa de naranja a blanco, lo que interpretarían como una decisión de que no se iría. Todo esto era falso.

"Me pondré cualquier cosa si eso significa ser libre", dijo Sami. "Incluso iré desnudo, no hay problema. Quiero conseguir mi libertad".

Un soldado más amable le dijo a Sami que parecía que alguien intentaba detener su viaje. El soldado llevó a Sami inmediatamente a su celda desde la silla de alimentación forzada para que se cambiara de ropa.

Hacia las siete de la tarde del miércoles [30 de abril], sacaron a Sami de su celda en el campo 1. Una hora más tarde, el autobús emprendió viaje al aeropuerto. Una hora más tarde, el autobús inició el viaje al aeropuerto. El trayecto duró una hora, aunque no está muy lejos. Había bolsas de basura negras alrededor de las ventanillas del autobús, de modo que Sami no podía ver nada. He pasado por esa carretera muchas veces, y es difícil ver lo que alguien temía que pudiera ver: McDonalds, tal vez, o el campo de golf de Guantánamo.

Cuando llegaron al aeropuerto, el avión que les esperaba era similar a los que había traído a Sami desde Afganistán. Sami y los ocho prisioneros liberados con él tuvieron que entrar por la parte trasera del avión. Walid Ali, otro sudanés, iba junto a Sami, y después Said al-Boujaadia, de Marruecos. Amir Yacoub era el tercer sudanés, y había cinco afganos.

Como todos los hombres, Sami llevaba los ojos tapados, orejeras y grilletes en las manos y las piernas. El avión despegó hacia las 22.30 horas de esa noche en la primera etapa del viaje, un vuelo de 15 horas a Bagdad (Irak).

"La primera vez que pedí ir al baño, los guardias me dijeron que no estaba permitido", relató Sami. "Así que dije que lo haría en la silla". Los guardias lo llevaron al baño, pero no cerraron la puerta, no le quitaron los grilletes de las manos ni el cubreojos. Le dijeron que le bajarían los pantalones y lo sentarían, y añadieron que no le permitirían usar el grifo para lavarse después.

Al final, después de discutir mucho sobre lo absurdo e incivilizado que era, Sami dijo que no podía ir al baño en esas circunstancias. En consecuencia, las largas horas que le esperaban no serían agradables.

No se podía dormir en todo ese tiempo. Cuando Sami intentó inclinarse ligeramente hacia un lado para poder descansar, le dijeron que eso no estaba permitido.

Sami no comió nada durante el vuelo. En realidad, nunca tuvo intención de hacerlo, ya que se había jurado a sí mismo que seguiría en huelga de hambre hasta que estuviera a salvo en Sudán. Había decidido que sólo rompería su protesta pidiéndole a su mujer que le diera de comer, su primera comida normal en 16 meses. Pero Sami quería saber qué dirían los guardias, así que sugirió a Walid que preguntara por la comida. Los guardias le dijeron que se callara, que se la darían cuando llegara el momento. Al final, una hora y media más tarde, le dieron un bocadillo de mantequilla de cacahuete. Sami no comió nada.

Sami tampoco bebió, en parte por sus continuas protestas, pero sobre todo porque sabía que tenía que sobrevivir sin retrete durante todo el viaje. Para los demás, había una botella de agua que tenían que pasarse entre ellos.

Bagdad era sólo una escala. Todos tenían que cambiar de avión. Los afganos debían ir a Kabul, el resto iría primero a Sudán, antes de que el avión llevara a Said de vuelta a Marruecos.

En la segunda etapa del vuelo, fueron otras cuatro horas hasta Jartum, un total de veinte en total. Veinte horas más de sufrimiento antes de que el avión tocara tierra. Al final, Sami estaba débil, mucho más que cuando salió de la prisión de Cuba.

Aun así, los soldados estadounidenses no se contentaron con dejarlo libre. Antes de entregarlo a las autoridades sudanesas, le quitaron las esposas metálicas, pero las sustituyeron por correas de plástico, tan apretadas que le cortaban las muñecas.

"Después del avión, lo primero que supe fue que estaba aquí, en el hospital", me dijo Sami. Era un extraño contraste con Guantánamo, donde hace poco conocí a un Sami encadenado en Camp Iguana. Ahora estábamos hablando en la sala VIP del hospital de Jartum, con Sami vestido con la bata blanca tradicional de los sudaneses, sonriendo a los que le rodeaban.

Antes, un miembro del personal médico me había llevado aparte para describirme cómo habían temido por él cuando los soldados estadounidenses lo habían trasladado a una camilla del hospital. Había estado casi inconsciente y sus constantes vitales habían descendido a niveles peligrosamente débiles. Durante un tiempo, pareció que Sami sólo había vuelto a casa para morir.

Pero afortunadamente esta historia acabó felizmente. Mientras estaba con él, la esposa del Presidente vino a presentarle sus respetos. El propio presidente Bashir había llegado antes que ella. Ahora Sami sonreía a sus visitantes, indicando suavemente a su hijo Mohammed, de siete años, que repartiera la lata de caramelos.

***

Clive Stafford Smith, abogado de Sami al-Haj, es el director de la organización benéfica británica Reprieve, dedicada a quienes se enfrentan a la injusticia en Guantánamo y otras prisiones secretas de todo el mundo, y a proporcionar representación gratuita a los presos que no pueden permitirse un abogado.


 

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