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El saudí que sufrió daños cerebrales en Guantánamo se casa en Medina

3 de agosto de 2007
Andy Worthington

El diario árabe en lengua inglesa Asharq al-Awsat publicó recientemente un interesante artículo, Life After Guantánamo (La vida después de Guantánamo), sobre un preso de Guantánamo liberado, Mishal al-Harbi, del que sólo pude enterarme porque se mencionaba en el equilibrado sitio web Crossroads Arabia, de John Burgess.

Al-Harbi, que ahora tiene 27 años, pero sólo 21 cuando fue capturado tras una rendición masiva de soldados talibanes en la ciudad de Kunduz, al norte de Afganistán, en noviembre de 2001, era típico de muchos de los detenidos de Guantánamo. Recluta talibán de bajo nivel, admitió durante su revisión inicial ante el Tribunal de Revisión del Estatuto de Combatiente en Guantánamo -y su revisión anual un año después (la Junta de Revisión Administrativa)- que fue a Afganistán para luchar contra los chiíes y no para luchar contra judíos y cristianos, como alegaba. Esto sugiere -como en el caso de muchos otros reclutas- que alguien le engañó mientras le reclutaba en su tierra natal, ya que, a excepción de las milicias chiíes, la mayoría de la Alianza del Norte -los tayikos y los uzbekos- eran musulmanes suníes como él. Al-Harbi admitió también que había recibido adiestramiento en el uso de armas en Afganistán y que había estado en el frente talibán durante tres días, aunque negó la acusación de haber combatido contra fuerzas estadounidenses, así como la de haber conducido un "camión con lanzacohetes" en combate contra la Alianza del Norte, y declaró ante el tribunal que en su lugar había conducido un vehículo de suministro de alimentos.

Tras rendirse con otros cientos de combatientes extranjeros, al-Harbi sobrevivió a una matanza en el fuerte de Qala-i-Janghi, en la ciudad septentrional de Mazar-e-Sharif (de la que hablo con detalle en mi libro The Guantánamo Files), y llegó a Guantánamo en uno de los primeros vuelos de enero de 2002, pero fue lo que le ocurrió en Guantánamo lo que elevó su perfil por encima del de muchos otros reclutas talibanes. El 16 de enero de 2003, durante un momento especialmente tenso en la prisión, cuando se produjo un conflicto entre los detenidos y algunos de los guardias, que proferían insultos contra el Corán, al-Harbi sufrió daños mentales y físicos permanentes después de que su cerebro quedara privado de oxígeno durante varios minutos. Según las autoridades estadounidenses, había intentado ahorcarse, pero según un reportaje de Faiza Saleh Ambah publicado en el Washington Post en marzo de 2007, su hermano afirmaba que sus lesiones eran el resultado de una fuerte paliza propinada por algunos guardias de la prisión, y su familia estaba "buscando no sólo una compensación económica, sino también respuestas concretas del gobierno estadounidense: o bien una admisión de que Mishal fue herido por los guardias, o bien pruebas de que intentó suicidarse."


Mishal al-Harbi (derecha), y su hermano Fahd (foto de Faiza Saleh Ambah).

Lo que ocurrió aquella noche no está claro, pero Faiza Saleh Ambah proporcionó detalles que sugerían que los guardias habían atacado a al-Harbi. Hammad Ali, detenido sudanés excarcelado, recordó que sus lesiones se produjeron poco después de ser trasladado al bloque de aislamiento India. Explicó que una noche, después de que los guardias quitaran por la fuerza el Corán a otro preso, lo que provocó una protesta de media hora de los detenidos, que golpearon las puertas de sus celdas y gritaron "Allah-u-Akbar" (Dios es grande), los guardias antidisturbios entraron en el bloque y, según el detenido bahreiní excarcelado Abdullah al-Noaimi, "empezaron a golpear a los presos en sus celdas individuales". Poco después, añadió al-Noaimi, uno de los guardias gritó: "¡Enciendan las luces!" y al-Harbi fue sacado de su celda. Después pasó tres meses en coma, mantenido con vida gracias a un respirador artificial, y tras recuperar el conocimiento, según los registros publicados por el Departamento de Defensa, su peso descendió de 116 libras (su peso a la llegada, tras seis semanas de desnutrición en varias prisiones afganas) a sólo 98 libras (siete piedras, o 44 kg).

Sin embargo, al-Harbi no estaba seguro de lo que ocurrió la noche del 16 de enero de 2003. Tal como lo describió Faiza Saleh Ambah: "Sentado con las piernas cruzadas sobre la alfombra de la habitación de invitados de la familia, con su deshilachada silla de ruedas de cuero negro a su izquierda, Mishal dijo que recuerda que, tras la profanación del Corán, un guardia entró en su celda. Llevaba un escudo. Me empujó con él. No recuerdo nada más', dijo, hablando con lengua pesada".

Aunque se recuperó lo suficiente como para escribir cartas a su familia y recibió ayuda de fisioterapeutas, al-Harbi no salió de Guantánamo hasta julio de 2005, y sigue "parcialmente paralizado" y confinado a una silla de ruedas. Retomando su historia tras su regreso a Arabia Saudí, el perfil de Asharq al-Awsat, de Turki al-Saheil, se centra en los programas de rehabilitación establecidos por el gobierno saudí para "levantar el ánimo [de los ex detenidos] y reintegrarlos de nuevo en la sociedad". Al-Saheil señala que al-Harbi, que "hasta hace poco había estado recibiendo tratamiento en un hospital de Medina [...] necesitaba más tiempo debido a la incapacidad que sufrió mientras estuvo dentro del centro de detención estadounidense", pero añade que "ha conseguido superar sus sentimientos de desesperación" y, con la bendición del Ministerio del Interior saudí, se casó el mes pasado con una mujer saudí, "a la que considera lo más hermoso de su vida".

Aunque se trata claramente de un resultado feliz para al-Harbi, a quien se le pagan 3.000 riyales saudíes al mes [aproximadamente 800 dólares] "como ayuda hasta que se recupere totalmente", el artículo de al-Saheil, al igual que un artículo anterior sobre el detenido liberado Sa'ad al-Bidna, es bastante vago sobre las limitaciones impuestas a los detenidos liberados en términos de vigilancia y restricciones de su libertad, aunque no cabe duda de que los programas de rehabilitación están diseñados principalmente para reintegrar a los ex detenidos en la sociedad, a través de una forma de "reprogramación", en el caso de los ex yihadistas, y luego a través de medios más directos -incluida la reincorporación a sus antiguos puestos de trabajo- tanto en el caso de los ex reclutas talibanes como en el de los muchos hombres que estuvieron en Afganistán como cooperantes humanitarios o misioneros. Curiosamente, esta última categoría de ex detenidos sólo se menciona de pasada en el artículo, en la siguiente frase, más bien en blanco: "Los hechos demuestran que una parte de los que regresaron del centro de Guantánamo no estaban implicados en movimientos armados en zonas de conflicto".

Para los de la primera categoría, al-Saheil explica que, tras una investigación inicial, "la filosofía del Ministerio del Interior al tratar con los retornados de Guantánamo depende de varios factores principales, el más importante de los cuales es reformarlos intelectualmente", un proceso del que "se encargan varios especialistas religiosos que aplican un programa especialmente preparado para este fin", y añade que durante este proceso el ministerio también les proporciona escolarización, "la oportunidad de vivir fuera de la prisión" y la participación en "diferentes programas sociales". Como resultado, se nos dice que "el ministerio no ha sido testigo de ninguna señal negativa por parte de los ciudadanos que regresan del centro de detención y a los que ha liberado recientemente tras completar los programas de rehabilitación que pretenden restaurar su bienestar psicológico, social y religioso y reintegrarlos de nuevo en la sociedad."

Aunque éste no es un panorama completo ni mucho menos, queda por ver si alguna vez se permitirá a alguno de los ex detenidos saudíes hablar libremente sobre sus experiencias, y si alguna vez se explicará adecuadamente la causa de las lesiones de Mishal al-Harbi. Mientras tanto, los artículos de Faiza Saleh Ambah y Turki al-Saheil, dos de los pocos reportajes en lengua inglesa que tratan sobre los detenidos saudíes devueltos, son algunos de los únicos atisbos que probablemente se nos concedan de las vidas de los 72 detenidos saudíes que han sido liberados de Guantánamo.

Nota: Durante su detención, las autoridades estadounidenses se refirieron a al-Harbi como Mishal Alhabiri.


 

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