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Crítica de cine: Procedimiento operativo estándar

23 de julio de 2008
Andy Worthington


El domingo 13 de julio, tuve el placer de participar en una mesa redonda, tras un preestreno especial en el Curzon Cinema de Shaftesbury Avenue, de Standard Operating Procedure, un documental sobre el escándalo de Abu Ghraib del aclamado cineasta Errol Morris. El acto fue organizado por el Frontline Club, un excelente club de periodistas (y restaurante) de Paddington, que celebra actos con regularidad, la mayoría sobre temas de "primera línea" que no reciben suficiente cobertura en los medios de comunicación dominantes.

La película de Morris se centra, concretamente, en los soldados de la Policía Militar que trabajaban en el "sitio duro" de la prisión -los niveles 1A y 1B de la antigua prisión de tortura de Sadam Husein-, donde se recluía a los supuestos prisioneros de "alto valor", aunque en ésta, como en cualquier otra faceta de la "Guerra contra el Terror", la "inteligencia" que había conducido a su captura no era necesariamente fiable.

Los soldados -ninguno de los cuales recibió formación específica como guardias de prisiones en tiempo de guerra- recibieron instrucciones no sólo de custodiar a los prisioneros, sino también de subordinar sus funciones a las exigencias de la Inteligencia Militar y de los representantes visitantes de la CIA, "ablandando" a los prisioneros para los interrogatorios. El resultado irónico, por supuesto, fue un régimen de abusos que hizo más que casi cualquier otra cosa para manchar el nombre de los ocupantes estadounidenses en Irak.

Además de presentar entrevistas con profundidad con muchos de los soldados que posteriormente fueron acusados y encarcelados por los malos tratos infligidos a los prisioneros en Abu Ghraib, que los humaniza (aunque no siempre de forma halagadora), la película también se centra en las "pruebas" que condujeron a sus condenas: las tristemente célebres fotos tomadas por tres de los soldados, que han sido las imágenes más terriblemente icónicas de la "Guerra contra el Terror" desde que fueron difundidas por primera vez por la CBS en abril de 2004.

El gran logro de Morris es examinar las historias que se esconden tras las fotos hablando con los implicados, y lo que descubrió no sólo propulsa al espectador a los claustrofóbicos horrores de Abu Ghraib, sino que también permite a los participantes en ese horror explicar cómo surgieron las fotos y qué retratan en realidad.

Concebidas, en algunos casos, como "pruebas" de lo que se exigía o animaba a hacer a los soldados, las fotos son, sin duda, una crónica de los malos tratos infligidos a los prisioneros -la famosa pirámide humana de prisioneros desnudos, por ejemplo, a la que siguió una enfermiza sesión en la que se obligaba a los prisioneros a masturbarse-, aunque otras fotos, que parecen captar otras formas de maltrato creativo, en realidad registran los intentos de los guardias de sujetar a algunos de los muchos prisioneros violentos con graves problemas de salud mental que fueron puestos a su cuidado.


La película también revela que algunas de las fotos más notorias -el hombre encapuchado, por ejemplo, de pie sobre una caja en una pose que recuerda a la Crucifixión, con cables colgando de sus dedos- se puso en esa posición en parte para beneficio de las cámaras, y en parte como un intento fallido de "ablandarlo" para el interrogatorio, como era necesario. Los soldados revelan que los cables no estaban electrificados, y también explican que el prisionero en cuestión -un hombre llamado Abdou Hussain Saad Faleh (aunque no se le nombra en la película, y ha habido confusión sobre su identidad)- pronto se descubrió que era uno de los muchos prisioneros capturados por error. Afirman que posteriormente pasó a formar parte de un equipo de presos, de confianza de los guardias, a los que se permitía regularmente salir de sus celdas para ayudar en la limpieza de los bloques de celdas.

El efecto de todas estas explicaciones es, francamente, desconcertante. Por un lado, se anima al espectador a cuestionar sus suposiciones sobre fotos que parecen mostrar abusos sádicos cuando aparentemente no era así, pero por otro lado algunos de estos abusos eran demasiado reales. Creo que donde falla la película es en su falta de voluntad para seguir recordando a los espectadores que, aunque el sadismo formaba parte de al menos algunos de los planteamientos de los guardias respecto a su trabajo, su comportamiento sólo era posible porque los responsables de definir los parámetros de su misión -en los niveles más altos del gobierno- habían hecho trizas las Convenciones de Ginebra, las normas que prohíben la violencia física o la tortura en el Manual de Campo del Ejército, y la Convención de la ONU contra la Tortura, de la que Estados Unidos es signatario.

Aunque a menudo brutales, los guardias no eran simplemente, como los describió el Presidente, "unas pocas manzanas podridas", y los abusos tampoco eran el resultado de "Animal House en el turno de noche", como lo describió el ex secretario de Defensa James R. Schlesinger en un informe sobre los abusos que no buscó explicaciones en la cadena de mando. Sus acciones fueron, por el contrario, el resultado directo de decir a los soldados, que están entrenados para seguir órdenes y observar las Convenciones de Ginebra, que las Convenciones ya no se aplican, que sus órdenes son permitirse comportamientos que antes se consideraban ilegales y que, además, deben usar su imaginación para encontrar nuevas formas de permitirse comportamientos que antes se consideraban ilegales. No se trata de excusar sus crímenes ni de desviar la atención de la forma en que fueron corrompidos en su misión (al estilo de El señor de las moscas o, quizás más exactamente, el Experimento de la Prisión de Stanford), sino de recordar a los mayores villanos de todos: la Casa Blanca y el Pentágono.

Tras la proyección de la película, Richard Watson, del programa Newsnight de la BBC, moderó la mesa redonda, en la que Tom Porteous, Director para el Reino Unido de Human Rights Watch, Leanne Macmillan, Directora de Política y Asuntos Exteriores de la Fundación Médica para la Atención a las Víctimas de la Tortura, y yo mismo, como autor de The Guantánamo Files y representante de la organización benéfica de acción legal Reprieve, respondimos a las preguntas de un público claramente interesado en las cuestiones planteadas en la película de Morris. También respondimos a otras preguntas del propio Richard Watson, quien, a falta de alguien dispuesto a defender los argumentos del gobierno estadounidense en favor del abandono de los Convenios de Ginebra y la autorización del uso de la tortura, hizo de abogado del diablo al más puro estilo de la BBC.

Las preguntas se centraron en gran medida en la tortura: cómo se define, qué medidas adoptó la administración estadounidense para redefinir la tortura (como la imposición de un dolor que "debe ser equivalente en intensidad al dolor que acompaña a una lesión física grave, como la insuficiencia orgánica, el deterioro de las funciones corporales o incluso la muerte") y por qué es moralmente corrosiva y contraproducente como método para recabar información fiable. Las preguntas también incluyeron un interesante desvío hacia el escándalo Baha Mousa, en el que soldados británicos asesinaron a un trabajador de un hotel bajo su custodia, anulando las prohibiciones contra la tortura y los abusos en el ejército británico, y demostrando, al parecer, que firmar como aliado de Estados Unidos en la "Guerra contra el Terror" también implicaba firmar todo el sórdido paquete de derogación de las Convenciones de Ginebra, y la resucitación de la tortura.

Sin embargo, aunque fascinantes en sí mismas, las líneas de interrogatorio también pusieron de manifiesto los puntos débiles de la película, como ya se ha mencionado. Más allá de las insinuaciones dejadas por diversos protagonistas del escándalo, la película se niega a centrarse en los abusos en un contexto más amplio; en otras palabras, a explicar claramente cómo los impulsores de la política de detención e interrogatorios posterior al 11-S -en particular, el vicepresidente Dick Cheney, su asesor jurídico David Addington, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld y el presidente Bush- habían excluido deliberadamente a los prisioneros de la protección de los Convenios de Ginebra mediante una serie de memorandos secretos, habían aprobado el uso de la tortura, habían importado específicamente a Abu Ghraib técnicas de interrogatorio severas -o la falta de restricciones a las técnicas de interrogatorio severas- desde Guantánamo y desde la prisión estadounidense de la base aérea de Bagram, en Afganistán, y, además, habían concedido una libertad aparentemente ilimitada a la CIA y a otras agencias para comportarse como quisieran.


En la película, los soldados describen cómo los irresponsables agentes de la CIA traían a "prisioneros fantasma", de los que nunca se rendía cuentas, y algunas de las escenas más impactantes de la película se refieren al "prisionero fantasma" Manadel al-Jamadi, que murió mientras estaba bajo custodia de la CIA y luego fue empaquetado en hielo y almacenado en una celda del bloque, mientras la agencia y los responsables de las operaciones militares resolvían cómo deshacerse del cadáver. Como una especie de ejercicio forense, una de las soldados tomó fotos del cadáver, acciones por las que posteriormente fue acusada. Es significativo que los cargos se retiraran cuando las autoridades se dieron cuenta de que perseguirlos haría que el asesinato -y las acciones de la CIA- salieran a la luz. Hasta la fecha, sin embargo, aunque la fotógrafa fue condenada por conspiración, incumplimiento del deber y crueldad y malos tratos en relación con el resto de sus acciones mientras estaba de servicio en Abu Ghraib, nadie de la CIA ha sido acusado en relación con el asesinato. En una detallada investigación para el New Yorker, Jane Mayer llegó a la conclusión de que era posible que, "según las directrices secretas de interrogatorio de la Administración Bush, el asesinato de Jamadi no hubiera infringido ninguna ley".

En conclusión, puede que fuera necesario dejar de lado el panorama general para crear la atmósfera claustrofóbica que define el Procedimiento Operativo Estándar. Detrás de los gráficos de gran presupuesto y de las maravillas técnicas que puntúan la película -en la que los patrocinadores, Sony, parecen perversamente encantados de que Morris se centre en las cámaras Sony que se utilizaron para hacer las fotos-, el espectador se ve atrapado en Abu Ghraib con poco en lo que centrarse más allá de los abusos, las fotos y los soldados que las hicieron. Funciona bien como una pieza de cámara sórdida y angustiosa, pero me decepcionaría mucho que los espectadores salieran del cine sin ser conscientes de los titiriteros que organizaron todo el experimento maligno en primer lugar, y que nunca han tenido que rendir cuentas.


 

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