worldcantwait.org
ESPAÑOL

Español
English-LA
National World Can't Wait

Pancartas, volantes

Temas

Se alzan las voces

Noticias e infamias

De los organizadores

Sobre nosotros

Declaración
de
misión

21 de agosto de 2015

El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.




Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


Invitación a traducir al español
(Nuevo)
03-15-11

"¿Por qué hacer una donación a El Mundo No Puede Esperar?"

"Lo que la gente esta diciendo sobre El Mundo No Puede Esperar


Gira:
¡NO SOMOS TUS SOLDADOS!


Leer más....


El corazón oscuro de los juicios de Guantánamo

01 de octubre de 2008
Andy Worthington

Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 09 de octubre de 2023


Andy Worthington, autor de The Guantánamo Files (Los archivos de Guantánamo), examina los inquietantes acontecimientos recientes en el sistema de juicios de la Comisión Militar de Guantánamo, y rastrea una cadena de mando que va desde la supuestamente imparcial "Autoridad Convocante" de las Comisiones hasta la Oficina del Vicepresidente.

Dimisión de un fiscal

El 24 de septiembre, el coronel Lawrence Morris, fiscal jefe del sistema de juicios de la Comisión Militar de Guantánamo, anunció que el teniente coronel Darrel Vandeveld, fiscal del caso de Mohamed Jawad (afgano -y adolescente en el momento de su captura- acusado de arrojar una granada contra un jeep en el que viajaban dos soldados estadounidenses y un traductor afgano), había solicitado abandonar su puesto antes de que expirara su contrato de un año.

Aunque el coronel Morris intentó explicar que el teniente coronel Vandeveld se marchaba "por motivos personales", las verdaderas razones se explicaron en una declaración emitida por Vandeveld (PDF), en la que expresaba su frustración y decepción por el hecho de que "no se hubieran facilitado pruebas potencialmente exculpatorias" al equipo de defensa de Jawad:

    Mis dudas éticas sobre la posibilidad de seguir ejerciendo como fiscal se refieren principalmente a los procedimientos para proporcionar pruebas a los abogados defensores. Estoy muy preocupado, hasta el punto de que creo que no puedo seguir ejerciendo como fiscal en las Comisiones, por el "procedimiento" poco riguroso e incierto para facilitar la presentación de pruebas a los abogados de la defensa. Uno habría pensado... seis años después de que las Comisiones tuvieran un comienzo irregular, que se habría creado una oficina jurídica que funcionara y que los procedimientos y las políticas no sólo se habrían puesto en marcha, sino que se habrían perfeccionado.

    En lugar de eso, lo que encontré, y lo que sigo encontrando, es que la información, incluso en los casos más sencillos, es incompleta o poco fiable. Por poner sólo un ejemplo, en el caso Jawad, en el que ninguna agencia de inteligencia tuvo una participación significativa, ayer mismo descubrí que algo tan básico como las notas de los interrogatorios de los agentes se habían introducido en una base de datos a la que no tengo acceso personal... Estos y otros ejemplos, demasiado numerosos para enumerarlos, no sólo son terribles, sino que privan al acusado de las garantías procesales básicas y exponen al fiscal bienintencionado a acusaciones de falta de ética.

Vandeveld también declaró: "Mi visión del caso ha evolucionado con el tiempo", y procedió a explicar cómo había llegado a sospechar que Jawad, que siempre ha negado haber lanzado la granada, fue engañado para unirse a un grupo militante y fue drogado antes del ataque. Michael Berrigan, jefe adjunto de la defensa de la Comisión, añadió que los fiscales también sabían que el Ministerio del Interior afgano había dicho que otros dos hombres habían confesado el mismo delito, aunque Vandeveld no lo mencionó en su declaración.

Vandeveld añadió: "Basándome en mi visión del caso, he abogado por un acuerdo previo al juicio en virtud del cual el Sr. Jawad cumpliría algún periodo adicional relativamente breve bajo custodia mientras recibe servicios de rehabilitación y habilidades que le permitan reintegrarse en la sociedad afgana o pakistaní". Sin embargo, sus mandos lo rechazaron. Y continuó: "Una de mis motivaciones para buscar una resolución razonable del caso es que, como menor en el momento de la captura, Jawad debería haber sido separado de los detenidos adultos, y debería haberse hecho algún intento serio de rehabilitarlo. Me molesta que esto no se haya hecho".

El 26 de octubre, mientras el abogado defensor de Jawad, el mayor David Frakt, pedía que se desestimara el caso por "falta grave del gobierno", el teniente coronel Vandeveld testificó a favor de la defensa por videoconferencia desde Washington D.C., explicando, como lo describió Associated Press, que "el asediado sistema de tribunales militares puede no ser capaz de hacer justicia ni a Jawad ni a las víctimas". "No les sirve que alguien que puede ser inocente sea condenado por el delito", dijo Vandeveld, reiterando que, incluso después de seis años, "es imposible que alguien en buena conciencia se levante y diga que se le han proporcionado todos los datos de un caso".

Explicando más de sus razones para dejar su trabajo, Vandeveld dijo al tribunal que "llegó a un punto de inflexión" cuando se topó con "pruebas clave entre el material disperso por toda la fiscalía". En otro expediente del caso, dijo que "vio por primera vez una declaración que Jawad hizo a un investigador militar que investigaba los abusos a prisioneros en Afganistán", y la describió como "un episodio que le ayudó a pasar de ser un 'verdadero creyente a alguien que se sentía realmente engañado'". Añadió que "incluso había desarrollado simpatía" por Jawad. "Mis puntos de vista cambiaron", dijo. "Soy padre, y no es un ejercicio de autocompasión preguntarse cómo te sentirías si trataran así a tu propio hijo".

La marcha del teniente coronel Vandeveld -y sus motivos para marcharse- suponen otro duro golpe para la credibilidad de las Comisiones Militares, creadas por el vicepresidente Dick Cheney y sus asesores cercanos en noviembre de 2001. En junio de 2006, fueron declaradas ilegales por el Corte Supremo de EE.UU., y aunque el Congreso las resucitó ese mismo año en la muy criticada Ley de Comisiones Militares, nunca se han librado de las acusaciones de que son una parodia de la justicia, diseñadas para garantizar condenas a toda costa. Aun así, las profundas críticas del teniente coronel Vandeveld a un sistema que encarcela a menores en lugar de rehabilitarlos, y que suprime pruebas relevantes para la defensa, son sólo parte de una narración mucho más oscura que se ha venido desarrollando durante los últimos 18 meses.

El papel del General de Brigada Hartmann


Desde esta perspectiva, un acontecimiento aún más significativo fue el anuncio del Pentágono, el 19 de septiembre, de que el general de brigada Thomas Hartmann había sido destituido de su cargo de asesor jurídico de la Autoridad Convocante que supervisa el proceso de la Comisión, que, como explicó recientemente el Washington Post, es "una oficina del Pentágono que debe ejercer un papel neutral en las comisiones, supervisando pero no dictando el trabajo de los fiscales y asignando recursos tanto a la acusación como a la defensa".

Hartmann, un reservista cuyo trabajo civil es el de consejero jefe de la empresa Mxenergy Holdings Inc. con sede en Connecticut, se convirtió en asesor jurídico de la Autoridad Convocante en julio de 2007, y también se le exigió que "ejerciera un papel neutral". Según las normas establecidas para las Comisiones, debía "proporcionar asesoramiento imparcial" a la Autoridad Convocante (la juez retirada Susan Crawford), y también debía "hacer una valoración independiente e informada de los cargos y las pruebas", para ayudar a Crawford a "decidir si los cargos propuestos por los fiscales son suficientes para ir a juicio."

Sin embargo, las quejas surgieron casi tan pronto como Hartmann fue nombrado. Apenas dos meses después de que asumiera el cargo, el Wall Street Journal reveló que el coronel Morris Davis, fiscal jefe de la Comisión, había presentado una queja formal alegando que "se había extralimitado en sus funciones al interferir directamente en los casos". En una carta, Davis sugería que tanto él como Hartmann deberían dimitir "por el bien del proceso", y añadía: "Si él cree en las comisiones militares tan firmemente como yo, hagamos lo correcto y marchémonos los dos antes de hacer más daño."

Los funcionarios que hablaron con Jess Bravin, del Journal, dejaron claro que el coronel Davis no era el único que se quejaba. Un abogado cercano al proceso explicó que, aunque Hartmann se había quejado de que, después de cuatro años, la fiscalía "seguía sin estar preparada para juzgar los casos" y se sentía frustrado por su enfoque de "no se puede", algunos de los fiscales le consideraban "'microgestionando' casos que no entiende del todo".

El general de brigada Hartmann salió indemne de las acusaciones del coronel Davis. De hecho, fue Davis el único que dimitió el 4 de octubre, y también se libró de la censura al mes siguiente, cuando, durante una vista previa al juicio de Omar Khadr (el canadiense que sólo tenía 15 años cuando fue capturado en julio de 2002), el equipo de defensa de Khadr anunció que acababan de ser informados de la existencia de un testigo ocular del principal delito del que se acusaba a Omar -la muerte de un soldado estadounidense en un ataque con granadas- cuyo testimonio podría exonerar a su cliente. Esto ya era extraordinario de por sí, pero lo que hizo que la historia resultara especialmente chocante fue la admisión del fiscal Jeff Groharing de que, tal y como lo describió Los Angeles Times, "el general de brigada Hartmann le había prohibido hablar del caso".

A Hartmann se le prohíben tres juicios

La suerte de Hartmann se acabó finalmente en mayo, cuando, después de que el coronel Davis volviera a presentar sus quejas en las audiencias previas al juicio de Salim Hamdan (un chofer de Osama bin Laden cuyo juicio tuvo lugar este verano), el juez del caso de Hamdan, Capt. Keith Allred, le descalificó para desempeñar cualquier papel en el juicio de Hamdan, dictaminando que estaba "demasiado estrechamente aliado con la acusación" y que "la atención nacional centrada en esta disputa ha puesto seriamente en entredicho la capacidad del asesor jurídico para seguir desempeñando sus funciones de forma neutral y objetiva." Allred añadió: "Decirle al fiscal jefe (y a otros fiscales) que ciertos tipos de casos serían juzgados y que otros no lo serían, debido a factores políticos tales como si captarían la imaginación del pueblo estadounidense, serían sexys o implicarían sangre en las manos de los acusados, sugiere que estaban en juego factores distintos de los relativos al fondo del caso."

En agosto, Hartmann fue excluido del juicio de Mohamed Jawad por las mismas razones. El abogado de Jawad, el mayor David Frakt, dijo al juez, el coronel Stephen Henley, que Hartmann "usurpó el papel de fiscal -en lugar de actuar desapasionadamente- y presionó para que se acusara a Jawad porque el caso implicaba derramamiento de sangre en el campo de batalla". Frakt también señaló que Hartmann "no había entregado documentos de la defensa" a Susan Crawford, a pesar de que estos documentos "esbozaban circunstancias atenuantes que podrían haber alterado su decisión de respaldar los cargos." También consiguió el testimonio de un aliado poco probable, el general de brigada Zanetti, comandante adjunto de la Fuerza de Tarea Conjunta de Guantánamo, quien declaró que la conducta de Hartmann era "abusiva, intimidatorio y poco profesional... en general", y describió su enfoque de las comisiones como "rociar y rezar. Acusar a todo el mundo. En marcha. Rápido, rápido, rápido".

Hace tres semanas, Hartman fue excluido por tercera vez, esta vez de cualquier revisión posterior al juicio en el caso de Omar Khadr. El juez, el coronel Patrick Parrish, había rechazado una petición de los abogados de Khadr para que se descalificara a Hartmann de participar en el juicio de Khadr, pero le prohibió revisarlo, en caso de condena, por las mismas razones que las descritas anteriormente.

Para agravar las críticas, el teniente coronel Vandeveld también arremetió contra Hartmann al anunciar su marcha de las Comisiones. Los Angeles Times habló con un funcionario del Pentágono, que explicó que "Vandeveld había defendido a Hartmann contra las acusaciones de influencia indebida en el caso Jawad en las últimas semanas, pero perdió", y Hartmann "había tomado represalias contra él, causando al fiscal angustia emocional e impulsándole a dimitir y hacer públicas sus preocupaciones."

La noticia de la marcha del general de brigada Hartmann fue telegrafiada hace tres semanas, a raíz de la sentencia sobre Khadr, cuando Charles "Cully" Stimson, ex subsecretario adjunto para asuntos de detenidos, dio un paso al frente para sugerir que, con arreglo a la filosofía de "tres strikes y estás fuera", Hartmann debería dimitir. Stimson explicó que estaba especialmente preocupado por las impugnaciones y apelaciones que frustraban el próximo juicio contra Khalid Sheikh Mohammed y sus cómplices en los atentados del 11-S, que Hartmann "ayudó a dirigir".

El extraordinario ascenso de Hartmann

Sin embargo, en lugar de perder su puesto, el general de brigada Hartmann fue ascendido a un nuevo cargo, el de Director de Operaciones, Planificación y Desarrollo de las Comisiones, responsable, según Associated Press, de "actividades tales como la contratación de docenas de abogados y auxiliares jurídicos y la garantía de que existan recursos adecuados para la ingente empresa jurídica". Su adjunto, el coronel retirado del ejército Michael Chapman, asumió las funciones de asesor jurídico.

En el Miami Herald, Carol Rosenberg se dio cuenta astutamente de que el Pentágono había esperado enterrar la noticia de la reasignación de Hartmann. Explicando que el anuncio "ponía fin a semanas de especulaciones sobre el destino de Hartmann con poca fanfarria", señalaba que se había hecho público "el viernes por la tarde, una hora considerada en los círculos de Washington como el momento en que el Departamento de Defensa se deshace de asuntos incómodos". Esto era cierto, pero pronto quedó claro que lo especialmente "incómodo" del "asunto" no era la destitución de Hartmann como asesor jurídico, sino la importancia de su ascenso efectivo a un nuevo puesto.

Aunque Associated Press informó de que el nuevo puesto "aleja a Hartmann de la supervisión directa de la fiscalía", otros observadores no estaban convencidos. El Washington Post informó de que Human Rights Watch había declarado que "en lugar de intentar limpiar la casa, el Pentágono ha trasladado ahora a un hombre acusado de intimidar a los fiscales para que lleven los casos a juicio y de desestimar las preocupaciones sobre las pruebas contaminadas por la tortura a un puesto de coordinación de todos los asuntos relacionados con las comisiones."


Además, el coronel Davis comparó la reasignación con la del ex primer ministro ruso y su protegido recién ascendido, diciendo: "Elevar a su adjunto y dejarlo en el proceso, me temo, será como la relación Vladimir Putin-Dmitry Medvedev, en la que hay dudas reales sobre quién mueve los hilos". En declaraciones a AP, Davis fue aún más tajante y comparó a Hartmann con un "cáncer" que había infectado todo el proceso de la Comisión. "La única forma de garantizar que el cáncer no haga daño", dijo, "es sacarlo del cuerpo".

Notablemente, el propio Hartmann confirmó que su reasignación era cualquier cosa menos un castigo. "Siento que es una elevación, un ascenso, porque reconoce... el crecimiento exponencial de las comisiones", según la AP, y en el Washington Post afirmó que, aunque "las recientes sentencias judiciales le obligaron a él y a otros en el Pentágono a reflexionar sobre su papel", la razón de su nuevo destino fue que "él y sus superiores pensaron que la 'mejor manera de dirigir el sistema era asumir este puesto de liderazgo de mayor rango".

Hartmann siguió alardeando en declaraciones al Miami Herald. Comparando su nuevo trabajo con el de un "director general en una sede corporativa con 250 empleados", y añadiendo que "no tenía un presupuesto fijo", declaró que su mayor reto era "mantener el proceso en marcha, realmente intenso". Y añadió: "Todo el mundo tiene que empezar a ver más juicios. Quiero que esas salas estén tan llenas como sea posible, seis días a la semana".

Si bien esto es poco menos que despreciable, dada la condena de la parcialidad de Hartmann a favor de la acusación por parte de tres jueces nombrados por el gobierno, lo que nadie ha hecho todavía en las últimas dos semanas es mirar entre bastidores para ver lo que la reasignación de Hartmann revela sobre toda la estructura de mando de las Comisiones Militares. Y cuando esto se analiza en detalle, Hartmann parece, sorprendentemente, ser poco más que una marioneta (aunque dispuesta y trabajadora), cuya reasignación es una recompensa para evitar que sea un sacrificio, que le fue otorgada por sus amos -en el Pentágono, y en la Oficina del Vicepresidente- que no tienen ningún interés en establecer un proceso justo o equitativo en Guantánamo.

¿Quién mueve los hilos?

Para entender esta historia tenemos que remontarnos, más allá del nombramiento de Hartmann, a febrero de 2007, cuando Susan Crawford fue nombrada Autoridad Convocante de la Comisión. En un revelador artículo publicado en Harper's Magazine el pasado mes de febrero, Scott Horton examinó el origen del "cáncer" al que se refería el coronel Davis, y lo remontó a un acuerdo de culpabilidad alcanzado, por motivos políticos, en el primer juicio ante una Comisión Militar que se celebró: el del australiano David Hicks, que admitió haber proporcionado apoyo material al terrorismo en marzo de 2007, a cambio de una condena de nueve meses que debía cumplir en Australia.


Lo que ocurrió, según se supo más tarde, fue que el primer ministro australiano, John Howard, que aspiraba a la reelección, había tenido problemas en las encuestas, en parte porque la situación de Hicks, hasta entonces ignorada, se había convertido en una patata caliente política. Dick Cheney, deseoso de ayudar a uno de sus pocos aliados firmes en la "Guerra contra el Terror", hizo una rápida visita a Howard y, al regresar a su país, nombró a una nueva Autoridad Convocante para las Comisiones Militares, la juez retirada Susan J. Crawford, que, como dijo Horace, se había convertido en la primera persona en ser juzgada. Crawford, que, como señaló Horton, era "una protegida de Cheney" y, además, "especialmente cercana al jefe de gabinete de Cheney, David Addington", el principal arquitecto no sólo de las Comisiones, sino también de la mayor parte de la huida de la administración de las Convenciones de Ginebra y la Convención de la ONU contra la Tortura después del 11-S.

Con Crawford en el puesto -y la ayuda de William J. Haynes II, Consejero General del Pentágono, que era "conocido por sus estrechas relaciones con la Oficina del Vicepresidente"- se negoció un acuerdo con los abogados de Hicks, y la marginación del coronel Davis comenzó en serio.

Cuando el juicio de Hicks se puso en marcha, el coronel Davis "pronunció con confianza un mordaz alegato inicial en el que prometía presentar a Hicks como una figura sanguinaria que había traicionado a su patria y se había pasado a la violencia 'islámica'", como lo describió Scott Horton. Se sintió humillado y consternado cuando se reveló el acuerdo de culpabilidad, ya que ni él ni ninguno de los otros fiscales habían sido informados del acuerdo alcanzado por Cheney, Addington, Crawford y Haynes.

Esto, por supuesto, explica por qué, aunque el coronel Davis mantuvo un digno silencio en su momento, su crispada paciencia empezó a deshacerse en julio, cuando el general de brigada Hartman asumió su nuevo papel de asesor jurídico de Susan Crawford. Hartmann se hizo cargo de la fiscalía mientras Davis estaba ausente, recuperándose de una intervención quirúrgica, y procedió a aprovechar la ausencia de Davis para agitar las cosas como él -y sus amos- consideraron oportuno.

La fecha más significativa, sin embargo, es la del 3 de octubre, el día anterior a la dimisión del coronel Davis, ya que fue entonces, como lo describió Scott Horton, cuando Haynes "elaboró y consiguió la firma del vicesecretario de Defensa Gordon England en dos documentos", que sellaron un cambio significativo en la estructura de mando de las Comisiones. El primero establecía que Hartmann dependería de Paul Ney, Consejero General Adjunto (Asesor Jurídico) del Departamento de Defensa, quien a su vez dependía de Haynes, y el segundo situaba al coronel Davis en la cadena de mando bajo las órdenes de Hartmann. Este segundo memorando, como explicó Horton, "era especialmente necesario como ajuste a posteriori para encubrir la manipulación del caso Hicks por parte de Haynes, estableciendo una justificación de la cadena de mando para su intervención para dirigir la resolución del caso mediante un acuerdo de culpabilidad."

El ex fiscal jefe se convierte

Esta fue, pues, la razón concreta por la que, en un polémico artículo de opinión publicado en Los Angeles Times dos meses después de su dimisión, el coronel Davis declaró: "Fui fiscal jefe de las comisiones militares de Guantánamo (Cuba) hasta el 4 de octubre, día en que llegué a la conclusión de que con el sistema actual no era posible celebrar juicios completos, justos y abiertos. Ese día dimití porque consideré que el sistema se había politizado profundamente y que ya no podía hacer mi trabajo con eficacia ni responsabilidad."

Aunque el coronel Davis se mostró crítico con el general de brigada Hartmann, explicó que el desencadenante concreto de su decisión fue el memorando descrito anteriormente, en el que se le informaba de que había sido colocado en una cadena de mando a las órdenes de Haynes. Afirmando que dimitió "pocas horas después" de ser informado de ello, mencionó que "Haynes fue un controvertido candidato a un nombramiento vitalicio para el Tribunal de Apelación del 4º Circuito de EE.UU., pero su candidatura murió en enero de 2007, en parte debido a su papel en la autorización del uso de las agresivas técnicas de interrogatorio que algunos llaman tortura". Y añadió: "Yo había dado instrucciones a los fiscales en septiembre de 2005 [poco después de asumir el cargo] de que no ofreceríamos ninguna prueba derivada del submarino, una de las técnicas agresivas de interrogatorio que la administración ha sancionado.


Haynes, por supuesto, no sólo participó en la aprobación de las "técnicas de interrogatorio mejoradas" para su uso en Guantánamo; también ayudó a desarrollar el concepto de retener a prisioneros como "combatientes enemigos" sin cargos ni juicio, y sin las protecciones de los Convenios de Ginebra, y desempeñó un papel en el proceso que llevó a retener a un ciudadano estadounidense, Jose Padilla, como "combatiente enemigo" en territorio continental de Estados Unidos.

El coronel Davis también criticó el papel desempeñado no sólo por Hartmann y Haynes, sino también por Susan Crawford, y se mostró consternado por lo que describió como el deseo de Hartmann y Crawford de celebrar juicios "a puerta cerrada". "La transparencia es fundamental", escribió, añadiendo que era "absolutamente crítico para la legitimidad de las comisiones militares que se lleven a cabo en una atmósfera de honestidad e imparcialidad", y señalando que "incluso el juicio más perfecto de la historia será visto con escepticismo si se lleva a cabo a puerta cerrada."

Davis también dirigió un ataque específico a Susan Crawford, explicando que "la designada política conocida como la 'autoridad convocante' -un título sin equivalente en los tribunales civiles- no estaba cumpliendo con esa obligación." Según su descripción, Crawford, a diferencia de su predecesor, el general de división John Altenburg, cuyo personal había "mantenido las distancias con la fiscalía para preservar su imparcialidad", se había extralimitado en sus funciones administrativas y "tenía a su personal evaluando las pruebas antes de la presentación de los cargos, dirigiendo la preparación de los casos por parte de la fiscalía antes del juicio (que comenzó mientras yo estaba de baja médica), redactando los cargos contra los acusados y asignando fiscales a los casos". Continuó: "Entremezclar las funciones de autoridad convocante y fiscal perpetúa la percepción de un proceso amañado y en contra de los acusados".

En este primer y ponderado arrebato, el coronel Davis expuso, con admirable claridad, una contaminada cadena de mando -indiferente al uso de la tortura por parte de las fuerzas estadounidenses, dedicada a utilizar el fruto envenenado de esa tortura en los juicios de Guantánamo y comprometida, esencialmente, a llevar a cabo "un proceso amañado en contra de los acusados"- que conducía de Hartmann a Crawford y Haynes, y de ahí a Dick Cheney y David Addington.

"Sin absoluciones"

Y si se necesitaban más pruebas de que Haynes era el vínculo que conectaba a la supuestamente imparcial Autoridad Convocante y a su asesor jurídico del ferozmente parcial Vicepresidente y su jefe de gabinete, éstas llegaron en febrero de este año, cuando el coronel Davis contó a Ross Tuttle, de Nation, una conversación que mantuvo con Haynes en agosto de 2005.

    "[Haynes] dijo que estos juicios serán el Nuremberg de nuestro tiempo", recordó Davis, refiriéndose a los tribunales nazis de 1945, considerados el modelo de los derechos procesales en el enjuiciamiento de crímenes de guerra. En respuesta, Davis dijo que había observado que en Nuremberg se habían producido algunas absoluciones, lo que había dado gran credibilidad a los procedimientos.

    "Le dije que si nos quedábamos cortos y había algunas absoluciones en nuestros casos, al menos validaría el proceso", continuó Davis. "En ese momento, los ojos [de Haynes] se abrieron de par en par y dijo: 'Un momento, no podemos tener absoluciones. Si hemos estado reteniendo a estos tipos durante tanto tiempo, ¿cómo podemos explicar que salgan libres? No puede haber absoluciones. Tenemos que tener condenas'".

Aunque Haynes anunció su repentina jubilación poco después de que se revelara su conversación con el coronel Davis, su lugar como intermediario entre la Oficina de Comisiones Militares y la Oficina del Vicepresidente ha sido ocupado sin problemas por el Consejero General en funciones del Pentágono, Daniel Dell'Orto.


Dell'Orto, un "funcionario de carrera del Pentágono", como lo describió Philippe Sands en Vanity Fair, había acompañado a Haynes y al entonces Asesor Jurídico de la Casa Blanca, Alberto Gonzales, cuando presentaron a los medios de comunicación una justificación cuidadosamente calibrada de las acciones de la administración a raíz del escándalo de Abu Ghraib en junio de 2004, y en julio de 2006, después de que el Corte Supremo declarara ilegal la primera encarnación de las Comisiones (en Hamdan v.Rumsfeld), dijo a los medios de comunicación que las Comisiones Militares eran ilegales. Rumsfeld), declaró ante el Comité Judicial del Senado que las Comisiones eran "una herramienta indispensable para impartir justicia en las circunstancias caóticas e irregulares de los conflictos armados". Ignorando el hecho de que a los prisioneros capturados en tiempo de guerra se les deben conceder las protecciones de las Convenciones de Ginebra, también afirmó: "Impediría en gran medida la recopilación de información de inteligencia esencial para el esfuerzo bélico decir a los detenidos antes del interrogatorio que tienen derecho a asistencia letrada, que no necesitan responder a las preguntas y que sus respuestas pueden ser utilizadas en su contra en un juicio penal."

El corazón oscuro

Sin embargo, lo que me parece especialmente fascinante es la forma en que Susan Crawford se ha visto, hasta la fecha, protegida de las acusaciones de incorrección por las actividades del general de brigada Hartmann. Agradezco a Scott Horton no sólo que haya echado por tierra las nociones de independencia de Crawford señalando sus estrechos vínculos con Dick Cheney y David Addington (izquierda), sino también que haya incluido una anécdota concreta que demuestra la solidez de su relación con el jefe de gabinete del Vicepresidente. "En un acto celebrado el año pasado con motivo de la jubilación de Crawford como juez de apelaciones militares", escribió Horton, "se desvivió por destacar la presencia de una sola persona, su amigo David Addington, y darle las gracias".

Además, un periodista, William Glaberson, planteó preguntas pertinentes sobre el papel de Crawford tras el juicio de Salim Hamdan este verano. "Había incógnitas", escribió Glaberson en el New York Times. "Una funcionaria del Pentágono, Susan J. Crawford, tiene un amplio poder sobre todo el proceso del tribunal, incluido el nombramiento de los oficiales militares elegibles para oír el caso. Su título, autoridad convocante, no tiene equivalente civil. Sus decisiones de conceder o denegar financiación para asuntos como los honorarios de los peritos de la defensa o el transporte de los abogados defensores no se explicaron durante el juicio. Nunca ha concedido una entrevista a un periodista".

El mentor de Crawford, David Addington, tampoco concede nunca entrevistas, pero es de esperar que el cínico ascenso del general de brigada Hartmann y la dimisión del teniente coronel Vandeveld pongan más de relieve el papel crucial que desempeñan en el proceso de la Comisión Susan Crawford, David Addington y Dick Cheney. Esto es de vital importancia, ya que la supresión deliberada de pruebas esenciales para la defensa parece ser endémica.

En el caso de Mohamed Jawad, esto se ha puesto de relieve dos veces: la primera en agosto, cuando el coronel Henley no sólo excluyó a Hartmann de participar en el caso de Jawad, sino que ordenó que se enviara "información potencialmente exculpatoria" a Susan Crawford, y el miércoles pasado por el teniente coronel Vandeveld, quien, como informó Los Angeles Times, "dijo que los fiscales militares ocultan habitualmente a la defensa pruebas exculpatorias en casos de terrorismo."

En agosto, Henley se negó a ordenar que se retiraran por completo los cargos contra Jawad y, en su lugar, hizo una petición para que Crawford revisara los cargos, indicando que le correspondía a ella decidir si "retirarlos o reducirlos", pero creo que este análisis de la cadena de mando de la Comisión, y la exposición de la imparcialidad espectral de Crawford, arroja serias dudas sobre la confianza que Henley depositó en Crawford, e indica que, siete semanas después de que Henley dictara su resolución, la Autoridad Convocante o bien no ha recibido la información exculpatoria, o bien ha optado por ignorarla.

Terminamos, por lo tanto, donde empezamos, con el teniente coronel Vandeveld y su valiente negativa a desempeñar su papel en un proceso amañado y unilateral que encarcelaría a un joven afgano de por vida suprimiendo pruebas inconvenientes, como el hecho de que puede no haber sido realmente responsable del presunto delito del que se le acusa. Lo que ocurra a continuación es una incógnita, pero es seguro que los abogados de otros presos que se enfrentan a juicios ante la Comisión Militar -Omar Khadr, por ejemplo, y el residente británico Binyam Mohamed, cuyos abogados llevaron recientemente su caso ante el Tribunal Superior británico en un intento de garantizar el acceso a pruebas exculpatorias- harán todo lo posible para asegurarse de que persiguen a los responsables de amañar el sistema hasta el final de la cadena de mando.


 

¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.

 

¡El mundo no puede esperar!

E-mail: espagnol@worldcantwait.net