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Dos afganos liberados de Guantánamo: un granjero y un adolescente

07 de septiembre de 2008
Andy Worthington


Cabría pensar que, con más de 500 presos liberados de Guantánamo, los 263 restantes podrían ajustarse, de un modo u otro, a la descripción que la administración viene haciendo desde hace tiempo de ellos como los "peores de los peores" terroristas.

Lamentablemente, para la credibilidad de la administración, está claro que no es así, como demuestran las historias de tres presos recientemente liberados. Ya he escrito sobre el primero de estos hombres: Mohammed Saad Iqbal Madni, ciudadano pakistaní y egipcio, que fue detenido en Indonesia y entregado a Egipto para ser torturado, basándose únicamente en un comentario que hizo a un grupo de islamistas que se habían hecho amigos suyos en Yakarta.

Además, las historias de los dos afganos liberados junto con Madni -aunque con algo menos de brutalidad- no justifican en absoluto las políticas de detención de Estados Unidos en la "Guerra contra el Terror". Por el contrario, sirven para confirmar, como ya he demostrado antes, tanto en mi libro The Guantánamo Files, como en varios artículos del año pasado (ejemplos aquí y aquí), que la base para apresar afganos y enviarlos a Guantánamo estaba mal concebida desde el principio y mal aplicada en la práctica.

Es fácil olvidar que, en lo que respecta al trato de los prisioneros capturados en tiempo de guerra, Afganistán fue el precursor de Irak, ya que la administración, ignorando todos los precedentes, amplió temerariamente la definición de terrorismo a prisioneros que fueron definidos como "combatientes enemigos" (o "detenidos por motivos de seguridad" en Irak), cuando deberían haber sido retenidos como Prisioneros de Guerra Enemigos, de acuerdo con los Convenios de Ginebra. En la práctica, esta inquietante política se vio socavada aún más por la ineptitud, ya que condujo al encarcelamiento de un gran número de hombres inocentes, que fueron traicionados por rivales oportunistas o por los propios aliados afganos de Estados Unidos, o capturados como resultado de una información de inteligencia lamentablemente deficiente, a veces mediante el acorralamiento indiscriminado de un gran número de posibles sospechosos.

En todos los casos, además, se sacrificó un sólido proceso de selección, que habría mitigado los peores efectos de lo anterior, a cambio de una beligerante insistencia, por parte de quienes dirigían las actividades militares de Estados Unidos, en que era innecesario. A diferencia de todas las guerras anteriores desde la Segunda Guerra Mundial, en las que se instituyeron tribunales en el campo de batalla (de conformidad con los Convenios de Ginebra) para que se pudiera llamar a testigos que identificaran a los capturados por error, en Afganistán no se promulgó ningún procedimiento de este tipo.

Chris Mackey, seudónimo de un interrogador militar que trabajó en las prisiones afganas de Kandahar y Bagram que se utilizaron para procesar a los prisioneros destinados a Guantánamo, escribió un libro sobre sus experiencias, The Interrogators, en el que explicaba que quienes decidían qué ocurriría con los prisioneros (en Camp Doha, Kuwait) estipularon que todos y cada uno de los árabes que acabaran bajo custodia estadounidense debían ser enviados a Guantánamo.

Mackey también dejó claro que, aunque se suponía que sólo los afganos con un "valor de inteligencia considerable" debían ser enviados a Guantánamo, no fue hasta junio de 2002, cuando ya se había trasladado a unos 600 detenidos, cuando los responsables sobre el terreno en Afganistán idearon una categoría de prisionero temporal, que podía ser retenido durante 14 días sin que se le asignara un número que entrara en el sistema supervisado en Kuwait. Era, según explicó, la única forma de poder ocuparse al menos de algunos de los muchos afganos inocentes que acababan bajo su custodia. Sin embargo, como demuestran las historias de los dos afganos que acaban de ser liberados, ni siquiera esto logró detener el flujo de afganos detenidos erróneamente que siguieron siendo enviados a Guantánamo hasta agosto de 2003.

El granjero

El 10 de febrero de 2003, víspera de Eid al-Adha (la Fiesta del Sacrificio, la más importante del calendario musulmán), el primero de estos hombres, Abdul Wahab, agricultor de 35 años del pueblo de Lejay, en la provincia de Helmand, viajaba en un taxi con otras seis personas cuando fue detenido por soldados estadounidenses. Según el relato de Abdul Wahab, viajaba para pagar una deuda de su hermano, que había pedido dinero prestado y había vendido unos burros para saldar la deuda.

Sin embargo, para los estadounidenses, que declararon que habían sido "vilmente atacados" el día anterior por una unidad guerrillera pro talibán de 40 hombres dirigida por Abdul Wahid, un señor de la guerra local, Abdul Wahab y al menos otros 70 hombres incautados en los alrededores de Lejay, eran sospechosos de haber formado parte del grupo de milicianos de Wahid. La mayoría fueron puestos en libertad, pero entre ocho y diez de los hombres -incluido Wahab- fueron trasladados en avión a Guantánamo, donde las autoridades estadounidenses afirmaron con toda seguridad, en su tribunal, que "sufría pérdida de audición cuando fue capturado, causada por el disparo de armas", que "declaró haber utilizado 'klash-n-krors' [kalashnikovs] contra personal estadounidense" y que "fue capturado en un puesto de control en el mismo tipo de vehículo y con la misma vestimenta que se vio salir del lugar de [una] emboscada contra las fuerzas estadounidenses".

En el caso de otro de los hombres, Abdul Bagi (liberado en 2005 o 2006), la supuesta similitud de su vestimenta con la de los presuntos insurgentes se explicó de forma más explícita. Se afirmaba que Bagi había sido "detenido con una chaqueta verde oliva que coincidía con los relatos de los testigos de los atentados". Por su parte, Bagi se mostró notablemente comedido en su respuesta, declarando simplemente: "Las chaquetas verdes están en las tiendas, cientos de ellas, todo el mundo puede comprarlas y llevarlas".

Abdul Wahab también negó las acusaciones contra él, que, en el caso de la acusación de "klash-n-krors", tenían el tinte de una confesión producida bajo coacción. Afirmó que no había sufrido pérdida de audición, que no se había levantado en armas contra Estados Unidos y que, al igual que Abdul Bagi, no llevaba ropa sospechosa en ese momento. "Soy un hombre pobre", dijo al tribunal. "Soy inocente. No tengo nada que ver con los talibanes [ni] con Al Qaeda. No conozco a esa gente".

También negó otra acusación -que uno de los hombres capturados con él era "un colaborador de inteligencia (sic) del antiguo jefe de inteligencia talibán", y que otro era "un comandante talibán que asistía a una reunión con otros altos cargos talibanes"-, afirmando que no conocía a ninguna de las personas que iban en el taxi, salvo a un compañero de aldea.

De hecho, parece extremadamente improbable que ninguno de los detenidos cumpliera la presunción del ejército estadounidense de haber capturado a ningún jefe militar. Todos los hombres capturados ese día -excepto, inexplicablemente, un hombre llamado Kushky Yar, tío de Abdul Bagi, que fue capturado con su sobrino en la calle, cerca de sus casas, cuando se dirigían al bazar a comprar piezas para un tractor- han sido puestos en libertad, a medida que se desvanecían las grandes acusaciones formuladas contra ellos (que, una vez más, tenían visos de coacción).

Por ejemplo, Alif Mohammed, de 56 años, acusado de orquestar el atentado mediante un teléfono por satélite, dijo que sólo era un pobre hojalatero y señaló que nunca habría trabajado para Abdul Wahid porque el caudillo había matado a su sobrino y a la mujer embarazada de éste. En su tribunal, Abdul Bagi habló en su defensa diciendo: "Alif Mohammed es drogadicto y es un tipo muy pobre... Los talibanes le pegaban demasiado porque es drogadicto y estuvieron a punto de matarlo. ¿Cómo podía ser su comandante?".

Durante todo el tiempo que pasó en Guantánamo, Abdul Wahab mantuvo su inocencia, a menudo en los términos más sinceros. "Siempre que como aquí en el centro de detención", explicó a su junta de revisión, "pienso en mis hijos, en lo que tienen que comer. Ojalá me consideren una persona normal y me envíen a casa, por favor". Cuando le preguntaron qué haría si lo ponían en libertad, respondió: "Cuando vuelva a casa ganaré algo de dinero para comprar comida para mis hijos, si están vivos. Si [no han] muerto ya".

Aunque no habló mucho sobre el trato que recibió en Guantánamo, sí hizo referencia a una prueba del polígrafo, cuyo resultado, bastante inquietante, sugería que la administración utilizaba la prueba únicamente en un esfuerzo por confirmar la culpabilidad, y no para ofrecer una oportunidad a los presos de demostrar su inocencia. "Cuando pasé [la prueba]", explicó, "el tipo me dijo: 'Has pasado [la prueba en un] cien por cien y te vas a casa'. No sé [si] la máquina miente o el tipo que me dijo que lo había pasado todo [me está] mintiendo, no lo sé".

El adolescente

El segundo afgano, Mahbub Rahman, nació en 1985, según los propios registros del Pentágono, y tenía, por tanto, o bien 17 años en el momento de su captura, en algún momento de agosto o septiembre de 2003, o bien sólo 18 años. Si tenía 17 años, entonces su trato contraviene directamente los términos del Protocolo Facultativo de la Convención de la ONU sobre los Derechos del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados, del que Estados Unidos es signatario, que reconoce que los presos menores de edad -definidos como aquellos acusados de un delito que tuvo lugar cuando eran menores de 18 años- "son particularmente vulnerables al reclutamiento o la utilización en hostilidades", y exige a sus signatarios que promuevan "la rehabilitación física y psicosocial y la reintegración social de los niños que son víctimas de conflictos armados."

En otras palabras, si Mahbub Rahman era un niño soldado, Estados Unidos debía promover su rehabilitación en lugar de trasladarlo a Guantánamo, junto con otros menores más conocidos, como Omar Khadr y Mohamed Jawad, que se enfrentan a un juicio ante una comisión militar, y Mohammed El-Gharani, residente saudí y ciudadano de Chad, que sólo tenía 14 años cuando fue capturado.

Sin embargo, resulta que no había ninguna prueba de que Rahman fuera un niño soldado. Aunque se le acusó de espiar a las fuerzas estadounidenses, de disparar a un soldado afgano y a dos civiles, y de ser sorprendido con dos fusiles automáticos, él negó todas las acusaciones, insistiendo en que su único delito -que no tuvo repercusión alguna para Estados Unidos- fue disparar, en defensa propia, a un enemigo de su familia que le amenazaba con un arma, y que había matado a uno de sus hermanos varios años antes. En un largo y farragoso relato, explicó cómo, tras el tiroteo, había huido a la madrasa (escuela religiosa) en la que había estado estudiando en Pakistán, y fue capturado tras regresar a Afganistán para visitar a su familia.

Para complicar las cosas, otros tres presos fueron capturados al mismo tiempo que Mahbub Rahman, aunque sólo uno de ellos, Azimullah (que fue liberado en abril de 2007), fue trasladado también a Guantánamo, donde también se vio envuelto en la acusación de "espionaje", que supuestamente giraba en torno a un complot para atacar una base estadounidense, y también fue acusado de participar en un tiroteo con soldados afganos. Azimullah, que conocía a Mahbub Rahman porque estudiaban en la misma madrasa, también negó las acusaciones contra él, y explicó ante su tribunal: "Iba caminando hacia el pueblo con mi amigo y los soldados afganos estaban allí, nos vieron y nos detuvieron". Dijo que en ese momento no le dijeron por qué le habían detenido, pero que "cuando me llevaron a la base me dijeron que les había atacado y que había hecho esto y esto".

Hay mucho más en esta historia de lo que puedo abarcar aquí (incluido, como curiosidad, el hecho de que la última vez que se supo de Salim, el amigo mencionado por Azimullah, fue en Bagram, habiendo evitado de algún modo el vuelo a Guantánamo), pero lo que está claro en los casos de Mahbub Rahman y Azimullah es que, aunque las acusaciones sobre espionaje y participación en un tiroteo con soldados afganos fueran ciertas, estas acciones no tuvieron nada que ver con el terrorismo, Al Qaeda o los atentados del 11-S.

Por el contrario, sus historias -como las de otros cientos de presos de Guantánamo- sólo sirven para demostrar que no había base alguna para trasladarlos a una novedosa prisión en alta mar dedicada a interminables interrogatorios y encarcelamientos indefinidos sin cargos ni juicio, que supuestamente estaba justificada por la administración porque albergaba a los terroristas más peligrosos del mundo.

Sin final feliz

Me gustaría poder decir que esta historia tiene un final feliz, pero desde agosto de 2007, cuando el ejército estadounidense terminó de remodelar un ala de la principal prisión de Kabul, Pol-i-Charki, los afganos liberados de Guantánamo no han sido puestos en libertad a su regreso, sino que han permanecido recluidos en esta nueva ala de la prisión, conocida como Centro Nacional de Detención Afgano (ANDF, por sus siglas en inglés), donde las líneas de demarcación entre el control afgano y el estadounidense distan mucho de estar claras.

Algunos de estos hombres han sido liberados posteriormente tras ser juzgados en Afganistán, bien porque se les declaró inocentes, bien porque se les declaró culpables pero se les liberó por el tiempo que ya habían cumplido en Guantánamo, pero resulta inquietante comprobar que estos juicios son considerados por observadores externos como asuntos en gran medida superficiales que, sorprendentemente, se han basado en "pruebas" proporcionadas por las autoridades estadounidenses, a pesar de que esa misma información se utilizó para exculparlos de Guantánamo. Tal es el malestar por la situación en el propio Afganistán que el presidente Karzai ha creado recientemente una comisión para estudiar los casos de estos hombres, que ha aprobado nuevas excarcelaciones, pero el proceso tiene pocos elementos que puedan tranquilizar a un observador externo objetivo en el sentido de que alguno de estos hombres esté recibiendo por fin algo que se parezca a la justicia.

Nota:

Los números de los prisioneros (y las variaciones en la ortografía de sus nombres) son los siguientes:

ISN 961: Abdul Wahab
ISN 1052: Mahbub Arman

Desde que escribí este artículo, he descubierto que Kushky Yar, mencionado anteriormente, fue liberado en febrero de 2006 y que, por tanto, todos los granjeros de Lejay han sido liberados.


 

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