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Una película que plasma algunas tensas y espantosas realidades

Todo lo que pasa en Afganistán se basa en mentiras o ilusiones

Ann Jones
Tom Dispatch
18 de Julio de 2009

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

    Introducción del editor de Tom Dispatch

    Al escribir sobre el fenómeno de la escalada, el periodista Norman Solomon comienza como sigue un reciente artículo: “El presidente ha fijado un límite a la cantidad de tropas de EE.UU. en Afganistán. Por el momento. Así funciona la escalada. El límite se convierte en la base. Gradualmente.” Luego agrega: “Todo el sesgo del mundo no puede cambiar el hecho de que la situación militar de EE.UU. en Afganistán se sigue deteriorando. Sería sorprendente si los planes para despliegues adicionales no estuvieran avanzados en el Pentágono.”

    Bueno, ya no se sorprendan. Ahora mismo, lo que no sorprende a nadie, las cosas no van bien en ese país. Los ataques con bombas al borde de la ruta (artefactos explosivos improvisados) aumentan en general (sólo en mayo llegaron a un “récord de todos los tiempos” de 465), y las muertes estadounidenses y de la OTAN han aumentado en un 40% desde 2008, un 75% desde 2007. Y así, a pesar de una importante expansión de la guerra por el gobierno de Obama y un significativo compromiso de nuevos soldados y dinero; poco después del artículo de Solomon vino el primer globo de prueba – las primeras filtraciones en un artículo del Washington Post de aquellos anónimos, pero omnipresentes “altos oficiales militares” – de lo que podría ser la próxima vuelta de escalada.

    En una evaluación continua de la situación en desarrollo en Afganistán, que debe ser entregada a la Casa Blanca el próximo mes, el nuevo comandante de EE.UU., general Stanley A. McChrystal, supuestamente ya ha llegado a la conclusión que “las fuerzas afganas de seguridad tendrán que ser mucho mayores de lo planificado actualmente si ha de tener éxito la estrategia del presidente Obama para ganar la guerra.” Y ese es el truco (ya sabías que habría uno, ¿verdad?): la única manera de incrementar esa fuerza es colocar miles de millones de dólares más y miles de soldados estadounidenses más en ese país como “asesores” y “entrenadores.” Como si hubiera leído a Solomon, el asesor nacional de seguridad James Jones ya estaba hablando de esos límites. (“No me sorprendería si el límite para la solicitud para el ejército afgano fuera elevado…”)

    Así van las cosas. Es una lástima que no haya una escalada de la diplomacia, como dijo recientemente el columnista – que da regularmente en el blanco – del Guardian británico, Simon Jenkins: “Diplomacia, su hora ha llegado. No hay modo para que los soldados puedan encontrar una salida de Afganistán. Pueden lograr la derrota o pueden lograr un sangriento punto muerto. No pueden lograr la victoria y todos los observadores lo saben. Este conflicto terminará sólo cuando los políticos lleguen a mostrar el valor que se exige a diario a los soldados.”

    Desde Kabul, la colaboradora regular de TomDispatch, Ann Jones, informa sobre una situación cambiante, en modo vívido su usual, ofreciendo al hacerlo una singular reseña de una cinta de la primera línea de la cinematografía.

    Tom


Todo lo que pasa en Afganistán se basa en mentiras o ilusiones

Una película que plasma algunas tensas y espantosas realidades

Ann Jones,

Kabul, julio de 2009 – He vuelto una vez más a la capital afgana, después de una ausencia de dos años, para hallarla arruinada de otro modo. No por bombas, esta vez, sino por la seguridad.

El corazón de la ciudad está ahora oculto detrás de montones de Hescos – gigantescos sacos grises de arena producidos en algún sitio en Gran Bretaña. Están amontonados contra los muros de edificios del gobierno, agencias de Naciones Unidos, embajadas, oficinas de ONG, y campos del ejército (y hay muchos) – y sólo parecen crecer y multiplicarse. Una amiga llamó el otro día desde un edificio de la ONU, amargada porque la vista desde la ventana de su oficina estaba desapareciendo tras otra fila de Hescos. La vida urbana, tal como la conocían los kabulíes en esta ciudad otrora grácil se ha perdido ante las necesidades de seguridad de extranjeros.

La creación de Hescostán en medio de Kabul es un efecto, y una causa, de la guerra: un efecto porque parece surgir como reacción ante arteras tácticas enemigas que son relativamente nuevas en Afganistán como ser bombas al borde de la ruta (IED-artefactos explosivos improvisados) y atacantes suicidas (aunque en realidad no ha habido un ataque en Kabul durante seis meses); y causa porque es tan evidentemente una proyección, una exteriorización de los temores de hombres que no saben cómo reaccionar. Es una paradoja de una tal “fuerza de protección” que mientras más se tiene, más se siente que es necesaria. Lo que se llama seguridad genera miedo. Ahora viene un documental que proyecta ese miedo sobre la pantalla.

Es 2006, a fines de año. Un periodista está de pie sobre una ladera rocosa cerca de la ciudad de Kandahar en el sur de Afganistán y apunta con una cámara tambaleante hacia combatientes de vestimenta oscura colocados a una cierta distancia. Se han envuelto en las puntas de sus turbantes para ocultar sus caras. Llevan sus Kalashnikovs en ristre. El periodista grita una pregunta: “¿Reciben apoyo de Pakistán los talibanes?”

Mientras la cámara se desplaza para encontrar al talibán que está hablando, un traductor transmite su respuesta: “Sí, Pakistán está con nosotros. Al otro lado de la frontera, tenemos nuestras oficinas. Alguna gente en Pakistán nos apoya y el gobierno de Pakistán no nos dice nada. Nos dan de todo.”

El periodista – Christian Parenti de la revista Nation – tiene su historia. Durante años, el presidente afgano, Hamid Karzai, ha acusado a Pakistán de respaldar a los talibanes, mientras el entonces presidente Musharraf lo negaba, y funcionarios del gobierno de Bush hacían la vista gorda. Ahora, Parenti tiene la palabra de talibanes armados. Es el tipo de historia que ningún corresponsal extranjero puede conseguir sin un fixer [especie de intermediario que soluciona problemas, N. del T.]; es decir un sujeto local que conoce el lenguaje, la política local, los protocolos de costumbre – y cómo organizar una reunión como ésta en medio de la nada con hombres que te podrían matar.

Un talibán advierte que se acerca un avión de reconocimiento. “Debiéramos irnos,” dice el periodista asustado. La cámara gira a diestra y siniestra por una vasta zona vacía de rocas y cielo pálido. “Debiéramos irnos.” Momentos después, en la seguridad de un coche que acelera para irse, Parenti vuelve la cámara hacia su propia cara sonriente: “´Soy el periodista estadounidense más aliviado en Afganistán,” dice, y describe al hombre sentado a su lado – Ajmal Nashqbandi, un pastún de 24 años de Kabul – como “el mejor fixer en Afganistán.” Pero ya sabemos lo que Parenti ignora (porque el cineasta Ian Olds nos lo dijo directamente antes que los títulos llegaran a la pantalla): pronto el fixer estará muerto, asesinado por los talibanes. Seremos testigos.

Si esto suena espantoso, así lo es. “Fixer” es el mejor documental que he visto sobre Afganistán – tan bueno que cuesta imaginar uno mejor. Está repleto de irregularidades en los trazos, de borrones y desconexiones, al capturar – como lo hace – tanto el prohibitivo vacío de la tierra y la nerviosidad de afganos cansados de la guerra. Un prolongado segmento, que muestra al parecer el interior del rebozo de Parenti mientras oculta una cámara ante aldeanos potencialmente hostiles, parece ser el correlativo visual del sentimiento que perturba de cuando en cuando a todos los forasteros en este país: el sentimiento de estar completamente a oscuras. En 2006-2007, cuando reaparecieron los talibanes con secuestros, asesinatos, bombas, y ataques suicidas yihadistas, es como se sentía Afganistán. Es el sentimiento que sigue impulsando las ventas de Hesco en la capital.

Revelación total: tanto Parenti como yo hemos escrito sobre Afganistán para The Nation durante varios años. Escribo sobre todo sobre mujeres. Parenti sobre todo sobre la guerra, y admiro su trabajo. Nos encontramos por primera vez hace sólo un par de meses, después que los dos fuimos invitados a participar en una conferencia sobre Afganistán. Me habló de “Fixer”, que entonces era presentado en el Festival de Cine de Tribeca. Fui a verlo, y cuando terminó apenas pude abandonar mi asiento. Al verlo de nuevo en DVD en Kabul, me hizo llorar.

Al negarse a aprovechar el asesinato de Ajmal para el bien del suspenso – al revelarlo desde el comienzo – Olds prefirió hacer una cinta llena del tipo de miedo que parece habitar los centros internacionales del poder en Afganistán actual. El estilo visual nervioso de la película es sorprendentemente diferente de la apariencia clara y bien definida de “Ocupación: Dreamland”, su anterior documental sobre soldados estadounidenses en Iraq. Los críticos tendrán seguramente mucho más que decir sobre la importancia de “Fixer” como película. Ya ha ganado una serie de premios, incluyendo primeros en Documenta Madrid y en el Festival de Cine de Pesaro (Italia), y Olds se llevó un premio Tribeca este año como mejor documentalista.

Cómo las mentiras engendran ilusiones que engendran mentiras

En lo que quiero concentrarme, sin embargo, es en la manera como la película resuena con condiciones en Afganistán actual. Olds tiene el buen sentido de insertar en la cinta una rápida lección de historia, sobre la base de que no se puede comprender a los talibanes sin saber de las operaciones clandestinas de EE.UU. en la región en la década de los ochenta. En aquel entonces, el gobierno de Ronald Reagan, sobre todo a través de la CIA, utilizó los servicios de inteligencia paquistaníes para financiar, armar y entrenar a yihadistas islamistas afganos y extranjeros, a fin de derrotar al ejército soviético en Afganistán. Pakistán utilizó subsiguientemente “canales construidos con dinero de EE.UU.” para instalar en Afganistán un gobierno amigo – los talibanes.

Después, una vez que el gobierno de George W. Bush invadió el país y EE.UU. expulsó a los talibanes, instaló a Hamid Karzai como presidente y devolvió a muchos de los antiguos yihadistas islamistas al poder en su gobierno. Por lo tanto, ese hecho peculiar, bien establecido, subyace a la actual guerra en Afganistán: EE.UU. patrocinó a ambas partes.

Algunos analistas dicen que EE.UU. “inventó” todos los “enemigos” involucrados; otros, que EE.UU. (y Arabia Saudí) simplemente pagaron las cuentas, mientras Pakistán dirigía la acción para su propia ventaja. De una u otra manera, esta historia – en gran parte todavía secreta o continuamente redefinida – deja a todas las partes en el presente conflicto ante un problema intelectual. Tienen que planificar el futuro sobre la base de un pasado que no pueden reconocer. Ante elecciones nacionales fijadas para el 20 de agosto, EE.UU. sigue planificando un futuro afgano que todavía incluye a sus compinches yihadistas a pesar de que sus funcionarios saben que deberían haberlos dejado atrás hace tiempo.

Sólo la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán ha llamado, año tras año, a un rendimiento de cuentas moral. Sus sondeos de ciudadanos afganos establecen consistentemente que la gente quiere una paz duradera, y para lograrla, preferiría una especie de procedimiento de verdad y reconciliación como el que tuvo lugar en Sudáfrica, que se limpie el país y se le coloque sobre una base moral e intelectual honesta.

Por motivos obvios, EE.UU. no quiere participar en la verdad que surgiría de un proceso semejante. Sólo esta semana, el gobierno de Obama primero afirmó que no tenía motivos para investigar la infame masacre de prisioneros talibanes por el general Abdul Rashid Dostum en 2001, aunque parece que Dostum estaba en la nómina de la CIA en aquel entonces y sus tropas eran respaldadas por agentes militares de EE.UU. Más adelante, el presidente cambió de ruta, y ordenó que funcionarios de la seguridad nacional “consideraran” el asunto. A fin de cuentas, puede que el presidente Obama prefiera “seguir adelante.” Como lo hace Dostum, quien hace poco se unió al gobierno de Karzai.

Entré en algunos detalles sobre la rápida lección de historia de Olds para explicar de modo más completo el motivo por el cual puede ser difícil comprender en nuestros días cómo nos metimos en lo que ya se llama “la guerra de Obama” – y cómo salir de ella. Hay que pensar en ello como sigue: todo lo que sucede en Afganistán se basa en (1) una mentira, (2) una ilusión, o (3) las dos cosas. También hay que agregar la ilusión de masas, construida cuidadosamente para que cada persona diga a las otras sólo lo que quieren oír.

Lo que nos lleva de vuelta a “Fixer,” una película impregnada de historias de duplicidad y de decepción, que hoy son la moneda personal y política de Afganistán. En un incidente revelador, Parenti presiona para poder observar el aparato judicial afgano, famoso por su corrupción, en acción. Lo recompensan con un asiento en primera fila en un juicio por asesinato, sólo para que le revelen que fue escenificado para complacerlo.

En los hechos, admite un funcionario judicial, la producción que presenció Parenti no mostró la manera como funciona realmente el tribunal, sino cómo “debiera funcionar” según estándares internacionales. El aparato judicial conoce perfectamente esos estándares internacionales, ya que ONGs y contratistas privados apoyados por la Agencia de Desarrollo Internacional de EE.UU. (USAID) y otras agencias les han brindado capacitación , y lo que es llamado “desarrollo de capacidad” durante años. Los instructores hablan de éxito, que desde luego es lo que las agencias de ayuda quieren oír; y los educandos pueden ser alentados (como en este caso) para que lo demuestren ante el público. Si Parenti hubiera jugado la parte que le fue asignada en ese ejercicio en ilusión masiva, habría informado en una brillante historia sobre el éxito del nuevo rigor de la ley en Afganistán. (No lo hizo.)

Los afganos tienen una expresión -- "pesh pa been" – que se refiere a gente que avanza incansablemente contemplando sus propios pies. Parenti, por lo menos, pudo darse cuenta cuando trataban de hacerle dar un paso en falso. Pero el incidente hace que uno se pregunte: si funcionarios del gobierno de Karzai llegan tan lejos por un solo periodista estadounidense ¿qué actuaciones extravagantes habrán montado todo el tiempo para senadores excursionistas y miembros del gabinete, y gente como Donald Rumsfeld y Laura Bush, para no hablar de las recientes tandas de visitantes de la era Obama?

Incluso Ajmal, el fixer, juzga mal repetidamente situaciones y a su propia gente; y al final, prueba que fue más inocente que Parenti. En un escalofriante momento capturado en la pantalla, Parenti predice que un día los talibanes secuestrarán a un periodista occidental. De ninguna manera, dice Ajmal, suponiendo que él y sus clientes están protegidos por Pashtunwali, su código tribal de honor (y el de los talibanes). Más tarde, trabajando para el periodista italiano Daniele Mastrogiacomo, Ajmal organiza una cita fatal con el comandante talibán Mullah Dadullah. Capturado como rehén, Ajmal tranquiliza a su familia en un vídeo talibán: “Se trata de musulmanes. Estamos en manos del Islam.”

Tras los sacos de arena donde se reescribe la historia

La ilusión y la duplicidad también atrapan al fixer y convierten una historia personal en un evento político. Los italianos que notoriamente negocian con tomadores de rehenes, persuaden a Karzai para que intercambie a cinco talibanes prisioneros por Mastrogiacomo y Ajmal. En la excitación de su liberación, sin embargo, Mastrogiacomo no se mantiene al tanto respecto a su fixer. Los talibanes ven una oportunidad para volver a capturar a Ajmal y exigir la liberación de dos prisioneros más. Karzai y su ministro de exteriores, habiendo liberado al extranjero, se aferran a un plano moral elevado, y se niegan a negociar con terroristas. Llegan órdenes de Pakistán para que se mate a Ajmal – el 8 de abril de 2007, para perjudicar la imagen de Karzai ante su propio pueblo. Mullah Dadullah envía un vídeo de la decapitación.

El padre angustiado de Ajmal pregunta: “¿Qué clase de gobierno no protege a sus propios ciudadanos?” La respuesta es: un gobierno que es comprado, pagado y que responde a extranjeros, un gobierno que no tiene ni la necesidad ni la inclinación de preocuparse por sus ciudadanos. Como explica Karzai: “Los italianos nos construyeron una carretera.”

Ése es el gobierno por el cual la comunidad internacional está pagando ahora más de 500 millones de dólares para que sea reelegido. (La mayor parte de ese dinero proviene de EE.UU.). Los funcionarios electorales internacionales, claro está, son neutrales – tan neutrales que hacen la vista gorda cuando Karzai llega a acuerdos con señores de la guerra rivales para asegurar su reelección. Uno tras otro llegan para ponerse de su parte, y ya se filtran las informaciones sobre los ministerios que les han sido prometidos.

Las agencias internacionales responsables de montar la elección ya han abandonado el objetivo de una votación “libre y justa.” Ahora apuntan a una elección “verosímil”, es decir, una elección que se vea bastante bien, incluso si no lo es. En el contexto de las ilusiones acumuladas, este objetivo es llamado “realista,” y puede que lo sea. Como dice el angustiado padre del fixer: “Nuestro gobierno es un títere de extranjeros. Por eso no esperamos nada de su parte.”

Mientras escribo, 4.000 marines estadounidenses recién llegados se mueven por el calor abrasador de la provincia Helmand para hacer retroceder a los talibanes a fin de que el próximo mes los pastunes locales puedan ir a votar por Karzai, su compatriota pastún. ¿Qué hay de malo con esta nueva estrategia de Obama? En primer lugar, en algunas áreas, en lugar de hacerlo la población pastún local ha salido a combatir a los invasores extranjeros, lado a lado con los talibanes (quienes, hay que recordar, son en su mayoría pastunes locales). Están tan aburridos como todos con el títere Karzai. Como millones de otros afganos, dicen que Karzai no ha hecho nada por la gente. Pero, ensillado con la historia, Karzai sigue siendo el caballo montado por EE.UU.

Quisiera dejar claro que Olds y Parenti no hacen estas comparaciones con los temas de actualidad en Afganistán. “Fixer” lleva simple y adecuadamente el subtítulo “El secuestro de Ajmal Nashqbandi.” Es un tributo a un colega de confianza. Pero vea la cinta usted ismo y quedará inmerso en la duplicidad: los funcionarios manipulan la verdad, los ciudadanos temen referirse a ella. Los estadounidenses no se atreven a enfrentarla. Vea la película y tal vez comprenderá lo difícil que se ha hecho evaluar algo, aquí detrás de los Hescos, donde se vuelve a manipular la historia, precisar algo, reconocer a un enemigo, o ayudar a un amigo.

[Nota: “Fixer” será proyectada por primera vez en HBO el lunes 17 de agosto por la noche. Será exhibida de nuevo el 20, 23, 25, 29 y 31 de agosto. Vea sus programas locales para la hora exacta.]

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Ann Jones es autora de “Kabul in Winter: Life Without Peace in Afghanistan” (Metropolitan Books, 2006). Está en Kabul este verano, trabajando con organizaciones de mujeres, como lo ha hecho intermitentemente desde 2002.

Copyright 2009 Ann Jones

http://www.tomdispatch.com/post/175096/ann_jones_creating_hescostan_in_kabul


 

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