Fui prisionero en Guantánamo y me horroriza que Trump
pueda mandar a migrantes a la base militar
Es un fracaso moral y envía un mensaje inequívoco: el gobierno da prioridad a la
disuasión sobre la dignidad y a la crueldad sobre la compasión
Mansoor Adayfi
The Guardian/elDiario.es
8 de febrero de 2025
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Fotografía de una zona del centro de detención de Guantánamo, el 7 de noviembre de 2023, en la
Base militar estadounidense en Guantánamo (Cuba). EFE/ Marta Garde
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La medida del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de firmar una orden ejecutiva para ampliar el Centro de Operaciones para Migrantes
en Guantánamo ha reavivado la indignación. Su objetivo es
que la base militar, situada en territorio cubano y tristemente célebre por
haber servido como centro de detención de presuntos terroristas, albergue hasta
30.000 migrantes considerados “extranjeros criminales de alta prioridad”. Para
muchos, entre los que me incluyo, esta decisión es un doloroso recordatorio de
la oscura historia de la base militar, una historia marcada por la tortura, la
detención indefinida y la deshumanización sistémica.
La Bahía de Guantánamo,
cuyo nombre es sinónimo de abusos contra los derechos humanos, fue reconvertida
en 2002 por el entonces presidente George W. Bush y el secretario de Defensa
Donald Rumsfeld en un centro de detención para personas calificadas como “lo peor
de lo peor”. Hasta ese momento servía de base naval y había albergado a
migrantes durante la crisis de los balseros de los años noventa. Yo fui uno de
esos detenidos: secuestrado, encadenado y transportado como mercancía, con los
ojos vendados y sin conocer mi destino. Todavía me persiguen los recuerdos del
motor de los aviones militares, los soldados que ladraban órdenes y los
gruñidos de los perros guardianes.
El gobierno estadounidense justificó nuestra detención presentándonos como terroristas peligrosos, una
narrativa que permitía el encarcelamiento indefinido sin cargos ni juicio.
Ahora, más de veinte años después, se está construyendo una narrativa similar.
La retórica de Trump de etiquetar a los migrantes indocumentados como “los
peores inmigrantes ilegales delincuentes de todo el mundo” es una táctica
deliberada y deshumanizadora que abre la puerta a más abusos bajo la excusa de
la seguridad nacional.
Esta decisión no es solo un cambio de política; es un fracaso moral. Estuve detenido casi 15 años en
Guantánamo sin el debido proceso, sufrí torturas y fui sometido a condiciones
inhumanas, así que puedo dar fe de la capacidad para la crueldad de las
instalaciones. Compartí esas jaulas con hombres inocentes e incluso con niños,
todos ellos víctimas de un sistema diseñado para despojarlos de su humanidad.
Guantánamo sigue siendo uno de los centros de detención más costosos y herméticos del mundo. Su remota
ubicación y sus estrictas medidas de seguridad garantizan que las atrocidades
cometidas entre sus muros permanezcan ocultas al escrutinio público. Cuando
tomó la decisión de recluir a los migrantes en la base militar, el gobierno
estadounidense envió un mensaje inequívoco: prioriza la disuasión sobre la
dignidad y el castigo sobre la compasión.
Esta medida es la culminación de años de retórica. Durante la campaña de 2016, Trump prometió no
cerrar Guantánamo. En 2019, planteó la idea de clasificar a los migrantes como
combatientes enemigos y enviarlos allí. La nueva orden ejecutiva hace realidad
esas amenazas. ¿Pero a qué precio? ¿Cuántos inocentes serán sometidos a
detención indefinida, despojados de sus derechos y aislados del mundo? ¿Cuántas
familias se verán separadas y obligadas a soportar condiciones que desafían la
decencia humana básica?
La base militar de Guantánamo ha simbolizado durante mucho tiempo la injusticia y el abuso de
poder. Ha sido un campo de pruebas para la tortura y la detención indefinida,
un lugar donde el Estado de derecho no existe y se niega la justicia. La
decisión de reutilizarlo para la detención de migrantes es un duro recordatorio
de la voluntad del gobierno estadounidense de eludir las normas internacionales
en favor de la conveniencia política.
La estrategia del miedo
La elección de Guantánamo no es casual. Es una maniobra calculada para infundir miedo, distraer a los adversarios
políticos y satisfacer a una base que se nutre de políticas excluyentes. Al
elegir un lugar que es sinónimo de tortura y violaciones de los derechos
humanos, la Administración Trump redobla su apuesta por la crueldad frente a la compasión.
Durante años, incluso durante mi detención, he luchado por la justicia, el cierre de Guantánamo y la
rendición de cuentas por sus abusos. Hoy hago un llamamiento a la comunidad
internacional, a las organizaciones de derechos humanos y a las personas de
conciencia para que se unan a esta lucha. Debemos exigir el cierre de
Guantánamo y resistir cualquier intento de utilizarlo como herramienta de opresión.
El mundo no puede permitirse mirar hacia otro lado. Debemos permanecer unidos para defender los
principios de los derechos humanos y la dignidad. El legado de Guantánamo es de
sufrimiento e injusticia, y no podemos permitir que la historia se repita.
En palabras del difunto Nelson Mandela: “Negar a las personas sus derechos humanos es cuestionar su
propia humanidad”. No neguemos la humanidad de quienes buscan refugio y una
vida mejor. Elijamos la justicia frente a la crueldad y la compasión frente a
la indiferencia.
Juntos, podemos garantizar que Guantánamo se convierta en un vestigio del pasado, no en un proyecto de futuro.
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