La hora más oscura: La veneración de la tortura y
de la CIA
Glenn Greenwald 19 de diciembre de 2012
Traducido del inglés por El Mundo No Puede Esperar 21 de enero de
2013
Al igual que el mismo asesinato de bin Laden, esta película les insta a
los estadounidenses a sentirse bien acerca de sí mismos, a sentir agradecidos
por la violencia que se hace en su nombre, a ver la CIA de la
Guerra-Contra-el-Terror no como criminales descontrolados, sino como héroes
honrosos. |
Ahora he visto ”Zero Dark
Thirty" [La hora más oscura]. Antes de hablar de eso: la polémica esta
semana por mis
comentarios en respuesta al debate sobre esta película fue una de las más
ridículas en las que jamás he participado. Era increíble ver que
los críticos, respondiendo al único aspecto de la película que traté – el
hecho de que muestra la tortura falsamente como un elemento valioso para
encontrar a bin Laden – no
hicieron más que presumir que yo simplemente inventé o “adiviné” ese punto,
mientras ocultaban de sus lectores las muchas fuentes objetivas que yo cité: a
saber, el hecho de que innumerables escritores han dicho categórica y casi
unánimemente que la película muestra precisamente eso (véase
aquí una lista parcial de críticos y comentaristas que definitivamente han
hecho esta declaración objetiva cerca de la película -- que muestra la tortura
como valiosa para encontrar a bin Laden -- tanto antes como después de mi
columna).
Desde luego se puede comentar una crítica. Por eso las escriben... y las
publican antes del estreno de una película, en este caso semanas antes del
estreno. Escribí sobre la representación de la tortura en la película, como
elemento valioso para encontrar a bin Laden, porque no creo que Frank Bruni del
New York Times, Dexter Filkins de The New Yorker, David Edelstein
de New York, Peter Bergen de la red CNN ni toda una gama de comentaristas
lo habrían alucinado de forma simultánea ni que habrían decidido inventar cosas
respecto a esta cuestión fáctica clave.
La legitimidad de que los críticos opinen sobre afirmaciones de hechos (a
diferencia de los juicios de valor) no es ninguna teoría exótica ni
idiosincrásica de mi invención. Sin embargo, toda clase de escritores que no
vieron la película también condenaron solo ese aspecto, basándose en
la evidencia; incluyen a: Andrew
Sullivan, en
dos ocasiones ("Bigelow construye una película sobre una mentira grotesca" y
las técnicas de tortura "no fueron instrumentales en capturar y matar a Osama bin Laden –
a diferencia de la premisa de la película"); Adam Serwer en Mother
Jones ("Los elogios que “La hora más oscura” ya está recibiendo indican que
pueda hacer lo que Karl Rove no pudo con todo el dinero a su disposición:
implantar en la imaginación popular la idea de la eficacia y hasta la necesidad
de la tortura"); el profesor de periodismo de la Universidad de Nueva York Jay
Rosen ("¿Qué diablos está haciendo Kathryn Bigelow al insertar la tortura en
su película ‘La hora más oscura’, cuando no se la usó para capturar a Bin
Laden?"); Michael
Tomasky de The Daily Beast ("¿Puedo decir simplemente que me perturba
igualmente, y en verdad me perturba más, el hecho de que la película comienza
con el 11 de septiembre?. . . . De acuerdo a los informes --yo no he visto la
película así que tal vez trata bien el incidente-- esa decisión parece hacer
automáticamente y por definición que la película sea una obra de propaganda"),
etcétera.
Ninguno de nosotros "escribimos una crítica" de la película, sino que
refutamos y condenamos su afirmación falsa de que la tortura era un factor
crítico para encontrar a bin Laden. Como dijo Sullivan en ya
otro comentario en el internet sobre la película: " los meros hechos
de la película, así como muchos espectadores han informado sobre ellos, no
requieren una crítica. Exigen una refutación". Eso sí (y todo eso es
independiente de mi punto principal, sobre los críticos que simultáneamente
reconocen que la película muestra la tortura falsamente como una herramienta
valiosa, pero elogian la película como "magnífica": una discusión abstracta
sobre las obligaciones del cineasta que obviamente no depende del contenido de
la película).
Ahora que he visto la película, resulta que de hecho Bruni, Filkins,
Edelstein, Bergen y los otros no alucinaron ni inventaron cosas. La película
muestra la tortura absoluta e inequívocamente como extremadamente valiosa para
encontrar a bin Laden – tal como decían – y hace eso en múltiples maneras.
“La hora más oscura”, y la utilidad y gloria de la
tortura
En un momento explicaré por qué es así (y si usted no quiere saber detalles
del film, no lea más), pero primero, quiero explicar por qué este punto es tan
importante. En la cultura política de Estados Unidos, ningún acontecimiento de
la última década ha inspirado el orgullo colectivo o el consenso omnipresente
que ha inspirado el asesinato de Osama bin Laden.
Ese acontecimiento ha logrado alcanzar un lugar consagrado entre las leyendas
políticas estadounidenses. Nadie puede decir nada malo ni cuestionarlo sin
provocar inmediatamente una avalancha de indignación y rencor. La noticia de su
muerte suscitó un estallido de coros patrióticos en las calles y un regodeo
nacionalista que continuaba sin cesar hasta dos años después en la Convención
Nacional Demócrata. Como dijo Spencer Ackerman, corresponsal de Wired
sobre asuntos del Pentágono, en su defensa de la
película, el asesinato de bin Laden le hizo sentir a él (y a la mayoría de
los demás) "muy, muy orgulloso de ser estadounidense". Muy, muy orgulloso.
Por esa razón, presentar X como valioso en hacer posible el asesinato de bin
Laden es – por definición – glorificar X. Dicha fórmula llevará a muchísimos
espectadores estadounidenses a considerar que X es justificado e importante. En
esta película: X = la tortura. Así es cómo la película glorifica la tortura:
porque la representa de forma impactante como una medida vital – el primer paso
indispensable –que posibilitó que Estados Unidos persiguiera y acribillara al
enemigo público más odiado de Estados Unidos.
El hecho de que unos buenos liberales ya opuestos a la tortura (como Spencer
Ackerman) sentían aprensión e incómodos al ver las escenas de tortura es
irrelevante. Ese sentimiento suyo no invalida este punto en absoluto. Las
personas que apoyan la tortura no la apoyan porque no se hayan dado cuenta de su
brutalidad. Esas personas saben que es brutal; es precisamente por eso que la
consideran eficaz y, en su opinión, esa brutalidad la hace justificable: porque
es útil para sacar información importante, para capturar a terroristas y para
mantenerlas seguras. Esta película refuerza dicha opinión reiteradamente al
presentar la tortura exactamente como sus defensores quieren verla: una táctica
fea pero necesaria, usada por agentes valientes y patrióticos de la CIA para
detener a terroristas odiosos y violentos.
De hecho, Emily Bazelon de Slate,
que defiende la película aunque reconoce que "se ve como favorable a la
tortura", describe así su reacción a las escenas de tortura:
"Al final de las escenas de interrogatorio, sentí sacudida pero no sentí
repulsión moral, porque la película había logrado que yo adoptara,
aunque temporalmente, el punto de vista del [agente de la CIA]: que dicho trato
era una forma legítima de sacar información vital para los intereses
estadounidenses".
Tal era el efecto que la película produjo en una liberal que se proclama
opuesta vehementemente a la tortura, una periodista profesional bastante
enterada sobre esos asuntos. Imagínese cómo una persona menos comprometida con
su postura anti-tortura respondería al mensaje de la película.
Si usted es un periodista de asuntos de seguridad nacional, que estudia y
escribe sobre estas cuestiones, es posible convencerse de que la película se
centra en los aspectos de la búsqueda de bin Laden que le sean amenos: el buen
"trabajo de detectives" que al final llevó a que la CIA localizara la casa de
bin Laden. Pero la película argumenta de forma dramática que eso solo fue
posible gracias a la información sacada de detenidos torturados. La impresión
inequívoca e inconfundible es, como Bruni dijo: "no submarino, no Bin
Laden."
Todo en la película refuerza este mensaje. La película va directamente de un
comienzo que explota las emociones -- las grabaciones desgarradoras de gritos de
socorro de las víctimas del 11 de septiembre -- a sesiones de tortura de la CIA
a terroristas musulmanes que componen buena parte de los primeros cuarenta y
cinco minutos del film.
La evidencia clave – la identidad del mensajero de bin Laden – se revela solo
después del repetido abuso brutal de un detenido. El detenido, sentado en una
mesa con el torturador de la CIA, quien le da comida como parte de la
estratagema, revela el dato solo después de que el torturador de la CIA le dice:
"En todo caso, puedo almorzar con otra persona... y volver a colgarle del techo
a usted ". En ese momento el detenido afloja la lengua para revelar el nombre de
guerra del mensajero de bin Laden – después de esa amenaza de torturarlo más – y
todo el resto de la película se dedica a seguir la pista de esa información, que
es lo que lleva la CIA a bin Laden.
Pero la película defiende el valor de la tortura en muchas otras formas
también. Otros detenidos, que tienen los brazos encadenados al techo, confirman
la identidad del mensajero. Y un detenido, después de la amenaza de rendición
(entrega) a Israel, pide: “No tengo ningún deseo de ser torturado. Háganme una
pregunta y la contestaré".
Lo peor de todo es que la santa y pura heroína de la película, una tenaz
agente de la CIA que dedica toda su vida y arriesga su carrera para hallar a bin
Laden, preside múltiples sesiones de tortura ella misma, incluida una escena del
submarino y una sesión de interrogatorio en que ella anima repetidas veces a
otro agente estadounidense a darle cachetazos al detenido cuando este se niega a
contestar. Nuestra heroína noble le dice al detenido maltratado: "Te das cuenta,
¿no?, de que aquí no se trata de una prisión normal: tú mismo determinas cómo te
vamos a tratar".
Nadie expresa oposición a la tortura. No hay mención de las objeciones dentro
del FBI y ni dentro de la propia CIA. El solo atisbo de debate ocurre cuando se
muestra brevemente a Obama en la televisión decretando contra el uso de la
tortura, y más tarde en la Sala de Situación uno de los funcionarios de la CIA
-- ya sobre la pista de bin Laden -- lamenta cuando le piden las pruebas de que
se haya encontrado a bin Laden: "Ustedes saben que perdimos la capacidad de
probar eso cuando perdimos el programa de detenidos. ¿A quién diablos debo
preguntar: algún preso en GITMO [Guantánamo] y todo su bufete de abogados?"
Nadie desmiente o cuestiona este punto de vista.
La película muestra la tortura tal como la ven los defensores y
administradores de la CIA: un negocio sucio y feo que es necesario para proteger
a Estados Unidos. No cabe duda, como
muchísimos críticos han señalado, que el espectador común y corriente
captará el mensaje: logramos encontrar y asesinar a bin Laden porque torturamos
a Los Terroristas. Digan lo que digan, no importa qué tanto les perturbe a los
comentaristas progresistas ver la aplicación del submarino: de esa manera la
película, intencionalmente o no, glorifica la tortura.
Es propaganda a favor de la CIA, aparte de la tortura
Resulta que el aspecto propagandístico más pernicioso de la película no es el
mensaje pro-tortura. Es el constante patrioterismo sofocante. La película tiene
solo un punto de vista sobre el mundo – el de la CIA – y lo presenta sin crítica
alguna durante dos horas y medio.
Retrata todos los agentes del gobierno estadounidense, en particular de las
dependencias militares y de inteligencia, como cruzados heroicos, nobles y
sacrificados que se dedican a parar a Los Terroristas; su único pecado es su
devoción devoradora y a veces excesiva a esa tarea. Casi todos los musulmanes y
árabes de la película son caricaturas infames unidimensionales: son personajes
oscuros, sórdidos, violentos, misteriosos y amenazantes que participan en una
red Terrorista (la única excepción es un alto funcionario de la CIA que es
musulmán e interrumpa sus oraciones para autorizar el uso de fondos para
sobornar a un funcionario kuwaití a cambio de información: el único buen
musulmán se encuentra en la CIA).
Aparte de la última escena, el allanamiento de la casa de bin Laden, son
musulmanes quienes realizan toda la violencia brutal y sangrienta, y las
víctimas son estadounidense. La heroína de la CIA se encuentra cenando en el
hotel Marriott de Islamabad cuando de repente estalla una bomba; se le dispara
fuera de una embajada estadounidense en Pakistán; ella cae al suelo devastada
cuando se entera de la muerte de siete agentes de la CIA, incluida una amiga, la
"madre de tres hijos", a manos de un doble agente de Al Qaeda que hace estallar
una bomba suicida en una base de la CIA en Afganistán.
La película muestra gratuitamente un reportaje noticioso sobre el arresto del
hombre que intentó detonar una bomba en Times Square, seguido por la declaración
del alcalde Michael Bloomberg de que “existen personas en el mundo para quienes
nuestras libertades les amenazan a tal grado que están dispuestos a matar a sí
mismas y a otras personas para impedir nuestro gozo de dichas libertades". Un
funcionario de la CIA nos recuerda dramáticamente: "Nos atacaron por tierra en
'98, por mar en 2000 y por aire en 2001. Asesinaron fríamente a 3.000 de
nuestros ciudadanos". Ningún personaje menciona la violencia destructiva contra
civiles que Estados Unidos ha traído al mundo.
La CIA y el gobierno estadounidense son Los Buenos, víctimas inocentes de la
violencia terrorista, guerreros valientes que buscan justicia por las víctimas
del 11 de septiembre. Los musulmanes y los árabes son Los Malos ruines que
atacan y asesinan sin motivo (aparte del motivo que ofrece Bloomberg) y sin
escrúpulos. En casi todas las películas de acción de Hollywood, al final los
buenos vencen al gran canalla malo – para que los espectadores puedan salir del
cine satisfechos con el mundo y con sí mismos – y este es exactamente el guión a
la cual esta película adhiere.
Nada de eso es sorprendente. La polémica antes del estreno de la película se
debía al elevado acceso e información secreta que la CIA les dio a los
cineastas. Como generalmente pasa en esos casos, los cineastas le devolvieron el
favor con creces.
En
The Atlantic esta mañana, Peter Maass deja ese punto muy en claro en
su artículo titulado "Don't Trust 'Zero Dark Thirty'" [No tengan confianza en
“La hora más oscura”]. Escribe que la película "representa una nueva frontera
perturbadora de cine encamado con el gobierno". Agrega: "Una práctica ya
problemática – darles acceso especial a periodistas selectos – ahora se usa para
la meta más general de crear mitos cinemáticos favorables a la entidad
patrocinadora (en el caso de ‘La hora más oscura’, la CIA)."
De hecho, desde el comienzo hasta el final, se trata de una película de la
CIA: su punto de vista, su moral, su versión de la historia, La Agencia como
héroes supremos. (El hecho de que hay bastante
evidencia para sospechar
que la heroína de la CIA en la película se basa, al menos en parte, en la
misma agente de la CIA responsable por secuestrar, endrogar y torturar en
2003 a Khalid El-Masri, un hombre inocente a quien el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos le
autorizó una indemnización esta semana, solo simboliza los aspectos odiosos
de venerar ciegamente a la CIA de esta manera).
Es un verdadero indicio de los tiempos en que vivimos que Hollywood Liberal
es quien haya producido la máxima hagiografía del brazo más hermético del Estado
Nacional de Seguridad que es Estados Unidos, mientras los críticos liberales
encabezan el coro de elogios y hacen cola para darle todo galardón imaginable.
Al igual que el mismo asesinato de bin Laden, esta película les insta a los
estadounidenses a sentirse bien acerca de sí mismos, a sentir agradecidos por la
violencia que se hace en su nombre, a ver la CIA de la Guerra-Contra-el-Terror
no como criminales descontrolados sino como héroes honrosos.
Nada inspira más lealtad y agradecimiento que el hacer que las personas se
sientan bien acerca de sí mismos. Pocas películas logran eso con más efecto e
impacto que esta. Por eso los críticos de la película suscitan casi igual ira
que los críticos del asesinato de bin Laden: pues están vilipendiando un santo
capítulo del Evangelio de la Bondad de Estados Unidos.
La excusa del "arte"
Una objeción que se avanza frecuentemente a lo que escribí sobre la película
es esta: aún en el caso de que la película muestra la tortura falsamente como
una herramienta valiosa para encontrar a bin Laden, tales "objeciones políticas"
no impiden ni deben impedir que se elogie la película, porque el "arte" no tiene
que satisfacer programas ideológicas ni políticas. El crítico de Time
James Poniewozik me
acusó de tener "una manera simplista de ver el arte", la cual, dijo, "no
sorprende, porque Greenwald es escritor político (o al menos un escritor
ideológico de asuntos públicos), y así es la forma política de mirar el arte".
El crítico de Salon Andrew O'Hehir, al prodigarse en elogios, opina:
"No estoy diciendo que la deconstrucción moral y ética no importan, solo que la
película trasciende eso."
Al contrario de lo que insinúa Poniewozik, no creo que las obras de ficción
tienen que reflejar o promover mis creencias políticas para merecer el elogio.
Para dar un ejemplo, he defendido
el programa de Showtime "Homeland" – a pesar de ciertas
críticas válidas de que el programa promueve unos puntos de vista abyectos –
por la razón de que (a diferencia de “La hora más oscura”) incluye una amplia
gama de posiciones sobre esas cuestiones y así evita refrendar o hacer
propaganda a favor de ellas (un ejemplo: un sargento de la Infantería de Marina
de Estados Unidos llega a ser un "terrorista" anti-estadounidense a raíz de
presenciar un masacre por avión no tripulado que el gobierno estadounidense
cometió a sabiendas contra docenas de niños iraquíes, incluido un niño con quien
se había desarrollado una relación estrecha – el hijo de 10 años de edad de un
personaje como bin Laden – y mintió sobre el incidente después). Estoy de
acuerdo con Poniewozik y otros críticos de películas que insisten en que es
perfectamente legítimo que las obras de ficción representen hasta los puntos de
vista más abyectos, si no los adopten.
Pero la idea de que hay que ver “la hora más oscura” únicamente como una
“obra de arte” apolítica y que esta no tiene que rendir cuentas por sus
implicaciones políticas es, a mi modo de ver, pretenciosa, pseudo-intelectual y
a final de cuentas, una paparrucha amoral. Lo es por varias razones.
Primero, esa excusa contradice por completo lo que dicen los
mismos cineastas acerca de lo que están haciendo. Bigelow ha estado elogiando
a sí misma por el enfoque "periodístico" que dio a la representación de los
hechos. La primera escena de la película le asegura al espectador que todo "se
basa en relatos de primera mano sobre sucesos reales". No se puede afirmar que
es periodismo y después gritar "arte" para justificar errores radicales. Serwer
hizo bien al señalar el manipulador juego de triles que está al fondo de eso:
"Si piensas en darles un premio, pues ‘La hora más oscura’ es 'historia'; si
eres un periodista que cuestiona algún error objetivo en la representación de
los hechos, entonces es solo una película".
Segundo, la mera idea de que sea una obra de arte apolítica
es absurda. La película trata los dos acontecimientos más politizados de la
última década: el ataque del 11 de septiembre (el comienzo de la película) y el
asesinato de bin Laden (el final). George Bush fue reelegido a raíz de una
campaña que aprovechaba el primero, y Obama acaba de reeligirse aprovechando el
segundo. La película fue producida con la estrecha colaboración de la CIA, el
Pentágono y la Casa Blanca. Todo en esta película – el tema, sus aseveraciones,
su modo de producción, sus implicaciones – es político hasta las cachas. No
tiene nada que no sea político. Exigir que se excluyan consideraciones políticas
al juzgar la película es disparatado; es un film político desde el comienzo
hasta el fin.
Tercero, exigir que esta película se trate como "arte" es
ampliar ese término hasta que sea irreconocible. Esta película es una baratija
de Hollywood. Los valientes cruzados dan muerte a los Malos Canallas, y todos
dan vivas.
Algunas partes de la película son bien hechas en el sentido técnico, pero usa
casi todo cliché de las películas militares y de acción de Hollywood. Los
personajes son caricaturas unidimensionales: la heroína es una copia mucho menos
interesante y menos compleja de Carrie en ‘Homeland’: una agente de la CIA que
sacrifica la vida personal, ignora los detalles burocráticos y las sutilezas
sociales, sus intereses de carrera y hasta su propio bienestar físico, en una
búsqueda monomaniática del Gran Terrorista.
Lo peor es que no desafía, no subvierte, ni siquiera altera ninguna ortodoxia
nacionalista. No brega con ningún gran problema, no arriesga nada con los
valores políticos que promueve y es demasiado temerosa siquiera para permitir
que se escuchen puntos de vistas perturbadores, ni hablar de darles validez
(como los agravios que sienten los Terroristas que les conducen a la violencia,
o la equivalencia entre sus métodos y los "nuestros").
No hay nada valiente ni admirable en eso. Como un amigo que lleva años como
periodista me escribió en una correspondencia electrónica (lo voy a citar porque
no puedo superar su forma de expresarlo):
"Además, me parece que existe una tendencia entre los críticos de dar méritos
a los artistas (y, por lástima, a los novelistas también) simplemente por tratar
asuntos incómodos, incluso cuando estos no se molestan por considerarlos de
manera coherente y detenida, como si fuera noble simplemente dejarse arrastrar
por las zonas gris de la condición humana (y, claro, eso puede ser noble; pero
también puede ser flojo)."
Quizás los críticos de películas han tenido que ver tantas chapuzas de
Hollywood que no tienen grandes expectativas y por eso es fácil complacerlos.
Pero si esta película es "arte" de propósitos elevados, entonces también lo es
cualquier producto de haber encendido una cámara. Como dijo un amigo que trabaja
en la industria cinematográfica:
“Como dice
el blog al cual hiciste un enlace – ‘[La película] está perfecta para las
personas que son del tipo ‘políticamente correcto’, los liberales de onda. Todo,
la manera en que la han enmarcado y promocionado como una película ‘chévere’
como lo era Traffic, para que las personas se piensan muy listos
simplemente porque la están viendo’."
A pesar de todo eso, la película merece el debate que está suscitando. Este
debate importa. Enormes cantidades de personas van a verla. Los críticos se
arroban por ella y terminará colmada de premios. El entretenimiento de masas
tiene un impacto en las ideas del público que iguala, como mínimo, el impacto de
los escritos abiertamente políticos, y probablemente lo supera. Es imprudente
insistir en escudar una película que tendrá un impacto tan grande en asuntos tan
importantes -- la comisión de parte de Estados Unidos de crímenes de guerra en
el pasado y posiblemente en el futuro –de cualquier discusión de sus
aseveraciones y consecuencias políticas.
Eso no quiere decir que [el entretenimiento de masas] tiene una
responsabilidad positiva de predicar o hacer propaganda. Si las afirmaciones
sobre la tortura fueran en verdad ciertas –o sea, si la tortura desempeñó un
papel clave en hallar a bin Laden-- entonces no habría nada malo en mostrar eso
(aunque se debería incluir los puntos de vista contrarios también).
Emily Bazelon tiene la razón cuando dice: "nosotros que nos oponemos a los
interrogatorios severos tenemos que recordar que podemos exponer argumentos de
moral contra la tortura... sin recurrir a aducir que la tortura nunca logra
nada". En todos los años en que he argüido sobre la tortura, nunca aduje que no
funciona – porque tal afirmación es para mí tanto falsa como irrelevante. La
tortura, como el homicidio, es categóricamente incorrecta sin importar el
beneficio que produzca.
Lo que se trata aquí es la falsedad. El problema no es que
mostraron que la tortura funciona. El problema, como Adam
Serwer y Andrew
Sullivan documentan extensamente, es que las aseveraciones de la película
son falsas. En vista de las probables consecuencias de dicho invento – pues
puede hacer que los estadounidenses apoyen más la tortura, y quizás hará que la
tortura sea más probable en el futuro – el hecho de que se trata de una llamada
"obra de arte" no es ninguna excusa (es de notar que Bigelow no defiende la
película con la justificación de que ella mostró que la tortura era valiosa
porque así era en realidad; de manera poca honesta, ella niega que la película
muestre que la tortura era valiosa).
A final de cuentas, realmente me gustaría saber si los críticos que defienden
esta película por razones del "arte" creen en realidad en los principios que
propugnan. Mencioné el debate sobre Leni Reifenstahl en mi primer artículo, no
para hacer una comparación entre “La hora más oscura” y “El triunfo de la
voluntad” – ni para comparar a Bigelow con la directora alemana – sino porque
este es el mismo debate que durante mucho tiempo ha estado al centro de la
polémica sobre su carrera.
¿Creen los defensores de esta película que Riefenstahl también adquirió una
mala fama porque creaba arte, y por eso las objeciones políticas (el hecho de
que sus documentales glorificaban el nazismo) no tienen lugar cuando se discute
su obra? De hecho yo siempre he tenido opiniones encontradas en cuanto a ese
debate, porque, a diferencia de “La hora más oscura”, las películas de
Riefenstahl mostraban hechos reales y no dependían de inventos.
Pero siempre me consideraba en la minoría sobre esa cuestión, debido a mi
ambivalencia. Siempre me parecía que existe un consenso en el Occidente de que
Riefenstahl era culpable y que su defensa de que "solo fui artista" era
inaceptable.
¿Consideran los defensores de “La hora más oscura” que los críticos de
Riefenstahl son unos infieles demasiado ideológicos que exigen que el arte
adhiera a su ideología? Si el KKK produjera el próximo año una película de
magnífica ejecución dedicada a promover las virtudes de la supremacía blanca,
¿sería incorrecto poner objeciones, argumentando que el film promueve ideas
repelentes, en el caso de que ganara el premio Oscar para mejor película?
Me cuesta creer que los defensores liberales de “La hora más oscura”
extenderían sus supuestos principios sobre el arte a películas que, a diferencia
de esta, sean en verdad perturbadoras y polémicas y que hagan reflexionar. Es
muy fácil defender esta película, porque a final de cuentas le gustará a la
abrumadora mayoría de los espectadores estadounidenses, pues reafirma y da
validez a sus suposiciones. Por eso me parece que el entusiasmo que inspira es
inseparable de su contenido político: es precisamente porque les hace sentir
bien a los estadounidenses – acerca de un suceso que Ackerman dice que le hizo
sentir "muy, muy orgulloso de ser estadounidense" – que esta película es tan
querida.
Sean como sean los demás comentarios acertados sobre “La hora más oscura”, se
trata de una película agresivamente política con un mensaje político muy dudoso
que abraza e inculca de toda manera posible. David Edelstein, el crítico de la
New York Magazine, dio en el clavo cuando escribió: "raya en lo
reprensible política y moralmente", aunque creo que ya se pasó de esa raya. Por
lo tanto, no solo es legítimo, sino necesario, abordarla por lo que es: un
argumento político que promueve, sea por intención o por efecto – los intereses
de facciones políticas poderosas.
ACTUALIZACIÓN
Ahora que la ha visto, Andrew Sullivan ha
anunciado que la película no solamente no muestra la tortura como un factor
que ayudó a encontrar a bin Laden, sino que cualquier persona que piensa que sí,
lo piensa solamente "porque quiere verlo así o porque es igual de tonto que Owen
Gleiberman". Haga
clic aquí para una lista de escritores y comentaristas que aparentemente son
delirantes y/o tontos.
Desafortunadamente para Andrew, esa lista incluye ahora a Jane Mayer de
The New Yorker, probablemente la más destacada experta periodística sobre
la tortura (escribió el
libro investigativo de mayor autoridad sobre el tema), que publicó un
ataque mordaz a la película hoy, y escribe:
"En manos de [Bigelow], la persecución de bin Laden es esencialmente una
película de policías, carente de ningún contexto moral. Si ella hiciera una
película sobre la esclavitud en Estados Unidos antes de la guerra de la
Secesión, parece que la historia se centraría en el éxito del cultivo de
algodón...
"Sin embargo, lo más perturbador de 'La hora más oscura' no es que relata
esta historia difícil, sino que la distorsiona. Además de eliminar el
debate moral que rugía en torno al programa de interrogatorios durante los años
de Bush, la película también parece aceptar sin cuestión que las
‘técnicas ampliadas de interrogatorio’ de la CIA desempeñaron un papel clave en
posibilitar que la agencia identificara al mensajero que, sin darse cuenta, la
llevó a bin Laden. Pero dicha afirmación la han desmentido en repetidas
ocasiones fuentes confiables con acceso a los hechos...
"A demás de ofrecer una promoción falsa del submarino, 'La hora más
oscura' refrenda la tortura en otras maneras sutiles...
“Si existe alguna expectativa de exactitud, la crearon los propios cineastas.
Parece que quieren todo: la emoción de revelar lo que pasa entre bastidores
cuando se hace historia, y también la licencia creativa de la ficción, que los
libera de la responsabilidad de atenerse a la verdad."
Y continúa así. Léalo. Obviamente, el mero hecho de que Jane Mayer lo dice no
constituye en sí prueba de que sea cierto, pero sí hace más difícil afirmar,
como quiere hacer Sullivan, que hay que estar alucinando o ser tonto para pensar
así. Ella solo ofrece algunos de los muchos ejemplos que prueban por qué esta
película – juzgándola solo por su punto de vista sobre la tortura, sin mencionar
lo demás – es tan perturbadora y dañina.
Este artículo salió originalmente en el blog de Glenn Greenwald en el UK
Guardian el 14 de diciembre de 2012.
¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.
E-mail:
espagnol@worldcantwait.net
|