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Jugar a la «gallinita ciega»: Crímenes de lesa Humanidad estilo USA

Karen J. Greenberg, TomDispatch.com, 25 mayo 2023

Voces del Mundo, 30 de mayo de 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Foto de portada: Fuente Departamento Defensa USA.

En la variante de la etiqueta «Blindman’s Buff» [juego de la gallinita ciega], un niño designado como «Eso» tiene la tarea de golpear a otro niño con los ojos vendados. El niño ciego sabe que los demás niños, todos ellos capaces de ver, están allí, pero debe ir dando tumbos, guiándose por los sonidos y el conocimiento del espacio en el que se encuentra. Finalmente, ese niño lo consigue, ya sea chocando con alguien, espiando o gracias a la pura suerte.

Piensen en nosotros, el público estadounidense, como ese niño con los ojos vendados cuando se trata del programa de tortura de nuestro gobierno que siguió al desastre del 11-S y al lanzamiento de la malhadada guerra contra el terror. Se nos ha dejado buscar en la oscuridad lo que muchos de nosotros intuíamos que estaba ahí.

Hemos estado buscando a tientas los hechos que rodean el programa de tortura creado e implementado por la administración del presidente George W. Bush. Llevamos 20 años buscando a sus autores, los lugares donde maltrataron a los detenidos y las técnicas que utilizaron. Y durante 20 años, los intentos de mantener esa venda en los ojos en nombre de la «seguridad nacional» han contribuido a sostener la oscuridad sobre la luz.

Desde el principio, el programa de tortura estuvo envuelto en un lenguaje de tinieblas con sus «sitios negros» secretos donde se realizaban interrogatorios salvajes y las interminables páginas tachadas de documentos que podrían haber revelado más sobre los horrores que se cometían en nuestro nombre. Además, la destrucción de pruebas y el silenciamiento de los informes internos no hicieron sino ampliar ese abismo aparentemente sin fondo al que todavía, en parte, nos enfrentamos. Mientras tanto, los tribunales y el sistema judicial apoyaron sistemáticamente a quienes insistían en mantener esa venda en los ojos, alegando que, por ejemplo, si se dieran a los abogados defensores detalles sobre los interrogatorios de sus clientes, la seguridad nacional se vería comprometida de alguna manera.

Sin embargo, por fin, más de dos décadas después de que todo empezara, puede que las tornas estén cambiando.

A pesar de los fervientes intentos de mantener esa venda sobre los ojos, la búsqueda no ha sido en vano. Al contrario, a lo largo de estas dos últimas décadas, sus capas se han ido desgastando poco a poco, hilo a hilo, revelando, si no la imagen completa de aquellas prácticas de estilo medieval, sí un conjunto condenatorio de hechos e imágenes relacionados con la tortura, estilo USA, en este siglo. De forma acumulativa, el periodismo de investigación, los informes gubernamentales y las declaraciones de testigos han revelado una imagen más completa de los lugares, las personas, las técnicas de pesadilla y los resultados de ese programa.

Primeros hallazgos

El deshilachamiento de esa venda llevó interminables años, empezando en diciembre de 2002, cuando los escritores del Washington Post Dana Priest y Barton Gellman informaron de la existencia de centros secretos de detención e interrogatorio en países de todo el planeta donde se estaban utilizando técnicas crueles e ilegales contra cautivos de la guerra contra el terrorismo bajo custodia estadounidense. Citando un informe de 2001 del Departamento de Estado sobre el trato a los cautivos, escribieron: «Los métodos de tortura alegados con más frecuencia incluyen la privación del sueño, los golpes en las plantas de los pies, la suspensión prolongada con cuerdas en posiciones contorsionadas y el confinamiento solitario prolongado.»

Menos de un año después, la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), junto con otros grupos, presentó una solicitud en virtud de la Ley de Libertad de Información (la primera de muchas) para obtener registros relativos a la detención y el interrogatorio en la guerra contra el terror. Su objetivo era seguir el rastro que conducía a «numerosos informes creíbles que relatan la tortura y la entrega de detenidos» y los esfuerzos de nuestro gobierno (o la falta de ellos) por cumplir «sus obligaciones legales con respecto a la imposición de tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes.»

Más tarde, en 2004, la venda comenzó a mostrar algunos signos iniciales de desgaste. Esa primavera, el programa 60 Minutes II de CBS News mostró las primeras fotografías de hombres recluidos en Abu Ghraib, una prisión controlada por Estados Unidos en Iraq. Estaban, entre otras cosas, visiblemente desnudos, encapuchados, encadenados y amenazados por perros. Aquellas imágenes desencadenaron una frenética búsqueda de respuestas por parte de periodistas y juristas sobre cómo había sucedido algo así tras la invasión de Iraq por parte de la administración Bush. En otoño, ya habían obtenido documentos internos del gobierno que eximían a los cautivos de la guerra contra el terrorismo de las protecciones legales habituales frente a la crueldad, los malos tratos y la tortura. También aparecieron documentos en los que altos funcionarios de la administración Bush autorizaban técnicas específicas de tortura, rebautizadas como «técnicas de interrogatorio mejoradas» (TIE, por sus siglas en inglés). Se utilizarían con prisioneros en sitios secretos de la CIA en todo el mundo (119 hombres en 38 países o más).

Nada de esto, sin embargo, se sumó aún a «¡Tú la llevas! ¡Te pillé!»

La investigación de la senadora Feinstein

Antes de que George Bush dejara el cargo, la senadora Dianne Feinstein inició una investigación en el Congreso sobre el programa de interrogatorios de la CIA. En los años de Obama, ella lucharía por montar una investigación a gran escala sobre el programa de tortura, desafiando a la mayoría de sus colegas, que preferían seguir el consejo del presidente Obama de «mirar hacia adelante en lugar de mirar hacia atrás.»

Pero Feinstein se negó a retroceder (y debemos honrar su valentía y dedicación, incluso mientras asistimos al drama actual de su insistencia en permanecer en el Senado a pesar de un devastador proceso de envejecimiento). En lugar de retroceder, Feinstein no hizo más que redoblar su apuesta y, como presidenta del Comité Selecto del Senado sobre Inteligencia, lanzó una investigación en profundidad sobre la evolución del programa de torturas y el sombrío trato que recibían los prisioneros en lo que llegó a conocerse como «lugares negros de la CIA.»

El investigador de Feinstein, Daniel Jones, pasó años leyendo seis millones de páginas de documentos. Finalmente, en diciembre de 2014, su comité publicó un «resumen ejecutivo» de 525 páginas con sus conclusiones. Sin embargo, su informe completo -6.700 páginas con 35.300 notas a pie de página- siguió siendo clasificado con el argumento de que, si el público lo viera, la seguridad nacional podría verse perjudicada. Aun así, ese resumen exponía de forma convincente no sólo el uso generalizado de la tortura, sino también que «demostró no ser un medio eficaz para obtener información precisa». Al hacerlo, desmantelaba la justificación de la CIA para sus IET, que descansaba en «afirmaciones sobre su eficacia».

Mientras tanto, Leon Panetta, el director de la CIA de Obama, llevó a cabo una investigación interna sobre la tortura. Nunca desclasificada, la Revisión Panetta, como llegó a conocerse, supuestamente descubrió que la CIA había inflado el valor de la información que había obtenido con el uso de técnicas de tortura. Por ejemplo, en el brutal interrogatorio del presunto cerebro del 11-S, Khalid Sheikh Mohammed, la Agencia afirmó que esas técnicas le habían sonsacado información que ayudó a desbaratar nuevos complots terroristas. En realidad, la información se había obtenido de otras fuentes. Al parecer, la revisión reconoció que las IET no eran en modo alguno tan eficaces como la CIA había afirmado.

La esfera cultural

En aquellos años, retazos de luz procedentes del mundo de la cultura empezaron a iluminar el oscuro horror de aquellas técnicas de interrogatorio mejoradas. En 2007, después de que el presidente Bush reconociera el uso de esas «técnicas» y trasladara a 14 detenidos de los centros clandestinos de la CIA a Guantánamo, su infame prisión de la injusticia en Cuba, el documentalista Alex Gibney dirigió Taxi to the Dark Side. Contaba la historia de Dilawar, un taxista de Afganistán que murió bajo custodia estadounidense tras sufrir malos tratos muy graves. Esa película sería una de las primeras denuncias públicas de crueldad y malos tratos en la guerra contra el terrorismo.

Pero esas películas no siempre arrojaron dosis de luz. En 2012, por ejemplo, Zero Dark Thirty (La noche más oscura), una película fuertemente influenciada por asesores de la CIA, sostenía que esos duros interrogatorios habían contribuido a mantener a Estados Unidos más seguro, concretamente al conducir a las autoridades estadounidenses hasta Bin Laden, un meme repetido a menudo por funcionarios del Gobierno. De hecho, se había obtenido información fiable que conducía a Bin Laden sin necesidad de esas técnicas.

Sin embargo, las películas empezaron a destacar cada vez más las voces de quienes habían sido torturados. The Mauritan, por ejemplo, se basó en el Guantánamo Diary, unas memorias de Mohamedou Ould Slahi, un mauritano torturado que estuvo recluido en esa prisión durante 14 años. Slahi, que nunca fue acusado de nada, fue finalmente liberado y devuelto a Mauritania. Como resumió su experiencia la periodista del New York Times Carol Rosenberg: «Las confesiones que hizo bajo coacción [fueron] retractadas [y] un caso propuesto contra él [fue] considerado por el fiscal como sin valor en el tribunal debido a la brutalidad del interrogatorio.»

Abu Zubaydah

El año pasado, el galardonado documentalista Alex Gibney volvió a regalarnos una película sobre la tortura, The Forever Prisoner, centrada en un detenido de Guantánamo, Abu Zubaydah, cuyo verdadero nombre es Zayn al-Abidin Muhammed Husayn. Con él, la CIA ensayó por primera vez sus duras técnicas de interrogatorio, alegando que era un destacado miembro de Al Qaida, suposición desmentida posteriormente. Sigue siendo uno de los tres únicos detenidos de Guantánamo que no han sido acusados por las comisiones militares de esa prisión ni autorizados a ser puestos en libertad.

Nada capta mejor la inutilidad de la venda -o a veces incluso la inutilidad de levantarla- que la historia de Zubaydah, que fue el núcleo de la historia de la tortura en estos años. El resumen ejecutivo de 525 páginas del Comité Selecto del Senado se refirió a él nada menos que 1.343 veces.

Capturado en Pakistán en 2002 y trasladado por primera vez a una serie de sitios negros para ser interrogado, en un principio se creyó que Zubaydah era el tercer miembro de mayor rango de Al Qaida, afirmación que posteriormente se deshechó, junto con la alegación de que incluso había sido miembro de esa organización terrorista. Fue el detenido para el que la asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, autorizó por primera vez las técnicas de interrogatorio reforzadas, basándose en parte en que el Departamento de Justicia las había calificado de «legales» y no de tortura (prohibidas legalmente tanto por el derecho nacional como por el internacional). Joe Margulies, abogado de Zubaydah, resumió así las horribles técnicas empleadas contra él:

«Sus captores lo arrojaron contra las paredes, lo metieron en cajas, lo colgaron de ganchos y lo retorcieron hasta darle formas que ningún cuerpo humano puede conformar. Lo mantuvieron despierto durante siete días y noches consecutivos. Lo encerraron, durante meses, en una habitación helada. Lo abandonaron en un charco de su propia orina. Le ataron fuertemente las manos, los pies, los brazos, las piernas, el torso y la cabeza a una tabla inclinada, con la cabeza más baja que los pies. Le cubrieron la cara y le echaron agua por la nariz y la garganta hasta que empezó a respirar el agua, de modo que se ahogó y tuvo arcadas mientras le llenaba los pulmones. Luego, sus torturadores lo dejaron tirando de las correas mientras empezaba a ahogarse. Una y otra vez. Hasta que, justo cuando creía que estaba a punto de morir, levantaban la tabla el tiempo suficiente para que vomitara el agua y tuviera arcadas. Luego bajaban la tabla y volvían a hacerlo. Los torturadores le sometieron a este tratamiento al menos ochenta y tres veces sólo en agosto de 2002. En al menos una de esas ocasiones, esperaron demasiado y Abu Zubaydah estuvo a punto de morir sobre la tabla«.

Además, como informó Dexter Filkins en el New Yorker en 2016, Zubaydah perdió el ojo izquierdo mientras estaba bajo custodia de la CIA.

Como deja claro el informe sobre la tortura del Comité Feinstein, el personal de la CIA presente en ese centro clandestino envió un cable a Washington en el que señalaba la importancia de borrar cualquier información sobre la naturaleza del interrogatorio de Zubaydah, reconociendo implícitamente lo injusto que había sido su trato. El cable de julio de 2002 pedía «garantías razonables de que [Abu Zubaydah] permanecerá aislado e incomunicado durante el resto de su vida». Los altos mandos de la CIA aseguraron a los agentes que «todos los actores principales están de acuerdo en que [Abu Zubaydah] debe permanecer incomunicado durante el resto de su vida».

Lamentablemente, esa promesa se ha mantenido hasta hoy. En 2005, funcionarios de la CIA autorizaron la destrucción de las cintas del interrogatorio de Zubaydah y, aunque nunca se le acusó de ningún delito, sigue en Guantánamo.

Y, sin embargo, a pesar de la promesa de que permanecería incomunicado, cada año que pasa sabemos más sobre lo que le hicieron. De hecho, en octubre de 2021, en el caso Estados Unidos contra Zubaydah, los magistrados del Corte Supremo debatieron abiertamente por primera vez sobre su trato y los jueces Sonia Sotomayer, Neil Gorsuch y Elena Kagan utilizaron públicamente la palabra «tortura» para describir lo que se le hizo.

En otros lugares también se ha quitado la venda de los ojos en lo que respecta al horror de la tortura, a medida que más y más de la historia de Zubaydah sigue viendo la luz del día. Este mes de mayo, The Guardian publicó un artículo sobre un informe elaborado por el Centro de Política e Investigación de la Facultad de Derecho de la Universidad de Seton Hall que incluía una serie de 40 dibujos que Zubaydah había realizado y anotado en Guantánamo. En ellos, describía gráficamente sus torturas en los lugares negros de la CIA y en esa prisión.

Las imágenes son más que monstruosas y, como una sinfonía cacofónica que no se puede apagar, es difícil presenciarlas sin cerrar los ojos. Muestran palizas, encadenamientos desde el techo, abusos sexuales, ahogamiento simulado, confinamiento en un ataúd y mucho más. En un cuadro que tituló «El vórtice», se combinan las técnicas mientras Zubaydah -en un autorretrato- grita de agonía. Como prueba de la exactitud de las escenas que dibujó, las autoridades han tachado los rostros de sus torturadores para proteger sus identidades.

Como informó Ed Pilkington de The Guardian, Helen Duffy, representante legal internacional del Sr. Zubaydah, destacó lo «extraordinario» que era que sus dibujos hubieran visto la luz del día a pesar de que «no ha podido comunicarse directamente con el mundo exterior» en todos estos interminables años.

Llamamientos a la acción

En los años de la presidencia de Biden, la comunidad internacional se ha centrado en Guantánamo de una forma sin precedentes. En enero de 2022, «después de 20 años y más de 100 visitas», el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) pidió la liberación del mayor número posible de los presos que permanecen allí y, más recientemente, expresó su alarma por el deterioro de la salud y el envejecimiento prematuro de sus 30 reclusos de avanzada edad.

Recientemente, las Naciones Unidas también han abierto nuevos caminos. En abril, el Grupo de Trabajo de la ONU sobre la Detención Arbitraria emitió un dictamen en el que condenaba la brutalidad empleada durante tanto tiempo contra el Sr. Zubaydah y pedía su liberación inmediata. Ese grupo señaló además que la detención continuada de los presos de Guantánamo podría «constituir crímenes de lesa humanidad.»

Cada año que pasa salen a la luz más detalles sobre los programas de tortura de Washington. Sin embargo, incluso ahora, se sigue intentando ferozmente mantener la venda en los ojos. Como resultado, a día de hoy seguimos buscando, con los brazos extendidos, mientras quienes tienen información crucial sobre el compromiso de pesadilla de este país con la tortura hacen todo lo posible por evitarnos, con la esperanza de que el interminable paso del tiempo los mantenga fuera de su alcance hasta que, a nosotros, los perseguidores, se nos acaben finalmente las energías.

En estos momentos, muchas cosas permanecen en la oscuridad, mientras el Congreso y los responsables políticos estadounidenses siguen negándose a abordar el legado de semejante fechoría. Pero como sugiere el constante goteo de información, la historia simplemente no desaparecerá hasta que, algún día, Estados Unidos reconozca oficialmente lo que hizo, todo eso que, si otros lo hicieran ahora, sería denunciado al instante por los mismos legisladores y responsables políticos. Esa historia de tortura no desaparecerá, de hecho, hasta que este país pida disculpas por ella, desclasifique la mayor parte posible del informe Feinstein y se ocupe de la rehabilitación de Abu Zubaydah y de otras personas cuya salud física y psicológica quedó destrozada por los malos tratos que recibieron de manos estadounidenses.

Una cosa es decir, como Barack Obama dijo en el Congreso al mes de su presidencia, que Estados Unidos «no tortura». Y otra cosa es sacar a la luz las fechorías de la guerra contra el terror y aceptar los costes como medida disuasoria para impedir que vuelva a ocurrir.

Karen J. Greenberg, colaboradora habitual de TomDispatch, es directora del Centro de Seguridad Nacional de Fordham Law. Su libro más reciente es Subtle Tools: The Dismantling of American Democracy from the War on Terror to Donald Trump. Kevin Ruane y Claudia Bennett han contribuido asimismo a la investigación para este artículo.


 

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