David Martine: ¿héroe o un torturador monstruoso?
Fue interrogador de la CIA y uno de los principales sospechosos de encubrir la
horripilante muerte de un prisionero iraquí llamado “el Hombre de Hielo”. Como
muchos otros en la guerra contra el terrorismo, nunca fue acusado de un crimen,
pero tampoco absuelto. Su caso yace en un limbo perturbador mientras persisten
las “técnicas mejoradas” de inquisición de la CIA.
Jeff Stein y Adam Zagorin
Newsweek en español
11 de octobre de 2015
Cuando David Martine llegó al palacio de justicia federal de ladrillo rojo en
Alexandria, Virginia, en el verano de 2011, tenía tres años de haberse retirado
y no había participado en un interrogatorio desde 2007, cuando era uno de los
principales inquisidores de la CIA. Sin embargo, en este día él no iba hacer
las preguntas. Iba a responderlas.
La administración de Obama investigaba las muertes de prisioneros en custodia de
la CIA. Una investigación previa sobre la orden de un funcionario de la CIA de
destruir los videos de interrogatorios grabados en “sitios negros” alrededor
del mundo no había dado por resultado alguna acusación. Pero las expectativas
eran altas entre los críticos de las “técnicas mejoradas de interrogar” de la
agencia cuando John Durham, un célebre fiscal especial, empezó a emitir
citatorios a oficiales de la CIA vinculados con las muertes. Martine estaba
casi al principio de su lista. Como jefe de la Célula de Obtención en Detención
de la CIA en Irak, era sospechoso de destruir evidencia que estaba conectada
con la muerte horripilante de “el Hombre de Hielo”, un detenido iraquí cuyo
cuerpo empacado en hielo fue sacado en secreto de la tristemente célebre prisión
de Abu Ghraib con una intravenosa metida a la fuerza como si todavía estuviera vivo.
Difícilmente era la primera vez que Martine había sido cuestionado por el incidente. El
inspector general de la CIA había interrogado en repetidas ocasiones a él y
otros en la agencia de espionaje sobre el destino del Hombre de Hielo y otros
cautivos en Afganistán y Pakistán. Y cuando Martine entró al palacio de
justicia, él, como otros interrogadores antes que él, estaba escandalizado
porque los casos se habían alargado sin resolución. “Fue muy desalentador”,
dice Martine a Newsweek en una entrevista exclusiva, la primera vez que un
interrogador de la CIA ha discutido el caso del Hombre de Hielo o se ha hecho público
su testimonio ante el gran jurado. “Me habían investigado por siete años”.
Para el año siguiente, Durham continuó buscando una investigación penal por las
muertes. Luego, en junio de 2012, el fiscal general Eric Holder anunció que el
Departamento de Justicia cerraba los casos por evidencia inadecuada. La
conclusión: después del fallecimiento de por lo menos tres detenidos en
custodia de la CIA y más de 100 prisioneros cautivos por las fuerzas de Estados
Unidos, pocos fueron siquiera acusados y todavía menos sentenciados. “Las
guerras son desorganizadas por su misma naturaleza”, dijo Michael Pheneger, un
retirado coronel de inteligencia del Ejército que revisó muchos de los casos
para la Unión Estadounidense de Libertades Civiles, a Associated Press en 2007.
“Pero es absolutamente obvio que no hay una norma para entablar combate que le
autorice a alguien matar a alguien en custodia”.
El destino del Hombre de Hielo, de quien se dice que está enterrado en una tumba
sin nombre en un cementerio enorme a 100 millas al sur de Bagdad, es uno de los
muchos misterios alarmantes en la guerra contra el terrorismo. Barack Obama
hizo campaña con promesas notables de cauterizar los bordes desorganizados del
conflicto “en el lado oscuro”, como lo llamó el vicepresidente Dick Cheney. El
presidente Obama denunció las “técnicas mejoradas de interrogar” de la CIA como
tortura y firmó un decreto presidencial para cerrar la prisión de Estados
Unidos en Bahía de Guantánamo como una de sus primeras acciones como comandante
en jefe. Hoy, al saber de todos, Guantánamo podría permanecer abierta indefinidamente.
Los casos de los cinco conspiradores del 11/9 sobrevivientes, así como los de
otros supuestos terroristas importantes, siguen sin resolverse. Y el gobierno,
ya no digamos el público, todavía está dividido por cómo levantar, apresar,
cuestionar y juzgar a terroristas extranjeros.
A pesar de las diferencias profundas entre los prisioneros y los interrogadores
de la CIA, hay un paralelismo extraño entre sus destinos sin resolver. Muchos
de los prisioneros, según investigaciones recientes, eran oficiales menores de
Al-Qaeda. Unos pocos eran niños soldados levantados en los campos de batalla
afganos en el caos posterior al 11/9. Después de más de una década, muchos
parecen elegidos para una detención indefinida sin juicio. La mayoría nunca ha
sido acusada de un crimen o nunca ha sido absuelta. De la misma manera, aunque
libre, Martine y otros como él no han sido acusados ni tampoco se han limpiado
sus nombres. Hoy, tanto los interrogadores como los prisioneros siguen
estancados en un limbo perturbador. Y también lo está el pueblo estadounidense.
Para ellos, la identidad de quienquiera que haya sido responsable de las
muertes de los prisioneros y otros crímenes serios sigue siendo un signo de
interrogación perdurable y sangriento.
OCULTAR EL CUERPO
A primera hora en la mañana del 4 de noviembre de 2003, un equipo SEAL de la
armada con apoyo de la CIA capturó a un iraquí de nombre Manadel al-Jamadi. La
inteligencia de EE UU sospechaba que él estuvo involucrado en el bombardeo de
las oficinas de la Cruz Roja en Bagdad, uno de cinco ataques sincronizados que
mataron a 35 personas e hirieron a 244. Jamadi se resistió violentamente y
sufrió lo que una autopsia luego determinó como tres costillas rotas. Antes del
amanecer, el cautivo lesionado y esposado, desnudo de la cintura para abajo y
con una bolsa en la cabeza, fue visto cuando lo llevaban a la prisión de Abu
Ghraib. Un “prisionero fantasma”, como muchos en custodia de la CIA, la
presencia de Jamadi nunca fue registrada en la bitácora de la instalación.
Aproximadamente una hora después, estaba muerto.
Un policía militar después dijo a los investigadores que el único oficial de la
CIA en el área de regaderas en Abu Ghraib donde estaba encadenado el
prisionero, Mark Swanner, les pidió a él y otro guardia que levantaran a Jamadi
todavía más alto en la pared. Ello a pesar del hecho de que sus brazos ya
estaban “casi literalmente saliéndose de sus glenas”, dijo uno de los soldados
a los investigadores. “Digo, así de mal estaba colgando. El… tipo [de la CIA], él
estaba más o menos calmado. Él estuvo sentado todo el tiempo. Él estaba como: ‘Sí,
ya sabes, él simplemente no quiere cooperar. Pienso que deberían levantarlo un
poco más alto’”.
El informe de la autopsia llamó a la muerte como un homicidio, el resultado de un “trauma
por instrumento contundente” y “asfixia”. Pero de los 10 SEAL de la Armada
involucrados en la captura de Jamadi, sólo uno, el líder del equipo y teniente
Andrew Ledford, fue enjuiciado en una corte militar, y fue exonerado de golpear
al prisionero y mentir a un investigador, entre otros cargos. La CIA remitió a
Swanner al Departamento de Justicia, que se negó a presentar cargos. Pero en
2011, él fue llamado ante el gran jurado de Durham. Swanner se ha negado
consistentemente a comentar sobre el incidente.
Martine, quien estaba dormido en la Zona Verde segura de Bagdad cuando Jamadi fue
capturado, dice que recibió una llamada de Abu Ghraib diciéndole de la muerte
del prisionero alrededor de las 4:30 a.m. Él dice que se apresuró a deliberar
con colegas de la CIA y personal militar de Estados Unidos que vigilaban la
instalación. El ex hombre de la CIA concede que la agencia y los SEAL de la
armada que capturaron a Jamadi tienen algo de responsabilidad por su muerte por
el hecho básico de que murió en su custodia. “Cuando haces esa pregunta simple:
¿provocamos la muerte de este hombre? Esa es una respuesta sencilla: sí”, dice
Martine a Newsweek. “¿Pero fuimos negligentes al provocar su muerte? No pienso
que lo fuéramos”.
Martine también concede que el inspector general de la CIA lo hizo en parte responsable
de la decisión de poner el cuerpo de Jamadi en hielo, evitando su deterioro
hasta que personal de la CIA y militar tramaron un plan para ocultar la muerte:
pegaron una intravenosa al cuerpo congelado, la cual hacía parecer que el
prisionero todavía estaba vivo mientras sacaban en secreto el cuerpo de Abu
Ghraib, acciones que llevaron a muchos a pensar en un encubrimiento. Martine
acepta que, en una muestra de humor negro en tiempos de guerra, él llamó al cadáver
de Jamadi como “Bernie”, una referencia a la comedia Este muerto está muy vivo,
en la que el cuerpo de un hombre es llevado a todas partes por sus amigos como
si todavía estuviera vivo. “Supongo que mucha gente pensará que eso fue
insensible e irrespetuoso”, dice él.
Otro problema importante fue la bolsa de nylon que se usó para cubrir la cabeza de
Jamadi. Tan pronto murió, la capucha fue retirada y la sangre salió a chorros
de su boca “como si se hubiera abierto un grifo”, según el testimonio de un
guardia. Luego desapareció. Martine dice que un oficial de seguridad de la CIA
le dio la capucha días después, cuando la hallaron en la camioneta que se usó
para transportar el cuerpo. Martine dice que la puso en una bolsa de plástico y
la “lanzó” a un estante en su oficina de la Zona Verde. Meses después, por las
prisas de regresar a EE UU, él dice que tiró a la basura la bolsa apestosa. Con
eso, el caso tal vez se hubiera disuelto en una nota a pie. Pero luego estalló
el escándalo infame de la prisión de Abu Ghraib con sus fotos espantosas de
soldados estadounidenses humillando y abusando de los prisioneros iraquíes.
Varias mostraban a soldados sonriendo con una señal de pulgar arriba sobre el
cuerpo maltratado del Hombre de Hielo como si fuera un trofeo de caza.
La capucha luego aparecería como una pieza central en las acusaciones de que
Martine destruyó evidencia. Era una pista grande y olorosa para Durham. Durante
la aparición de seis horas de Martine ante el gran jurado en 2011, dice él, el
fiscal le preguntó: “Si la capucha no era importante, ¿por qué la guardó en el
estante de su oficina? Y si era importante, ¿por qué la tiró?”
Martine admite que fue “una buena pregunta”. Pero el cuestionamiento de Durham se volvió
todavía más contencioso, dice él. “Él sólo siguió presionado y presionado… ‘¿Por
qué está ocultando cosas, y qué más debería decirnos?’ O sea, yo no sabía qué
decir”. Su respuesta entonces y ahora: no hubo una investigación formal que él
supiera en ese momento, y nunca se le preguntó sobre la mortaja manchada de
sangre perdida sino hasta mucho después. Otro oficial de la CIA que también fue
cuestionado en repetidas ocasiones sobre el incidente del Hombre de Hielo se
colapsó, dice Martine. “En cierto momento, él dijo –y ellos usaron esto en su
contra– ‘Desearía que simplemente lo hubiéramos matado, porque entonces yo podría
sólo decir que él merecía morir”.
A pesar del cuestionamiento agresivo de Durham, Martine dice que no hubo una
conspiración para encubrir la muerte de Jamadi. Él admite que ayudó a planear cómo
sacar en secreto el cuerpo de Abu Ghraib. Tenía “mucho sentido”, dice él,
ocultar su muerte a los otros cautivos, quienes podrían haber estallado en “un
motín inmediato” de haber sabido del fallecimiento del prisionero a manos de
los estadounidenses. Pero él dice que nunca ocultó los eventos a la CIA o los
militares de EE UU. “Nunca le ocultamos esto a nuestra cadena de comando, ya
fuera militar o de la agencia”, dice él. “Nunca fue una operación de encubrimiento”.
Tal vez, pero Martine también ha editado y presentado un reporte a la oficina
central de la CIA que omitió detalles clasificados de la muerte del Hombre de
Hielo que algunos pensaron que debieron incluirse. Para Durham y otros, parecía
que él podría haber estado involucrado en un crimen, sospechas que siguen a
Martine hasta el día de hoy.
“USTEDES PODRÍAN TORCER ESTO”
Un hombre atractivo que usa un Rolex y una camisa deportiva, Martine, de 59 años,
aparece bronceado y relajado mientras maneja su deportivo utilitario Mercedes negro
al Club de Yates de Erie al borde de un lago en Pensilvania. Erie es la ciudad
donde él creció, donde su padre era un director de escuela y su madre una
consejera estudiantil. En el comedor, amigos y miembros del club lo saludan con
calidez. Él parece ansioso de mostrar que las controversias alrededor de su
participación en la guerra contra el terrorismo no lo siguieron aquí.
Pero conforme el ex jefe de labores de polígrafo, entrevistas e interrogatorios en
el extranjero narra los detalles de su historia, se hace claro que él sigue
afligido. Las múltiples investigaciones, dice él, han arruinado amistades
largas entre los interrogadores, porque se les prohibió hablar unos con otros,
a menos que se los acusara de coordinar su testimonio; “la cosa de la conspiración”,
como la llama él.
Sentados a una mesa en el abarrotado comedor, Martine explica por qué quiso hablar con
Newsweek. “Quiero que esto se haga público”, dice él. “Nunca empleé una dureza
física como método de interrogar”.
“Ya sabes, esta historia podría terminar bien o mal”, añade él, ignorando el menú
que pusieron frente a él. “Ustedes podrían salir de aquí diciendo: ‘Ese tipo
está ocultando información. Ellos sí encubrieron esto. Hubo un asesinato’”.
Abrirse a un reportero pone en riesgo su “vida maravillosa aquí, con una
familia grandiosa y amigos grandiosos y una carrera grandiosa”, dice él. “Ustedes
podrían torcer esto de una manera que hubiera una nube negra siguiéndome por siempre”.
Martine atrajo la atención por primera vez en 2011, cuando se reveló a sí mismo como ex
interrogador en un artículo poco conocido en su periódico local en el que dijo
voluntariamente que fue citado para presentarse ante el gran jurado de Durham. “Si
cruzamos una línea, soy parte de eso”, lo citó el artículo, “pero pienso que
estoy haciendo la misma pregunta que hacen todos: ¿por qué están haciendo esto otra vez?”
La investigación de Durham a la CIA terminó con una conferencia de prensa
triunfante pero en un silencio intrigante. Otrora descrito por un amigo como
alguien que ve el mundo como “bien vs. mal”, el fiscal determinado de matones
de la mafia, políticos y funcionarios corruptos del FBI se había metido en los
muchos matices de gris de la CIA y salió con las manos vacías. Sigue sin estar
claro si pidió a los jurados que acusaran a Martine o cualquiera de los otros
objetivos de la CIA. Sólo años después él publicó una declaración poco leída,
en respuesta a una demanda de Libertad de Información, detallando, sin más
explicaciones, los procedimientos en que apoyó su decisión de no presentar
cargos. Contactado por Newsweek, Durham se negó a comentar.
Martine dice que el resultado fue decepcionante. “Ciertamente, no ha sido un buen
momento para mí”, dice él. “No es que uno espere regresar como héroe, pero uno
espera regresar con una muestra de respeto y un ‘oye, trabajo bien hecho’.”
Eso no va a suceder. Y así, ahora, años después, Martine parece estar buscando un tipo
de exoneración pública. “Siento que puedo ponerme de pie y decir todo
procedimiento que he empleado”, dice él, “y pienso que Estados Unidos me respaldará”.
“LA TORTURA FUNCIONA”
Una gran bandera kurda roja, blanca, verde y amarilla cuelga en la pared detrás del
escritorio de Martine en la Universidad Gannon, un pequeño colegio privado
cristiano en Erie donde da cursos de justicia penal y terrorismo. “Los príncipes
me la dieron”, dice él con orgullo, refiriéndose a los hijos de Jalal Talibani,
el legendario líder independentista y político kurdo. “Ellos no estarían muy
complacidos de saber que hicimos interrogatorios en el sótano de sus padres”, añade
él con una risita. “No se suponía que el más joven se involucrara”.
Años antes, el camino improbable de Martine para convertirse en alto interrogador de
la CIA empezó con un arresto –el suyo– cuando tenía 13 años, cuando tomó un
aventón en un auto “prestado” con algunos amigos adolescentes. Un oficial
cautelar “me enderezó”, dice él, lanzando su fascinación por el trabajo
policial. En la universidad de Dayton a finales de la década de 1970, él
consiguió un empleo como policía del campus para ayudarse a sufragar los gastos
del colegio, agarrando con el tiempo un internado como oficial cautelar
juvenil. Luego, equipado con un grado en justicia penal, envió una solicitud al
FBI. A los pocos años, era un técnico de evidencias buscando pistas en el sitio
donde John Hinckley trató de asesinar al presidente Ronald Reagan. Sobre la
marcha, obtuvo una maestría en ciencias forenses de la Universidad George
Washington, tomó cursos de posgrado en psicología en la Universidad de Virginia
y pensó en entrar a la escuela de leyes para calificar como un agente del FBI
hecho y derecho.
Pero cuando el embarazo de su esposa lo obligó a desechar la idea, él siguió un
consejo de un amigo sobre un empleo en la CIA. Pronto se encaminó por el
Potomac hasta Langley, Virginia, y a un notable giro nuevo en su carrera, como
agente encubierto en la oficina de seguridad de la agencia de espionaje. El
trabajo implicaba la tarea a veces horrorosa de mudar desertores de un lugar a
otro, pero también lo llevó a Latinoamérica, África y el Lejano Oriente en toda
una gama de tareas de seguridad. Con el tiempo, se volvió un alto oficial de
instrucción de la CIA en polígrafos e interrogatorios, “y la mayoría de ese
trabajo se hizo en Sudamérica”.
La región estaba plagada de guerras. Regímenes militares, en su mayoría apoyados
por Washington, gobernaban la mayor parte del continente. La policía secreta de
Chile, Argentina, Paraguay y Brasil conspiraban para asesinar izquierdistas
locales y disidentes exilados. La CIA ayudaba apuntalar las dictaduras brutales
de Guatemala, Honduras y El Salvador mientras desplegaba un ejército
guerrillero para derrocar al régimen marxista en la vecina Nicaragua. Las bajas
en la guerra civil de El Salvador fueron catastróficas, con 70 000 a 80 000
muertos, 8000 desaparecidos, alrededor de 550 000 desplazados internamente y
otro medio millón en el exilio. “Era una época excitante en Centroamérica”,
dice Martine, al menos para su carrera.
Latinoamérica también fue donde él empezó a concluir –con su valoración reforzada por las
tareas para los regímenes clientes de EE UU en Oriente Medio y Asia– que la “tortura
funciona”. “¡Nadie quiere ser honesto al respecto!”, dice él voluntariamente en
un correo electrónico. “La tortura siempre ha funcionado”.
No que sea correcta, añade él rápidamente. Pero es erróneo decir que es ineficiente
(como han argumentado los interrogadores del FBI). Las confesiones y pistas
falsas que dan los prisioneros bajo un intenso abuso físico y psicológico no
son un gran problema, insiste él: uno simplemente las checa. “Si hablamos de
tortura, y me refiero a verdadera tortura, donde vamos a empezar a tomar dedos
o vas amputar un pie… ellos te dirán cualquier cosa que quieras oír”, dice él. “Les
dices que si [te] dan información falsa, regresarás al día siguiente a
amputarles el otro pie”.
“Ellos no irán a ninguna parte”, dice él. “Así que tienes un control tremendo sobre la
tolerancia al dolor de esta persona; ellos van a darte todo lo que saben… Sólo
es cuestión de tiempo. Si estás dispuesto a quemar un ojo para luego decir: ‘Vamos
a checar todo esto, y mañana te quemaremos el otro ojo’, la gente te va a decir
todo lo que sabe”.
Entonces, ¿dónde aprendió él de primera mano la eficacia de la tortura?
La pregunta parece tomarlo por sorpresa. “La única experiencia que tendría de ello
es de las cosas en que nos metimos después”, dice él con vaguedad, negándose a
discutir casos específicos clasificados. “Ahora, obviamente, si es tortura con
cualquier país, nos desvinculábamos”, añade él. “Pero cuando ves cómo algunas
personas son tratadas en otros calabozos y otras áreas controladas…” Él menea
su cabeza.
¿Y el vio personalmente eso?
“Lo vi, por supuesto, por supuesto”.
¿Dónde? ¿En las prisiones de aliados de Estados Unidos, conocidos por su brutalidad,
como, digamos, Egipto?
“Claro”, dice él. “Y en Centroamérica. Y en Sudamérica”. Los prisioneros le hablaron de
ello después, dice él.
Dado su trabajo, tales conversaciones probablemente no se dieron muy lejos de las cámaras
de tortura. Pero es una distinción sin una diferencia, según Michael Scheuer,
quien encabezó la unidad de la CIA que rastreó a Osama bin Laden de 1996 a
1999. “No había escrúpulos en absoluto sobre enviar gente a El Cairo” y otros
lugares brutales para ser interrogados, dijo Scheuer a un panel congresista en
2007. Había una “especie de broma entre nosotros sobre lo que le sucedería a
esa gente en El Cairo, en las prisiones egipcias”. La CIA simplemente levantaba
la fruta que los egipcios habían sacudido de los detenidos, dijo él.
Por supuesto, tales prácticas le permitieron a la gente de la CIA como Martine
distanciarse de la tortura y sacarle provecho a sus supuestos beneficios. La
tortura no es digna de Estados Unidos, dice él. E insiste en que rara vez fue
empleada por EE UU, incluso en los años que siguieron inmediatamente a los
ataques del 11/9, cuando “los interrogatorios de los detenidos por la CIA eran
brutales y mucho peores de lo que la CIA les presentó a políticos y demás”, según
el informe del Comité de Inteligencia del Senado del año pasado. “No pienso que
nos den el crédito que merecemos”, dice él, “por estar en el lado correcto de
la humanidad en nuestro trato de todos aquellos en nuestra custodia”.
Esta declaración alegre contrasta violentamente con la muerte brutal del Hombre de
Hielo. También provoca el escarnio entre aquellos que saben lo que sucedía en
los sitios negros de la CIA o las cárceles administradas por militares. Uno de
los más importantes es Ali Soufan, ex alto agente supervisor de
contraterrorismo del FBI, quien es bien sabido que denunció las repetidas
torturas del agua por la CIA en un período de meses a Abu Zubaydah, un agente
de bajo nivel de Al-Qaeda, hasta que él “confesó” –falsamente– que era un
agente importante en el grupo belicoso, según ha testificado Soufan en el
Congreso estadounidense. “No puedo creer que en los Estados Unidos de América
todavía estemos debatiendo si la tortura es una buena idea o no, o si es
efectiva o no”, dice Soufan. “En serio, ¡en Estados Unidos!”
Martine no está de acuerdo, hasta cierto punto. Está “mal”, dice él. Pero a pesar del
daño que la exposición de la tortura infligió, y sigue infligiendo, a Estados
Unidos, él dice que la CIA nunca debería retirar de la mesa esa amenaza cuando
acorrala a un sospechoso de ser terrorista. “Si ellos piensan: me atraparon a
mitad de la noche, y me están llevando a un cuartito oscuro, y van a volarme la
tapa de los sesos; pienso que eso podría salvar vidas. En realidad, no vamos
hacerlo. [Pero] vamos a montar un pequeño show de realidad escalofriante para ellos”.
Soufan desestima esa forma de hablar. Él señala que el informe investigativo de 6,300
páginas del Comité de Inteligencia del Senado sobre el programa de
interrogatorios de la CIA, “sin mencionar todas las otras revisiones, como el
informe del propio inspector general de la CIA, todas llegaron a la misma
conclusión: la tortura no funciona y es dañina para nuestra seguridad nacional”.
Incluso John Rizzo, ex consejero general interino de la CIA, quien argumenta que las múltiples
investigaciones a los interrogadores de la agencia debieron terminarse hace
tiempo, dice que el desastre por los interrogatorios de la CIA en Irak se pudo
haber evitado si el personal de la agencia hubiera seguido las instrucciones: “No
contengas a los prisioneros tú mismo”, dijo él en una entrevista de 2012 con el
Proyecto Constitución, un grupo bipartidista de vigilancia con oficinas en
Washington, D.C. “Difiere a los militares el cuestionamiento. Sólo participa
cuando te inviten a hacerlo. No trates de meterte a la fuerza en esos interrogatorios”.
Pero la CIA constantemente se lanzaba a las líneas del frente en los
interrogatorios, como cuando Martine siguió a los invasores estadounidenses a
Irak en 2003 en busca de las muy cacareadas (pero inexistentes) armas de
destrucción masiva de Saddam Hussein. Pronto se halló cara a cara con la
tristemente célebre “Dra. Germen”, Rihab Taha, la mujer que dirigía el programa
de guerra biológica de Irak. “Yo quebré a su segundo”, dice Martine. “De hecho,
fuimos debajo de un lavabo en casa de él y hallamos un patógeno biológico”.
Pero la jefa era diferente. “Ella era mala, y era poco cooperativa”, dice él. Para
sobrevivir en el régimen de Saddam, ella tenía que ser dura, e inteligente. “Y
ella sabía, como mujer, que podía ganar esta”, dice Martine. “Y lo hizo”. Con “como
mujer”, él quiere decir que las mujeres cautivas escaparon a las cosas rudas
que se les infligieron a los hombres. Y no le puso una mano encima a ella, dice
él. El resultado: Taha prácticamente lo mató de aburrimiento hablando. “Ella
era muy mesurada, y tenía sus líneas, y nunca se movió de esas líneas”. Él
parece arrepentirse de que no pudo haber sido más enérgico. “Con ella, todavía
hoy lo siento, 100 por ciento, que había mucha, mucha más información que nos
pudo haber ofrecido, y ella eligió no hacerlo”. Más bien, “fue liberada”, dice él
con algo de desdén. ¿Y dónde está ella ahora? “Viviendo en alguna parte de
Irak, probablemente”.
“OBLIGADOS” A HACER COSAS DESAGRADABLES
Y el Hombre de Hielo, ¿qué pasó con su cuerpo? Martine no parece saberlo ni
importarle. “Me rebasa”, dice él.
Sólo otro caso sin resolver, en su mente. E irónicamente, muy similar al suyo
propio, aunque él tiene el beneficio de estar vivo y libre. No se puede decir
lo mismo de los 114 prisioneros que languidecen en Guantánamo, el primero de
los cuales llegó hace más de 13 años. Más de 50 de los internos han sido
franqueados para su liberación. Alrededor de otros 50 al parecer no serán
juzgados pero son considerados como demasiado peligrosos para dejarlos libres y
podrían seguir detenidos indefinidamente. Finalmente, hay un supuesto núcleo de
agentes de Al-Qaeda enfrentando juicios militares que, después de muchos años,
todavía muestran pocas señales de siquiera despegar.
De hecho, el legado de los años de la tortura sigue atrapado en la ambigüedad.
Mientras que John Helgerson, el inspector general de la CIA de 2002 a 2009,
supuestamente hizo ocho referencias penales al Departamento de Justicia por
homicidios y otras malas praxis realizadas por interrogadores de la CIA,
ninguna resultó en acusaciones o declaraciones de que los acusados habían sido
absueltos de los delitos.
Todo ello es manifiestamente injusto, dice Martine, aun cuando los fiscales no están
obligados a “absolver” a nadie que investiguen. Después de que Durham se fue a
casa, el Departamento de Justicia dijo sólo que “la evidencia admisible no sería
suficiente para obtener y sostener una condena más allá de una duda razonable”,
difícilmente una bendición. Y aun cuando Martine y otros nunca han estado cerca
de ser exonerados públicamente, él y sus colegas no necesitan preocuparse de
ser convocados de vuelta al palacio de justicia de ladrillo rojo en Alexandria.
Ellos incluso quizá ya la hayan librado, en especial desde que las fotos
publicadas del cadáver maltratado del Hombre de Hielo produjeron meses de una
horrible publicidad a nivel mundial para la CIA y Estados Unidos.
Pero Martine insiste en que el caso en su contra y los otros fue “político”. “Ciertamente”,
dice él, Obama y Holder “querían desviar y devolver esto a [el presidente
George W.] Bush”. Él se compara y a quienes se les ordenó entrar en la turbia
guerra contra el terrorismo con los veteranos de Vietnam, para quienes el
juicio más amable de la historia parece ser que fueron obligados a hacer cosas
desagradables. “Y regresamos a casa, y ellos en cierta forma pueden perseguir
algo como esto, una y otra vez al paso de los años”, dice Martine.
En la cálida camaradería del Club de Yates de Erie, Martine podrá seguir siendo un héroe
para muchos, incluso cuando una gran cantidad de críticos continúa viendo a
cualquiera asociado con los “interrogatorios mejorados” de la CIA como
monstruos. Otros estadounidenses simplemente han seguido adelante, dejando a
Martine y otros como él rehenes de sus conciencias y al juicio de las
generaciones futuras.
Caso cerrado: sin resolver.
--
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek
FOTO: AP. LOS DESNUDOS Y LOS MUERTOS: Muchas
de las fotos de Abu Ghraib mostraban a estadounidenses humillando y abusando de
iraquíes. Algunas incluso exhibieron a soldados sonriendo sobre el cadáver
maltratado del Hombre de Hielo.
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PRISIONEROS FANTASMAS: Los cuerpos de tres detenidos
iraquíes en la base de un camión en Bagdad. Los críticos dicen que pocos
estadounidenses han sido responsabilizados por los crímenes que cometieron en
la guerra contra el terrorismo.
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