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Los psicólogos deberían de liderar el llamado para el cierre de Guantánamo

Por Roy Eidelson, Ph.D
De Psychology Today
1 de febrero de 2021

Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 12 de febrero de 2021

La semana pasada Mansoor Adayfi, Moazzam Begg, Lakhdar Boumediane, Sami Al-Hajj, Ahmed Errachidi, Mohammed Ould Slahi, y Moussa Zemmouri publicaron una carta abierta en el New York Review of Books. Señalando que varios detenidos de Guantánamo han sido secuestrados de sus hogares, vendidos a los Estados Unidos por recompensas y que fueron víctimas de tortura física y psicológica, estos siete ex prisioneros, que estuvieron sin cargos ni juicio antes de su eventual liberación, hicieron un llamado al presidente Biden para cerrar la prisión. Su carta, que merita ser leída en su totalidad, incluye esta petición:

    Considerando la violencia de lo que ha sucedido en Guantánamo, estamos seguros de que después de diecinueve años, estaría de acuerdo en que encarcelar de manera indefinida a gente sin cargos ni juicio, sujetos a tortura, trato cruel y degradante, sin acceso significativo a las familias o a sistemas legales apropiados, es lo más alto de la injusticia. Es por esto que el encarcelamiento en Guantánamo debe terminar.

Estas acusaciones no son ni aisladas o infundadas. De hecho, una semana antes de que Biden tomara el poder, un grupo de expertos de las Naciones Unidas, incluido Nils Melzer, Reportero Especial en tortura, describió Guantánamo como “una desgracia” y como “un lugar de arbitrariedad y abuso, un sitio en donde la tortura y el maltrato fueron desenfrenados y en donde continúan siendo institucionalizados, en donde el estado de derecho está efectivamente suspendido y en donde la justicia es negada”. Ellos también hicieron un llamado para su cierre y reafirmaron que “la detención prolongada e indefinida de individuos, que no han sido convictos por ningún crimen por una autoridad competente y judicialmente independiente operando bajo un proceso legal debido es arbitrario y constituye un trato cruel, inhumano, degradante o, incluso, de tortura”.

Como psicólogo estadounidense, reconozco que mi profesión debería de estar dentro de las que levanten la voz apoyando este llamado humanitario. Existen tres motivos convincentes. Primero, la verdad fea e indeseable es que psicólogos y otros profesionales de salud fueron participantes clave en diseñar e implementar las operaciones brutales de detención e interrogación de la “guerra contra el terror” que tanto daño han causado. Según un reporte del Senado, por ejemplo, un psicólogo y psiquiatra estacionados en Guantánamo durante el primer año de operación, recomendaron que ‘todos los aspectos del ambiente deberían aumentar el shock de captura, dislocar las expectativas, fomentar la dependencia y apoyar la explotación en la medida más extensiva”.

De igual manera, según un memo del Departamento de la Justicia, ‘observación cercana’ por parte de psicólogos y médicos era requerida cuando se empleaba el ‘waterboarding’ y otras tortuosas ‘técnicas de interrogación mejoradas’ tortuosas en los infames sitios negros de la CIA. En resumen, Guantánamo es un símbolo potente de un vergonzoso catálogo de abusos y tortura de los cuales los psicólogos no se pueden esconder, uno que incluye privación de sueño, aislamiento extendido, posiciones de estrés, bombardeo sensorial, desnudez forzada, temperaturas de congelación, humillación sexual y cultural y confinamiento en cajas tipo ataúd”.

Segundo, la APA (American Psychological Association), la organización de psicólogos más grande del mundo ha fracasado para resistirse adecuadamente a estos horrores que se han presentado o para defender el principio fundamental de la profesión de no hacer daño. En los días inmediatos a los ataques del 11/9, el vice presidente Dick Cheney dijo al audiencia en televisión nacional que el mundo enfrentaría la “ira total” de los Estados Unidos y que nuestros agentes “pasarían tiempo en las sombras” trabajando “en el lado oscuro” y utilizando “todos los medios a nuestra disposición”.

Reportes al inicio acerca de Guantánamo también levantaron preocupaciones acerca de psicólogos involucrados en el maltrato de detenidos. El Comité Internacional de la Cruz Roja incluso caracterizó el régimen como “un equivalente de tortura”. Sin embargo, por años, la postura de la APA fue negar cualquiera trasgresión por parte de los psicólogos, insistiendo, en lugar de eso, en que su participación ayudó a mantener las operaciones “seguras, legales, éticas y efectivas". Eventualmente una revisión independiente documentó que líderes clave de la APA habían estado involucrados en años de colaboración encubierta con psicólogos del Departamento de la Defensa para asegurarse de que las políticas de ética de la APA no dificultaran la continua participación de psicólogos en actividades de detención e interrogación en Guantánamo.

Tercero, dado nuestro entrenamiento, los psicólogos entendemos mejor que la mayoría qué tan devastador puede ser un trauma. Aquellos que trabajan con sobrevivientes de abuso y tortura han sido testigos de la angustia continua que resulta de las profundas heridas psicológicas y de los sentimientos de quebrantamiento e impotencia que persisten mucho tiempo después de haber sido sujeto a dolor intencional y humillación de parte de otro ser humano. Para muchas víctimas, pesadillas y flashbacks son experiencias recurrentes, logrando que cualquier sentimiento duradero de seguridad sea inimaginable. A pesar de ejemplos de resistencia ejemplar, muchos de los que estuvieron encarcelados en Guantánamo, sin duda, tendrán cicatrices psicológicas el resto de sus vidas. Los efectos familiares y efectos transgeneracionales del trauma también son significativos.

Y para aquellos que continúan indefinidamente detenidos, son, comprensivamente, muy desconfiados del personal militar de salud estadounidense. Expertos del Centro para las Víctimas de la Tortura y Physicians for Human Rights también advierten que sufrirán de privación y desesperanza junto con la consecuencia adversa de registros médicos inadecuados y confusos, la subordinación de sus necesidades médicas para funciones de seguridad y absoluta negligencia.

A lo largo de varios años, la APA ha logrado reconocer sus fracasos pasados y ha reajustado su compás moral. En un señalamiento particular, en el 2015, el liderazgo de la asociación aprobó de manera abrumadora una política que ahora les prohíbe a los psicólogos militares involucrarse con detenidos en Guantánamo y otros sitios en donde las autoridades de las Naciones Unidas hayan determinado que existen violaciones de leyes internacionales de derechos humanos. Pero para la APA, sus miembros y la profesión en general, estos y los pasos relacionados enfrentan continua Resistencia de los actores influenciados con sus lazos al establecimiento de inteligencia militar y contratistas de defensa.

Representaría, por lo tanto, un importante hito histórico en su camino plagado de peligros para la APA hacer ahora un llamado para el cierre permanente de Guantánamo y la resolución justa de los casos legales de los cuarenta prisioneros que todavía se encuentran ahí. Otras organizaciones comprometidas con los derechos humanos —ACLU, Amnesty International, Center for Constitutional Rights, Human Rights First, Human Rights Watch, National Religious Campaign Against Torture, Torture Abolition and Survivors Support Coalition y Witness Against Torture, entre otras— ya lo han hecho. Unirse a estos grupos sería una señal fuerte de que el respeto por la dignidad humana y la ética profesional ha vencido exitosamente las consideraciones de oportunidades políticas y económicas en la APA.

En su libro, Life Lines, el fallecido ministro y teólogo Forrest Church escribió “Cuando arrojado a las profundidades, para sobrevivir, debemos primero dejar ir de las cosas que no nos salvarán. Después debemos ir por las cosas que sí”. Ese pensamiento aplica aquí: los Estados Unidos debe dejar ir Guantánamo y la APA debería ayudarles a los estadounidenses a entender por qué.


 

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