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La llamativa oposición de Hillary Clinton al Tribunal Penal Internacional

5 de marzo de 2016
Stephen Zunes

Los defensores del derecho internacional han mostrado su consternación por el hecho de que la candidata demócrata a presidente de Estados Unidos Hillary Clinton apoyó enérgicamente (al igual que sus rivales republicanos) la invasión y ocupación ilegal de Irak. Un respaldo, el de Clinton a la petición de la administración Bush, que la posicionó claramente en contra de la Carta de Naciones Unidas y de los principios de Núremberg que prohíben este tipo de guerras ofensivas. Irónicamente, hablamos de normas jurídicas internacionales diseñadas en gran medida por funcionarios pertenecientes al mismo partido político que ella aspira a representar en la carrera a la Casa Blanca.

Los defensores de Clinton insisten en que su voto de apoyo a la invasión de Irak fue simplemente un “error”, como si la diplomada en derecho por Yale hubiera olvidado los principios básicos del derecho internacional o la obligación de Estados Unidos (por el artículo VI de su constitución) de defender los tratados internacionales vinculantes.

Sin embargo, la hostilidad de la candidata demócrata hacia las leyes internacionales va mucho más allá de su apoyo a las ambiciones imperialistas de la administración Bush en Oriente Medio. En artículos anteriores he destacado por ejemplo su respaldo a la anexión ilegal del oeste del Sáhara por parte de Marruecos, su apoyo a la anexión ilegal de la zona ocupada del este de Jerusalén por parte de Israel o su propuesta de anexión de grandes segmentos de los territorios ocupados en Cisjordania, su defensa de los crímenes de guerra israelíes y sus ataques al Tribunal Internacional de Justicia por su resolución en 2004 en la que se defendía la aplicación de la Convención de Ginebra en los territorios bajo ocupación militar extranjera. Pero, aun así, uno de los ejemplos más inquietantes su férrea oposición al Tribunal Penal Internacional (TPI, en sus siglas en castellano).

    Los defensores de Clinton insisten en que su voto de apoyo a la invasión de Irak fue simplemente un “error”, como si la diplomada en derecho por Yale hubiera olvidado los principios básicos del derecho internacional.

El Tribunal Penal Internacional fue establecido en 2002 en La Haya, Holanda, como un medio para procesar a individuos por genocidios, crímenes contra la humanidad y otros crímenes de guerra internacionales. Bebía del Estatuto de Roma, firmado en 1998 por los Estados Unidos y otros 122 países, y nacía con la esperanza de rendir cuentas y reclamar responsabilidades individuales a las graves violaciones de la ley humanitaria internacional.

En respuesta a su firma, los presentadores de programas de televisión del ala más derechista de Estados Unidos, así como otros conspiradores, empezaron a decir que el Tribunal Penal Internacional obligaría a soldados estadounidenses a enfrentarse (desposeídos de derechos) a juicios por acusaciones falsas en tribunales “anti-americanos”. De hecho, muchos veían en ello un complot de Naciones Unidas para imponer un “gobierno global”.

Pero la realidad es que el TPI solo tiene jurisdicción en casos en los que los tribunales nacionales son incapaces o reticentes a procesar soldados y similares por dichos crímenes. A pesar de algunos fallos notables en el procesamiento de algunas de las infracciones, el Código de Justicia Militar proporciona un mecanismo suficiente para tratar de impedir que cualquier miembro de las fuerzas armadas estadounidenses sospechoso de presuntos crímenes de guerra caiga bajo jurisdicción del TPI. Es más, casi todos los que han sido llevados ante el Tribunal han sido hasta el momento figuras militares o políticas muy destacadas, y en ningún caso se ha tratado de soldados a secas.

A pesar de esto, el senador ultraconservador Jesse Helms introdujo una enmienda llamada “Ley para la Protección del Personal Militar Estadounidense” para prohibir que los Estados Unidos cooperaran de alguna forma con el TPI y el procesamiento de individuos responsables de graves crímenes contra la humanidad, como son ahora los responsables del genocidio en Darfur. Además, esta ley también limita la ayuda exterior a los países que apoyan al Tribunal Penal Internacional.

    Como presidente, Hillary Clinton seguramente fomentaría una política exterior mucho más agresiva que la de su marido.

Para gran sorpresa y consternación de muchos de sus electores, Hilary Clinton votó a favor de esa enmienda promovida por los republicanos, enmienda que fue signada de forma inmediata por el entonces presidente, George W. Bush. Pero aun más inquietante es que esta resolución (que Clinton ayudó a que se convirtiera en ley) también autoriza al presidente de Estados Unidos a usar “todos los medios necesarios y apropiados para liberar a miembros de las fuerzas armadas estadounidenses y otras personas aliadas en el caso de estar detenidas o encarceladas por una corte criminal internacional.” Teniendo en cuenta que esto incluye presumiblemente el uso de la fuerza, el proyecto de ley fue apodado rápidamente como “La ley de invasión de La Haya”.

Como era de esperar, hubo una crítica internacional generalizada hacia dicha ley, especialmente en Holanda. Allí, el ministro de exteriores hizo pública una protesta formal, y el parlamento aprobó una resolución por unanimidad planteando sus preocupaciones acerca de la autorización del uso de la fuerza, acción que conduciría presumiblemente a un enfrentamiento armado con los soldados y, por tanto, a un enfrentamiento con los policías holandeses que protegen el complejo judicial de La Haya. Además de violar la Carta de Naciones Unidas, tal ataque sería contrario a los tratados de la OTAN, de la que forman parte tanto Estados Unidos como los Países Bajos.

    No está claro por qué Clinton siente tan poco respeto por el derecho internacional. Algunos dicen que es porqué siente la necesidad de mostrarse muy dura a ojos de los posibles opositores republicanos. Lo más probable, sin embargo, sea que esté relacionado con su propósito de establecer una cooperación militar mucho más estrecha con un buen número de líderes extranjeros acusados de crímenes de guerra.

Pero aparentemente, Clinton (quien como Senadora y Secretaria de Estado ha defendido la intervención militar de EE.UU. en más de una docena de países y ha hablado en mítines fuera del marco de Naciones Unidas protestando por el funcionamiento del organismo internacional), no tiene ningún problema con esto. Su posición con respecto al Tribunal Penal Internacional la coloca a la derecha del presidente Obama (quien sí ha manifestado su apoyo al tribunal), y la acerca a los republicanos que aspiran a la Casa Blanca. Cabe decir que fue precisamente el presidente Bill Clinton quién firmó inicialmente el citado Estatuto de Roma, predecesor del Tribunal Penal Internacional. Como presidente, Hillary Clinton seguramente fomentaría una política exterior mucho más agresiva que la de su marido.

No está claro por qué Clinton siente tan poco respeto por el derecho internacional. Algunos dicen que es porque siente la necesidad de mostrarse muy dura a ojos de los posibles opositores republicanos, quienes están aún mucho más a la derecha. Lo más probable, sin embargo, sea que esté relacionado con su propósito de establecer una cooperación militar mucho más estrecha con un buen numero de líderes extranjeros acusados de crímenes de guerra y que podrían muy probablemente ser acusados por el TPI. Aun así, y sea cual sea la motivación, es probable que Clinton obtenga la nominación demócrata a la presidencia. A los partidarios del derecho humanitario internacional no les quedan muchas otras alternativas en las elecciones de noviembre.

Artículo publicado originalmente en National Catholic Reporter

Traducción de Anna Galdón

Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/la-llamativa-oposicion-de- hillary-clinton-al-tribunal-penal-internacional/


 

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