Yemen: La lucha de una madre por
salvar a su bebé desnutrido
MAGGIE MICHAEL
Associated Press
03 de mayo de 2018
Hagar Yahia sostiene a su hija de cinco años de edad, Awsaf, quien sufre de
malnutrición por alimentarse casi exclusivamente de pan y té, en esta imagen
del 9 de febrero de 2018 en Abyan, Yemen. Nariman El-Mofty AP Foto
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MOCA, Yemen
Las piernas del bebé se contraen de dolor. Llora, pero está tan deshidratado que no le salen lágrimas. Su abdomen
está tan tenso como un globo. Es fácil contar las 12 filas de costillas que se
le asoman en el pecho.
El video, tomado por un doctor, muestra el caso de Fadl _ de ocho meses de edad _ quien no está enfermo, sino
famélico.
Luego de tres años de guerra civil, Yemen pasa hambre y pronto podría haber numerosas muertes por inanición.
Los rebeldes hutíes controlan el norte del país, y una coalición encabezada por
Arabia Saudí _con respaldo y armas de Estados Unidos_ ha intentado bombardear a
los insurgentes hasta su rendición con una interminable campaña aérea para
apoyar al gobierno yemení.
Unos 400.000 niños luchan por sus vidas en el peor estado del hambre: desnutrición aguda grave, la etapa en la
que se observan los vientres hinchados y los delgados brazos en una clara señal
de que el cuerpo se está consumiendo a sí mismo por la falta de proteínas y
nutrientes.
En Yemen, alrededor de 2,9 millones de mujeres y niños sufren de desnutrición grave, la segunda peor etapa
de inanición.
La madre de Fadl, Fatma Halabi, recordó cómo vivía antes de la guerra en el distrito occidental de Mowza, cerca
de la costa del Mar Rojo. En ese tiempo, su familia comía regularmente pescado
y vegetales. Su esposo, un leñador, ganaba el equivalente a 4 dólares diarios.
Mowza estuvo bajo control de los rebeldes hutíes durante gran parte de la guerra, hasta que el año pasado, las
fuerzas del gobierno lograron expulsar a la insurgencia. Los combates y los
ataques aéreos desplazaron a los habitantes, algunos de ellos esparciéndose por
el Gran Valle.
Separada de su esposo, Halabi se
llevó a sus cuatro hijos y sus dos cabras al Gran Valle, una árida planicie al
pie de las montañas rumbo a la ciudad de Moca, en el Mar Rojo.
Esos desoladores tramos son, históricamente, el lugar donde se encuentra la muerte.
Hace más de 400 años, un gobernante musulmán envió a la fuerza a este lugar a casi toda la población
judía de Yemen que se negó a convertirse al islam. De acuerdo a los relatos,
dos terceras partes de ellos murieron a causa del calor y las carencias.
Halabi y sus hijos se ocultan entre espinosos arbustos de la artillería y los ataques aéreos. Un día de abril
del año pasado, entró en labores de parto y, sin ayuda, dio a luz a Dadl debajo
de un árbol.
Eventualmente, se reunió con su esposo y se establecieron en una choza abandonada del valle.
Fue ahí donde en febrero pasado Halabi se sentó a hablar con una cuerda amarrada a su diminuta cintura,
mientras su blusa azul seguía deslizándose de su huesudo hombro.
Sus oraciones eran breves. Cansadas. Cuando se le preguntó lo que había comido ese día, respondió “bor”,
la palabra local árabe para harina. “Somos pacientes”, dijo. “Debemos alimentar
a los niños”.
Cuando le da hambre, se acuesta e intenta dormir.
Ella y su esposo a menudo solo tienen una comida por las mañanas, y no vuelven a comer hasta el día siguiente.
Incapaz de amamantar a Fadl, le dio leche de cabra o de camello, que carecen de los nutrientes de la leche de
pecho o la fórmula láctea. El recién nacido seguía sufriendo de fiebre y
diarrea, por lo que ella seguía pidiendo dinero prestado para llevarlo al
hospital de Moca.
El hospital ha registrado 600 casos de desnutrición en menos de 10 meses, pero está tan desabastecido que ni
siquiera tiene analgésicos para el dolor de cabeza, dijo el doctor Abdel-Rehim
Ahmed. No cuenta con un centro de alimentación terapéutica. Ninguno de los
médicos está capacitado para tratar la desnutrición.
Y Moca está copada por 40.000 desplazados.
Sin atención médica, la desnutrición prolongada provoca que el cuerpo pierda sus reservas de
carbohidratos, grasas y proteínas. El cerebro tiene problemas para encontrar
energía, el tamaño del corazón se reduce, la piel se agrieta y expone al cuerpo
a contraer infecciones. Los riñones y el hígado dejan de funcionar de manera
apropiada, por lo que el cuerpo se llena de toxinas, lo que provoca un círculo
vicioso de enfermedades.
La última visita de Fadl al hospital fue el 29 de noviembre. Con ocho meses de edad, pesaba apenas 2,9
kilogramos (6 libras), la tercera parte del peso normal. La circunferencia del
brazo, una medida común para evaluar la malnutrición, era de 7 centímetros
(menos de tres pulgadas). Eso indica una desnutrición aguda grave.
Incapaces de pagar el hospital, los padres de Fadl se lo llevaron a casa.
Poco después dio un último respiro en los brazos de su abuela. Sus agotados padres dormían en el suelo. La
abuela los despertó para decirles que el niño había muerto.
La única imagen de Fadl durante su breve vida de hambre, es el video tomado por el jefe del centro nutricional.
Sus padres no tienen un teléfono celular o una cámara.
“A veces despierto por la mañana y recuerdo que ya no está aquí y comienzo a llorar”, dijo Halabi. “¿Quién no
lloraría por sus hijos?”.
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