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Un fantasioso afgano será juzgado en Guantánamo

04 de junio de 2008
Andy Worthington


He aquí una extraña reflexión en vísperas de las comparecencias en Guantánamo de cinco presos -entre ellos Khalid Sheikh Mohammed- acusados de facilitar los atentados del 11 de septiembre.

Siempre he pensado que había algo especialmente perverso en acusar a insurgentes afganos menores de edad en los "tribunales del terror" especialmente concebidos en Guantánamo, como si hubiera algún caso en el que un ciudadano de un país en guerra con Estados Unidos pudiera, por resistirse a la ocupación extranjera, ser considerado terrorista en lugar de soldado en una guerra.

Tengo mis dudas sobre todo el proceso de la Comisión Militar, por supuesto (que fue concebido con prisas y como un intento descarado de rescribir el derecho internacional), además de tener dudas sobre algunos de los otros casos presentados para ser juzgados por la Comisión Militar, como los del niño canadiense Omar Khadr y el residente británico Binyam Mohamed (acusado la semana pasada), a quien dieron la vuelta al mundo para extraerle "confesiones" mediante tortura, pero los cargos contra los afganos - Mohamed Jawad, Mohammed Kamin y Abdul Zahir (acusados en la primera encarnación abortada de las Comisiones, y aún no acusados por segunda vez) - siempre me han parecido aún más ridículamente injustos y estúpidos. A Mohamed Jawad, que también era un adolescente en el momento de su captura, se le acusa de lanzar una granada que hirió a dos soldados estadounidenses y a un intérprete afgano que se encontraban en un vehículo militar estadounidense, a Abdul Zahir se le acusa de lanzar una granada contra un vehículo en el que viajaban periodistas extranjeros y, lo que es más lamentable, a Mohammed Kamin se le acusa de disparar cohetes contra la ciudad de Khost mientras estaba ocupada por las fuerzas estadounidenses.

Sin embargo, incluso con estos precedentes, el caso del último afgano juzgado por una Comisión Militar -que se anunció con tan poca fanfarria que casi pasó desapercibido- parece llegar a nuevas cotas de celo mal aplicado. En su pliego de cargos, el Pentágono anunció que acusaba a Mohammed Hashim, de 32 años, de "proporcionar apoyo material al terrorismo" y "espionaje", basándose en las acusaciones de que, entre diciembre de 2001 y octubre de 2002, tras haber sido "instruido en campos de entrenamiento terrorista", "proporcionó apoyo material y recursos a Al Qaeda", "llevando a cabo misiones de reconocimiento contra fuerzas estadounidenses y de la coalición, y participando en una operación de ataque con cohetes, al menos en una ocasión, contra fuerzas estadounidenses para Al Qaeda". También se afirma que "recopiló o intentó recopilar ilícitamente información por medios clandestinos o actuando bajo falsos pretextos, con el fin de transmitir dicha información a un enemigo de Estados Unidos o a uno de los cobeligerantes del enemigo".

Aunque los cargos contra Hashim parecen, a primera vista, coincidir con los de los demás presuntos insurgentes afganos, un vistazo a la transcripción de su Tribunal de Revisión del Estatuto de Combatiente (celebrado en 2004 para determinar que había sido detenido correctamente como "combatiente enemigo" sin derechos) revela que, o bien es uno de los terroristas con mejores conexiones del reducido grupo de terroristas con buenas conexiones de Guantánamo, o bien, por el contrario, es un fantasioso trastornado. Por el clamoroso silencio que acogieron sus comentarios en el tribunal, sólo puedo concluir que los miembros del tribunal, al igual que yo, llegaron a la conclusión de que la segunda interpretación era la más probable.

Hashim comenzó explicando que había estado con los talibanes durante cinco años antes de su captura, pero añadió que sólo lo hizo "por dinero", y luego declaró: "Las pruebas que se presentaron contra mí, las admito. He contado la misma historia y no miento al respecto. Ayudé a [Osama] Bin Laden". Tras este comienzo que llamó la atención, afirmó que conocía los atentados del 11-S de antemano, porque un hombre al que conocía, Mohammad Khan, "solía contarme todas esas historias y todos los detalles sobre cómo iban a estrellar aviones contra edificios. No me contó los detalles, que era Nueva York, pero dijo que tenían 20 pilotos e iban a orquestar el acto". Lo que restó bastante valor de conmoción a este comentario fue la afirmación absolutamente inexplicable de Hashim de que su amigo Khan, que le había hablado del plan del 11-S, estaba con la Alianza del Norte, los adversarios de los talibanes, que también se oponían implacablemente a Al Qaeda.

En lo que fue claramente otra fantasía, Hashim explicó que él y otro hombre, Abdul Razaq, habían sido los responsables de facilitar la huida de Osama bin Laden de Afganistán. Haciendo caso omiso del gran número de versiones que situaban a Bin Laden en las montañas de Tora Bora a finales de noviembre de 2001 antes de su huida a Pakistán, Hashim afirmó que Bin Laden "despegó" antes de que Mazar-e-Sharif y Kabul fueran capturadas (es decir, a principios de noviembre de 2001, varias semanas antes de la campaña de Tora Bora), y afirmó que él y Abdul Razaq habían llevado a Bin Laden directamente de Jalalabad a la frontera pakistaní. "Es una forma que nadie conoce", dijo, "es un secreto, la forma oficial en que lo llevamos a la frontera. Haji Zaher fue nuestro guía. Después, subimos al coche. Los dejamos [a Osama bin Laden y a su esposa] en la frontera pakistaní y regresamos. Ellos [Osama bin Laden y su esposa] desaparecieron. Se llevaron un jeep ruso y una camioneta. Esta es la historia de Al Qaeda, en la que yo participé".

Hashim añadió que él y Abdul Razaq se dirigieron a Kandahar, donde se reunieron con varios señores de la guerra. "Unos días después me dijeron que debía trabajar con ellos como espía", explicó. "Esta es la historia. Recibí historias y mensajes de distintos lugares. Llegaban armas de Siria a Irak, cuando Sadam era presidente. Siria las enviaba [armas] a Irak, a través de Irán a Afganistán. Así es como funcionaba. Ayman al-Zawahiri [jefe adjunto de Al Qaeda] lo organizaba".

Aunque añadió: "Aunque esté aquí 20 años, voy a contar la misma historia; no estoy mintiendo y estas cosas existen", es imposible no llegar a la conclusión de que la historia de Hashim era, si no el testimonio de un fantasioso, sí un astuto intento de evitar los brutales interrogatorios proporcionando a sus interrogadores lo que creía que querían oír. Esta última explicación se desprende quizá de los comentarios finales de Hashim: cuando le preguntaron qué pensaba de los estadounidenses, dijo: "ahora que veo a los estadounidenses, son buena gente. No me han pegado ni abofeteado ni nada", pero también podría tratarse de una ironía.

Sea como fuere, nada en la historia de Mohammed Hashim sugiere que deba ser juzgado en un tribunal que la administración considera una innovación necesaria para procesar a "lo peor de lo peor", responsables directos de los atentados del 11 de septiembre. Mientras la prensa mundial se reúne, y los focos se preparan para las comparecencias del 11-S, es otro ejemplo de lo chabacanos e incoherentes que son en realidad los tan cacareados "juicios del terror" de la administración.


 

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