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El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.




Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


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"Soy inocente", dice el preso de Guantánamo Lofti Lagha, condenado a tres años de cárcel en Túnez

30 de octubre de 2007
Andy Worthington


La historia del detenido de Guantánamo Lofti Lagha, que publiqué por primera vez aquí, y de la que informé posteriormente aquí y aquí, llegó a una conclusión previsiblemente triste la semana pasada cuando fue condenado a tres años de prisión. Este hombre de 39 años, que había viajado a Afganistán en 2001 tras varios años como inmigrante ilegal en Italia, fue capturado en Pakistán en una época en la que el pago de recompensas por árabes era habitual, y ha denunciado que le amputaron innecesariamente los dedos de las manos, afectados por la congelación cuando escapaba de Afganistán a través de las montañas de Tora Bora, mientras estaba preso en la base aérea estadounidense de Bagram.

El juicio de Lagha -cuatro meses después de su repatriación desde Guantánamo- tuvo todas las características de un juicio espectáculo injusto. Se retiraron las acusaciones de que había recibido entrenamiento militar en Afganistán y de que había luchado con el régimen talibán, y en su lugar se le condenó por "asociación con un grupo criminal con el objetivo de dañar o causar daños en Túnez", a pesar de que, como informó Associated Press, las autoridades tunecinas "no dieron el nombre del grupo en el que se decía que Lagha participaba ni especificaron cuál era su plan de violencia", y a pesar de que el propio Lagha insistió durante el juicio: "No he estado implicado en ninguna actividad terrorista. Fui a Afganistán por trabajo". Tras conocerse el veredicto, su abogado, Samir Ben Amor, se declaró "decepcionado" por la sentencia, y afirmó que presentaría un recurso, añadiendo: "Pensábamos que obtendría justicia en su propio país después de lo que sufrió en Guantánamo."

Al tiempo que arroja una previsible mala luz sobre el régimen del dictador tunecino Zine El Abidine Ben Ali, el veredicto tampoco asegura a los críticos de la administración estadounidense que las "garantías diplomáticas" recibidas de Túnez en relación con la situación de los detenidos devueltos de Guantánamo sean algo más que inútiles. Al fin y al cabo, se trataba de un hombre al que las autoridades estadounidenses habían autorizado a ser puesto en libertad tras más de cinco años bajo custodia, lo más parecido a una admisión de detención ilegal que el régimen de Bush, tan poco arrepentido, ha conseguido jamás.

Quienes estén preocupados por los continuos intentos de la administración de quebrantar las salvaguardias internacionales que impiden la devolución de detenidos exculpados a sus países de nacimiento, donde se enfrentan a la posibilidad de ser torturados, deberían seguir de cerca a las autoridades en los próximos meses, cuando intenten borrar sus numerosos errores, enviando a hombres exculpados no sólo a Túnez, sino también -en una trama de la que también es cómplice el gobierno británico- a Libia y Argelia.

Un rayo de esperanza se produjo el mes pasado, cuando una juez con principios, Gladys Kessler, actuó para impedir que el gobierno devolviera a su patria a otro tunecino absuelto, Mohammed Abdul Rahman, declarando, inequívocamente, que, a la luz de la próxima revisión de los derechos de los detenidos por parte del Corte Supremo, que "arroja una profunda sombra de incertidumbre" sobre las sentencias anteriores que restringían estos derechos, "sería un profundo error judicial" que el tribunal denegara la petición de Abdul Rahman de permanecer en Guantánamo, debido al "grave perjuicio [que] ha alegado que sufrirá si es trasladado."

Es demasiado tarde para Lofti Lagha, pero su caso demuestra, con terrible claridad, por qué la administración estadounidense debe mantenerse bajo constante presión para encontrar otros destinos -en terceros países, o incluso, me atrevo a sugerir, en el territorio continental de Estados Unidos- para los muchos hombres cuyas vidas se han arruinado por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Injustamente encarcelados, recluidos sin cargos ni juicio y sometidos a una violencia gratuita durante casi seis años, sin duda merecen algo mejor que esto.

Para más información sobre los detenidos tunecinos en Guantánamo, véase el reciente informe de Human Rights Watch, Ill-Fated Homecomings (que demuestra la naturaleza arbitraria de la justicia tunecina al establecer que otros ocho tunecinos en Guantánamo han sido condenados en rebeldía sobre la base de pruebas extremadamente dudosas), y mi libro recién publicado The Guantánamo Files: The Stories of the 774 Detainees in America's Illegal Prison.


 

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