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Philip Zelikow, director de la Comisión del 11-S, condena el programa de tortura de Bush

21 de abril de 2009
Andy Worthington

Como saben los lectores habituales, rara vez hago "cross-post" de otros artículos, pero el siguiente artículo de Philip Zelikow, ex consejero del Departamento de Estado y director ejecutivo de la Comisión del 11-S, que se ha publicado hoy en el blog de Foreign Policy, Shadow Government, es una adición particularmente notable a la floreciente literatura sobre la publicación, la semana pasada, de cuatro memorandos de la Oficina de Asesoría Jurídica (OLC) del Departamento de Justicia, que pretendían justificar el uso de la tortura en "detenidos de alto valor" detenidos en la "Guerra contra el Terror" - y, en particular, Abu Zubaydah y Khalid Sheikh Mohammed.

La visión de Zelikow no sólo es relevante porque la Comisión del 11-S tuvo problemas bien documentados para obtener información fiable sobre la supuesta inteligencia obtenida de los "detenidos de alto valor" (como demuestra el primer enlace más abajo), sino también porque fue uno de los tres únicos funcionarios del Departamento de Estado (los otros eran Condoleezza Rice y John Bellinger) que vieron tres de los cuatro memorandos (los redactados por Steven Bradbury en mayo de 2005, a diferencia del memorando aún más secreto de agosto de 2002, redactado por John Yoo y Jay S. Bybee) en el momento de su publicación.

Impedido de comentar directamente los memorandos hasta ahora (aunque ha sido crítico con las políticas de la administración Bush en los años posteriores), las reflexiones de Zelikow son especialmente interesantes no sólo por su cuidadosa disección de los fallos del programa de tortura, sino también por sus revelaciones de que las protestas que hizo en su momento a colegas de otras agencias, "advirtiéndoles de que otros abogados (y jueces) podrían considerar insostenibles las opiniones de la OLC", llevaron a la Casa Blanca a "intentar recoger y destruir" todas las copias de su memorando.

Los "memorandos sobren la tortura" de la OLC: reflexiones de un disidente

Por Philip Zelikow

Tuve acceso por primera vez a los memorandos de la OLC y conocí detalles sobre el programa de la CIA para detenidos de alto valor poco después de que se emitiera el conjunto de dictámenes en mayo de 2005. Lo hice en calidad de representante político de la Secretaria de Estado Condoleezza Rice ante el Comité de Adjuntos del NSC sobre estas y otras cuestiones de inteligencia/terrorismo. En el Departamento de Estado, la Secretaria Rice y su Asesor Jurídico, John Bellinger, eran entonces las únicas otras personas informadas sobre estos detalles. En cumplimiento de los acuerdos de seguridad que he firmado, nunca he discutido ni revelado detalles sustanciales sobre el programa hasta que se ha hecho pública la información clasificada.

Al haber sido director ejecutivo de la Comisión del 11-S, soy consciente de lo que hicieron algunos de estos cautivos. La Comisión se preguntó cómo se interrogaba a los cautivos (para más detalles al respecto, véase este informe divulgado previamente), y el asunto es ahora objeto de una investigación penal federal a cargo del fiscal especial John Durham. No obstante, las pruebas contra la mayoría -si no todos- de los detenidos de alto valor siguen siendo condenatorias. Pero la cuestión no es quiénes son o qué son. Se trata de quiénes o qué somos nosotros.

Basándome en lo publicado anteriormente, he ofrecido algunas opiniones generales sobre "Política legal para una guerra crepuscular". Con la publicación de estos memorandos de la OLC, puedo añadir tres conjuntos más de comentarios, cada uno de los cuales podría desarrollarse con mucha mayor extensión.

1: Al centrarse en el submarino se olvida el objetivo principal del programa

Que era un programa. A diferencia de la imagen del uso de la coerción física intensa como un recurso rápido y desesperado, el programa desarrolló "planes de interrogatorio" para desorientar, abusar, deshumanizar y atormentar a los individuos a lo largo del tiempo.

El plan empleaba el uso combinado y acumulativo de muchas técnicas de coerción física supervisadas médicamente. Antes de llegar al ahogamiento simulado, el cautivo ya había sido desnudado, encadenado a cadenas de techo que lo mantenían de pie para que no pudiera dormirse durante periodos prolongados, regado periódicamente con agua fría, abofeteado, metido en cajas, etc., etc. La privación del sueño es lo más importante.

2: Medir el valor de estos métodos debe hacerse profesional y moralmente antes de recurrir a los abogados

Un análisis profesional no se limitaría a preguntar ¿Nos han proporcionado información importante? Al parecer, el Congreso se dispone ahora a analizar las distintas alegaciones al respecto, lo que sería muy valioso.

Pero el argumento de que nos dieron información vital, que los lectores pueden ver desplegada en los memorandos igual que se desplegaron para tranquilizar a un presidente inquieto, se basa en una falacia. La verdadera pregunta es: ¿cuál es el valor único de estos métodos?

Para este análisis, la administración se benefició del trato que el gobierno estadounidense dio en el pasado a los detenidos de alto valor en su propia historia (especialmente en la Segunda Guerra Mundial y Vietnam) y de las importantes y dolorosas lecciones aprendidas de gobiernos extranjeros simpatizantes. En 2005, la administración Bush también se benefició de lo que fue un estudio doble ciego que había realizado sin darse cuenta, comparando los métodos que se habían desarrollado en Irak (diferentes normas basadas en Ginebra, diferentes tipos de equipos) y los métodos que había desarrollado la CIA, utilizando ambos contra asesinos curtidos.

Los opositores tampoco deberían exagerar su postura. Si se hubiera llevado a cabo un análisis serio de antemano (al parecer no se hizo), creo que se habría llegado a la conclusión de que la coacción física puede doblegar a las personas más rápidamente, con la contrapartida de unos resultados menos fiables y degradados.

Lo que subraya la importancia del análisis moral. Hay una distinción elemental, que se pierde con demasiada frecuencia, entre la pregunta moral (y política): "¿Qué debemos hacer?" - y la pregunta jurídica: "¿Qué podemos hacer?". Vivimos en un mundo político demasiado inclinado a convertir a los abogados en sacerdotes sustitutos que conceden una forma de absolución. "Los abogados dicen que está bien". Bueno, en realidad no. Dicen que podría ser legal. No saben si está bien.

3: Los dictámenes jurídicos presentan graves deficiencias

El más débil de todos es el dictamen del 30 de mayo, simplemente porque tuvo que superar la norma más baja: "cruel, inhumana o degradante" del artículo 16 de la Convención contra la Tortura. Esa norma también estaba siendo codificada en el proyecto de ley que el senador John McCain estaba luchando por aprobar [que se convirtió en la horriblemente comprometida Ley sobre el Trato a los Detenidos de 2005]. También se encuentra en el artículo 3 común de los Convenios de Ginebra, una norma que el Corte Supremo dictaminó en 2006 [en Hamdan contra Rumsfeld] que se aplica a estos prisioneros. La violación del Artículo Común 3 es un crimen de guerra según la ley federal (18 U.S.C. sección 2441), un delito punible con hasta cadena perpetua. (Las opiniones de la OLC no discuten esta ley porque en 2005 la administración también negó la aplicabilidad del Artículo Común 3).

La OLC sostiene, con razón, que Estados Unidos cumple la norma internacional si cumple el conjunto comparable de prohibiciones constitucionales de la legislación estadounidense (la 5ª, la 8ª y la 14ª Enmiendas). Muchos años antes, yo había trabajado en ese ámbito del Derecho. Creía que los dictámenes de la OLC (especialmente el del 30 de mayo) presentaban al gobierno de Estados Unidos una interpretación distorsionada de la legislación estadounidense pertinente.

En aquel momento, en 2005, difundí una opinión contraria al razonamiento jurídico. Mi posición burocrática, como asesor del Secretario de Estado, no me daba derecho a ofrecer una opinión jurídica. Pero me sentí obligado a exponer una opinión alternativa a mis colegas de otras agencias, advirtiéndoles de que otros abogados (y jueces) podrían considerar insostenibles las opiniones de la OLC. Mis colegas tenían derecho a ignorar mis opiniones. Hicieron más que eso: La Casa Blanca intentó recoger y destruir todas las copias de mi memorándum. Espero que al menos una o dos sigan en los archivos del Departamento de Estado.

Expresadas de forma abreviada, principalmente en beneficio de otros especialistas que trabajan en estos temas, mis principales preocupaciones eran:

    la jurisprudencia sobre el criterio de "choque a la conciencia" para los interrogatorios proscribiría los métodos de la CIA;

    el memorando de la OLC ignoraba básicamente el análisis estándar de las "condiciones de reclusión" de la 8ª Enmienda (incorporado desde hace tiempo a la 5ª Enmienda como una cuestión de garantías procésales sustantivas y, por tanto, aplicable a detenciones como éstas). Esa jurisprudencia consideraría ilegales las condiciones de reclusión en las instalaciones de la CIA.

    El uso de una prueba de equilibrio para medir la validez constitucional (beneficio para la seguridad nacional frente a perjuicio para las personas) es lícito para algunas técnicas, pero otros tipos de tratos crueles deberían prohibirse categóricamente en virtud de la legislación estadounidense, sea cual sea el supuesto beneficio.

El absurdo subyacente de la postura de la administración puede resumirse así. Una vez que se llega a un análisis de cumplimiento sustantivo para "cruel, inhumano y degradante" se llega a la posición de que la norma sustantiva es la misma que en el derecho constitucional estadounidense análogo. Así pues, la OLC debe argumentar, en efecto, que los métodos y las condiciones de reclusión del programa de la CIA podrían infligirse constitucionalmente a ciudadanos estadounidenses en una cárcel de condado.

En otras palabras, los estadounidenses de cualquier ciudad de este país podrían constitucionalmente ser colgados del techo desnudo, privados del sueño, sometidos a ahogamiento simulado y todo lo demás, si la supuesta justificación de seguridad nacional fuera convincente. No creía que fuera razonable esperar que nuestros tribunales federales estuvieran de acuerdo con esa interpretación de la Constitución.

Philip Zelikow es catedrático de Historia White Burkett Miller en la Universidad de Virginia. Fue consejero del Departamento de Estado, adjunto a la Secretaria Rice, entre 2005 y 2007.


 

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