Los archivos de Guantánamo: Historias de la prisión
ilegal de Estados Unidos
26 de noviembre de 2007
Andy Worthington
Esta introducción a The
Guantánamo Files: The Stories of the 774 Detainees in America's Illegal Prison,
en la que explico cómo llegué a investigar y escribir el libro, y la
importancia de mis hallazgos, fue publicada en el nuevo blog político británico
Liberal Conspiracy, dedicado a "desarrollar, dar forma y difundir ideas y
valores de la izquierda liberal en Gran Bretaña". Al final del artículo se
incluye información sobre la próxima presentación del libro, el miércoles 28 de
noviembre.
Estamos a sólo siete semanas de un aniversario especialmente inquietante. El 11 de enero de 2008, la
tristemente célebre prisión de la administración Bush para la "guerra
contra el terrorismo", situada en la bahía de Guantánamo, cumplirá seis
años. Durante todo este tiempo, los prisioneros -o "detenidos", como
el gobierno insiste en describirlos- han permanecido recluidos sin cargos ni
juicio, y sin señales de cuándo serán liberados, si es que alguna vez lo son,
de lo que Lord Steyn, lord británico de la ley, describió memorablemente como
un "agujero negro legal". Aunque 464 de estos hombres ya han sido
puestos en libertad -o, en bastantes menos casos, transferidos a la custodia de
sus gobiernos de origen-, sus historias siguen siendo en gran medida
desconocidas, al igual que las de la mayoría de los 310 detenidos que siguen
recluidos en Guantánamo.
En febrero de 2006, cuando empecé a investigar las historias de los detenidos, fue esta combinación
de factores -la excepcional evasión de la legislación nacional e internacional
por parte de la administración estadounidense y el hecho de que no se supiera
casi nada sobre los hombres encarcelados en Guantánamo- lo que primero me
impulsó a actuar. En las primeras semanas de mi investigación, me limité, como
todos los que habían intentado responder a la pregunta "¿Quién está en
Guantánamo?", a noticias y entrevistas con detenidos liberados, y a
búsquedas de información que a menudo se basaban en poco más que habladurías y
rumores. Los que me habían precedido en el intento de extraer información del
aislamiento de la prisión eran, principalmente, los equipos de Alasra, un sitio
web saudí en árabe, el Washington Post y el grupo británico de derechos humanos Cageprisoners.
Todo esto cambió en un período de dos meses, de marzo a mayo, cuando Associated Press, que había
solicitado documentos relativos a los detenidos en virtud de la legislación
sobre libertad de información, pero que habían sido rechazados por el
Pentágono, llevó al gobierno a los tribunales y ganó. Los documentos publicados
contenían, por primera vez, los nombres y nacionalidades de todos los
detenidos, así como sus ISN, los números de serie de internamiento con los que
se les identificaba, tras haber sido despojados de sus identidades como parte
del deshumanizante proceso de detención e interrogatorio. También se publicaron
8.000 páginas de transcripciones de los Tribunales de Revisión del Estatuto de
Combatiente, que se habían convocado para evaluar si, en el momento de la
captura, los detenidos habían sido designados correctamente como
"combatientes enemigos", y las Juntas de Revisión Administrativa
anuales, convocadas para evaluar si los detenidos seguían siendo una amenaza
para Estados Unidos y/o seguían teniendo "valor de inteligencia".
Los tribunales se crearon a raíz de la trascendental decisión del Corte Supremo, en junio de
2004, de que Guantánamo -arrendada a Cuba desde 1903 y elegida como prisión
porque se suponía que estaba fuera del alcance de los tribunales estadounidenses-
era de hecho territorio soberano de Estados Unidos y que los detenidos tenían
derecho a impugnar el fundamento de su detención. Estos tribunales fueron, por
supuesto, una respuesta tanto lamentable como ilegal a la sentencia del
Corte Supremo. Aunque la decisión de los jueces permitió a los detenidos,
por primera vez, buscar representación legal, no se les permitió tener abogados
en sus tribunales, que también fueron criticados por basarse en pruebas
clasificadas que podrían haber sido -y en algunos casos claramente lo fueron-
obtenidas mediante tortura, coacción y soborno, ya fuera de otros detenidos en
Guantánamo o de varios sospechosos de "alto valor" recluidos en una
oscura red de prisiones secretas dirigidas por la CIA.
Estas transcripciones, y las de las juntas de revisión posteriores, fueron, sin embargo, el único
medio por el que se permitió a los detenidos contar sus propias historias, y
fue a través de un análisis detallado de estos documentos -transcritos y
cotejados con los nombres de los detenidos, pude elaborar, por primera vez, una
cronología de las circunstancias de la captura de cada uno de ellos, ya fuera
en Afganistán, en Pakistán, al cruzar la frontera de Afganistán a Pakistán o en
otros 17 países en los que fueron detenidos y sometidos a "entregas
extraordinarias"."
Al dar voz a los detenidos, antes mudos, también llegué a comprender cómo era posible que tantos
de los hombres parecieran no tener nada en absoluto que ver con Al Qaeda y el
11-S. Aunque muchos eran soldados talibanes de infantería, en su mayoría fueron
reclutados para luchar en una guerra civil intermusulmana con la Alianza del
Norte, que comenzó mucho antes del 11-S, y había, además, muchos cientos de
hombres completamente inocentes -trabajadores de ayuda humanitaria, misioneros,
estudiantes religiosos, empresarios, emigrantes económicos y vagabundos- que
fueron vendidos a los estadounidenses a cambio de recompensas, de una media de
5.000 dólares por cabeza, por sus aliados afganos y pakistaníes, o por ciudadanos
y aldeanos sin escrúpulos.
En el caso de los afganos, que constituían más de una cuarta parte de la población de la prisión,
los reclutas talibanes, obligados a unirse a los talibanes bajo pena de muerte,
se codeaban con granjeros, taxistas y soldados y líderes políticos
proamericanos y pro-Karzai. Aprovechándose de la credulidad del ejército
estadounidense y de sus Fuerzas Especiales, cuya capacidad de recopilación de
información, en esta como en gran parte de la "Guerra contra el
Terror", era muy escasa, la mayoría de estos hombres fueron traicionados
por rivales o atrapados durante redadas basadas en chivatazos poco fiables.
Esto no quiere decir que no hubiera prisioneros peligrosos entre los que acabaron bajo custodia
estadounidense. Varias docenas de los detenidos, como mínimo, eran miembros de
Al Qaeda o estaban activamente afiliados a ella, y es probable que, entre los
que decían no ser más que soldados de infantería talibanes, hubiera algunos
comprometidos con la yihad global antiamericana de Osama bin Laden. Sin
embargo, el lugar adecuado para poner a prueba estas acusaciones era -y sigue
siendo- un tribunal de justicia, no un entorno carcelario peligrosamente
novedoso en el que, en nombre de la extracción de información de detenidos que
no cooperaban (sin tener en cuenta si no lo hacían porque no tenían información
que dar), la tortura se convirtió en un sustituto de la recopilación
cualificada de información, las Convenciones de Ginebra, la Convención de la
ONU contra la Tortura, la Carta de Derechos y la Constitución de Estados Unidos
fueron destrozadas impunemente, y se instigaron los tribunales amañados -la
base de mi investigación-, basados en gran medida en "confesiones" de
otros detenidos, en un intento de disimular los fracasos manifiestos de todo el
experimento maligno.
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