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La sentencia de Salim Hamdan señala el fin de Guantánamo

07 de agosto de 2008
Andy Worthington


En una decisión que conmocionará a quienes asistan a la conclusión del primer juicio completo de Estados Unidos por crímenes de guerra desde los Juicios de Nuremberg, el jurado militar que ayer declaró a Salim Hamdan culpable de proporcionar "apoyo material al terrorismo" lo ha condenado a cumplir cinco años y medio de prisión. Dado que el juez de su caso, el capitán de la Marina Keith Allred, había dictaminado anteriormente que se le computaría el tiempo cumplido desde que fue acusado por primera vez en julio de 2003 en el marco del sistema de la Comisión, esto significa que podrá ser puesto en libertad dentro de cinco meses.

El veredicto no servirá para convencer a los numerosos detractores del sistema de juicios de la Comisión Militar de que es válido -pues sigue habiendo demasiados problemas con el uso por parte de la Comisión de pruebas de oídas y coaccionadas, de testimonios secretos y de intentos de justificar la elevación del "apoyo material al terrorismo" al nivel de crimen de guerra, a pesar de no existir precedentes para ello-, pero sin duda debe suponer un alivio para quienes pensaban que el jurado podría haber sido persuadido por el fiscal John Murphy, quien argumentó que la "pena" de Hamdan debería ser una condena de al menos 30 años, algo "tan significativo que excluya cualquier posibilidad de que restablezca sus vínculos con terroristas".

En cambio, la condena se aproxima a la duración de la pena propuesta por el abogado defensor de Hamdan, Charles Swift, el ex abogado militar que en junio de 2006 tumbó ante el Tribunal Supremo la primera encarnación de las Comisiones como ilegales. Swift argumentó que Hamdan debía recibir una condena inferior a cuatro años porque "su cooperación con los servicios de inteligencia estadounidenses compensaba con creces su culpabilidad como miembro del parque móvil de [Osama] Bin Laden".

Este es, en mi opinión, un punto extremadamente importante, ya que durante las dos semanas que duró el juicio de Hamdan quedó patente que había sido explotado por quienes pretendían procesarle, que habían construido un caso contra él a través de sus propias palabras. La cuestión era la protección de la Quinta Enmienda contra la autoincriminación, que se ha denegado a todos los considerados "combatientes enemigos" en la "Guerra contra el Terror". Aunque esto sigue siendo inaceptable -y está íntimamente relacionado con el oscuro meollo de la política deliberada de la administración de hacer trizas los Convenios de Ginebra para facilitar el interrogatorio ilegal de prisioneros (ya sea de forma coercitiva o no)-, lo que lo hacía especialmente preocupante en el caso de Hamdan era que, mientras que otros prisioneros que no habían cooperado habían sido liberados de Guantánamo sin llegar a incriminarse, Hamdan estaba siendo castigado por su cooperación.

Aunque los desafíos legales al sistema se verán más atenuados como consecuencia de este veredicto, es poco probable que los defensores de Hamdan se vean persuadidos de no seguir adelante con sus numerosas y válidas quejas sobre un sistema que, como ha explicado hoy Charles Swift, sigue siendo nada más que "un tribunal inventado para juzgar a cualquiera que no nos guste".

Sin embargo, lo que también consigue esta sentencia, que antes era inconcebible, es poner un tope al carácter inquietantemente indefinido de las políticas de detención de la administración, de una forma que, hasta la fecha, sólo se había conseguido mediante un acuerdo de culpabilidad: el del australiano David Hicks, quien, en el primero de los juicios de la Comisión tras su resucitación en otoño de 2006 en la Ley de Comisiones Militares, recibió una condena de nueve meses que se sumaba a los cinco años y tres meses que ya había pasado bajo custodia estadounidense.

Hasta ahora, la administración ha mantenido que, si lo desea, tiene derecho a retener a los "combatientes enemigos" sin cargos ni juicio hasta el final de las hostilidades, que, también ha admitido, podrían durar generaciones. Una sentencia ha sustituido ahora esa política de duración indefinida. Si uno de los conductores de Osama bin Laden recibe una condena de siete años y un mes en total (cinco años y medio más los 19 meses de su encarcelamiento antes de ser acusado) en un sistema establecido específicamente por la administración para juzgar y condenar a "sospechosos de terrorismo","Ahora resulta inconcebible que quienes planearon toda la política de detenciones posterior al 11-S puedan mantenerlo recluido como "combatiente enemigo" una vez cumplida su condena o, para el caso, que puedan seguir reteniendo a cualquiera de los aproximadamente 130 presos de Guantánamo que no han sido exculpados y que no tienen previsto ser juzgados por una comisión militar más allá de finales de año.

Con esta sentencia, parece que acaba de sonar el toque de difuntos para todo el maligno proyecto de Guantánamo.


 

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