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Juicios de Guantánamo: ¿Dónde están los terroristas?

08 de febrero de 2008
Andy Worthington


Mientras se celebran las vistas previas al juicio en el complejo penitenciario estadounidense de Guantánamo (Cuba), Andy Worthington, autor de The Guantánamo Files: The Stories of the 774 Detainees in America's Illegal Prison, examina las historias de los tres acusados cuyos casos se juzgan esta semana y la próxima -dos presuntos "niños soldado" y un chófer de Osama bin Laden- y se pregunta qué ha sido de los verdaderos terroristas.

Según un informe de Jane Sutton, de Reuters, el ejército estadounidense se ha gastado 12 millones de dólares en un complejo judicial móvil -que incluye celdas de detención prefabricadas enviadas a la prisión en barcaza y avión de carga- destinado a ser utilizado para el juicio por una Comisión Militar de hasta 80 detenidos, a partir de mayo. Tal y como lo describe Sutton, el nuevo edificio del tribunal, que "por fuera parece un almacén metálico de color caqui y por dentro una sala de vistas tradicional", tiene "espacio suficiente para juzgar simultáneamente hasta a seis prisioneros, alineados en sillas de piel sintética sobre mesas de chapa de cerezo".

Conocido como Camp Justice -nombre que, sin duda, será puesto en la picota por los numerosos detractores de las Comisiones, que afirman que la justicia es lo último que proporcionarán los juicios-, Canada.com informa de que el complejo fue construido por la Guardia Nacional de Indiana, que "marcó la señal de entrada con la fecha del 11 de septiembre de 2007". En lo que se describe como "una obvia referencia al 11-S", la coronel Wendy Kelly, directora de operaciones de las Comisiones Militares, explicó: "Es irónico, pero fue entonces cuando empezaron a construir".

Lo que quizá resulte más irónico es que, a pesar de las referencias al 11-S, y del hecho de que Guantánamo estuviera, desde su creación hace más de seis años, destinado a recluir y juzgar a los responsables de los atentados del 11-S, ninguno de los acusados está acusado de participación directa en los acontecimientos de aquel terrible día.

Omar Khadr


El primer acusado en comparecer ante el tribunal fue Omar Khadr, acusado de asesinato en violación de las normas de la guerra, intento de asesinato en violación de las normas de la guerra, conspiración, apoyo material al terrorismo y espionaje. Khadr, cuyo padre era un presunto financista de Al Qaeda, está relacionado, al menos tangencialmente, con Osama bin Laden y los sucesos del 11-S, ya que pasó parte de su infancia en un complejo de Afganistán que su familia compartía con la familia de bin Laden. Sin embargo, ahí termina la conexión, ya que de lo que se le acusa en realidad es de su presunta responsabilidad en el asesinato de un soldado estadounidense durante un tiroteo en Afganistán en julio de 2002.

El equipo de defensa de Khadr, dirigido por el teniente comandante William Kuebler, lleva mucho tiempo insistiendo en que, como "niño soldado", que sólo tenía 15 años en el momento de su captura, Khadr no debería ser sometido a juicio alguno. Como afirmaron en un escrito presentado al juez, el coronel Peter Brownback, "si se ejerce la jurisdicción sobre el Sr. Khadr, el juez militar será el primero en la historia occidental en presidir el juicio de presuntos crímenes de guerra cometidos por un niño. Ningún tribunal penal internacional establecido en virtud de las leyes de la guerra, desde Nuremberg en adelante, ha procesado nunca a ex niños soldados como criminales de guerra... Un componente fundamental de la respuesta de nuestra nación y del mundo a la tragedia del uso y abuso de niños soldados en la guerra por parte de organizaciones terroristas como Al Qaeda es que los procedimientos judiciales posteriores al conflicto deben perseguir el interés superior del niño victimizado, con el objetivo de su rehabilitación y reintegración en la sociedad, no de su encarcelamiento o ejecución."

Éste fue uno de los principales argumentos de los abogados de Khadr durante la vista del lunes, y en esto -junto con los repetidos llamamientos al gobierno canadiense para que actúe en favor de Khadr- recibieron el respaldo de toda una serie de organismos internacionales, entre ellos, sólo en la última semana, Unicef, el gobierno francés y el peso colectivo de Human Rights Watch, Amnistía Internacional, la Coalición para Acabar con la Utilización de Niños Soldados y Human Rights First.

Los abogados de Khadr también intentan socavar la base para someter a su cliente a un juicio ante una comisión militar, como explicaron en otro escrito. Su oposición se basa en el hecho de que, aunque inicialmente se pusieron en marcha en 2003, las comisiones fueron anuladas por el Tribunal Supremo en junio de 2006, cuando los jueces declararon que eran ilegales en virtud de la legislación estadounidense y de los Convenios de Ginebra, y sólo resucitaron tres meses después, en la draconiana Ley de Comisiones Militares. Sobre esta base, sostienen, el gobierno está intentando juzgar a Khadr retrospectivamente.

Y lo que es más importante, los abogados de Khadr también impugnan el fondo mismo de los cargos de crímenes de guerra contra su cliente, argumentando, como explicó el lunes la abogada civil Rebecca Snyder, que Khadr "no puede ser juzgado por asesinato como crimen de guerra porque el presunto delito se produjo durante un tiroteo según las normas tradicionales de la guerra". "Los soldados no son objetivos protegidos", dijo en la vista. "Eso forma parte de lo que es la guerra, matar soldados". La respuesta de la fiscalía fue afirmar que Khadr podía ser juzgado porque "realizaba vigilancias vestido de civil y vivía con mujeres y niños" en el recinto donde se produjo el tiroteo. "El acusado y los terroristas con los que trabajaba no pertenecían a un ejército legítimo", declaró el mayor Jeffrey Groharing, y añadió: "Pertenecían a Al Qaeda".


Omar Khadr (extrema izquierda) durante su abortada comisión militar en junio de 2007 (©AFP/Getty Images).

Sin embargo, la revelación más explosiva de la vista, que amenaza con hacer descarrilar todo el juicio, sólo salió a la luz cuando las autoridades divulgaron por error un documento clasificado a los periodistas que asistían a la vista. En la última vista de Khadr, en noviembre, el juez, coronel Peter Brownback, impidió que la acusación mostrara un vídeo, recuperado del recinto, en el que supuestamente se veía a Khadr fabricando y colocando explosivos al borde de la carretera, con el propósito expreso de permitir que la defensa examinara pruebas nuevas y "potencialmente exculpatorias", previamente ocultadas al equipo de la defensa.

Las pruebas, según se nos dijo entonces, procedían de un "empleado del gobierno estadounidense", testigo presencial del tiroteo que condujo a la captura de Khadr. No se revelaron los detalles, pero Carol Williams, de Los Angeles Times, se atrevió a informar de que el relato "contradice la versión gubernamental de los hechos y podría exonerar a Khadr de los crímenes de guerra de los que se le acusa".

El lunes, la verdad sobre esta prueba "potencialmente exculpatoria", revelada en un error típico de los episodios farsescos que amenazan regularmente con socavar la credibilidad de las Comisiones, respaldó con creces las afirmaciones de Carol Williams.

Según Michelle Shephard, del Toronto Star, que fue la primera en publicar la noticia, Khadr no era la única persona que quedó viva cuando se lanzó la granada que mató al sargento Christopher Speer. En una entrevista, un soldado que disparó a Khadr dos veces por la espalda explicó que "oyó gemidos procedentes de la parte trasera del recinto. El polvo se levantó del suelo y empezó a despejarse. Entonces vio a un hombre frente a él tumbado sobre su costado derecho. El hombre tenía un AK-47 en el suelo a su lado y se estaba moviendo. OC-1 [el soldado] disparó una bala que alcanzó al hombre en la cabeza y el movimiento cesó. Este disparo volvió a levantar polvo. Cuando se levantó el polvo, vio a un segundo hombre sentado de espaldas a él apoyado contra la maleza. Este hombre, más tarde identificado como Khadr, se estaba moviendo... El OC-1 disparó dos tiros, y ambos alcanzaron a Khadr en la espalda".

El informe continuaba afirmando que el OC-1 "sintió" que fue Khadr quien lanzó la granada: "Basándose en su amplia experiencia en combate, el OC-1 creía que Khadr y el hombre que estaba al fondo del callejón con el fusil AK eran los dos únicos vivos en el momento del asalto. Creyó... que la granada fue lanzada por alguien que no era el hombre que disparaba el rifle".

Shephard informó de que "estalló la polémica" tras la difusión accidental del documento y que, durante hora y media, se produjo un enfrentamiento entre las autoridades, que querían la devolución del documento, y los periodistas, que se negaron. Aunque, obviamente, esto ya era bastante perjudicial desde el punto de vista de la publicidad, también hizo la observación más significativa de que "si el documento no se hubiera divulgado por error, no se habría hecho público, dejando a algunos en entredicho la afirmación del Pentágono de que los juicios de Guantánamo serán transparentes".

"No hay transparencia en este proceso", explicó el teniente coronel Kuebler. "No es que el gobierno no deba ser capaz de proteger la información cuando existe una necesidad legítima de protegerla. Es el uso excesivo de la clasificación por parte del gobierno... lo que básicamente mantiene el 100% de las pruebas del caso fuera de la vista del público, excepto si el gobierno decide escurrir el bulto".

El coronel Brownback aún no ha emitido su veredicto sobre esta última revelación, pero el Toronto Star dejó clara su postura el martes por la mañana en un editorial. "Khadr es un pobre ejemplo de los derechos humanos", afirmaban los editores. "Pero es un ciudadano canadiense que se enfrenta a un tribunal militar que no cumple las normas estadounidenses o canadienses de justicia penal. Si fuera condenado en Canadá incluso por asesinato planificado y deliberado, en virtud de la Ley de Justicia Penal Juvenil Khadr se habría enfrentado a no más de seis años de prisión preventiva. El 27 de julio habrá pasado seis años en el calabozo de Guantánamo. En términos canadienses, habrá cumplido una condena completa por un delito por el que aún no ha sido juzgado, y mucho menos condenado. Esto es indecente. Pocos canadienses sienten simpatía por Khadr y su familia. Pero lo que está ocurriendo en Guantánamo no es justicia. Es venganza. Y la aquiescencia del gobierno de Harper es profundamente inquietante. Antes de que Canadá sufra aún más vergüenza, Khadr debería ser enviado de vuelta a casa, bajo fianza para mantener la paz".

Mohammed Jawad

Si el delgado caso contra Omar Khadr no ha hecho más que diluirse tras la revelación del lunes, el caso contra el segundo presunto "niño soldado", Mohamed Jawad, es aún más delgado. Jawad, cuya vista preliminar está prevista que comience la próxima semana, es menos conocido que Khadr, aunque escribí un artículo detallado sobre él cuando se anunciaron por primera vez los cargos en su contra en octubre.

Con sólo 17 años en el momento de su captura, Jawad, hijo de refugiados afganos en Pakistán, ni siquiera está acusado de matar a nadie, sino de intento de asesinato en violación de la ley de guerra y de causar intencionadamente lesiones corporales graves por su presunta participación en un ataque con granadas contra un vehículo en el que viajaban dos soldados estadounidenses y un traductor afgano en diciembre de 2002.

Durante toda su detención, Jawad ha negado las acusaciones. En su comparecencia ante la Junta Administrativa de Revisión en 2005, insistió en que lo habían traído a Afganistán desde Pakistán para retirar minas, y contó una larga historia sobre cómo había acabado en el lugar del atentado con otro hombre, que en realidad había lanzado la granada, mientras que a él le habían dado otra granada, pero lo habían dejado desatendido en el mercado. Como expliqué en mi artículo anterior, Jawad "dijo que, mientras compraba pasas, sacó la granada del bolsillo y la puso sobre el saco de pasas, pero que cuando el tendero la vio "me dijo que era una bomba y que fuera a tirarla al río. Volví a meterla en el bolsillo y corrí gritando que no me acercara, ¡que era una bomba! Cuando llegué cerca del río, la gente [la policía] me atrapó'".

Como también expliqué en octubre, tanto si Jawad estaba directamente implicado en el atentado como si no, "la decisión de procesar a un adolescente, que no tenía conexión alguna con Al Qaeda y que, en el mejor de los casos, era un insurgente afgano de menor importancia", parecía, tras casi seis años de proclamas a bombo y platillo de que Guantánamo albergaba a "lo peor de lo peor", "a la vez desesperada y risible".

Salim Hamdan


El tercer acusado, cuyo caso se reanudó el jueves, es Salim Hamdan, un yemení que fue uno de los chóferes de Osama bin Laden. Aunque esto también lo relaciona con Al Qaeda, existen dudas sobre si, como afirma la acusación, participó en alguno de los planes de Al Qaeda. El teniente comandante Charles Swift, primer abogado militar de Hamdan, que fue rechazado para un ascenso y perdió prácticamente su empleo a consecuencia de su enérgica defensa de Hamdan (que condujo a la sentencia del Tribunal Supremo contra las Comisiones en junio de 2006), pensaba sin duda que había pocas pruebas contra él cuando se ocupó por primera vez de su caso en 2003.

El pasado mes de marzo, declaró a Marie Brenner, de Vanity Fair: "Nunca había estado implicado en ningún tiroteo ni en actos de violencia real. Vale, era chófer de uno de los peores hombres del mundo. Todo lo que realmente le une es que trabajaba para un parque móvil... Pensé, puedo trabajar con esto". Extrapolando un poco el argumento de Swift, creo que es perfectamente válido considerar que centrarse en Hamdan en las comisiones equivale a procesar al chófer de Hitler junto a Hermann Goering y Rudolf Hess en los juicios de Nuremberg.

Aunque el caso de Hamdan, al igual que el de Omar Khadr, ha atraído una gran atención mediática a lo largo de los años, en general se ha pasado por alto su estado mental, aunque esta omisión se ha corregido ahora en el escrito presentado por el sustituto de Swift, el comandante Thomas Roughneen y su equipo. Además de refutar las acusaciones de que era algo más que un chófer contratado, que, como describió Carol Rosenberg en el Miami Herald, trabajaba "por unos ingresos, no por ideología", sus abogados argumentan que el padre de cuatro hijos, que nunca ha visto a su hija menor -y al que se le ha impedido ver DVDs de ella, realizados por su familia-, no está en condiciones de ser juzgado, debido al deterioro de su salud mental.

Para ello, contaron con los servicios de Emily Keram, psiquiatra clínica y forense, que pasó 70 horas con Hamdan en Guantánamo. La doctora Keram llegó a la conclusión de que, tras cada encuentro, "cumplía los criterios diagnósticos del trastorno de estrés postraumático y la depresión mayor", incluyendo "pesadillas, pensamientos, recuerdos e imágenes intrusivos, amnesia para los detalles de los sucesos traumáticos, falta de orientación futura, ansiedad, irritabilidad, insomnio, falta de concentración y memoria, respuestas exageradas de sobresalto e hipervigilancia".

"En ocasiones", añadió, "sus síntomas mermaron su capacidad para participar en la evaluación", y también señaló que sus síntomas "se vieron gravemente exacerbados por su reclusión en régimen de aislamiento." La conclusión del Dr. Keram fue que "el Sr. Hamdan es incapaz de ayudar materialmente en su propia defensa", y advirtió de que, si permanece en régimen de aislamiento, "su estado se deteriorará y correrá el riesgo de desarrollar síntomas psicológicos más graves."

Sin embargo, es una nota de Andrea Prasow, una de las abogadas defensoras de Hamdan, la que plantea cuestiones más fundamentales sobre las Comisiones Militares, que no se suelen plantear, a pesar de que el chabacano espectáculo de que el peso combinado del ejército estadounidense se centre en dos niños y en uno de los chóferes de Bin Laden debería dejar muy clara esta omisión: ¿dónde están, en toda esta farsa surrealista, los verdaderos terroristas?

En un escrito en el que argumenta que la detención de Hamdan en el campo VI -el campo más reciente para la población general de Guantánamo, en el que los detenidos están recluidos en aislamiento casi total- le está causando tal "angustia emocional y retraimiento" que está "interfiriendo materialmente en nuestra capacidad para preparar [su] defensa", Prasow señala: "Mr. Hamdan es consciente de que Omar Khadr... e Ibrahim al-Qosi, acusado en virtud del anterior sistema de comisiones, están recluidos en el campo IV". El campo IV, uno de los más antiguos, es el menos brutal de los bloques de celdas de Guantánamo, donde el número relativamente pequeño de detenidos comparte dormitorios comunes y se les permite practicar deportes, pero la referencia de Hamdan a Ibrahim al-Qosi es especialmente significativa.

¿Los verdaderos terroristas?

Al-Qosi, detenido sudanés, es uno de los otros siete presuntos operativos de Al Qaeda acusados en la primera ronda de Comisiones Militares (entre 2003 y 2005, antes de que fueran desbaratadas por el Tribunal Supremo), cuando, según se afirmaba, había trabajado como adjunto del jefe financiero de Al Qaeda, el jeque Sayyid al-Masri, había sido financiado por Osama bin Laden para luchar en Chechenia en 1995, y había trabajado como guardaespaldas, conductor, encargado de suministros y cocinero para bin Laden desde 1996 hasta su captura en diciembre de 2001, cuando intentaba cruzar la frontera de Afganistán a Pakistán.

Sin embargo, a pesar de esta serie de acusaciones, ni él ni los otros seis miembros supuestamente importantes de Al Qaeda -entre los que se encuentran al menos dos que han proclamado su pertenencia a Al Qaeda- han sido acusados todavía en virtud del nuevo sistema, a pesar de que, como Hamdan considera claramente, y los observadores también podrían concluir, es posible que haya más argumentos contra al menos algunos de estos hombres.

Aún más obvios son, por supuesto, algunos o todos los 14 detenidos de "alto valor" que fueron trasladados a Guantánamo desde prisiones secretas de la CIA en septiembre de 2006. Entre ellos se encuentran Khalid Sheikh Mohammed, arquitecto confeso del 11-S, Abu Zubaydah, presunto responsable de Al Qaeda, y Abdul Rahim al-Nashiri, acusado de ser el cerebro del atentado contra el USS Cole en 2000. Los tres han vuelto a la escena pública tras la confesión del director de la CIA, Michael Hayden, de que fueron sometidos a submarino por la CIA. Entre los demás figuran Ramzi bin al-Shibh, asociado del 11-S, y otras personas presuntamente relacionadas con el 11-S, los atentados contra las embajadas africanas de 1998, la operación USS Cole y el atentado contra el club nocturno de Bali en 2002.

Al leer entre líneas en busca de una explicación, merece la pena centrarse en las luchas internas entre los diversos funcionarios implicados en el proceso de la Comisión, que se extendieron con acritud a la opinión pública el otoño pasado, cuando el coronel Morris Davis, jefe de la Comisión, dijo: "La Comisión no tiene nada que ver con los atentados del 11 de septiembre". Morris Davis, el fiscal jefe de la Comisión, dimitió de forma ruidosa, culpando a la interferencia política de sus oficiales superiores, en una cadena que ascendió desde el General de Brigada Thomas Hartmann, el asesor jurídico de la Comisión, y Susan Crawford, la autoridad convocante de la Comisión, hasta el Consejero General del Departamento de Defensa William J. Haynes II y el Vicepresidente Dick Cheney.


Los tres detenidos de "alto valor" que Michael Hayden admitió que fueron sometidos a submarino por la CIA. De izq. a dcha: Abu Zubaydah, Khalid Sheikh Mohammed y Abdul Rahim al-Nashiri.

El coronel Davis estaba molesto por tener que obedecer a Haynes, con quien discrepaba profundamente sobre el deseo de este último de utilizar pruebas obtenidas mediante tortura. La politización del proceso se hizo evidente cuando se reveló que Dick Cheney había ofrecido al único condenado por la Comisión hasta la fecha, el australiano David Hicks, un acuerdo con el fiscal a cambio de su silencio sobre sus bien documentadas denuncias de torturas y malos tratos a manos del ejército estadounidense, y que el general de brigada Hartmann también quería ofrecer un acuerdo a Hamdan, a pesar de la oposición del propio Davis.

Una de las razones por las que se desea llegar a un acuerdo con el fiscal es que, como en el caso de Hicks, se elimina el espinoso problema de cómo tratar las alegaciones de los detenidos de que han sido sometidos a tortura, lo que, para mayor inconveniencia de la administración, sigue siendo ilegal en virtud de la legislación nacional e internacional. Si también se logra convencer a Hamdan de que acepte un acuerdo con la fiscalía, la administración podrá al menos presumir de otro "éxito" y, posiblemente, dar a conocer algunos ejemplos más de jugadores de bajo nivel para hacer creer que el sistema funciona.

El caso de Omar Khadr es más complicado, pero la inclusión de Mohamed Jawad puede deberse a que el ejército y la administración esperan poder llevar a buen puerto el proceso sin tener que recurrir a un acuerdo de culpabilidad. Es significativo que Jawad nunca haya afirmado haber sido torturado por las fuerzas estadounidenses. En su juicio, alegó que los soldados afganos le habían arrancado una confesión falsa mediante tortura, pero, al no haber pruebas de malos tratos por parte del ejército estadounidense, es muy posible que las autoridades esperen poder dejar de lado esa incómoda acusación. Desde luego, es inconcebible que se intente de forma realista localizar a los soldados afganos que capturaron a Jawad en Afganistán y traerlos a Guantánamo para que testifiquen.

Nada de esto explica lo que ocurrirá finalmente con los detenidos de "alto valor", para los que no es posible llegar a un acuerdo de culpabilidad, pero cuya condena, en un tribunal libre de toda mención a la tortura, es obviamente deseable. Pero puede explicar por qué se sigue utilizando una selección de peces pequeños para tantear el terreno, mientras que los verdaderos monstruos se mantienen fuera de la vista y, se espera, fuera de la mente.

Me pregunto cuánto tiempo podrán seguir así. ¿Hasta que asuma el poder la próxima administración? ¿O hasta el siguiente? ¿O para siempre? Notablemente, Khalid Sheikh Mohammed, Abu Zubaydah y Abdul Rahim al-Nashiri mencionaron, en sus juicios en Guantánamo en la primavera de 2007, que habían sido torturados durante sus largos años en prisiones secretas de la CIA, y me recuerdan los comentarios hechos por Michael Scheuer, el ex director de la unidad bin Laden de la CIA, que estuvo muy implicado en el pequeño número de "entregas extraordinarias" relativamente controladas que tuvieron lugar antes del 11 de septiembre. Asombrado por la frenética expansión del programa tras el 11-S, Scheuer declaró a Jane Mayer: "Los responsables políticos no habían pensado qué hacer con ellos", y añadió que, una vez violados los derechos de un prisionero, no había forma de reintegrarlo en el sistema judicial. "Lo único que hemos hecho es crear una pesadilla", añadió. "¿Vamos a retener a estas personas para siempre?".

Físicamente, ahora sabemos dónde se encuentran estos hombres -en el Campo VII, un anexo aislado del complejo penitenciario cuya existencia era un secreto celosamente guardado hasta esta semana-, pero jurídicamente bien podrían estar en la Luna.


 

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