Guantánamo: ¿el punto de inflexión?
02 de junio de 2007
Andy Worthington
Esta ha sido una semana muy ajetreada en cuestiones relacionadas con Guantánamo. El
miércoles, un cuarto preso -Abdul Rahman al-Amri, saudí- murió en la prisión,
aparentemente tras suicidarse, y su muerte eclipsó en gran medida la
publicación de un importante estudio sobre la conducta de las autoridades
estadounidenses en la "guerra contra el terror", realizado por el Junta de Ciencias de la
Inteligencia, un grupo de expertos de organizaciones como la Agencia de
Inteligencia de Defensa, el Departamento de Seguridad Nacional, el FBI, el Servicio
de Investigación Criminal Naval y la Inteligencia del Ejército. Las
conclusiones del panel echan por tierra la creencia de la administración de que
las "técnicas de interrogatorio mejoradas" (en el lenguaje de Bush,
tortura) son eficaces.
Los expertos llegaron a la conclusión, según el New York
Times, de que son "anticuadas, poco profesionales y poco
fiables", y Arab News describió cómo el grupo descubrió que "la
cultura popular y la experimentación ad hoc han alimentado el uso de técnicas
de interrogatorio agresivas y a veces físicas para hacer hablar a los
capturados en los campos de batalla, aunque no haya pruebas que apoyen la
eficacia de las tácticas". Uno de los asesores del informe, Randy Borum,
psicólogo de la Universidad del Sur de Florida y consultor del Departamento de
Defensa, criticó "una suposición que a menudo pasa por sentido común de
que cuanto más dolor se imponga a alguien, más probable es que acceda", y
el panel sugirió que los interrogatorios deberían reestructurarse utilizando
"trucos de veteranos detectives de homicidios, las técnicas persuasivas
del marketing sofisticado y modelos de la historia de Estados Unidos".
Los acontecimientos de la semana también son dignos de mención por un hito en la historia de
Guantánamo que hasta ahora ha pasado desapercibido. Entre las informaciones de
los principales medios de comunicación y las acusaciones de las autoridades
estadounidenses sobre la supuesta condición de agente de Al Qaeda de Abdul
Rahman al-Amri, ha pasado desapercibida una estadística que deberían aprovechar
todos aquellos que presionan para que se cierre Guantánamo: el número de presos
recluidos en Guantánamo supera ya al de los que han sido puestos en libertad
(o, en un número significativamente menor de casos, transferidos a la custodia
de sus gobiernos de origen). Con la muerte de al-Amri, 385 presos permanecen en
Guantánamo, mientras que 386 han sido puestos en libertad o trasladados. No
hace falta añadir que, cuando más de la mitad de los presos de Guantánamo han
sido puestos en libertad, las afirmaciones iniciales de las autoridades de que
Guantánamo albergaba a "lo peor de lo peor" resultan más risibles que nunca.
Informar con precisión sobre el número de presos de Guantánamo siempre ha sido una tarea difícil, en
particular porque el Pentágono es muy descuidado con sus registros, emitiendo
repetidamente comunicados de prensa en los que hace referencia a un número
"aproximado" de presos, como si los responsables no pudieran
molestarse en proporcionar detalles precisos. Los observadores avispados se
darán cuenta de que este hito ya se ha comunicado anteriormente, pero
probablemente ignoren que ello se debe en gran medida a que, al hacer recuento
de las cifras, los investigadores se han dejado engañar por un comunicado de
prensa que siguió a la liberación de 16 prisioneros en diciembre de 2006. En un
comunicado del 17 de diciembre de 2006, el Pentágono tuvo la temeridad de
declarar: "Esto aumenta a 114 el número de detenidos que han salido este
año", olvidándose convenientemente de mencionar que tres de los 114 -los
hombres que aparentemente se suicidaron en junio de 2006- "salieron"
en ataúdes.
¿Podría ser éste el punto de inflexión para Guantánamo? De los que quedan, al menos 80 han sido
autorizados a salir, lo que reduce "lo peor de lo peor" a unos 305.
El Pentágono ha sugerido que alrededor de 80 de estos hombres serán sometidos a
Comisiones Militares, los juicios espectáculo de apariencia inocua que habrían
enorgullecido a Stalin, que están diseñados únicamente para garantizar
procesamientos basados en pruebas secretas y para prohibir absolutamente
cualquier mención de tortura por parte de las autoridades estadounidenses.
Los 225 presos restantes, sin embargo, permanecen en un limbo jurídico, incapaces de impugnar
los supuestos en los que se basa su detención -un derecho que hizo valer el
Tribunal Supremo en junio de 2004 y junio de 2006, pero que fue anulado por un
Congreso supino en octubre de 2006- y presa de una administración que se ha
declarado dispuesta a retenerlos para siempre. Tras la última muerte en
Guantánamo, la presión pública debe centrarse en estos hombres -reclutas
talibanes de bajo nivel, trabajadores de ayuda humanitaria, profesores y
estudiantes religiosos, y otras personas completamente inocentes atrapadas en
el lugar equivocado en el momento equivocado, y en gran parte vendidas a los
estadounidenses por las autoridades afganas o pakistaníes- para exigir que se
restablezca urgentemente su derecho a impugnar el fundamento de su detención.
Visita el sitio web de la Unión Americana de Libertades Civiles para firmar una
petición exigiendo el restablecimiento del habeas corpus para los presos de
Guantánamo, y no dudes en dar publicidad al "punto de inflexión"
donde creas convenientes.
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