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Las historias de los afganos recién liberados de Guantánamo: Fallos de inteligencia, mitos del campo de batalla y prisiones irresponsables en Afganistán (segunda parte)

22 de diciembre de 2007
Andy Worthington

En la primera parte de este artículo, Andy Worthington, autor de The Guantánamo Files: The Stories of the 774 Detainees in America's Illegal Prison, analizaba los antecedentes de la reciente liberación de 13 afganos de Guantánamo, explicaba que nueve de estos hombres habían sido identificados y relataba las historias de los tres primeros capturados, en noviembre y diciembre de 2001, en plena invasión de Afganistán dirigida por Estados Unidos. En esta segunda parte, la atención se centra en las historias de los seis restantes, que fueron capturados mucho después de la caída de los talibanes, cuando el ejército estadounidense se enfrentaba a una insurgencia de bajo nivel en el sur y el este del país.


Interior de la prisión Pol-i-Charki, Kabul.

Los profesores

Dos de esos hombres eran profesores. Abdul Ghafour, de 40 años, llevaba una pequeña escuela en su pueblo en la provincia de Paktia, y apenas salía de la zona porque su madre estaba enferma. Cuando las fuerzas afganas y estadounidenses fueron a llamar a su puerta en medio de la noche del 7 de febrero de 2003, pensó que eran ladrones, y se subió al tejado y disparó unos cuantos tiros intimidatorios. Cuando los estadounidenses abrieron fuego en respuesta y pidieron ayuda a aviones de combate, se dio cuenta del error cometido, dejándoles entonces entrar y siendo arrestado, pero nadie le explicó por qué querían registrar su casa. Abdul Matin, de 37 años, profesor de ciencias, había estado viviendo en Pakistán durante los años de los talibanes, pero volvió a Afganistán en febrero de 2002 cuando el gobierno de Karzai pidió al pueblo que ayudara a reconstruir el país. Dijo que fue traicionado por enemigos locales, que sabían que su padre era rico, cuando rechazó pagar un soborno de 30.000 dólares.

El tendero

La historia de Abdullah Wazir, que tenía 24 años cuando fue detenido, parece ser un caso de oportunismo por parte de la policía pakistaní. Era tendero en un pueblo cercano a Khost, explicó que iba en autobús, haciendo uno de sus viajes habituales a través de la frontera con Pakistán para comprar baterías y neumáticos para su tienda y para reparar el cristal roto de su teléfono por satélite, cuando la policía pakistaní detuvo y registró el autobús. Temiendo que la policía, al ver su teléfono, pudiera intentar quitarle el dinero porque eran unos “corruptos”, explicó que dio su teléfono a Bostan Karim, un conocido de su pueblo, con quien había pasado tres días rezando cinco años antes, y le pidió que se “lo guardara durante dos minutos”. Desgraciadamente, añadió, “un soldado desde lo alto del autobús me vio darle el teléfono a Karim”. Entonces “le dijo a otro soldado que yo le había pasado algo a otra persona”, y ambos hombres fueron arrestados, conducidos a la cárcel e interrogados. Aunque Wazir informó que “el jefe de la cárcel me dijo que me liberarían al día siguiente, por la tarde nos esposaron las manos y nos llevaron a otro lugar [presumiblemente, Bagram]. Pasamos de seis a siete meses en aquel lugar. Desde allí, me trajeron aquí”.

Aunque Wazir fue acusado de ser miembro de los talibanes (una acusación que negó), lo que pesó especialmente contra él fue su supuesta asociación con Karim, que sigue aún en Guantánamo. Predicador y también tendero, Karim, que tenía 33 años cuando fue capturado, fue supuestamente “aprehendido porque encajaba con la descripción de un dirigente de una célula dedicada a poner bombas de al-Qaeda y porque llevaba teléfono [de satélite]”. En una demostración de la condición tenue de tantas de las acusaciones con las que se construían “pruebas” en Guantánamo, también se pretendió que estaba “posiblemente identificado como asociado de al-Qaeda, dedicado planificar ataques con minas terrestres en Khost”, y que estaba “posiblemente identificado como persona que podía estar en comunicación con los miembros árabes de al-Qaeda que operaban en Peshawar, Afganistán [sic], y que trabajaba directamente para la rama árabe de al-Qaeda en la provincia de Khost”.

Karim mantuvo que las acusaciones las había hecho otro detenido, Obaidullah (que sigue aún en Guantánamo), que había sido socio suyo en la tienda, pero que había roto con él por una disputa sobre dinero. De las declaraciones de Obaidullah en su propia vista, está claro que mientras las fuerzas estadounidenses le interrogaron en Bagram, había admitido haber hecho acusaciones contra Karim. En una revisión militar de 2005, respondió a una alegación de que “se pensaba que Karim era un comandante talibán que estaba consiguiendo fondos de los talibanes o de los árabes”, diciendo: “Acepté eso en Bagram a la fuerza. Me dijeron en Bagram que Karim era uno de los comandantes talibanes y me obligaron a decir que sí. No sé realmente si es un comandante talibán”.

Cuando le preguntaron quién le obligó a “decir esas cosas”, Obaidullah dijo: “La primera vez fue cuando me capturaron [las fuerzas estadounidenses] y me llevaron a Khost y me pusieron un cuchillo en la garganta y me dijeron si no nos dices la verdad y nos mientes, te vamos a rajar. Me ataron las manos y pusieron una bolsa pesada de arena sobre ellas y me hicieron caminar toda la noche por el aeropuerto de Khost. En Bagram, me siguieron acosando y no me dejaban dormir. Me tenían en lo alto del muro con las manos colgadas por encima de mi cabeza. Hubo muchas cosas que me hicieron decir”.

El “Comandante”

También fue transferido Gul Chaman (también conocido como Comandante Chaman), que tenía 40 años en el momento de su captura. Antiguo combatiente muyajedin contra la Unión Soviética, Cham tenía una historia llamativa. En el torbellino de la brutal guerra civil que siguió al colapso del gobierno soviético en los primeros años de la década de 1990, combatió durante seis meses contra las fuerzas de Ahmed Shah Massud, el carismático tayik que dirigía la Alianza del Norte (y que fue asesinado por operativos de al-Qaeda dos días antes del 11-S), como miembro de Hezb-e-Islami Gulduddin (HIG, en sus siglas en inglés), una facción del ejército dirigida por Gulbuddin Hekmatyar. Virulento señor de la guerra anti-estadounidense, Hekmatyar, había sido, sin embargo, el principal receptor de miles de millones de dólares de ayuda estadounidense en los ochenta, porque era el favorecido señor de la guerra del ISI (los servicios de inteligencia pakistaníes), que era el que canalizaba la ayuda estadounidense hacia los muyajedines.

Chaman explicó ante su tribunal que después cambió de bando, uniéndose a Masoud, e insistió en que no se unió a los talibanes tras su ascenso al poder en 1994. “Cuando el movimiento talibán empezó”, dijo “[ellos] capturaron Logar y después empezaron a venir a Azrah, que es mi distrito. Los talibanes reunieron a diez tipos en nombre de la gente de Cham y los mataron y ejecutaron en el acto. Yo estaba allí y no me capturaron”. Explicó que eran “mis primos y mis jornaleros”, y que los talibanes no le permitieron darles un entierro digno. “Después de eso”, continuó, “me puse en contra de los talibanes. No combatí pero traté de hacer cuanto pude mediante propaganda”.

Acusado de estar “muy implicado en el tráfico de drogas y otras actividades ilegales en Kabul”, Chaman negó las acusaciones, afirmando que, después de que Karzai llegara al poder, hizo unas cuantas visitas a Pakistán con una delegación conectada con el jefe de inteligencia, y proporcionó alguna información al HIG. Añadió: “Yo trabajaba contra los talibanes”.

Al parecer, las circunstancias de su captura no tuvieron nada que ver con su historia anterior. Al contrario, parece ser que fue detenido y enviado a Guantánamo porque un joven llamado Mohammed Mustafa Sohail, que estaba trabajando para un contratista estadounidense y que todavía sigue en Guantánamo, le acusó de robar un ordenador a los estadounidenses que había robado él mismo. Sohail explicó que el acusado Chaman, tras ser interrogado durante 68 horas en Kabul, donde un interrogador “me torturó y me amenazó metiéndome un revolver por la boca, para intentar hacerme decir algo”, pero si había o no algo de verdad en esta historia fue demasiado tarde para Chaman, que había sido ya transferido a los estadounidenses en Bagram por el jefe de la inteligencia local.

Los rivales pro-estadounidenses

Otros dos, cuyas historia de algún modo son las más terribles de los nueve, estaban entre los seis hombres capturados en Gardez en julio de 2003, que se oponían totalmente a los talibanes y al-Qaeda. Abdullah Muyahid, de 32 años, era el jefe de policía en Gardez y el jefe de seguridad para la provincia de Paktia tras la caída de los talibanes, y acababa de ser ascendido a un puesto para la protección de las autopistas de Kabul en el ministerio del interior. Al comienzo de la invasión estadounidense, se encontró con las Fuerzas Especiales en Logar y les invitó a Gardez, donde negoció el alquiler del campo que utilizaban como base, y también luchó junto a ellos en la Operación Anaconda, una misión para expulsar los vestigios de al-Qaeda del valle Shah-i-Kot en la provincia de Paktia en marzo de 2002.


Haji Muhammad Hasan, padre de Abdullah Mujahid, sostiene una foto de su hijo. Fotografía de Declan Walsh

Según los abogados de Muyahid, era tan respetado que los habitantes de Gardez y Paktia enviaron varias peticiones a la administración estadounidense, señalando que su actuación fue “decisiva a la hora de ayudar a establecer colegios, incluyendo colegios para niñas” en la región. Al explicar las circunstancias de su arresto, dijo que le habían detenido dos estadounidenses y le habían preguntado sobre dos comandantes del ejército que él conocía, que habían sido acusados de robo. Al negar la historia, explicó, uno de los hombres me dijo que yo no estaba contando la verdad sobre esas personas, y por eso te vas a Cuba”, y añadió: “Parece que la decisión de enviarme a Cuba ya había sido tomada”.

En Guantánamo, se pretendió también que Muyahid fue “despedido de su puesto debido a sospechas de colusión con fuerzas antigubernamentales”, y que había después atacado a las tropas estadounidenses en venganza, pero Farah Stockman, del Boston Globe, que visitó a Gardez para averiguar algo más de su historia, señaló que había perdido el favor de las fuerzas estadounidenses que operaban en la zona, que querían reemplazarle con un jefe de policía formado profesionalmente, y una vez que llegó a su nuevo trabajo en Kabul, el comandante de las Fuerzas Especiales le aconsejó que dejara Gardez, advirtiéndole de que corría el riesgo de ser enviado a Guantánamo si seguía allí. Tras la muerte de Nasser, el ejército estadounidense insistió en entregar a sus siete colegas supervivientes, que habían sido todos torturados y golpeados salvajemente, a la custodia de Muyahid. Según el Crimes of War Project, un grupo de derechos humanos de Washington que investigó los abusos, el comandante de las Fuerzas Especiales “amenazó con matar a Muyahid si liberaba a los prisioneros”, y pueden haber sido sus acciones posteriores las que convencieron a los estadounidenses de trasladarle de oficina, pero lo hicieron enviándole también a Guantánamo. Farah Stockman informó que Muyahid “ordenó que [los hombres heridos] recibieran tratamiento médico y colchones”, y después “describió las heridas sufridas por los prisioneros a los fiscales militares afganos, que más tarde escribieron un informe recomendando que se castigara a los soldados estadounidenses autores de las torturas”.

Además, acerca del robo supuestamente responsable de enviar a Abdullah Muyahid a Guantánamo, parece ser que también informó otro de los detenidos liberados la pasada semana, el Dr. Hafizullah Shaba Jail, farmacéutico de 56 años de Zormat, al sur de Gadez, quien a su vez culpó a Muyahid de su encarcelamiento. Propuesto por los ancianos tras la llegada al poder de Hamid Karzai como jefe del gobierno interino post-talibán, Jail sirvió como alcalde durante seis meses hasta que tuvo lugar un nombramiento oficial, y después continuó ayudando en temas de seguridad. “Mientras fui alcalde en Zormat”, dijo, “no hubo problemas con los estadounidenses. Me encontré varias veces con los comandantes estadounidenses… Incluso nos hicimos fotos juntos.”

Arrestado tras capturar a algunos ladrones que trabajaban para Taj Mohammed, el jefe de la seguridad en Zormat, sugirió que Muyahid, que era el jefe de Mohammed, llegó entonces a un acuerdo con los estadounidenses para que le arrestaran. Si así fue –y los abogados de los dos hombres sugirieron que eran enemigos acérrimos- entonces al menos parte de las razones por las que ambos hombres estaban en Guantánamo fue por las acusaciones que se lanzaron el uno contra el otro. El hecho de que las autoridades estadounidenses no se dieran cuenta de todo esto indica que no tenían interés en cruzar las referencias de las situaciones ni en investigar la verdad de las acusaciones que se hacían contra los que se encontraban bajo su vigilancia. Al contrario de Muyahid, que fue absuelto y liberado hace dos años, Jail no fue absuelto hasta los últimos meses, cuando, al igual que hicieron con su rival, varias tribus locales enviaron una petición a las autoridades estadounidenses confirmando las muchas contribuciones hechas a su comunidad.

Supresión de testigos en Guantánamo

La historia de Muyahid se hizo notable también porque fue utilizada por el periodista Declan Walsh para demostrar uno de los muchos fallos del proceso de los tribunales de Guantánamo. Estos tribunales –los Tribunales de Revisión del Estatus de Combatiente (CSRTs en sus siglas en inglés)- se crearon en junio de 2004 como una respuesta deliberadamente inadecuada ante sentencias decisivas del Corte Supremo acerca de que los detenidos de Guantánamo tenían derecho de habeas corpus; es decir, que tenían derecho a desafiar las bases de su detención. Criticados inicialmente por abogados y activistas de derechos humanos porque se les negaba a los detenidos la representación legal, y se les impedía ver o escuchar pruebas secretas contra ellos, que podrían por tanto haber sido obtenidas mediante torturas, coerción o sobornos, los tribunales fueron recientemente atacados ferozmente por oficiales militares que habían tomado parte en ellos, que les condenaron por confiar en evidencias generalizadas y a menudo genéricas que no tenían nada que ver con los detenidos en cuestión, y que indicaban, además, que simplemente habían diseñado de forma rutinaria su anterior calificación de “combatientes enemigos” sin derechos para que pudieran ser retenidos indefinidamente sin acusación ni juicio.

La contribución de Declan Walsh sirvió para demoler la afirmación del ejército estadounidense de que a los detenidos deberían permitírseles llamar a testigos, si se podía disponer “razonablemente de ellos”. “Vistas sin vista”, un informe de los investigadores del Escuela de Derecho de Seton Hall, que analizó los documentos liberados por el Pentágono en 2006, estableció que, aunque el proceso del CSRT “preveía que los detenidos podían llamar a testigos, ningún testigo de fuera de Guantánamo apareció nunca”, a menudo porque el tribunal afirmaba que la petición se habían enviado al Departamento de Estado, pero que no se había recibido respuesta alguna.

En junio de 2006, después de decidir comprobar lo difícil que era localizar testigos, Walsh se centró en el caso de Abdullah Muyahid, justo uno de los muchos afganos que pidió a su tribunal que hiciera unas cuantas llamadas telefónicas para verificar su historia. Walsh hizo justo eso y en tres días había encontrado tres testigos a los que el Pentágono había sido, al parecer, incapaz de contactar. Uno estaba trabajando en Washington DC, enseñando en la Universidad de Defensa Nacional, y los otros dos estaban en Afganistán.

Una llamada a la oficina del Presidente Karzai sirvió para localizar a Shahzada Masud, asesor sobre asuntos tribales, que confirmó que Muyahid había aceptado un trabajo para proteger las autopistas en Kabul y que “se había celebrado una espléndida ceremonia de traspaso de poderes a la que asistieron dignatarios gubernamentales”, y Walsh obtuvo el número de teléfono de Gul Haider, representante del ministerio de defensa y anterior comandante de la Alianza del Norte, de un oficial del gobierno en Gardez. Haider confirmó que Muyahid había enviado a 30 de sus hombres para que ayudaran a los estadounidenses durante la Operación Anaconda, y dijo que no había nada que apoyara las afirmaciones de los estadounidenses de que se había vuelto contra ellos. Indicando que las rivalidades políticas habían sido las culpables del arresto y que alguien había hecho falsas acusaciones, Haider dijo: “Afganistán tiene muchos problemas –entre tribus, comunistas, talibanes-. Y así es como gente como Abdullah, que son totalmente inocentes, terminan en la cárcel”.

Mientras confío en poder averiguar si alguno de esos hombres será liberado de Pol-i-Charki –y si otros, como Bostan Karim, Obaidullah y Mohammed Sohail, serán liberados de Guantánamo-, tengo que concluir que el comentario de Gul Haider podría servir de epitafio de la mayoría de los afganos en Guantánamo.

Nota:

Los números de los prisioneros (y las variaciones en la ortografía de sus nombres) son los siguientes:

ISN 954: Abdul Ghafour
ISN 1002: Abdul Matin
SN 976: Abdullah Wazir
ISN 1021: Gul Chaman (Comandante Chaman)
ISN 1100: Abdullah Mujahid
ISN 1001: Dr. Hafizullah Shabaz Khail

Los cuatro afganos cuya identidad se desconocía en el momento de su liberación son los siguientes:

ISN 8: Abdullah Gulam Rasoul (descrito en el capítulo 10 de The Guantanamo Files)
ISN 923: Abdul Razzaq (se describirá en un próximo capítulo en línea)
ISN 1012: Aminullah Tukhi (descrito en el capítulo 16 de Los archivos de Guantánamo)
ISN 1032: Abdul Ghafaar (se describirá en un próximo capítulo en línea)

Otros mencionados en el artículo (pero no liberados) son:

ISN 975: Bostan Karim
ISN 783: Obaidullah
ISN 1008: Mohammed Mustafa Sohail


 

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