En otro mundo jurídico, los acusados en el juicio del
11-S lloran torturas en Guantánamo
06 de junio de 2008
Andy Worthington
Por último, casi siete años después de los horrendos atentados del 11 de septiembre de 2001, el 5 de
junio se celebraron en Guantánamo las comparecencias de cinco presos
presuntamente responsables de orquestar
y facilitar los atentados.
60 periodistas de todo el mundo asistieron a la comparecencia de Khalid
Sheikh Mohammed, Ramzi bin al-Shibh, Mustafa al-Hawsawi, Ali Abdul Aziz Ali
y Walid bin Attash, que salieron de las sombras en las que han permanecido
recluidos durante los últimos cinco o seis años.
Los cinco acusados en
el juicio del 11-S en Guantánamo aparecen en este boceto de la artista de sala
Janet Hamlin. Son, de arriba abajo, Khalid Sheikh Mohammed, Walid bin Attash,
Ramzi bin al-Shibh, Ali Abdul Aziz Ali y Mustafa al-Hawsawi.
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Aunque los cinco fueron trasladados a Guantánamo en septiembre de 2006, antes estuvieron
recluidos en prisiones secretas gestionadas por la CIA -al parecer en lugares
tan diversos como Tailandia y Europa del Este-, donde fueron sometidos a lo que
la administración denomina eufemísticamente "técnicas de interrogatorio
mejoradas". Dado que estas técnicas incluyen el submarino, un antiguo
método de tortura que consiste en el ahogamiento controlado, al que fue
sometido al menos uno de estos hombres -Khalid Sheikh Mohammed-, no es de
extrañar que tanto Mohammed como Ali Abdul Aziz Ali mencionaran con insistencia
que fueron torturados.
Según los periodistas que asistieron a la comparecencia, Mohammed -a menudo identificado simplemente
como KSM, que admitió durante su juicio en Guantánamo el año pasado que era
"responsable de la operación del 11-S, de la A a la Z"- asumió sin
esfuerzo una posición de liderazgo dentro del grupo, mientras los hombres, que
habían permanecido todos ellos en aislamiento total durante años antes de la
comparecencia, "reían y charlaban como viejos amigos", según Los
Angeles Times.
En una clara provocación al juez, el coronel de la Infantería de Marina Ralph Kohlmann, KSM respondió a una declaración del
coronel Kohlmann, que interrumpió una sesión de cánticos para recordarle que
"le habían dicho lo que podía y no podía decir", replicando: "Sé
que no puedo cruzar esa línea roja. Sé que no puedo hablar de tortura",
como lo describió ABC News.
En otro momento de la vista, que duró diez horas, KSM calificó el proceso de
"inquisición, no de juicio", y añadió, en tono mordaz: "Después
de cinco años de torturas... nos trasladan ustedes al país de la Inquisición en
Guantánamo". En otro momento, como lo describió el Times de
Londres, "acusó a las autoridades de extraer su confesión por la
fuerza", diciendo: "Todo esto se ha tomado bajo tortura. Ustedes lo
saben muy bien".
El sobrino de KSM, Ali Abdul Aziz Ali, acusado de ayudar a facilitar los atentados transfiriendo dinero a los
secuestradores del 11-S, también habló de tortura, al tiempo que se burlaba del
proceso. Hablando un inglés fluido, respondió a la garantía del coronel
Kohlmann de su derecho a asistencia letrada afirmando: "Todo lo que ha
ocurrido aquí es injusto e inequitativo". Y añadió, refiriéndose
concretamente a la oferta de representación legal gratuita: "Desde la
primera vez que me detuvieron, podría haberlo agradecido. El gobierno habla de
abogados gratuitos. El gobierno también me ha torturado gratuitamente todos
estos años".
Las acusaciones de tortura han rondado
las comparecencias y las audiencias previas al juicio de otros presos que iban
a ser juzgados por la Comisión Militar, pero preocupan especialmente a la
administración en los casos de KSM y sus coacusados. Las pruebas de tortura
serían, por supuesto, inadmisibles en un tribunal ordinario, pero aunque los
jueces de las Comisiones Militares están facultados para aceptar confesiones
obtenidas mediante "interrogatorios mejorados" (siempre que se hayan
obtenido antes de la aprobación de la Ley de Comisiones Militares en 2006), las
autoridades son tan conscientes de lo perjudiciales que serían para la
reputación de las Comisiones las revelaciones de torturas que recientemente han
vuelto a interrogar a estos hombres -y a otros nueve "detenidos de alto
valor" trasladados con ellos a Guantánamo en 2006- utilizando "equipos
limpios" de agentes del FBI para obtener "nuevas"
confesiones libres de tortura.
La idea de que la historia de la tortura estadounidense posterior al 11-S pueda borrarse de este modo es, por supuesto,
oscuramente ridícula y, como dejan claro los comentarios de KSM y Ali Abdul
Aziz Ali, será imposible seguir adelante con el juicio sin que la tortura
vuelva a levantar su fea cabeza para impugnar la posición moral de Estados
Unidos y arrojar serias dudas sobre la calidad de las "pruebas"
obtenidas de estos hombres.
Todo podría haber sido muy diferente, como explicó Dan Coleman, del FBI, a Jane Mayer, del New
Yorker, en 2006. Ya jubilado, Coleman fue un interrogador de alto nivel
que trabajó en casos terroristas de alto nivel en los años anteriores al 11-S
sin recurrir a la violencia, y sigue oponiéndose fundamentalmente a la tortura,
porque no es fiable y porque corrompe a quienes la practican.
Coleman dijo a Mayer que "la gente no hace nada a menos que se le recompense". Explicó que si el FBI hubiera
sacado confesiones a golpes a los sospechosos con lo que llamó "toda esa
mierda de macho alfa", habría sido contraproducente. "La brutalidad
puede aportar información puntual", admitió. "Pero en la lucha a más
largo plazo contra el terrorismo", como la describió Mayer, "ese
enfoque es 'completamente insuficiente'". Coleman añadió: "Hay que
hablar con la gente durante semanas. Años".
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