Del 11-S a Guantánamo
Andy Worthington/Nueva York © The Guardian Traducción: Franco
Cubello (http://impreso.milenio.com) 12 de
septiembre de 2009
En la base de EU en el Caribe permanecen 225 reos en “conexión” con actos
terroristas Foto: Brenan Linsley/AP |
El ataque del 11 de septiembre de 2001 provocó una reacción desmedida de EU
contra centenares de hombres que esperan, en la cárcel estadounidense en Cuba,
una salida justa a su situación.
A hacer una pausa por aquellos que murieron en los ataques terroristas en EU,
el 11-S de 2001, deberíamos recordar también que todavía falta mucho para
solucionar las consecuencias de la respuesta extraordinaria de la administración
Bush a dichos ataques.
En Guantánamo, 225 personas permanecen en prisión, ostensiblemente en
conexión con estos ataques, o con la “guerra contra el terrorismo” que siguió,
aun cuando sólo han sido acusados de un delito apenas unas pocas docenas de
casos, y sólo un hombre (Ali Hamza al-Bahlul) ha sido juzgado y condenado.
Hay dos problemas pendientes con Guantánamo. El primero concierne a las pocas
docenas de prisioneros acusados de haber estado involucrados en los ataques del
11-S u otros actos de terrorismo internacional. Como resultado del enfoque
arrogante del gobierno de Bush en la aplicación de la ley, y de su enfoque sin
sentido e ilegal sobre el uso de la tortura, estos hombres siguen detenidos sin
una fecha de juicio.
Si la administración Bush hubiera tratado el 11-S como acto criminal y
hubiese presentado un caso penal contra estos hombres, en vez de torturarlos en
una red de prisiones secretas, probablemente ya habrían sido juzgados y
sentenciados. Y sin embargo, sólo Ahmed Khalfan Ghailani ha sido presentado para
su juicio en una corte federal, y el gobierno planea perseguir judicialmente
otros casos utilizando una versión modificada de las comisiones militares
introducidas por el ex presidente George W. Bush, que están dañadas más allá de
cualquier reparación posible.
Para presentar a estos hombres ante la justicia —y para que ésta se haga—, el
presidente Obama tiene que perseguir estos casos en cortes federales, sabiendo
que ningún jurado evitará condenarlos si el gobierno muestra evidencias genuinas
de su culpa. Para los otros prisioneros en Guantánamo, la situación es más
complicada. En junio de 2008, la Suprema Corte de EU dictaminó que se les debían
garantizar derechos de habeas corpus. Desde entonces, los tribunales distritales
han otorgado 29 de 36 apelaciones de habeas, burlándose del gobierno por haber
confiado en informantes dudosos dentro de Guantánamo, niveles múltiples de
habladurías y “mosaicos” débiles de evidencia. Estos no son resultados
sorprendentes, dado que los prisioneros no fueron adecuadamente seleccionados
(ni en el momento de su captura, ni en los años que han pasado desde entonces),
y a que muchos fueron vendidos a las fuerzas estadounidenses para cobrar
recompensas de 5 mil dólares por cabeza.
La situación de los prisioneros es complicada aún más por el hecho de que la
inter-agencia Guantánamo Task Force está compitiendo efectivamente con las
cortes, aun cuando opera en secreto y sólo ha logrado, hasta ahora, a la
liberación de un puñado de prisioneros. Sin embargo, hasta en las cortes, hay
problemas con la manera en la que el gobierno define a los prisioneros. Los
tribunales están obligados sólo a considerar si el gobierno ha demostrado “por
una preponderancia de la evidencia”, que los hombres estuvieron conectados con
Al-Qaeda y/o los talibanes. Como resultado, los jueces han dictaminado, en otros
casos, que personajes marginales en la guerra intermusulmana entre los talibanes
y la Alianza del Norte (que se ha convertido en una guerra contra EU después del
11-S) pueden continuar siendo detenidos.
Después de ocho años, ha llegado el momento de examinar si es plausible o no
continuar reteniendo hombres en conexión con una “guerra contra el terrorismo”
que, a pesar de haber sido renombrada por Obama, parece ser considerada como un
combate que puede seguir para siempre, aun cuando el conflicto específico en el
que fueron capturados estos hombres —el derrocamiento de los talibanes— terminó
en noviembre de 2004, cuando Hamid Karzai fue electo como el presidente
afgano.
Además de Guantánamo, quedan otros problemas. Obama insiste en sus
afirmaciones de que los prisioneros extranjeros internados en la prisión de EU
en Bagram —detenidos en circunstancias similares a los de Guantánamo— pueden
continuar siendo retenidos sin acceso a abogados. Además, los prisioneros
afganos en Bagram, que deberían ser detenidos como prisioneros de guerra, de
acuerdo a las Convenciones de Ginebra, son considerados, al parecer, como bienes
para los cuales los derechos son secundarios comparados con su valor percibido
para la Inteligencia.
Cerniéndose sobre todos estos problemas hay asuntos todavía más oscuros —el
destino de cientos de hombres detenidos en prisiones secretas de la CIA o
entregados a otros países, y el largo camino hacia responsabilizar a aquellos
que implementaron estas políticas—, pero como el símbolo más representativo de
la respuesta de la administración Bush al 11-S, Guantánamo sigue siendo el
desafío más obvio a la ambición declarada de Obama de “recuperar la estatura
moral de EU ante el mundo”.
En el octavo aniversario del 11-S, sin embargo, no se les está haciendo
justicia ni a aquellos considerados genuinamente peligrosos, ni a aquellos cuya
importancia ha sido exagerada.
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