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El caso para cerrar Guantánamo: el importante perfil del New Yorker acerca de Mohamedou Ould Salahi y su ex guardia Steve Wood

Andy Worthington
20 de abril de 2019

Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 24 de mayo de 2019


Mohamedou Ould Salahi (Slahi) a la derecha y su ex guardia Steve Wood a la izquierda. Esta foto fue tomada por Salahi en Mauritania en enero de 2019, cuando Wood lo visitó.

De los 13 años que llevo trabajando para cerrar Guantánamo, algunos de los momentos más gratificantes que he experimentado ha sido cuando los ex prisioneros o ex guardias se han puesto en contacto gracias a mi trabajo.

Fui enormemente gratificado cuando Moazzam Begg dijo que usó mi libro The Guantánamo Files para buscar con quién estuvo en Guantánamo porque estuvo en confinamiento solitario y cuando Omar Deghayes me dijo que escribí acerca de Guantánamo como si yo hubiera estado en la prisión con él y los demás prisioneros.

También me conmovió cuando ex guardias se ponen en contacto. Brandon Neely, por ejemplo, que estuvo en Guantánamo al principio, se puso en contacto conmigo cuando su malestar por lo que le habían pedido hacer, que lo perseguía, comenzó a criticar públicamente y aún lo hace. En otra ocasión, me acuerdo, otro guardia se puso en contacto conmigo. No quiso hacerlo público, pero quería hablar acerca de Mohamedou Ould Slahi, a quien estuvo vigilando.

En ese momento, alrededor de diez años, pocas personas sabían acerca de Slahi, que había sido sometido a un programa específico de tortura porque Estados Unidos, equívocamente pensó que estaba relacionado con al-Qaeda, pero me di cuenta de que no era culpable y había escrito acerca de él y el guardia se puso en contacto conmigo para decirme que, cuando estuvo con Slahi, se convenció absolutamente de que él no era un terrorista.

Yo creo que ese guardia era Steve Wood, quien se encontró con Slahi despúes de ser liberado en octubre del 2016, cuando EE.UU. concedió que no representaba ninguna amenaza contra ellos y después de que el mismo Slahi se convirtiera en un aclamado autor a nivel mundial con su memoir Diario de Guantánamo que fue extraordinaria en su crítica de Estados Unidos, por su humor y compasión.

El New Yorker publicó un artículo extremadamente detallado acerca de Slahi (Salahi) y Steve Wood, escrito por Ben Taub quien se unió a la publicación en el 2017 y quien ha escrito artículos merecedores de premios en un “rango de temas relacionados con yihad, crimen, conflicto y derechos humanos, principalmente en África, Europa y el Medio Oriente”.

Quiero motivarte para que encuentres el tiempo de leer este artículo. Elogio a Ben Taub por su dedicación a la historia, que particularmente ilumina la relación de Slahi con su primo Abu Hafs, quien se convirtió en consejero espiritual de al-Qaeda y revive el largo camino de Slahi a Guantánamo (vía los apoderados torturadores estadounidenses en Jordania y sus primeros encuentros directos con los mal informados interrogadores de EE. UU en Bagram, Afganistán).

Pero más que nada, quisiera agradecerle a Mohamedou por el regalo de su inteligencia y compasión y a Steve Wood por revelar tanto acerca de los trabajos internos en Guantánamo en relación a Slahi desde la perspectiva del ejército estadounidense, y también por revelar cómo se convenció de que él no era quien le hicieron creer que era, como lo pone Taub, “empezó a preguntarse si lo que estaba protegiendo en Guantánamo era en realidad era uno de los secretos más obscuros del gobierno: el detenido de más alto valor militar era un error y su aislamiento en Echo Special era para encubrir el infierno que le habían infringido”.

El secreto más obscuro de Guantánamo
Por Ben Taub, New Yorker, 15 de abril de 2019

Los líderes de la prisión militar estadounidense consideraban a Mohamedou Slahi como el detenido de más grande valor. Pero su guardia sospechaba lo contrario.

El guardia

En el 2004, Steve Wood fue desplegado a la bahía de Guantánamo como miembro de la Guardia Nacional de Oregón. A él y a sus camaradas se les dijo que muchos de los detenidos eran responsables del 11/9 y, que, si tuvieran la oportunidad, atacarían nuevamente. “Solo me acuerdo que estaba muy emocionado porque, pensé, voy a hacer algo importante”, me dijo Wood. Por dos semanas, trabajó como guardia en celdas, monitoreando a los hombres que habían sido capturados en los campos d batalla en Afganistán. Después un sargento mayor lo separó y lo asignó para trabajar el turno nocturno en Echo Especial, una unidad secreta individual que había sido construida para resguardar al detenido militar de más alto valor. El Comité Internacional de la Cruz Roja (International Committee of the Red Cross), quienes tienen acceso a muchos de los sitios de detención más notorios del mundo, algunos de los cuales están en países sin ley, recientemente habían enviado representantes a Guantánamo, pero el comandante de la base, citando “necesidades militares”, rechazó darles acceso a Echo Especial. El hombre confinado ahí era identificado por su número de detenido, 760. Cuando Wood trató de buscar 760 en la base de datos de Guantánamo, no encontró nada.

Wood es el Segundo de tres hijos. Su padre murió en un accidente aéreo cuando tenía tres años y su mamá se lo llevó junto con sus hermanos a Molala, Oregón, un pueblo maderero a una hora de Portland. Su madre salió con varios alcohólicos y adictos y llevaba a los niños a una escuela evangelista los domingos. Los sermones de Pat Robertson maldecían desde la sala de televisión. En 1999, poco después de haberse graduado de la secundaria, Wood comenzó a trabajar en el aserradero local. A varios de sus compañeros les faltaban dedos y el jefe aprovechaba cada oportunidad que tenía para denigrarlos. Después de algunos meses, se enlistó en la Guardia Nacional de Oregón en la trayectoria de militar-policía. Buscaba estructura y disciplina, una vida de orgullo, propósito y de misión clara.

Después del 11/9 el patriotismo eclipsó la intranquilidad como el principal motivo de Wood para servir. Había pasado la mañana del peor ataque terrorista en la historia de Estados Unidos, en el sillón de su mamá, drogado con medicamentos para el dolor después de una cirugía de amígdalas, pero cuando emergió de la neblina, estaba enojado, enfocado y deseando que llegara su despliegue. No albergaba ninguna animosidad en particular con los musulmanes, pero había absorbido las creencias de su madre: “si no viene de Jesús, entonces tienen que venir del diablo”. Después de completar los requerimientos para convertirse en M.P, Wood se enroló en un programa de justicia criminal en una universidad comunitaria cercana. Recuerda su punto de vista político como “lo que sea que Fox News diga”. No sabía la diferencia entre hindú, sikh y un musulmán y jamás había conocido uno.

Antes de su primer turno en Echo Especial, a Wood le dijeron que pusiera una franja de cinta eléctrica sobre su nombre en el uniforme y que solo usara apodos dentro de la celda, para que si el 760 de alguna manera sacara un mensaje de la prisión no pudiera emitir una alerta contra sus guardias y sus familias. “Nunca des la espalda”, le advirtió el Mayor. Wood, quien tenía veintitrés años se había enterado recientemente que su novia estaba embarazada. No se arriesgaría. “Confías en las esposas y en todo, pero sin importar qué, nunca estaríamos con él uno a uno, siempre había un compañero”, Wood me dijo. Hasta hace poco, los guardias y los interrogadores habían usado máscaras de Halloween dentro de la celda. Wood caminó a través del campo hacia Echo Especial orgulloso de ser parte de una operación de seguridad nacional. Él pensó “debe de ser alguien verdaderamente importante, la persona más peligrosa del mundo, tal vez, tener esta atención especial, un guardia solo para él”.

Echo Especial era un tráiler que había sido dividido en dos. Wood caminó al área principal, que está vigilada por guardias; pasando la puerta estaba el espacio en donde duerme el detenido. Un reporte del gobierno describe las instalaciones como “modificadas de tal manera que reduzca lo más posible el estímulo exterior”, con puertas que habían sido “selladas al punto en el que no permite la entrada de luz al cuarto”. Adentro, las paredes estaban “cubiertas por pintura blanca o papel para eliminar objetos que pudieran permitirle al prisionero concentrarse”. Había un anclaje al piso que permitía encadenar al prisionero y bocinas que permitían bombardearlo con sonido”.

Un Policía Militar le explicó a Wood que la fuerza de guardias actual le llamaba al detenido 760 “Pillow” o “almohada” porque, cuando habían llegado, varios meses antes, una almohada era el único objeto en su posesión. “¡Almohada, a puedes salir!” Un hombre bajito en sus treintas salió al área de guardias, sin cadenas. Tenía una sonrisa en la cara y ropa blanca y se movía cautelosamente rumbo a Wood. El detenido se presentó como Mohamedou Salahi y le extendió la mano para saludar diciendo “¿Qué onda, amigo?”.

Wood mide 6.3 pies, con la cabeza rasurada, tímido y estoico, con un cuerpo marcado como un fisicoculturista de élite. Aunque se acercó a Salahi, lo pensó antes de darle la mano y cuando lo hizo se dio cuenta de lo delicado que él era. “Mucho gusto”, le dijo Wood. Pero pensó ¿Qué carajos es esto? Esto es justamente lo opuesto al o que debe suceder.

La imagen fragmentada de Mohamedou Salahi que el ejército, las autoridades y las agencias de inteligencia habían construido en un archivo clasificado era el de un “altamente inteligente” ingeniero eléctrico de Mauritania que, “como miembro clave de al-Qaeda” había jugado un papel en varias planeaciones de ataques de bajas masivas. Otros hombres llevaban cuchillos y explosivos; Salahi era un fantasma en la periferia. La evidencia en su contra carecía de profundidad, pero los investigadores consideraron su amplitud conclusiva. Su proximidad a varios eventos y figuras yihadistas de alto nivel no podía ser explicada como una coincidencia, pensaron, y solo un cerebro logístico podría haber dejado un rastro tan débil.

El gobierno estadounidense reunió que, en 1991, cuando Salahi tenía veinte años, juró lealtad a Osama bin Laden y el siguiente año se enteró de que había dado armas para un campamento de entrenamiento de al-Qaeda en Afganistán. Después, Salahi se mudó a Alemania en donde, los americanos afirman, “su responsabilidad principal era reclutar para al-Qaeda en Europa”. Dentro de sus supuestos reclutados estaban tres de los secuestradores del 11/9, todos pilotos en aviones separados. Un cuarto recluta era Ramzi bin al-Shibh, el coordinador del ataque, quien, mientras estaba en custodia de la CIA, nombró a Salahi como el hombre que arregló su viaje a Afganistán y su introducción a bin Laden.

En 1998, poco después de que al-Qaeda detonara bombas en camiones afuera de las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, Salahi tomó una llamada de un teléfono que pertenecía a bin Laden. Después, y por lo menos en otra ocasión, un miembro del Consejo Shura de al-Qaeda, un líder, transfirió miles de dólares a la cuenta bancaria de Salahi en Alemania. Salahi retiró el dinero y se lo entregó a los hombres que viajaban a África del oeste para facilitar lo que los americanos afirman ser dinero lavado y para telecomunicaciones de “proyectos de al-Qaeda”.

En 1999, un miembro de Shura llamó a Salahi pero la inteligencia estadounidense no sabía qué instrucciones le dieron. En noviembre de ese año, Salahi se mudó a Montreal, en donde comenzó a dirigir plegarias en una mezquita prominente. Poco después, un yihad que frecuentaba esa mezquita, y quien los americanos creen que conocía a Salahi, intentó introducir explosivos en la cajuela de un coche a través de la frontera de Estados Unidos; su plan era detonar maletas en el aeropuerto internacional de Los Ángeles, en lo que se conoce como el “Millenium Plot”. El Servicio Secreto de Inteligencia de Canadá (Canada’s Secret Intelligence Service) comenzó una operación de vigilancia enfocada en Salahi y sus conocidos, pero Salahi se dio cuenta de la existencia de dos cámaras en las paredes de su departamento y dejó el país. El gobierno estadounidense concluyó que él era el “líder de la célula de al-Qaeda en Montreal”.

En Guantánamo, Salahi admitió esto y otros alegatos. “Vine a Canadá con el plan de hacer explotar la Torre CN en Toronto”, Salahi escribió en una de sus varias confesiones. Enlistó a sus cómplices y añadió que “gracias a la inteligencia canadiense, el plan se descubrió y lo sentenció al fracaso”. Después de años de aguantar interrogaciones, se convirtió en lo que un informe clasificado describe como una fuente “altamente cooperativa”, “una de las fuentes más valiosas en detención”. Describió el papel financiero de al-Qaeda en un fraude de tarjetas de crédito y tráfico de drogas, así como la “inversión del grupo en compañías inconscientes en Bosnia, Canadá, Chechenia, Dinamarca, Inglaterra, Alemania, Mauritania y España”. Dibujó tablas organizacionales con nombres y papeles operativos de figuras claves y dio información acerca de células yihadistas y casas seguras en toda Europa y África occidental. Gracias a su experiencia como ingeniero eléctrico, el informe concluye, Salahi también pudo describir el elaborado sistema de comunicaciones de al-Qaeda, “incluyendo transmisiones de radio, mensajeros, información criptografía, boutiques telefónicas, y links de comunicación satelital a laptops”. Pero el gobierno estadounidense estaba seguro de que había más que podían obtener de él, el informe dice que “todavía tiene información útil” sobre una diversidad de temas, incluyendo los ataques del 11/9 y enlista otras 22 “áreas de explotación potencial”. Las autoridades militares consideraron que era el “niño del cartel del producto de inteligencia en Guantánamo”.

Como resultado de la cooperación de Salahi, su celda privada ahora tenía lo que el gobierno se refiera a “objetos de confort”. Después de la almohada vinieron jabón, toallas, bonete para rezos…para cuando Steve Wood llegó, Salahi tenía libros, una televisión, un PlayStation y una laptop vieja en donde mataba el tiempo jugando ajedrez y viendo DVD. Eventualmente, Salahi tendría acceso a un pequeño espacio fuera de su tráiler, en donde tenía girasoles, albahaca, perejil y cilantro. “Lo que me dijeron era que su información salvó miles de vidas americanas”, dice Wood, “y esto es lo que el dieron para que continuara hablando”.

Salahi fue detenido cuando tenía treinta años, pero ya había vivido en cuatro continentes y hablaba fluidamente árabe, francés y alemán. El inglés fue su cuarto idioma. Como lo aprendió encerrado, algunas de sus primeras frases fueron “no hice nada”, “revisión de cavidades”, “al carajo con esto” y “a la mierda eso”. “Mi problema era que había estado aprendiendo el idioma de las personas “incorrectas”, básicamente, de los reclutas de las fuerzas estadounidenses que hablaban gramáticamente mal”, escribió en un pedazo de papel en su celda. “El inglés acepta más groserías que cualquier otro lenguaje y pronto aprendí a maldecir con los plebeyos”.

Como un asunto de profesionalismo, Wood decidió desde el inicio a esconder en su mente lo que había aprendido del pasado de Salahi. “Es difícil sentarse ahí y reír y platicar con este tipo, si es que es verdad que es tan malo”, Wood me dijo”. El turno nocturno era de doce horas y jamás vio a Salahi encadenado o amarrado”. Otros prisioneros en Guantánamo aventaban golpes y heces y urina, pero, según el informe clasificado, la única infracción disciplinaria de Salahi fue el 11 de mayo del 2003, cuando “poseyó una cantidad excesiva de comida MRE”.

Salahi seguido aparecía taciturno y retraído, pero cuando quería convivir, hablaba con un humor universal y provocativo que Wood encontraba atractivo. Le gustaba sacar de quicio a sus guardias debatiendo acerca de la igualdad, la raza y religión y ejercía un entendimiento sofisticado de historia y geopolítica para despostillar sus creencias. Antes de conocer a Salahi, Wood nunca había escuchado de Mauritania. Salahi le dijo, para su gran pena, que la esclavitud todavía se practicaba ahí, incluso entre la gente cercana a él. Salahi también lo empujó a investigar los errores de la política exterior occidental, por ejemplo, que en 1953 los servicios de inteligencia americanos y británicos habían orquestado un golpe de Estado en Irán, derrocando a un popular Primer Ministro para imponer un Sah popular pro occidente. “¿Has escuchado hablar de Nelson Mandela?”, Wood recuerda a Salahi preguntándole. “Búscalo, amigo. Busca la prisión en la isla Robben. Ve si piensas que su detención fue justa. Mira lo que eso le hizo a su familia”.

La descripción de un trabajo describe la vida como un oficial de inteligencia en la bahía de Guantánamo como “un reto gratificante con alrededores increíbles”, puestas de sol, playas, iguanas y el azul prístino del Caribe. “Después de un apresurado día enfrentando numerosos asuntos y contribuyendo directamente a la guerra global contra el terrorismo”, se lee, “te espera la diversión”. Los oficiales podían tomar clases de cerámica, jugar paintball, rugby, tenis, sóftbol o ejercitarse en distintas albercas y gimnasios”. La inmersión en la tienda local, ofrecía equipo y certificaciones para vela, esquí en agua, buceo y más. “Si no tienes experiencia, no hay problema…relajarse en fácil”.

En práctica, muchos oficiales militares-policíacos mataban el tiempo viendo películas y emborrachándose en el Tiki Bar, también tomaban vuelos a Afganistán para recoger más detenido. Pero Wood pasaba su tiempo en la biblioteca de la base, investigando los temas que Salahi mencionaba en la celda. Se devoraba libros de historia, asuntos extranjeros, política, derechos civiles… “casi cualquier tipo de libro que pudieras pensar, que no fueran novelas románticas”, dijo. “Me estaba educando acerca del mundo”. Pero, como el tráiler de Salahi era un secreto nacional, Wood mantenía una distancia cordial con la mayoría de los otros guardias. “Regresaba a casa y planchaba mi uniforme y mis compañeros de cuarto no sabían nada”, dijo. “Me preguntaban “¿Quién está ahí?” y yo contestaba “no sé, probablemente alguien famoso”.

Con el tiempo, Wood empezó a pensar que todo lo que sabía antes de conocer a Salahi era un mito de mentalidad cerrada de superioridad americana, notable por sus omisiones de desgracias de ultramar. Mientras tanto, el pretexto de la administración de Bush para la invasión de Irak estaba colapsando y también la confianza de Wood en el gobierno. Era la primavera del 2004. No había armas de destrucción masiva. La “misión” no había sido “completada”. Cuando Wood veía las noticias en las noches, veía fotografías del los P.M. americanos torturando y humillando sexualmente a los detenidos iraquíes en Abu Ghraib. Comenzó a cuestionarse si el caso en contra de Mohamedou Salahi era tan endeble y políticamente motivado como lo era la invasión. “Yo estaba como “¿acerca de qué más han mentido?””, dijo.

Salahi fue sujeto a interrogaciones diarias. Las sesiones que presenció Wood eran tranquilas y corteses, con Salahi tratando de contestar lo que le pedían. “Era el interrogador obtuso mostrando estos discos con grabaciones de campos de entrenamiento de al-Qaeda y de talibanes en Afganistán”, recuerda Woods. Los videos habían sido extraídos de los sitios web yihadistas o capturados por los oficiales de inteligencia durante las redadas y el rol de Salahi era identificar a la gente que aparecía en ellos. Pero, a veces, después de cooperar “se deprimía y estaba ansioso y decía “soy un mal musulmán”, me dijo Woods. “Le decía “no importa lo que hayas hecho en el pasado, hombre, has salvado miles de vidas”. Siempre decía eso y él solo movía la cabeza como diciendo “eso es mentira””.

Una noche, cuando Salahi estaba dormido, escuchó ruidos que le recordaron a un niño teniendo una pesadilla. Entró en la zona de dormir y encontró a Salahi en posición fetal temblando. Ningún adulto en la vida de Woods se había visto tan asustado y vulnerable. Delicadamente tocó el hombro de Salahi y le dijo “todo está bien” y él movió la cabeza y se mordió la legua en desacuerdo, pero se negó a hablar. El siguiente día, Woods lo presionó para que hablara del episodio, pero Salahi no elaboraba. Solo decía “dude, me jodieron”.

Los terrores nocturnos continuaban. Salahi estaba en una dieta de malteadas nutricionales Ensure y antidepresivos. Un día, se quejó con Woods de que los interrogadores exigían información de eventos que los cuales no tenía conocimiento, porque habían ocurrido mientras él estaba detenido.

Aunque Woods se había presentado ante Salahi como Stretch, su apodo del aserradero, Salahi supo rápidamente su verdadero nombre, así como el de otros guardias. “La cinta se caía de nuestros uniformes”, recuerda Woods. “Tratábamos de cubrirlo de nuevo, rápidamente, pero eventualmente fue como “a la mierda”. Sabíamos que él no era una amenaza”. Así como había luchado para perdonarse por disfrutar la compañía de Salahi, ahora se sentía mal por tener que cerrar la puerta con llave después de cada turno. Salió a la luz del día aturdido, incapaz de reconciliar la impresión del hombre del Echo Especial con la descripción del terrorista del informe. Si Wood hubiera permanecido como guardia regular, en una de las celdas normales, tal vez habría terminado su despliegue con el entendimiento de la guerra global contra el terror más o menos intacto. En lugar de eso, empezó a preguntarse si lo que en realidad estaba protegiendo en Guantánamo, era uno de los secretos más obscuros del gobierno: que su detenido de importancia militar más alto estaba ahí por equivocación y que su aislamiento en Echo Special era para ocultar el infierno que había sido infringido sobre él.

Un día, Salahi comenzó a solicitar papel a sus guardias. Como resultado de una reciente decisión en la corte, los detenidos de Guantánamo tenían acceso a representación legal y así, durante los siguientes meses, Salahi escribió un diario de detención como una serie de cartas a sus abogados Nancy Hollander, Sylvia Royce y Theresa Duncan. Cuatrocientas sesenta páginas, selladas en sobres y enviadas a una facilidad clasificada cerca de Washington, D.C. Ningún guardia o interrogador tenía permitido leer el trabajo de Salahi. Por primera vez pudo describir sus experiencias si miedo a las represalias. En una página, recuerda el día que recibió su apodo, cuando un interrogador le trajo una almohada. “Recibí un regalo con una abrumadora felicidad fingida y no porque no estuviera muriendo por obtener una almohada”, escribió. “No. Tomé la almohada como una señal del final de la tortura física”.

El detenido

Mohamedou Ould Salahi nació a finales de diciembre de 1970, el noveno hijo de un criador de camellos mauritano y su esposa. Como la mayoría de los países de África del oeste, Mauritania había obtenido la independencia de Francia una década antes. Pocos locales hablaban francés, pero como el país había sido arbitrariamente trazado en un vasto territorio desértico, poblado por numerosos grupos étnicos que hablaban distintos lenguajes, no había alternativa para la documentación oficial. Cuando una enfermera, que solo hablaba árabe hassaniya, llenó el certificado de nacimiento de Mohamedou en alfabeto latín, omitió la sílaba de su último apellido. Salahi se convirtió en “Slahi”. Así comenzó la vida en la que los gobiernos trataron a Salahi acorde con sus propios errores.

Salahi era un estudiante precoz, después de la escuela, robaba gis del salón de clases y regresaba a Bouhdida, un barrio en polvo y poco planeado en Nouakchott, la capital de Mauritania, para recrear la clase para niños que no tenían acceso a una educación. Mauritania es una república islámica, con tradiciones ricas en poesía y recitación que desmiente su tasa de despido de alfabetismo y crecimiento económico. Cuando era un adolescente, Salahi memorizar todo el Corán.

Creció midiendo eras políticas por los golpes militares- 1978, 1979, 1984- cambios en el poder que alteraron en baja medida la manera en la que los mauritanos experimentaban el poder. La falta de progreso, desarrollo y libertad en la sociedad mauritana inspiró en Salahi un enojo fundamentado hacia la autocracia y corrupción y un deseo de luchar por algo más grande que él.

En los ochentas, él y un primo más joven, un poeta esbelto llamado Mahfouz Ould al-Walid, pasaban las noches en un café local, en donde el dueño ponía videos del conflicto palestino y la yihad en Afganistán, que había sido invadido por la Unión Soviética en 1979. En 1988, el ideólogo saudí Osama bin Laden anunció la formación de Al-Qaeda. Walid, que tenía trece años, comenzó a leer los volantes de bin Laden. Él y Salahi fueron golpeados por la narrativa de al-Qaeda, acerca de un grupo de chusmas de muyahides, que llevaban armas y se escondían en cuevas, estaban asumiendo un super poder en defensa de todos los musulmanes. No eran los únicos afectados por esta lucha. La CIA estaba fundando y equipando varios de los grupos de muyahides.

En 1988, Salahi se graduó de la preparatoria y se ganó una beca para estudiar ingeniería en Duisburgo, Alemania. Fue el primero en su familia en ir a la universidad. Pero el llamado a la yihad interrumpió sus estudios. Para 1990, los soviéticos se habían retirado de Afganistán, pero al-Qaeda todavía peleaba en contra del gobierno comunista afgano que los soviéticos habían instalado. Ese diciembre, poco antes de su cumpleaños veintinueve, Salahi abordó un avión a Pakistán y cruzó a Afganistán y, aunque nunca había conocido a bin Laden, pronto juró su lealtad hacia el líder de al-Qaeda.

Walid, que tenía dieciséis años, se quedó. Pero dos meses después, cuando Salahi regresó a Mauritania y describió su experiencia de la yihad, Walid se fue por su cuenta a Afganistán. Walid era un prodigioso poeta. Ganó varios premios en Nuakchot y, cuando lo conoció bin Laden, quedó impresionado por su elocuencia y convicción. Poco tiempo después, viajaron juntos a Sudán, en donde bin Laden manejaba una compañía constructora y un campo de entrenamiento de la yihad y manejaba alrededor de Khartoum en el Mercedes blanco de bin Laden.

En la primavera de 1992, Salahi regresó a Afganistán. Como no tenía experiencia en armas, el personal de al-Qaeda lo envió al campo de entregamiento en Al Farouq, cerca de Host, en donde aprendió a usar un rifle Kalashnikov y a lanzar granadas propulsadas por cohetes. Para ese entonces, la Unión Soviética había colapsado y, mientras Salahi estaba en entrenamiento, el gobierno afgano perdió el apoyo ruso. La guerra civil en Afganistán entró en una nueva etapa, con grupos islamistas rivales compitiendo por el control y Salahi no quería ser parte de eso. Después de tres meses, dejó Afganistán y regresó a Duisburgo, en donde trabajó en una tienda de arreglo de computadoras mientras terminaba su carrera.

Otros dos años pasaron antes de que el nombre de Salahi llamara la atención de Deddahi Ould Abdellahi, el jefe del aparato de seguridad e inteligencia de Mauritania. En 1994, como director de seguridad del Estado, abrió una investigación de la escena de la yihad en Nuakchot. Varios mauritanos habían viajados a los campos de batalla en Afganistán y Bosnia y Mahfouz Walid se había convertido en una importante figura en al-Qaeda. Ahora se hacía llamar por su nombre de guerra Abu Hafs al-Mauritani. En Nuakchot, Abdellahi y sus subordinados a trazar un mapa de la red, deteniendo gente cercana a Abu Hafs y solicitando los nombres de otros yihadistas. Algunos hombres jóvenes mencionaron a Salahi como contacto en Alemania. Con el apoyo de la inteligencia alemana, me contó Abdellahi, “empezamos a recolectar la mayor cantidad de información. ¿Cómo vive? ¿Cómo se comporta? ¿Cómo reacciona a los acontecimientos mundiales?”. Era incierto para Abdellahi si Salahi era activo en al-Qaeda, pero parecía ser alguien que los islamistas mauritanos conocían.


Mahfouz Ould al-Walid, primo de Mohamedou Ould Salahi, mejor conocido como Abu Hafs, quien se convirtió en el consejero espiritual de Osama bin Laden.

Abu Hafs ascendió al Consejo Shura de al-Qaeda, en donde fungió como el consejero principal de bin Laden en la ley Sharía. En 1996, cuando Abu Hafs tenía veintiún años, escribió la fatwa más importante de bin Laden: un documento de once mil palabras excoriando al Reino Saudí y advirtiendo al Secretario de Defensa de Estados Unidos, que los adherentes de al-Qaeda “no tienen ninguna otra intención que entrar en el paraíso matándolos a ustedes”. La fatwa era la declaración de guerra de al-Qaeda contra los Estados Unidos. De acuerdo con lo que dice “El exilio”, un recuento comprensivo de al-Qaeda post 11/9, de los periodistas investigativos Cathy Scott-Clark y Adrian Levy, quienes tuvieron acceso a los diarios de Abu Hafs, él fue el escritor fantasma de “la mayoría de los discursos, juramentos religiosos y desplegados de prensa de Osama”. En 1998, bin Laden incluyó a Abu Hafs en su testamento.

Alrededor de ese tiempo, después de un largo periodo sin contacto, Abu Hafs le marcó a Salahi desde el teléfono satelital de bin Laden. Los primos se habían casado con unas hermanas y ahora eran cuñados también. Pero después de que Salahi regresara a Alemania, habían estado en contacto muy raramente. Mientras que Abu Hafs manejaba los asuntos de al-Qaeda en África del este, su padre se enfermó y así, como lo recuerdan ambos, Abu Hafs le pidió ayuda a Salahi en la transferencia de dinero para cuidar a su familia en Mauritania. Salahi estuvo de acuerdo y Abu Hafs le envió cerca de cuatro mil dólares a su cuenta bancaria alemana. Salahi retiró el dinero y se lo entregó a amigos que viajarían a Nuakchot para que se lo entregaran a la familia de Abu Hafs.

Una llamada telefónica similar siguió con una segunda transacción, en diciembre de 1998. Pero, despúes de que Abu Hafs usara el teléfono de bin Laden para llamar a otro primo en Nuakchot, los subordinados de Abdellahi lo arrestaron y torturaron por dos meses. Así que, cuando Abu Hafs le marcó a Salahi para pedirle ayuda una tercera ocasión, a principios de 1999, él se rehusó y colgó.

Al-Qaeda se había ya transformado en una organización terrorista internacional para entonces, que estaba lanzando ataques en África del este y el Medio Oriente. Los Estados Unidos había lanzado misiles a los objetivos de al-Qaeda en Sudán y Afganistán, y, en una apuesta por capturar a Abu Hafs, la CIA allanó un hotel en Khartoum. (Él escapó por una puerta en la cocina). Una noche de octubre de 1999, un amigo de Salahi le pidió ospitar a tres musulmanes que estaban de paso por Duisburgo. En la cena, le explicaron que se dirigían al este para la yihad. Los hombres durmieron en su piso y se fueron a Afganistán al amanecer. Salahi no sabía sus nombres y no volvió a saber de ellos.

Salahi ya estaba siendo vigilado por la inteligencia alemana, pero los alemanes no veían alguna razón para arrestarlo o interrogarlo. Acorde con la investigación de Der Spiegel, “él predicaba en mezquitas obscuras de traspatios” y permanecía en contacto ocasional con yihadistas, hombres cuyos nombres y números de teléfonos celulares aparecían en investigaciones que se extendían por África, Europa, América del Norte y el Medio Oriente. Pero no se consideraba miembro de al-Qaeda o un facilitador de sus operaciones. Un día, oficiales alemanes cuestionaron a uno de los amigos de Salahi. Cuando le preguntaron si Salahi estaba involucrado en actividades terroristas, el amigo se rio.

Pero Salahi quería vivir libre de vigilancia y decidió dejar el país. Uno de sus mejores amigos, que ahora vivía en Canadá, le sugirió mudarse a Montreal. “Dijo que Canadá era increíble, no hay racismo, hablan francés y es un país muy avanzado”, contó Salahi años después, en una audiencia militar. “Tendrás trabajo en un tronar de dedos”, le dijo su amigo. El Ramadán se aproximaba cuando los hombres que encabezaban los rezos leyeron en voz alta el Corán completo en el curso del ciclo lunar y Salahi recuerda “mi amigo dijo “te necesitamos aquí en Canadá porque no tenemos un hafez””, que, en árabe, significa un hombre que pueda recitar el Corán de memoria. “En países árabes existen los cantidades, pero en Europa y Canadá es muy raro”.

Salahi aterrizó en Montreal el 26 de noviembre de 1999. Su esposa regresó a Nuakchot. Su amigo, Hosni Mohsen, lo presentó al imam de la mezquita Al Sunnah. La mezquita tenía miles de creyentes que atendían, algunos pertenecían a un grupo yihadista de argelino que había llamado la atención de los servicios de inteligencia franceses y canadienses. “La gente mala siempre quiere mezclarse entre la multitud”, Salahi explicó en la audiencia militar. Algunos de los “amigos malos” de Mohsen, como los describió Salahi, visitaban su departamento mientras Salahi de hospedaba ahí.

“Así que voltea a verme”, dijo Salahi. “Tengo contacto con un operador de Osama bin Laden, que estaba ayudando a lavar dinero. Ahora estoy en Canadá y frecuento la mezquita en donde creemos que un grupo peligroso está presente”. Y, porque era Ramadán, Salahi encabezaba los rezos. “Algo está pasando”.

“No se ve bien”, el oficial militar presidiendo contestó.

“No, no se ve bien para nada”, Salahi dijo. “Se verá peor”.

Uno de los yihadistas argelinos era Ahmed Ressam, un ladrón que estaba viviendo en Canadá con una identidad falsa. En 1998 había viajado a Afganistán y pasó un año en campos de entrenamiento de al-Qaeda en donde aprendió el manejo de armas y explosivos. En la primavera de 1999, oficiales de inteligencia franceses pidieron a sus contrapartes canadienses si podían cuestionar a Ressam acerca de actividades yihadistas en Europa pero los canadienses no pudieron localizarlo porque había entrado al país con un pasaporte falso.

Una semana después de que Salahi comenzara a encabezar los rezos en la mezquita de Al Sunnah, Ressam manejó su coche rentado en un ferry a Victoria, en British Columbia. Cuando el barco llegó a Port Angeles, cerca de Seattle, los oficiales de aduana encontraron en el coche más de cien libras de explosivos junto con cuatro detonadores programados, cada uno armado con una batería de nueve voltios, panel de circuito y un reloj Casio. Ressam les dijo a los investigadores que había planeado detonar maletas en una terminal llena de gente en el aeropuerto internacional de Los Ángeles.

Después del ataque fallido, Canadá empezó a investigar de manera agresiva a la célula de Montreal. “Estaban muy alterados”, recordó Salahi en su audiencia. “Estaban por todos lados en la mezquita, en coches de policía, veinticuatro horas al día”. Dentro de los objetivos de la investigación, estaba Mohsen, el amigo de Salahi. Después del arresto de Mohsen, acorde con la presentación de la corte, los investigadores encontraron un papel en su bolsillo con “los números telefónicos de Salahi y Ressam”. (Mohsen no pudo ser contactado para comentar).

Una noche, Salahi se despertó con el sonido de un agujero siendo taladrado en su pared. La siguiente mañana encontró dos cámaras. Salahi llamó a la policía para reportar que sus vecinos estaban espiándolo, pero le dijeron que solo cubriera las cámaras con adhesivo. Poco después, los investigadores canadienses acudieron al apartamento y lo cuestionaron acerca del Millennium Plot. “Estaba muerto de miedo”, recordó Salahi en su audiencia. “Me preguntaron si conocía a Ahmed Ressam. Dije “No…” (los investigadores determinaros posteriormente que Ressam había dejado Montreal para ir a una casa segura en Vancouver el 17 de noviembre, nueve días antes de que Salahi llegara a Canadá). Empezó a notar vigilancia en todos lados. “Okey, a la mierda, no es un problema…pueden vigilarme”, dijo. “Tenían miedo de que matara gente”.

En Mauritania, los hombres de Abdellahi detuvieron a la esposa de Salahi y a sus hermanos y los interrogaron acerca del Millennium Plot. “No me dijeron porque tenían miedo”, recuerda Salahi. Pero los miembros de su familia querían que Salahi regresara y le dijeron que su madre se encontraba enferma.

El 21 de enero del 2000, Salahi tomó un vuelo a Senegal. Era más barato volar a Dakar que a Nuakchot y sus hermanos manejaron trescientas millas para recogerlo ahí. Mientras se iban de la zona de reclamo de equipaje, Salahi escribió en su diario después, “mis manos fueron esposadas en mi espalda y fui rodeado por un grupo de fantasmas que me alejaron del resto de mi grupo acompañante. Al principio pensé que era un robo armado”, pero cuando se acercó la policía aeroportuaria, “el tipo detrás de mí sacó una placa mágica, que hizo que los policías se alejaran inmediatamente”. Salahi y sus hermanos fueron arrojados en la parte trasera de una camioneta y llevados a un sitio de detención.

Antes del amanecer, Salahi fue llevado a un cuarto de interrogatorio. Una mujer americana, que él asumió era una oficial de inteligencia, entró al cuarto y se mantuvo de pie mientras un oficial senegalense lo cuestionaba acerca del Millennium Plot. Salahi negó conocer a Ahmed Ressam y añadió que pensaba que toda la narrativa alrededor del ataque había tramada “para desbloquear el presupuesto de terrorismo y lastimar a los musulmanes”. En ese momento, escribió después, “Creía excesivamente en teorías de conspiración, aunque tal vez no tanto como lo hace el gobierno estadounidense”.

Para el siguiente día, el oficial senegalense estaba convencido de que no había razón alguna para retener a Salahi. “Estaba feliz porque la torre de una tonelada de papel que el gobierno de Estados Unidos les había dado a los senegalenses sobre mí no parecía haberlos impresionado”, escribió Salahi. No le tomó mucho tiempo a mi interrogador entender la situación”. Otro oficial americano llegó y le tomó a Salahi una fotografía y huellas digitales. Al poco tiempo, los hermanos de Salahi fueron liberados con instrucciones de regresar a Mauritania. Les dijeron que no esperaran a Salahi.

Siguieron varios días de interrogaciones. Los senegalenses hablaban, pero los americanos les daban las preguntas y se reportaban con D.C. Eventualmente, uno de los interrogadores le dijo a Salahi que iba a ser enviado de regreso a Mauritania para ser cuestionado. Estaba aterrorizado. Él quería regresar a Canadá, en donde los interrogadores se comportaban dentro de los límites de la ley.

Salahi fue llevado a un avión privado pequeño. El viaje a Nuakchot tomó una hora, recorriendo la costa de Mauritania a la izquierda el Atlántico y a la derecha el Sahara. Salahi, que no había regresado a su hogar desde 1993, se llenó de nostalgia y temor. “A través de la ventana empecé a ver los pequeños pueblos cubiertos de arena alrededor de Nuakchot, tan desolados como sus prospectos”, escribió.

El avión aterrizó al atardecer. Un guardia de seguridad le entregó un turbante negro sucio para esconder su cara durante el trayecto en coche a la oficina central secreta de la policía. Ahí, un oficial de inteligencia llamado Yacoub le confiscó a Salahi su Corán y lo dejó en una celda húmeda. Trató de dormir, pero su mente se aceleraba con la expectativa de tortura al amanecer. “Había leído acerca de héroes musulmanes que habían enfrentado la pena de muerte, con la cabeza en alto”, escribió. “¿Cómo le hicieron?”.

A la mañana siguiente, Salahi fue llevado a la oficina del jefe de inteligencia de Mauritania, Deddahi Ould Abdellahi. “El cuarto era grande y bien amueblado”, escribió Salahi, con un retrato del presidente “transmitiendo la debilidad de la ley y la fuerza del gobierno”. En el curso de los siguientes días, Abdellahi y sus hombres, citando preocupaciones del gobierno americano, interrogaron a Salahi acerca de su estadía en Afganistán, su contrato con su primo Abu Hafs y el Millennium Plot. Los hombres nunca abusaron de él, pero, mientras los días se convirtieron en semanas, él deseó que lo entregaran a los Estados Unidos, en donde, asumía, por lo menos podría desafiar los sedimentos legales de su detención.

Después de tres duras semanas, agentes del FBI visitaron la celda de Salahi. Sus preguntas eran más o menos las mismas, Salahi escribió, pero “el ambiente establecido me hizo muy escéptico a la honestidad y humanidad de los interrogadores estadounidenses. Era como “¡No te vamos a golpear nosotros mismos, pero tú sabes en dónde estás!”. Así que supe que el FBI quería interrogarme bajo la presión y amenaza de un país no democrático.

El 19 de febrero del 2000, Abdellahi lo dejó ir a casa. “Hemos hecho nuestras investigaciones y no encontramos nada en contra de Salahi”, Abdellahi me contó. Sus hombres le confiscaron el pasaporte, una vez más citando la petición de los americanos de hacerlo. Pero un amigo le ayudó a encontrar trabajo instalando routers de internet para una compañía de telecomunicaciones. “Apestaba que yo no tenía libertad para viajar”, relató Salahi en la audiencia militar. “Pero, pues, tenía que hacerle frente a eso. Hasta ahora, todo bien”.

Hielo seco

Un martes en la tarde, en septiembre del 2001, uno de los mensajeros de bin Laden buscó a uno de los primos de Salahi, Abu Hafs y le dijo que no dejara de ver las noticias. Abu Hafs estaba de vuelta en Afganistán, viviendo con su familia en Kandahar. Habían pasado cinco años desde que los talibanes habían tomado casi todo el país y las televisiones estaban prohibidas. Tomó su radio de frecuencia corta. En los Estados Unidos era temprano en la mañana. Sabía qué esperar.

Los primeros rumores de una “operación aérea” comenzaron a circular entre los líderes de al-Qaeda en 1999. Pero no fue hasta dos años más tarde que bin Laden compartió con el Consejo Shura los detalles de los ataques: cuatro aviones, dos objetivos civiles, dos gubernamentales. En esa reunión, Abu Hafs retó a bin Laden en territorio coránico, argumentando que la escala de bajas civiles no era justificada en islam. Añadió que un ataque de ese tipo sería una traición al acuerdo de al-Qaeda con el gobierno talibán, que le había proveído un santuario para el grupo bajo el entendimiento de que no haría nada para provocar una invasión estadounidense de gran escala. Ese verano, Abu Hafs escribió una disensión de doce páginas, pero bin Laden se erizó ante su desafío y las objeciones de otros líderes de al-Qaeda y siguió adelante. En julio del 2001, de acuerdo con Scott-Clark y Levy, los autores de “El exilio”, Abu Hafs le entregó a bin Laden su carta de renuncia. Bin Laden, cauteloso de la fragilidad de al-Qaeda, le pidió que no hablara públicamente de su partida. Los siguientes dos meses, Abu Hafs enseñó a los reclutas de yihad en una madraza.

Después de los ataques, Cofer Black, el jefe del Centro Contraterrorismo de la CIA, quien había fungido como jefe de estación de la agencia en Khartoum mientras bin Laden estaba en Sudán, le aseguró al presidente George W. Bush que los hombres como Abu Hafs pronto “tendrían moscas caminando sobre sus ojos”.  Al día siguiente, le ordenó a Gary Schroen, el ex jefe de la estación de la agencia en Kabul, que reuniera a un grupo para una misión paramilitar. “Quiero ver fotos de sus cabezas en estacas”, Black dijo, de acuerdo con las memorias de Schroen, “First In”, publicadas en el 2005. “Quiero la cabeza de bin Laden embarcada en una caja con hielo seco. Quiero poder enseñarle la cabeza de bin Laden al presidente”. Black añadió que él y Bush querían evitar un espectáculo de juicio. “Era la primera vez en mis treinta años de carrera en la CIA que escuché a alguien dar la orden de matar a otra persona”, escribió Schroen.

El 26 de septiembre, Schroen y seis otros oficiales cargaron un helicóptero soviético viejo con armas, equipo táctico y tres millones de dólares en billetes sin numeración consecutiva. Despegaron en Uzbekistán y volaron al norte de Afganistán sobre las montañas cubiertas de nieve del Kush hindú. Ahí, Schroen contactó a los líderes de la Northern Alliance, un grupo armado que había pasado años luchando contra los talibanes, con poco apoyo externo. Schroen recuerda “Cuando empecé a distribuir dinero, doscientos mil dólares aquí, doscientos mil dólares allá, cincuenta mil dólares para esto, creo que se convencieron que éramos sinceros”. En las siguientes semanas, el equipo de Schroen de la CIA y sus contrapartes afganas viajaron a través del norte de Afganistán, preparando el terreno para la invasión militar estadounidense.

En Nuakchot, los hombres de Abdellahi detuvieron de nuevo a Salahi en el otoño del 2001 por petición de los americanos. “De verdad no tengo preguntas para ti, porque conozco tu caso”, le dijo Abdellahi. Salahi había borrado en contenido de su teléfono. “Todo lo que tenía eran números de socios de negocios en Mauritania y Alemania”, escribió después, “pero no quería que el gobierno estadounidense a esa gente pacífica solo porque yo tenía sus números en mi teléfono”. Uno de los contactos estaba enlistado como “P.C Laden”, alemán para “tienda de computadoras” y se dio cuenta de que, para los americanos, “Laden” sería un foco rojo.

Un par de semanas después de su detención, dos agentes del FBI caminaron en su celda. “¿Dónde está Abu Hafs?”, uno le preguntó.

“No estoy en Afganistán”, contestó Salahi. ¿Cómo podría saber? Los interrogadores siempre circulaban de regreso al Millennium Plot. Salahi comenzó a pensar que sus interrogadores actuaban un cuento popular mauritano en donde un hombre ciego recibe el regalo de vislumbrar fugazmente el mundo. “Lo único que vio fue una rata”, escribió Salahi. “Después de eso, cuando alguien trataba de explicarle algo a ese hombre, siempre preguntaba “Compáralo con la rata. ¿Es más grande? ¿Más chico?”.

Uno de los agentes del FBI amenazó a Salahi con torturarlo y trató de intimidarlo. “Él dijo que iba a traer gente de raza negra”, recuerda Salahi, en la audiencia militar. “No tengo problemas con la gente de raza negra, ¡la mitad de la gente de mi país es así!”. Pero el agente seguía usando calumnias raciales. “Era la primera vez que yo escuchaba esas palabras”, dijo Salahi. “Tipo, ¿qué es un “chingada madre”? No es un lenguaje apropiado, hombre. Era muy tonto. Me dijo que odiaba a los judíos también. Le dije que no tenía problemas con los judíos tampoco, hombre. De cualquier manera, dijo “sé que eres parte del Millennium Plot”.

Unos días después Salahi fue liberado. Abdellahi llamó al jefe de Salahi en la compañía de telecomunicaciones para asegurarle que debía permitir a Salahi continuar con su trabajo. Mientras estuvo en custodia, Salahi se hizo amigo de Yacoub, el oficial de inteligencia que había sido uno de sus guardias. Yacoub tenía una familia grande y un salario bajo, así que, cuando Salahi fue liberado, comenzó a pagarle a Yacoub por hacer pequeñas diligencias. Aunque Salahi era un eléctrico calificado, contrató a Yacoub para que le arreglara la televisión.

No mucho después, a mitades de noviembre, el jefe de Salahi lo envió al palacio presidencial de Mauritania para instalar routers de internet y actualizar los teléfonos. “Pensé que habría muchas formalidades, especialmente para un “sospechoso de terrorismo” como yo, pero nada pasó”, escribió Salahi. “Después de todo, solo los americanos sospechaban de mí como terrorista, ningún otro país. La ironía es que yo nunca había estado en los Estados Unidos y los otros países en donde había estado seguían diciendo “el hombre está bien””.

Después del trabajo, Salahi fue a casa de su madre. Dos oficiales de inteligencia, incluido Yacoub, llegaron y dijeron que Abdellahi necesitaba verlo otra vez. Uno de los agentes de arresto sugirió que Salahi llevara su propio auto a la estación, para que pudiera manejar de regreso después. Yacoub se subió al asiento de pasajero. “Salahi, desearía no ser parte de esta mierda”, dijo.

Ninguno de los dos sabía que Estados Unidos le había pedido al presidente de Mauritania que entregara a Salahi a un equipo de ejecución. “No era culpable de nada”, Abdellahi me dijo y no había sido acusado de ningún crimen. “Es por eso que lo habíamos dejado ir previamente”. Pero Abdellahi continuó, encogiéndose de hombros, “rechazar una petición de una agencia de inteligencia, en la lucha contra el terrorismo habría sido imposible”.

En la noche del 28 de noviembre, el día de la independencia de Mauritania, Salahi había estado bajo custodia una semana. Abdellahi le había llevado ropa nueva, pero Salahi se reusaba a comer y las vestimentas le quedaban flojas de los hombros. Manejaron al aeropuerto en silencio, en el Mercedes negro de Abdellahi. “No estaba contento, no quería irse”, me dijo Abdellahi. “Pero yo no era el que decidía. Yo era un agente del Estado. Yo ejecutaba órdenes. Y sabía que la solicitud estaba justificada, porque tenía conexiones en este medio, estos círculos islámicos-terroristas y podría ser capaz de darles a sus captores algunas ideas de cómo mejorar la seguridad. Ese fue mi pensamiento, que él era suficientemente inteligente y bien informado para ayudar a cualquier servicio de inteligencia que pudiera pedirle ayuda”.

Era de nuevo Ramadán. “Me imaginé a mi familia ya habiendo preparado la comida para romper el ayuno, mi mamá mascullando sus oraciones mientras que debidamente preparaba los modestos manjares, todos viendo el sol tomar sus últimos pasos para esconderse en el horizonte”, escribió Salahi. Él y Abdellahi se hincaron en la pista y rezaron juntos.

Un jet privado aterrizó y de ahí brincó el equipo de ejecución jordano. El oficial líder no hablaba el árabe hassaniya de Mauritania y Abdellahi apenas entendía el dialecto jordano así que Salahi les tradujo. “Dice que necesita combustible”, Salahi le explicó a Abdellahi. (En su diario, Salahi escribió “Estaba ansioso de hacerle saber a mi predador, yo soy, yo soy”). Cuando la conversación terminó, los jordanos le vendaron los ojos a Salahi y le pusieron audífonos que aislaban el sonido. Salahi estaba aterrorizado. “Pensé que era un nuevo método estadounidense para extraer información de tu cerebro y enviarlo directamente a una computadora principal que analiza la información”, escribió. “Era tonto, pero si estás asustado ya no eres tú mismo. Te conviertes en un niño otra vez”.

En Amman, Jordania, encapucharon a Salahi y lo llevaron a un centro de detención en las instalaciones principales del General Intelligence Directorate (Dirección General de Inteligencia) del país. (Despúes del 11/9 el dirección actuó como carcelero poder de la CIA). Los interrogadores cubrieron los mismos temas que se cubrieron anteriormente: Abu Hafs, los campos de entrenamiento de al-Qaeda en 1992, el Millennium Plot. Los americanos les dieron las preguntas y los jordanos extrajeron las respuestas, a veces a través de métodos coactivos. Le preguntaron a Salahi acerca de intercambios inofensivos desde correos electrónicos interceptados hasta llamadas telefónicas, como si hubieran sido realizados en código. En otros momentos, las preguntas se originaban de material extraído de su disco duro, mismo que el FBI había copiado en Nuakchot. Una vez, durante un trabajo técnico, Salahi había sido fotografiado cerca del presidente de Mauritania y ahora el interrogador principal acusaba a Salahi de haber planeado asesinarlo.

Aun así, Salahi se dio cuenta de que sus interrogadores eran altamente expertos y habían desarrollado un respeto mutuo. “Es un hecho que ellos entendían el concepto complete de terrorismo mucho mejor que el interrogador americano promedio”, dijo Salahi, durante su audiencia militar. “Ellos realmente saben quién es quién” y, como resultado, “estaban renuentes a torturarme. La tortura no era diaria, yo diría tal vez dos veces a la semana”. Mientras que otros detenidos eran golpeados sin piedad, colgados de los miembros y atacados sexualmente, añadió, “todo lo que me hicieron era pegarme varias veces en la cara y arrojarme contra el muro de concreto”.

Los guardias, quienes tenían prohibido interactuar con ellos de manera oficial, comenzaron a hacer preguntas. “¿De dónde eres?”, dijo uno de ellos.

“Mauritania”.

“¿Qué haces en Jordania?

“Mi país me entregó”.

“¿Es broma?”

“No”.

“Tu país está jodido”.

Los guardias le llevaron libros de la biblioteca, incluyendo la Biblia, que él había solicitado, escribió, “porque quería estudiar el libro que más o menos había moldeado las vidas de los americanos”.

Cada segunda semana, cuando los representantes de la Cruz Roja visitaban la prisión, Salahi y algunos otros detenidos de la CIA eran movidos rápidamente al sótano para esconderlos. En Nuakchot, Abdellahi esperaba noticias de la CIA y del GID, pero no recibía nada. “Pensé que estaría de regreso pronto”, me dijo.

No notificaron a la familia de Salahi de su entrega y se sorprendieron cuando Abdellahi se negó a dejar que lo vieran. De acuerdo con lo que dijo uno de los hermanos de Salahi, Abdellahi le dijo a la familia que estaba detenido en el desierto, lejos de Nuakchot. (Abdellahi dice que, después de que Salahi desapareció, la familia jamás lo contactó). Para asegurar el mantenimiento de Salahi, la familia les daba a los hombres de Abdellahi, regularmente, dinero, comida, ropa y regalos. Ellos les entregaban mensajes de Salahi, que inventaba, y le aseguraban a la familia que él estaba bien.

En Kandahar, Abu Hafs sintió que los americanos se acercaban. Los talibanes estaban perdiendo terreno rápidamente. En octubre 17 del 2001, la madraza de Abu Hafs fue golpeada directamente con un misil. Un día de noviembre, después de enterrar a varios amigos, Abu Hafs buscó a un periodista de Al Jazeera. Su turbante todavía estaba mojado de donde su esposa había limpiado la sangre de otras personas. “Los americanos, con sus políticas, plantaron la fruta de los eventos del 11 de septiembre”, dijo a la cámara. “Lanzar horror, pánico y miedo en los corazones de los enemigos de Allah es un mandamiento divino”. Añadió que los ciudadanos americanos deberían culpar a las fuerzas de cumplimiento de la ley y las agencias de inteligencias por sus “satélites, estaciones, millones de espías y enormes presupuestos” por el hecho de que los secuestradores hayan “encontrado una brecha de seguridad tan grande como una flotilla de avión civil secuestrado y hayan logrado que la nariz de América tocara el suelo”.

Para la segunda semana de diciembre, estaba claro que Kandahar caería. Bin Laden se había escapado a las montañas y los líderes de al-Qaeda que quedaban entendieron que, como árabes y africanos del norte, nunca podrían mezclarse con los locales que hablaban Darí, Pashto, Balochi y otros lenguajes regionales. (Durante las primeras semanas de la invasión, Donald Rumsfeld, el Secretario de Defensa, creyó que todos hablaban “afgano”). Con la prisa de dejar Kandahar, dos docenas de oficiales alto de al-Qaeda se subieron a un autobús, pero Abu Hafs, temeroso que un ataque aéreo pudiera decapitar el movimiento yihadista, les pidió que se dispersaran.

Durante los siguientes días, Abu Hafs viajó hacia la provincia paquistaní de Beluchistán. Dormía en pueblos remotos y confiaba su vida a criadores de borregos que no estaban, supuestamente, al tanto de la recompensa de veinticinco millones de dólares por su cabeza. Escribió una carta a su esposa y a sus hijos, pero no había manera de enviarla así que la mantuvo en un bolsillo de su túnica.

Cuando Abu Hafs llegó a Quetta, en Pakistán, encontró el hospital privado repleto de miembros heridos de al-Qaeda. Los guerreros talibanes caminaban por las calles, confiados en el apoyo que recibían de parte del servicio de inteligencia paquistaní. Abu Hafs, sin embargo, consideraba a los paquistanís como doble cara. (La CIA llegó más o menos a la misma conclusión). La familia de bin Laden estaba de camino a Pakistán y Abu Hafs necesitaba hacer arreglos para su protección. En deliberaciones con líderes de al-Qaeda, decidió que el lugar más seguro era Irán.

El 19 de diciembre, Abu Hafs abordó un autobús a Quetta, llevando un pasaporte falso y una maleta llena de dinero. Una imagen de la cara de bin Laden adornaba el parabrisas y Abu Hafs pasó gran parte del viaje, rumbo a la frontera con Irán, si la foto era un poster de “Se busca” o un tributo. En un punto de revisión del ejército paquistaní, guardó un fajo de billetes en el pasaporte y pasó sin ser cuestionado.

En Irán, Abu Hafs fue recibido por representantes del Revolutionary Guard Corps, un grupo secreto y élite que es responsable por la protección de oficiales de alto rango. Algunas semanas después, espías iraníes le dijeron a Abu Hafs que le marcara a otros oficiales de al-Qaeda para informarles que serían bienvenidos en Irán, aunque, como él, vivirían con sus esposas y niños bajo un tipo de arresto domiciliario, a veces en prisiones, a veces en recintos lujosos y hoteles, siempre en compañía de la Guardia Revolucionaria. La decisión de proteger y detener de manera simultánea a miembros de al-Qaeda fue, aparentemente, tomada por el jefe de espías iraní Qassem Suleimani. En pocos meses, docenas de miembros de al-Qaeda estaban viviendo en Terán, siendo interrogados ocasionalmente, conscientes de que los iraníes los podrían traicionar en cualquier momento. Abu Hafs pasó la siguiente década viviendo relativamente de manera lujosa, ejercitándose con diplomáticos extranjeros en uno de los gimnasios más ostentosos de Terán y cuidando a los hijos de bin Laden junto con los suyos. El Pentágono había reportado que estaba muerto.

Una noche, en julio 19 del 2002, los jordanos transportaron a Mohamedou Salahi, vendado de los ojos y encadenado, al aeropuerto de Aman, en donde lo recogió un nuevo equipo. Al principio, Salahi se sentía aliviado, asumió que los americanos habían entendido su irrelevancia al 11/9 y el Millennium Plot y que lo iban a mandar de regreso a Mauritania. En lugar de eso, lo desnudaron, le pusieron un pañal y le cambiaron las cadenas por unas más pesadas. Uno de los hombres, le retire las en vendaje de los ojos momentáneamente y le alumbró con una linterna. Todos estaban vestidos de negro, sus caras obscurecidas por pasamontañas. Manejaron a las escaleras del avión, pero, escribe Salahi, estaba “tan exhausto, enfermo y cansado que no podía caminar, lo que llevó a su escolta a subirlo como un cuerpo muerto”.

Al amanecer, el avión aterrizó en Base Aérea de Bagram, la base militar estadounidense más grande de Afganistán. Por primera vez, Salahi estaba bajo la custodia de soldados americanos uniformados. “¿En dónde está Mullah Omar?”, le preguntaron. “¿En dónde está Osama bin Laden?”. Gritaban y aventaban objetos hacia las paredes. Salahi había estado viviendo en una celda prácticamente desde el principio de la invasión, nueve meses antes.

Personal militar tomó sus datos biométricos, escribieron sus problemas de salud, incluyendo un nervio ciático dañado, y lo llevaron a una celda. El castigo por hablar con otro detenido era ser colgado de las muñecas, con los pies apenas tocando el piso. Salahi vio a un hombre viejo mentalmente enfermo siendo sometido a este castigo. “No podía dejar de hablar porque no sabía en dónde estaba o por qué”, escribió.

Durante las interrogaciones, el oficial de inteligencia, conocido entre los detenidos como William el torturador, forzó a Salahi a mantener posiciones de estrés que exacerbaron los problemas de su nervio ciático. “Su especialidad era brutalizar a los detenidos que eran considerados importantes, pero no lo suficiente para que ganaran un boleto en una prisión secreta de la CIA”, escribió Salahi. Otro oficial intentó construir una relación con Salahi hablándole en alemán. “Wahrheit macht frei”, decía el oficial. La verdad te hará libre. “Cuando escuché que decía eso, sabía que la verdad no me haría libre, porque ““Arbeit” no les dio la libertad a los judíos”, recuerda Salahi. (La frase “Work sets your free” (el trabajo te libera) estaba escrita en las puertas de entrada de Auschwitz y otros campos de concentración nazis).

Cada detenido tenía un número y, el 4 de agosto, treinta y cuatro de esos números, incluyendo el de Salahi, fueron llamados. Los hombres fueron arrastrados fuera de sus celdas. La policía militar les colocó lentes obscuros sobre sus ojos y guantes en las manos, los encapuchó, formó en fila y amarró a cada detenido al que estaba de frente y al que estaba detrás. Después los subieron a un avión. “Cuando llegó mi turno, dos guardias me agarraron por las manos y pies y me aventaron hacia el equipo de recepción”, escribió. “No recuerdo si me caí al suelo o si otro guardia me agarró. Comenzaba a perder sensibilidad y no habría marcado ninguna diferencia de cualquier manera”.

Por unas treinta horas, Salahi estuvo atado a una tabla. Los registros médicos indican que pesaba ciento nueve libras, alrededor del treinta por ciento menos que su peso normal. El cinturón estaba tan corto que le costaba trabajo respirar, pero no hablaba inglés suficiente para decirles a los guardias.

Después, escribió, el avión aterrizó, las puertas se abrieron y “el cálido sol cubano me golpeó graciosamente. Era un sentimiento muy bueno”.

Enemigo combatiente

En los minutos previos a que el primer detenido pisara Guantánamo, “podías literalmente escuchar una aguja caer”, recuerda Brandon Neely, un oficial de la policía militar, en una entrevista con Guantánamo Testimonials Project en la Universidad de California, Davis, en el 2008. “Todos, incluido yo, estaban muy nerviosos”, dijo. Era el 11 de enero del 2002. El gobierno de Bush había decidido que la Convención de Ginebra no aplicaba en la guerra contra el terror, lo que significaba que los hombres capturados en el extranjero no tenían los derechos de los prisioneros de guerra. Ese día, el trabajo de Neely era arrastrar a los cautivos de un autobús a un área en donde eran procesados y después a jaulas pequeñas que estaban en el exterior, mientras que los soldados construían celdas más permanentes. “Pensaba, “aquí viene, veré cara a cara a un terrorista””, dijo Neely, que tenía veintiún años en ese momento.

El primer hombre en el autobús tenía una pierna. Estaba esposado, con cadenas en los pies, orejeras, lentes obscuros, máscara quirúrgica y un overol naranja brillante. Mientras dos MP lo arrastraban al área de registro, alguien aventó su prótesis del autobús. Toda la tarde, los guardias les gritaron a los detenidos para que se callaran y caminaran rápido, llamándolos “sand niggers” y les decían que los miembros de sus familias y sus países habían sido eliminados por bombas nucleares.

Más tarde ese día, Neely y su compañero, llevaron a un detenido anciano al área de registro y lo forzaron a arrodillarse. Cuando le quitaron las cadenas, el hombre, que temblaba de miedo, se movió a la izquierda. Neely le brincó encima y le pegó la cabeza al piso de concreto. Un oficial gritó “Code Red!” en la radio y el Internal Reaction Force llegó corriendo al lugar y lo amarró. Lo dejaron por varias horas bajo el sol del Caribe.

Neely se enteró después que ese detenido se había retorcido cuando lo obligaron a arrodillarse, porque pensó que le iban a disparar en la cabeza. En su país, Neely dijo “este hombre había visto a sus amigos y miembros de su familia ser ejecutados de rodillas”. La respuesta del hombre era difícilmente única. Un documento militar, escrito diez días después para el comandante de la base, decía que “el detenido pensaba que le iban a disparar”.

Oficialmente, el trabajo de la Internal Reaction Force era contener a los detenidos desobedientes para prevenir que se lastimaran o lastimaran a los guardias. Pero, en práctica, era una forma de venganza, iniciada liberalmente, por ejemplo, cuando encontraban que un detenido tenía dos vasos en lugar de uno o se negaba a tomar una botella de Ensure, porque pensaba que era veneno. “Irfing”, esta práctica, era ejecutada por seis o más hombres con vestimenta anti motín: los primeros le echarían espray de pimienta al detenido, después lo llevarían a una celda utilizando un escudo de protección y el peso corporal, derrumbarían al detenido y le brincarían encima, encadenándolo o forzándolo hasta que no se pudiera mover. Aunque varios detenidos llegaron desnutridos, con sus cuerpos marcados por heridas o huesos rotos, algunos equipos de IRF los golpeaban hasta que sangraban y quedaban inconscientes. “Siempre te dabas cuenta cuando a alguien lo visitaba el IRF, porque los otros detenidos comenzaban a cantar y a gritar”, recuerda Neely. Una vez, observé al líder del IRF golpear tan fuerte a un detenido, que tuvo que ser enviado al hospital y el piso de su celda estaba manchado de sangre. La siguiente vez que el líder regresó a la celda, un detenido le gritó “Sargento, ¿regresó a terminar con él?”.

En el islam, el Corán es considerado como la palabra transcrita de Dios. Algunos musulmanes conservan el libro envuelto en algún textil, para evitar que toque superficies sucias. Para disipar las nociones de que los Estados Unidos estaban en guerra con el islam, se les permitía a los detenidos tener reuniones privadas con un capellán musulmán militar y se les daban copias del Corán. Algunos guardias vieron la oportunidad de atormentar a los detenidos arrojando el Corán al retrete, por ejemplo, o rompiéndole la tapa fingiendo registrarlo en búsqueda de “armas”. La profanación del Corán provocaba motines en las celdas y como resultado, la entrada de grupos de IRF que golpeaban a los detenidos.

Un día, después de que un interrogador pateó el Corán al piso, los detenidos organizaron un intento de suicidio masivo. “Cada quince minutos, un detenido trataba de ahorcarse amarrando su sábana alrededor del cuello y sujetándola a la pared de la jaula”, recuerda James Yee, un capitán del ejército que fungió como capellán musulmán en Guantánamo, en sus memorias “For God and Country” del 2005. “Cuando el prisionero era llevado al hospital, otro era encontrado con la sábana amarrada al cuello y ésta a la pared de la jaula. Los guardias corrían para salvarlo y el caos comenzaba de nuevo. La protesta duró varios días mientras que veintitrés prisioneros intentaron colgarse”.

Los oficiales de la policía militar abusaban tanto del Corán durante las revisiones de celdas, que los detenidos exigieron que los libros se quedaran en la biblioteca, en donde estarían a salvo. Yee, quien se había convertido al islam en los años noventa, envió una solicitud a lo más alto de la cadena de mando, pero fue rechazada. “Siento que esta decisión estuvo dirigida por el deseo del mando de poder decirle a los medios que les dábamos a los detenidos el Corán porque éramos sensibles a sus necesidades religiosas”, escribió. Los detenidos protestaban así que “decidimos que cada detenido que rechazara el Corán sería visitado por el IRF”. Mientras que los detenidos recibían tratamiento médico por sus heridas post IRF, su Corán era regresado a su celda.

Con el tiempo, Yee creía que el “islam era sistemáticamente usado como un arma en contra de los prisioneros”. Los guardias se burlaban de la llamada a rezar, manipulaban los principios de modestia del islam haciendo que guardias mujeres observaran a los detenidos desnudos en las regaderas, por ejemplo, para crear tensión como una excusa para imponer violencia. Durante las interrogaciones, los detenidos eran obligados a realizar rituales satánicos de burla o eran envueltos en la bandera israelí”.

Donald Rumsfeld les dijo a los reporteros que los hombres en Guantánamo eran “dentro de los asesinos perversos más peligrosos, mejor entrenados de la faz de la tierra”. Pero después del primer turno de Brandon Neely, el día que el campamento de detención abrió, “nadie hablaba mucho”, recuerda. “Regresé a mi tienda de campaña y me dormí. Estaba pensando “¿Esos eran las peores personas que el mundo tiene que ofrecer?”.

Los investigadores tenían la misma duda. Poco antes de que llegaran los primeros detenidos, Robert McFadden, un agente especial de la Servicio Naval de Investigación Criminal (N.C.I.S. por sus siglas en inglés), estaba ansioso por recibir el primer manifiesto de vuelo. “No podía esperar a ver quiénes eran los detenidos”, me dijo. Había pasado gran parte de los últimos quince meses en Yemen investigando los bombardeos de al-Qaeda al USS Cole, y esperaba que algunos de los hombres embarcados hacia Guantánamo tuvieran información acerca de ese caso. Pero cuando la lista de detenidos finalmente llegó, recuerda, “mi reacción fue “¿Qué carajos?”. ¿Quiénes son estos tipos?”. La mayoría de los nombres eran afganos o paquistaníes, “y los árabes que estaban en la lista ciertamente no eran reconocibles para mí o mis colegas que habían estado trabajando lo de al-Qaeda por años”. Unas semanas después, después de que McFadden visitara el campo de detención, concluyó que los detenidos eran, “esencialmente, nadie”. Me dijo “No había nadie siquiera cerca del significado más liberal de un “detenido de alto valor”.

En Afganistán, el ejército estadounidense estaba, inadvertidamente presidiendo una industria de secuestro y pago de rescate. Los helicópteros arrojaban volantes en pueblos remotos ofreciendo “riqueza y poder más allá de tus sueños” para quienes entregaran a un miembro de al-Qaeda o de los talibanes. “Puedes recibir millones de dólares”, decía uno. “Es suficiente dinero para cuidar a tu familia, tu pueblo y tu tribu por el resto de tu vida”. Una recompensa común era de cinco mil dólares, más de lo que los afganos ganaban en un año y “le resultado fue explotación de tráfico de personas” por parte de varios grupos armados. Mark Fallon, un comandante de la Fuerza Especial de Investigación Criminal de Guantánamo (Guantánamo’s Criminal Investigation Task Force) escribió acerca de esto en su libro “Unjustifiable Means”, que fue fuertemente censurado antes de ser publicado en el 2017. Como testificó ante el Congreso Michael Lehnert, un general mayor del cuerpo de marina que fungió brevemente como el primer comandante del campo, “¿Qué mejor manera de enriquecerte, mientras resuelves las asperezas, que señalar al vecino, que era tu enemigo, sin importar si apoyaba a al-Qaeda o los talibanes?”.

De acuerdo con lo que dice Fallon, “La Alianza del Norte apretaba a tantos detenidos en los contenedores del Conex que empezaron a sofocarse y a morirse. No queriendo perder sus recompensas, los captores empezaron a disparar en los techos de las cajas con metralletas para abrir agujeros de ventilación. Muchos de estos prisioneros deseaban ser entregados a los americanos, pensando que sería obvio que no pertenecían a al-Qaeda”. Sin embargo, cientos fueron enviados a Guantánamo Bay que terminó albergando a setecientos ochenta personas.

Públicamente, el gobierno de Bush y su liderazgo militar afirmaron que Guantánamo está lleno con gente que no se detendría ante nada para destruir a los Estados Unidos. Pero, en la base, Fallon y sus colegas, se referían a la mayoría de los detenidos como campesinos sucios. Lehnert se quejó diciendo que “Se necesita a un capitán del ejército para enviarte a Guantánamo y al presidente de los Estados Unidos para sacarte de ahí”.

Salahi no era un campesino sucio. Pero la CIA, que pasó los siguientes años arrastrando al “detenido de alto valor” dentro de los llamados “sitios obscuros” en África, Asia y Europa del Este, había decidido que era correcto enviarlo a una custodia militar. Para cuando Salahi llegó a Guantánamo, el 5 de agosto del 2002, la fuerza especial de investigación criminal de elite de Fallon y Lehnert, habían sido reemplazados.

El liderazgo en Guantánamo estaba más interesado en recolectar inteligencia que en acusar a los detenidos con crímenes de terrorismo. Pero, cuando le nuevo comandante le pidió a Stuart Herrington, un coronel retirado y oficial de inteligencia del ejército, que evaluara las operaciones en el sitio, Herrington descubrió que la mayoría de los interrogadores carecía de entregamiento y experiencia requeridos para ser eficientes. Únicamente uno de los veintiséis interrogadores era capaz de trabajar sin un traductor. Harrington reportó, más Adelante, que los interrogadores estaban inciertos acerca de los nombres reales de más de la mitad de los detenidos.

Acorde con Fallon, la mayoría de los interrogadores eran “reclutas básicos” que “entrarían a un cuarto por primera vez pensando que el detenido estaba ahí esperando ser descifrado y que ellos eran el próximo Jack Bauer”, el personaje ficticio de “24”, que usaba tácticas abusivas para obtener información y salvar a su ciudad de ataques terroristas. Ellos revisaban listas de preguntas desarrolladas por sus superiores y parecían tener una impenetrable capacidad para matizar o a tener noción de que algunos detenidos habían sido enviados ahí por equivocación. En respuesta, los detenidos dejaban de cooperar o comenzaban a gritar o rezar, en un intento de reafirmar control. Fallon escribió “los interrogadores les ponían cinta de ducto en las bocas, garantizando que el no obtener información alguna y así era”. Sin embargo, recuerda, cada interrogación fallida “era tomada como prueba de que los detenidos pertenecían a al-Qaeda y estaban entrenados para resistir a los métodos”. En el 2000, investigadores del norte de Inglaterra descubrieron el manual de campo yihadista que incluía el consejo de mentirle a los captores. Ahora, enfrentados por su propia incompetencia, escribió Fallon, los interrogadores “rápidamente culpaban a la “clásica táctica de resistencia de Manchester”.

El informe de detención de Salahi enlistaba su los “motivos para ser transferido” a Guantánamo: “para proveer información” sobre el campo de entrenamiento de al-Qaeda que frecuentó en 1992, sobre una milicia afgana, que había recibido apoyo sustancial por parte de la CIA, las mezquitas de Duisburgo y su primo Abu Hafs al-Mauritani. (Ya no eran cuñados, ya que Salahi y su esposa se divorciaron). Estaba notablemente ausente cualquier mención del Millennium Plot o cualquier alegato de que Salahi hubiera cometido algún crimen.

Después de que Salahi fuera procesado, pasó treinta días en aislamiento en una celda helada, una práctica que el gobierno estadounidense consideraba “un bloque de construcción principal para el proceso de explotación”, ya que “permite que el captor tenga control total sobre las entradas personales”. Cuando el periodo de aislamiento terminó, Salahi aprendió de otros detenidos, que había una diferencia de opinión entre los que habían vivido en democracias europeas y aquellos que habían vivido únicamente en países musulmanes, siendo el último grupo el que argumentaba que la guerra americana contra el terror era una cruzada anti musulmana. Salahi trató de convencer a los escépticos de que su llegada a Cuba era “una bendición” y que serían tratados de manera justa y exonerados por el sistema de justicia americano. Pero “con cada día que pasaba, los optimistas perdían terreno”, escribió. Los abogados del gobierno de Bush habían tomado la posición de que los “enemigos combatientes” podían ser retenidos de indefinidamente, sin juicios, y que para que algo calificara como “tortura”, tendría “que ser equivalente a la intensidad de dolor que acompañan heridas físicas graves como fallas de órganos, impedimento de funciones corporales, o incluso la muerte”. Al final del siguiente año, Salahi sabía más acerca de las operaciones de seguridad clasificadas que cualquier otro ciudadano americano. El golfo entre las revelaciones públicas del gobierno estadounidense y sus prácticas secretas estaba marcado en su cuerpo y en su mente.

En 1967, Martin Seligman, un estudiante de doctorado en psicología, de veinticuatro años de edad, condujo un experimento que involucraba descargas eléctricas provocadas de manera deliberada a perros en varios estados de contención. El objetivo era evaluar si el inevitable dolor condicionaba al animal a “aprender la impotencia” o simplemente aceptaba su destino. Treinta y cinco años después, el gobierno de los Estados Unidos se inspiró en este experimento en su acercamiento para interrogar sospechosos de terrorismo.


James Mitchell, el arquitecto (junto con Bruce Jessen) del programa de tortura de la CIA post 11/9. Fotografía de Vice.

El plan, concebido por James Mitchell, un psicólogo que trabajaba por contrato con la CIA, era inducir en los humanos el aprendizaje de impotencia combinando un régimen personalmente fabricado de técnicas de tortura y de manipulación del entorno. Las técnicas, que documentos del gobierno identifican como “tácticas de omnipotencia”, “tácticas de degradación”, “tácticas de debilitación” y “tácticas de monopolización de percepción”, habían sido desarrolladas por las fuerzas comunistas durante la guerra de Corea, para forzar a los prisioneros a realizar confesiones falsas, con propósitos propagandistas. Desde entonces, el ejército estadounidense ha expuesto a algunos soldados de élite a estas técnicas, para prepararlos para este tipo de abusos si llegaran a ser capturados por grupos terroristas o gobiernos que no obedecen la Convención de Ginebra. Mitchell argumentó que, a través de la aplicación de ingeniería inversa en este programa, los interrogadores podrían aplastar cualquier entrenamiento de resistencia que podría haber absorbido un detenido del manual de Manchester. Lo que siguió fue un periodo de experimentación, supervisado por psicólogos, abogados y personal médico, en sitios obscuros de la CIA y en instalaciones militares. En septiembre del 2002, los oficiales del ejército comenzaron a referirse a Guantánamo como “el laboratorio de batalla americano”.

En la tarde del 2 de octubre del 2002, un grupo de abogados y psicólogos de varias agencias se reunieron para llegar a un marco que usaría “estresantes psicológicos” y manipulación del entorno para “fomentar la dependencia y la obediencia”. La CIA había estado torturando detenidos en sitos obscuros por varios meses, ahora el liderazgo de Guantánamo quería entender los ejercicios legales que serían necesarios para implementar el programa por su cuenta. “La tortura ha sido prohibida por la ley internacional, pero el lenguaje de sus estatutos está escrito vagamente”, dijo Jonathan Fredman, abogado de la CIA, de acuerdo con las minutas de reuniones. “Es sujeto, básicamente, a la percepción. Si el detenido muere, lo estás hacienda mal”. (Fredman disputa lo acertado en las minutas).

Más tarde, en ese mes, una abogada militar llamada Diane Beaver, redactó una justificación legal, descrita después en la investigación del congreso sobre tortura como “un grave error e ilegalmente insuficiente”, para un conjunto de técnicas de interrogación abusivas. Entre dichos métodos como desnudez forzada, manipulación de dieta, interrogaciones diarias de veinticuatro horas, “waterboarding”, exposición a temperaturas muy bajas y el retiro de tratamiento médico, Beaver avaló “el uso de escenarios diseñados para convencer al detenido, que la muerte” era “inminente”. (Posteriormente expresó su sorpresa acerca de que su opinión legal se haya convertido en la “última palabra en políticas de interrogación y prácticas dentro del Departamento de Defensa”). Un memo que lo acompañaba, redactado por un psicólogo militar y un psiquiatra, explicó que “todos los aspectos del entorno deben aumentar el impacto de la captura, dislocar las expectativas, crear dependencia y apoyar la explotación a su más grande extensión posible”.

En noviembre del 2002, el juego de técnicas propuestas aterrizó en el escritorio de Donald Rumsfeld. Él lo firmó. “¿Por qué limitan el estar de pie a cuatro horas?”, escribió en el margen, refiriéndose a la posición de estrés propuesta. “Yo estoy de pie de 8-10”.

Para la primavera del 2003, Salahi había sido visitado en Guantánamo por investigadores canadienses y alemanes y cuestionado por varias agencias gubernamentales estadounidenses. Había llegado a pensar de sí mismo como un “camello muerto en el desierto cuando todas las moscas empiezan a comérselo”. La mayoría de las interrogaciones eran conducidas por el FBI, cuyas preguntas ahora se centraban en establecer una conexión entre Salahi y el 11/9. Le mostraban fotografías de los secuestradores y una de Ramzi bin al-Shibh, el coordinador del ataque, quien había sido capturado en Pakistán. “Creí que había visto al tipo, pero ¿en dónde y cuándo?”, escribió en su diario.

Eventualmente, Salahi entendió que bin al-Shibh era uno de los tres hombres que se habían quedado en su departamento en Alemania por una noche el octubre de 1999, los otros dos se habían convertido en secuestradores del 11/9. Ahora bin al-Shibh, quien estaba siendo torturado bajo la custodia de la CIA, decía que Salahi lo había reclutado para al-Qaeda. “De hecho, diría, sin ti, el 11 de septiembre jamás hubiera ocurrido”, uno de los interrogadores de Salahi le dijo. Salahi estaba horrorizado. “Yo estaba como “a lo mejor tiene razón””. (De hecho, el plan del 11/9 se organizó más de un año antes de que bin al-Shibh visitara Duisburgo.) Para el resto de la sesión de interrogación, fue forzado a ver fotografías de cadáveres de los ataques.

El 22 de mayo, el interrogador principal del FBI para Salahi, le dijo que el ejército tomaría control de la interrogación. “Te deseo buena suerte”, dijo el agente. “Todo lo que puedo decirte es que digas la verdad”. Se abrazaron. El FBI se fue de Guantánamo y la tortura empezó.

Proyectos especiales

    La celda, más bien, la caja, estaba enfriada al punto en el que yo temblaba la mayor parte del tiempo. Tenía prohibido ver la luz de día. De vez en cuando me daban tiempo de recreación de noche para evitar que viera o interactuara con algún detenido. Vivía literalmente en terror. Por los siguientes setenta días no conocería la dulzura del sueño.

Interrogaciones de veinticuatro horas. “Sabes, como cuando te quedas dormido y la saliva se empieza a salir de tu boca”, dijo Salahi. Sin rezos, ninguna información acerca de la dirección de la Meca. Sin ducha por semanas. Forzado a comer durante las horas diurnas del Ramadán, cuando los musulmanes ayunan. “Te vamos a alimentar por el ano”, dijo un interrogador.

El personal médico había notado que Salahi tenía problemas con los nervios ciáticos, ahora los interrogadores lo mantenían en posiciones de estrés que exacerbaban el dolor. No sillas, no acostarte, no acceso a medicamento receta para el dolor. “¡Párate, carajo!” dijo un interrogador. Pero Salahi estaba encadenado al piso así que solo podía encorvarse. Permaneció así por horas. La siguiente ocasión en la que la delegación de la Cruz Roja visitó Guantánamo, un representante reportó que “los expedientes médicos están siendo usados por los interrogadores para obtener información en el desarrollo de un plan de interrogación”.

Las interrogadoras lo tocaban. Lo desnudaron, frotaron sus cuerpos con el suyo y amenazaron con violarlo. “Oh, Allah, ¡ayúdame! Oh, Allah, ¡ten piedad de mí!” una de ellas dijo burlándose. “¡Allah! ¡Allah! ¡Allah no existe! ¡Te decepcionó!” Un memo de interrogación enlistó planes de rasurarle la cabeza y barba a Salahi, vestirlo en burka, hacerlo ladrar y hacer trucos de perro, “reducir el ego del detenido y establecer control”.

Los interrogadores lo hicieron ponerse la cabeza entre las piernas, hicieron comentarios degradantes acerca de su religión y su familia. Lo alternaban entre celdas calientes y frías, lo deslumbraban con luz estroboscopia y música de metal pesado, le echaban agua helada encima. Un día lo dejarían sin comer y el día siguiente lo obligaban a tomar agua hasta que vomitaba. Acorde a los memos de interrogación, decoraban las paredes con fotografías de genitales y ponían una cuna, porque él era sensible al hecho de que no tenía hijos.

El 17 de julio del 2003, un interrogador en mascarado le dijo a Salahi que había soñado que otros detenidos escarbaban una tumba y metían un ataúd de pino con su número de detenido. Añadió que, si no comenzaba a hablar, lo enterrarían en “tierra americana, cristiana y soberana”.

El 2 de agosto, muestran los registros militares, un interrogador le dijo a Salahi que él y sus colegas “están hartos de escuchar las mismas mentiras una y otra y otra vez y están seriamente considerando lavarse las manos. Cuando lo hagan, él desaparecerá y no será visto jamás”. Le dijeron que se imaginara “el peor escenario posible en el cual podría acabar” y que “pronto desaparecería en un agujero muy obscuro. Su existencia sería borrada. Sus archivos electrónicos serían borrados de su computadora, sus archivos serían empacados…nadie sabría qué le pasó y, eventualmente, a nadie le importaría”.

Ese día, el líder de la interrogación entró. Se identificó como Capitán Collins, un oficial de la marina que había sido enviado a Guantánamo por la Casa Blanca. (De hecho, su nombre era Richard Zuley y era un detective de policía de Chicago trabajando como contratista militar, que tenía un récord extensivo de abuso de sospechosos hasta que confesaban crímenes que no habían cometido. No respondió a nuestra solicitud de comentario). Zuley le leyó una carta a Salahi, que se comprobó era falsa, diciendo que su madre se encontraba en custodia estadounidense y que podría ser transferida próximamente a Guantánamo. Acorde a los registros gubernamentales, “la carta se refería a las dificultades administrativas y logísticas que su presencia presentaría en esta prisión de hombres”, dando por entender que la iban a violar.

El 13 de agosto, Donald Rumsfeld autorizó el plan de interrogación para Salahi. El documento que firma enlista que uno de los objetivos del abuso es para “replicar y explotar el Síndrome de Estocolmo”, en el cual las víctimas de secuestro terminan confiando y sintiendo afecto por sus captores.

Doce días después, un grupo de hombres entraron a la celda de Salahi con un pastor alemán. Le pegaron en la cara y las costillas, le cubrieron los ojos, le cubrieron las orejas con orejeras y la cabeza con una bolsa. Apretaron las cadenas en sus tobillos y muñecas y lo aventaron a la parte de atrás de un camión hasta el agua en donde lo subieron a una lancha. “Pensé que iban a ejecutarme”, escribió.

El paseo duró tres horas, para que él creyera que estaba siendo transportado a otra prisión. Lo obligaron a tragar agua de mar y cada cierto tiempo, los hombres le metían cubos de hielo entre la ropa y la piel. Cuando se derretía el hielo, le pegaban y le ponían más hielo para congelarlo. Al final del paseo en barco, Salahi sangraba de sus tobillos, boca y muñecas. Siete u ocho de sus costillas estaban rotas.

De regreso en tierra firme, llevaron a Salahi al Echo Especial, que sería su hogar por varios años. Durante el siguiente mes, fue mantenido en oscuridad total, su única manera de saber si era noche o día era ver si había algo de brillo en el fondo de la taza de baño. “Para ser honesto, no puedo decir mucho de ese par de semanas”, escribió Salahi, “porque no tenía la mente en claro”.

Poco después, un interrogador le envió un correo electrónico a Diane Zierhoffer, una psicóloga militar, con preocupaciones acerca del estado mental de Salahi. “Salahi me dijo que está escuchando voces ahora”, escribió. “¿Es algo que le pasa a la gente que tiene pocos estímulos externos como luz de día e interacción humana? Parece ser horripilante”.

“La privación sensorial puede provocar alucinaciones, normalmente visuales y no auditivas, pero uno nunca sabe”, contestó Zierhoffer. “En la obscuridad creas cosas de lo poco que tienes”.

“De haber hecho las cosas de las cuales me acusaban, me habría aliviado algún día”, escribió en su diario. “Pero el problema es que no puedes admitir así nada más algo que no hiciste, necesitas dar detalles, cosa que no puedes hacer porque no hiciste nada. No es solo “¡Sí, lo hice!” No, no funciona así: tienes que inventar una historia completa que le haga sentido al más bruto de los brutos. Una de las cosas más difíciles de hacer es decir una historia falsa y mantenerla y eso es exactamente en donde estaba atascado”.

El 8 de septiembre, Salahi pidió hablar con Zuley. A este punto, ya tenía suficiente información acerca de la historia que tenía que inventar, porque, como escribió, “a través de mis conversaciones con el FBI y el DoD (Departamento de Defensa), ya sabía qué tipo de teorías locas tenía el gobierno acerca de mí”.

Zuley entró y Salahi comenzó a mentir. Pero no fue suficiente: el gobierno quería qué el relacionara a gente en Canadá con varios complots. Salahi se dio cuenta que así fue como bin al-Shibh había terminado dando su nombre como un reclutador de alto nivel de al-Qaeda. Recuerda “Tomé una pluma y un papel y comencé a escribir todo tipo de mentiras incriminatorios acerca de gente inocente que únicamente buscaba refugio en Canadá y que buscaba hacer un poco de dinero para empezar una familia. Más que nada, está discapacitado. Me sentí tan mal y continuaba rezando en silencio. “Nada te sucederá, querido hermano”.

El abuso disminuyó lentamente. No más golpes, pero no había “objetos de confort” tampoco ni periodos ininterrumpidos de descanso. James Mitchell, el psicólogo contratado por la CIA, quien diseñó el programa de interrogación mejorada, describe ese periodo como un elemento de “Condicionamiento de Pávlov” en el cual el detenido ve que la situación mejora o se deteriora en relación directa a su nivel de obediencia.

Un día, Zuley entró en la celda de Salahi con una almohada. Al poco tiempo, le regresaron la medicina para el dolor de espalda. Después le recetaron antidepresivos.

A mediados de noviembre, Salahi se sentó de manera voluntaria a tomar el polígrafo. El examinador describió a Salahi, cuyas respuestas contradijeron todo lo que había confesado a Zuley en las semanas anteriores como “ansioso de probar que está dando información acertada”. Los resultados fueron decisivos: “Ninguna indicación de engaño”.

El 14 de febrero del 2004, Salahi recibió una carta corta de su madre en Mauritania, informándole que su “problema de salud está bien”. Habían sido ochocientos quince días desde que la había visto, una mujer enferma en el espejo retrovisor, saludándolo desde la calle mientras él pasaba manejando a la oficina principal de inteligencia de Deddahi Abdellahi. En ese tiempo, su familia no había tenido información oficial de su paradero. El hermano de Salahi, ciudadano alemán, había leído en Der Spiegel que estaba en Guantánamo, pero Abdellahi insistía que no era cierto, que estaba cuidándolo en una prisión mauritana. Mientras tanto, sus subordinados continuaban recolectando los sobornos de la familia de Salahi.

Mohamed Elmoustapha Ould Badre Eddine, un miembro de la izquierda en el Parlamento Mauritano, realizó investigaciones por su parte, pero no llegó a nada. Badre Eddine había pasado unas cuatro décadas organizando campañas de base en contra de la esclavitud y otras violaciones de derechos humanos, por esto, había pasado años en centros de detención remotos, bajo la sucesión de regímenes autoritarios. En el 2002 y 2003, cuando un ministro exterior visitaba la sala parlamentaria, Badre Eddine le exigía información del paradero de Salahi. Cada vez, el ministro le mentía, incluso después de que la Cruz Roja comenzó a entregarle cartas a Salahi por parte de su familia en Guantánamo.

En 2005, Mauritania sufrió un golpe de estado, de manera típica en donde el poder ha cambiado de manos desde la independencia. “Cada gobierno dice que ha llegado a rescatar a la población, que ha sido descuidada y abusada por el gobierno anterior”, me dijo Badre Eddine. “Y después se comporta de la misma manera que el anterior”. Cuando le preguntó al nuevo régimen acerca de Salahi, dice que solo contestaron “Nosotros no lo secuestramos, fue el gobierno anterior. Ahora le pertenece a los americanos”.

Del piso del Parlamento, Badre Eddine se dio cuenta que Mauritania no tiene tratado de extradición con los Estados Unidos. “Fue víctima de un crimen extremadamente raro: que un país secuestre a un ciudadano propio y lo entregue a otro país, fuera del sistema de justicia, fuera de cualquier proceso legal”, me dijo el primer abogado de la familia de Salahi en Nuakchot, Brahim Ebety. Bajo el nuevo régimen, Abdellahi, el espía jefe, fue degradado de puesto y se le encomendó la investigación de corrupción y crimen dentro del servicio de seguridad, cuyo camino estándar para encontrar responsables, requería que se investigara a él mismo.

Steve Wood entró al Echo Especial en la primavera del 2004 sin saber qué había sucedido anteriormente. Fue el primer guardia en la fuerza que no usaba máscara que le permitió a Salahi rezar. Fuera de las discusiones políticas, él y Salahi pasaron horas jugando rummy, Risk y ajedrez. Cuando las interrogadoras entraban a jugar Monopoly, Salahi siempre aventaba el juego. “No me interesa ser torturado”, decía. “Y Steve quiere impresionar a las chicas. Metas de vida completamente diferentes”.

A veces Wood abría el Corán de Salahi en una página al azar y le decía el número del verso y Salahi lo recitaba de memoria en voz alta, primero en árabe y luego en inglés. Era la primera vez que Wood tenía contacto con el Corán. Quería preguntarle a Salahi más acerca de su contenido, pero sospechaba que había micrófonos y cámaras en la celda. Afuera del Echo Especial, Wood comenzó a leer acerca de Guantánamo y los sitios web activistas, pero un colega le advirtió que el tráfico de internet era monitoreado en la base. Comenzó a preocuparse que el conocimiento entre sus compañeros acerca de sus sentimientos complejos en aumento hacia Salahi podrían crear acusaciones de que estaba siendo poco patriótico o una amenaza interna. “Intenté hacer que mi estadía ahí fuera moralmente neutral, sin ser llamado un traidor”, me dijo. “Tenía miedo de hacer demasiadas preguntas, tenía miedo de leer un libro acerca del islam cuando estaba ahí o demostrar demasiado interés”.

Las preocupaciones de Wood no estaban mal justificadas. Mientras Salahi estaba siendo torturado, James Yee, el capellán militar musulmán, descubrió que él y los intérpretes en Guantánamo, varios americanos musulmanes, con antecedentes del Medio Oriente, estaban siendo espiados por oficiales de la ley y de inteligencia. Cuando Yee se fue de vacaciones, voló a Jacksonville, Florida, en donde fue interrogado y arrestado, vendado de los ojos y llevado a un calabozo naval en Carolina del Sur. Vivió en confinamiento solitario por setenta y seis días, en una celda fría con cámaras de vigilancia y luces siempre encendidas. Oficiales del gobierno sugerían que Yee controlaba una red de espionaje elaborada y que él y otros musulmanes se habían “infiltrado” en el ejército y representaban la amenaza infiltrada más grave desde la Guerra Fría. Basados en la mala interpretación de material de lectura en su posesión y en aspersiones vagas de militares islamofóbicos, los fiscales lo acusaron de traición y de “ayudar al enemigo” y lo amenazaron con buscar la sentencia de muerte. (Todos los cargos fueron retirados más adelante y Yee fue dado de alta con honor).

En octubre del 2004, la novia de Wood tuvo a una bebé, Summer. Siete meses después, su despliegue terminó. Antes de irse de Guantánamo, le dio a Salahi una novela de Stever Martin, “The Pleasure of My Company”. “Pillow, mucha suerte con tu situación”, escribió en el libro. “Recuerda que Allah siempre tiene un plan. Espero que pienses en nosotros como más que solo guardias. Creo que nos hemos convertido en amigos”. Pero no estaba seguro de que Salahi le creía. “Todo el tiempo yo pensaba, sabes, ¿Qué pensará en realidad acerca de nosotros?”, recuerda. “¿Qué tal si piensa “Odio a estos hijos de puta por encerrarme”? y Mohamedou probablemente pensó que yo creía lo mismo, que para mí solo era un trabajo y nada más. Así que, durante uno de sus últimos turnos, Wood rompió protocolo y el enseñó a Salahi una foto de Summer. “Era mi manera de decirle, “Hombre, confío en ti. Esta es mi hija. Ella es mi vida. La amistad es verdadera””.

Salahi no veía cómo salir de Guantánamo. Aunque el ejército creyera en su inocencia, se dio cuenta de que sabía demasiado acerca de los programas de tortura clasificados para ser liberado. Para cuando Wood se fue, había aceptado a sus guardias e interrogadores como familia. “Cierto, no escogiste esta familia ni creciste con ella, pero igual es una familia”, escribió en su diario. “Cada vez que un miembro bueno de mi familia actual se va, se siente como si me cortaran un pedazo del corazón”.

    Seguido regresaba al verso de un poeta iraquí Ahmed Matar:

    Me paré en mi celda

    Preguntándome acerca de mi situación

    ¿Soy el prisionero o este guardia está parado cerca?

    Entre nosotros se levantó un muro

    A través del cual veo la luz y él ve la obscuridad

    Como yo, él tiene una esposa, hijos, una casa

    Al igual que yo, viene aquí por órdenes de más arriba.

Habiendo ya aceptado a sus guardias, Salahi escribió, la siguiente fase de encierro fue “acostumbrarse a la prisión y a tener miedo del mundo exterior”.

El mundo exterior

Un año en Echo Especial destrozó las ideas de Wood acerca de su futuro post militar. Antes de su despliegue, había aspirado a ser un policía. “Pero cambié de parecer después de Guantánamo”, me contó. Él no quería ser parte de un sistema en el cual podría tener el control sobre la libertad de otra persona. “No me gusta el poder”, dijo. Dejó la Guardia Nacional de Oregón y comenzó a trabajar los turnos nocturnos en un gimnasio de veinticuatro horas cerca de Portland. Pocas personas se ejercitaban a las dos o tres de la mañana, así que tenía suficiente tiempo para educarse acerca de asuntos globales. Comenzó con los libros que había temido pedir en Guantánamo, acerca del islam.

Wood había llegado a ver el islam más o menos en la misma manera en la que lo veían los detenidos: como la única cosa que no podían arrancarles. La devoción, la rutina de las cinco oraciones “que mantenía a Mohamedou continuando”, me contó Wood, Ahora, mientras leo, “Veo la belleza que era la religión. En la mayoría de los días, busca el nombre de Mohamedou en línea, esperando aprender más acerca del caso y para encontrarle sentido a su propio despliegue a Echo Especial, con ninguna ventaja. Encontró casi imposible reconciliar las noticias de Guantánamo Bay con lo que había presenciado ahí. Mientras leía acerca de la historia del islam, comenzó a buscar claridad en el Corán.

En el 2006, Wood se quitó los zapatos para entrar a la mezquita más grande de Portland, la Masjid As-Saber. No estaba seguro de lo que quería con esta visita, sabía únicamente, que la curiosidad eclipsaba sus dudas. Durante los siguientes meses, Wood acudía en los momentos entre rezos para evitar la presión de participar. En su tercera visita, les dijo a dos estudiantes saudís que quería ser musulmán. La conversión al islam requiere únicamente que, en presencia de testigos musulmanes, declares el Shahada, “No existe ningún dios más que dios y Muhammad es el profeta”, y que lo creas en tu corazón. Los estudiantes fueron sus testigos.

Wood comenzó a ir a los rezos esporádicamente. Un hombre anciano convertido le advirtió que evitara alguno de los otros convertidos, que vestían con ropa religiosa y hablaban acerca de participar en la yihad. Cuando Wood le dijo al hombre que había trabajado en Guantánamo Bay, el hombre le sugirió que no lo dijera. Poco después, Wood supo que el imam, un inmigrante somalí que practicó la rama conservativa del islam conocida como Salafism, había sido sujeto de investigación por parte del FBI y estaba en la lista de “no vuelo”; y que varios hombres que habían frecuentado la Masjid As-Saber, habían sido encontrados culpables de cargos de terrorismo. “Así que eso me asustó”, dijo. Dejó de rezar en público. “Yo solo quería que esto fuera entre dios y yo”.

Para ese entonces, Wood ya no estaba con la madre de Summer. En el 2008, conoció a una mujer llamada Wendy en un bar. Se casaron en el 2010 y, seis años después, tuvieron un hijo. Nunca le contó a Wendy acerca de su conversión.

Los Estados Unidos le renta el terreno al que pertenece la prisión de Guantánamo Bay a Cuba, por cuatrocientos ochenta y cinco dólares al año, bajo un acuerdo firmado después de la guerra con España. (Los últimos seis años, el gobierno de Cuba ha buscado anular el acuerdo y rechaza cobrar los cheques). Como los detenidos no están en territorio estadounidense, el gobierno no ha permitido que se enjuicien en juzgados americanos. Más detenidos han muerto en Guantánamo que los que han sido encontrados culpables de algún crimen.

El fiscal asignado al caso de Salahi era el Coronel Teniente llamado Stuart Couch, quien se retiró del ejército antes del 11/9. Un amigo cercano suyo había sido copiloto de uno de los aviones que fue estrellado en el World Trade Center y Coach le dijo al Wall Street Journal que había hecho planes para re enlistarse porque quería “abrir una grieta en los hombres que habían atacado a los Estados Unidos”. Cuando vio el expediente de Salahi, consideró buscar la pena de muerte.

Couch nunca conoció a Salahi, pero mientras Zuley lo torturaba, Couch recibió resúmenes de cada nueva confesión. A finales del 2003, un periodo que Salahi describió en una carta como “donde mi freno roto se soltó”, Couch luchó para mantenerse al tanto de la constante fluidez de información. En ese tiempo, comenzó a sospechar que las confesiones que Salahi había hecho, habían sido extraídas bajo tortura y que, por lo tanto, eran evidencia contaminada. Cuando descubrió la carta falsificada del equipo de Zuley, diciendo que los Estados Unidos habían capturado a la madre de Salahi, renunció al caso.

En junio del 2004, la Suprema Corte decidió que los detenidos en Guantánamo podían desafiar los motivos de su detención. Se puso de moda los despachos legales de perfil alto representaran a clientes en Guantánamo, pro bono, pero varios negaron la representación porque creían que era una táctica para darle legitimidad a una detención injusta. Los abogados defensores han acusado al gobierno de negarles acceso a evidencia, de dejar equipo secreto de grabación en las reuniones con clientes y de infiltrarse en los equipos legales. Hace unos años, Ramzi bin al-Shibh, quien enfrentaba la pena de muerte, reconoció a un lingüista en su propio equipo de defensa de un “sitio negro” de la CIA.

Cuando el abogado de Salahi le escribió pidiéndole que le informara de todo lo que le había dicho al gobierno, él contestó “¡¿Estás loco?! ¿Cómo puedo registrar la interrogación sin interrupción que ha durado los últimos siete años? Es como pedirle a Charlie Sheen que diga con cuántas mujeres ha salido”. Lo importante estaba en su diario, dijo, que únicamente podían leer dentro de un lugar seguro cerca de Washington, D.C.

En la audiencia militar, Salahi describió el programa de tortura en vívidos detalles. La transcripción omite mucho de su testimonio, remarcando que, en el momento en el que describió el abuso “el equipo de grabación comenzó a fallar” y que las cintas estaban “distorsionadas”. La transcripción continúa: “el detenido quería mostrarle al panel sus cicatrices y la ubicación de sus lesiones, pero se le negó la muestra”. (A ese punto, el gobierno estadounidense estaba dando reversa a las autorizaciones para técnicas de tortura y, tanto el ejército como la CIA, estaban entrando en un periodo de auto reflexión; que duró años a seguir. Investigaciones internas y del Congreso expondrían varios de los abusos que habían sido infringidos sobre Salahi y otros hombres en custodia).

El gobierno ya no quería intentar enjuiciar a Salahi, nadie había tocado el caso criminal desde la retirada de Couch, pero argumentaba que de cualquier manera tenía que estar detenido indefinidamente. En marzo 22 del 2010, un juez de distrito llamado James Robertson, dio su fallo en la petición de Salahi de ser liberado. “El caso del gobierno, esencialmente, es que Salahi estaba tan conectado con al-Qaeda por una década empezando en 1990 que tenía que “ser parte” de al-Qaeda al momento de su captura”, escribió Robertson. Pero el gobierno había “abandonado la teoría” de que Salahi sabía del 11/9 antes de que sucediera. En cuanto a las conexiones de yihad, Robertson continuó, los registros clasificados del gobierno, “tienden a apoyar la declaración de Salahi de que estaba intentando encontrar el balance apropiado, evitando relaciones cercanas con miembros de al-Qaeda, pero también intentando evitar en convertirse en un enemigo” del grupo. La valoración de Robertson, la evidencia del gobierno acerca de Salahi era “tan atenuada o tan contaminada por coerción y maltrato, o tan clasificada que no podía apoyar una acusación criminal exitosa”. Concluyó que “Salahi debe ser liberado”.

Steve Wood estaba exaltado cuando escuchó la noticia. Pero el gobierno apeló y Salahi se quedó en Guantánamo. Wood contactó a uno de sus abogados, utilizando un nombre inventado y una dirección de correo electrónico ficticia para investigar acerca de cómo se encontraba Salahi y del estatus de su caso. Pero posteriormente olvidó la información para acceder a la cuenta y nunca vio la respuesta. Un par de años después, consideró visitar Mauritania para buscar a su familia y disculparse por su papel en la detención de Salahi. Ya no tenía mucho consuelo derivado del islam y raramente rezaba. La decisión de mantener su conversión secreta del resto de la gente en su vida lo hacía sentir, a veces, como si estuviera mal ser musulmán, aunque, en su corazón, todavía creía.

En el 2012, los abogados de Salahi ganaron la batalla legal de siente años para desclasificar su diario. El gobierno había redactado nombres, fechas, lugares y otra información sensible o vergonzosa. Cuando terminaron, los abogados de Salahi le entregaron un CD rom con las páginas escaneadas a Larry Siems, un escritor y defensor de derechos humanos, que había escrito extensivamente acerca del mal comportamiento del gobierno en las secuelas del 11/9. “Había un profundo sentido de responsabilidad y riesgo ético que vino de editar el manuscrito de alguien que estaba vivo pero que no podía participar en ese proceso”, me dijo Siems. “Pedí al Departamento de Defensa que me permitiera mostrarle el manuscrito editado, pero lo rechazaron”. En el 2015 fue publicado por Little, Brown, como “Diario de Guantánamo”.

Poco después, en Bahía de Guantánamo, Salahi vio su propia cara en la pantalla de televisión. Siems estaba haciendo una entrevista acerca del diario y, en ese momento, Salahi finalmente sintió que estaba comenzando a tomar de regreso la narrativa de su vida. “Mi celda se expandió, las luces eran más brillantes, los colores más coloridos, el sol brillaba más y de manera más gentil y todos alrededor de mí se veían más amigables”, escribió.

Pasó otro año. Cada vez que había una amenaza de huracán en Bahía de Guantánamo, Salahi soñaba que la tormenta se llevaba a la prisión y que todos, detenidos y captores por igual, “luchaban por sobrevivir juntos”, escribió. “En algunas versiones yo salvaba muchas vidas y en otras yo era rescatado, pero de alguna manera todos lográbamos escapar sin daño alguno y libres”.

Wood se reconectó con los abogados de Salahi, esta vez, usando su verdadero nombre. Cuando se enteró que un panel de revisión militar consideraría liberar a Salahi, escribió una carta diciendo que “basado en mis interacciones con el Sr. Slahi en Guantánamo, estaría feliz de recibirlo en mi hogar” y ofreciendo su testimonio en persona. También contactó a otro guardia de Echo Especial. Acorde con Wood, el guardia redactó una nota, pero después decidió no entregarla. “Todos los amigos y familia lo conocían como el guardia del detenido de alto valor, con gran orgullo”, me dijo Wood. “Toda su reputación se debía a esta ficción. Pero, después de que se publicó el diario, se dieron cuenta de que Mohamedou no es de alto valor, sino que es solo un hombre a quien jodieron por años”. Añadió, “Guantánamo tiene una larga sombra para todos, no solo para los detenidos”.

Una noche de octubre del 2016, el teléfono de Wood sonó mientras estaba en Safeway, Portland. Del otro lado de la línea sonaba la voz de un hombre que no había escuchado por más de once años. Salahi le dijo que ya estaba en casa. Mucho había cambiado desde que había sido capturado, hace más de cinco mil cuatrocientos días. Su madre había muerto, al igual que uno de sus hermanos, pero tenía sobrinas adolescentes y sobrinos que estaba conociendo por primera vez. Las ganancias de su libro estaban pagando los estudios de su sobrina en Dubái y la maestría en matemáticas aplicadas en la universidad de Kuala Lumpur de uno de sus sobrinos. Salahi le dijo a Wood que había escrito más de cuatro libros en detención pero que no le habían permitido sacarlos de Guantánamo. Uno era un libro de auto ayuda acerca de encontrar la felicidad en un lugar sin esperanza.

Wood le contó a Salahi que estaba trabajando en la compañía de construcción de su hermano, reparando puentes. Las horas eran impredecibles, con largos viajes y turnos pesados. Como en Guantánamo, normalmente trabajaba de noche. Pero encontraba una enorme satisfacción en su trabajo y veía en este, la claridad moral que no había tenido en Guantánamo. Cuando visité a Wood, en agosto del año pasado, él y su equipo estaban estratificando la superficie de un puente cerca de Dayton, Oregón, con epóxico, rocas y primario. “El punto es pavimentar, sellar e impermeabilizarla para mantener su duración”, dijo. Llegamos al sitio al amanecer, el cielo estaba brumoso, color naranja apagado, por los incendios del sur. “Toma mucho tiempo prepararse para empezar el trabajo, pero cuando terminas tu parte, estás dejando las cosas mejor de lo que estaban antes”, dijo.

La libertad de Salahi causó tensión en el matrimonio de Wood. Se volvió reservado acerca de sus llamadas con Salahi, Wendy comenzó a pensar que tenía un amorío. Cuando Wood accedió a hablar acerca de Salahi para un documental televisivo, los padres de Wendy planearon una intervención. “Dijeron que avergonzaba a la familia, protegiendo un terrorista”, recuerda Wood. Cuando se rehusó a rechazar la entrevista, Wendy insistió en que utilizara un disfraz ante la cámara. Me dijo que pensaba que estaba haciendo algo verdaderamente peligroso, que la gente pensaría que Steve era simpatizante con alguien que estaba involucrado en el 11/9 y que podría ir tras de él, ella y la bebé. Al poco tiempo, Steve y Wendy se separaron.

En mayo del año pasado, uno de los primos de Salahi publicó una nota en Facebook refiriéndose a la conversación con Woods. Cuando Wendy la vio, estaba enfurecida pero algo aliviada ya que en la publicación explicaba el comportamiento reservado de Steve. “Y no negué ni confirmé nada”, me dijo Wood. “Yo solo lo sacudí, tipo “¿Qué importa?””. Decidieron divorciarse. Cuando visité su casa, un agente de bienes raíces había quitado todas las fotografías familiares y las había sustituido por arte de catálogo para que fuera más fácil para los compradores potenciales pensar en esa casa como una propiedad en blanco.

Disonancia

Larry Siems visitó a Salahi en Mauritania y se pusieron de acuerdo para rellenar las partes redactadas del libro. En la primera edición de “Guantánamo Diary”, Siems incluyó la siguiente nota de autor:

    En una reciente conversación con sus abogados, Mohamedou dijo que no tenía ningún resentimiento hacia ninguna de las personas que menciona en este libro, que les pide a ellos que lo lean y que lo corrijan si creen que contiene algún error y que sueña poder sentarse con ellos algún día a tomar una taza de té, después de aprender tanto el uno del otro.

En la edición restaurada, Salahi agrega “Quiero repetir y reafirmar este mensaje aquí y decir que ahora que estoy en casa, ese sueño es una invitación. Las puertas de mi casa siempre están abiertas”.

Este invierno, Steve Wood viajó a Mauritania. El viaje a Nuakchot toma casi tres días, con largas escalas en Nueva York y Casablanca. Los oficiales de aduanas mauritanos lo detuvieron por una hora. Era un americano gigante, con músculos y venas, diciendo que había conocido a Salahi en Guantánamo Bay, pero eventualmente uno de los sobrinos de Salahi los convenció de dejarlo entrar.

Cerca del estacionamiento del aeropuerto, estaba Salahi vestido con un bou bou azul claro, la ropa tradicional mauritana, con un turbante para esconder su identidad. “Apuesto a que lo pensarás dos veces la próxima vez antes de decir que me conoces”, dijo riéndose. Mientras caminaban al coche, Salahi escarbó en la vida personal de Wood. “Hombre, de verdad has tenido momentos difíciles”. Le dijo. “Como muy estresantes”. Durmieron bajo las redes para mosquitos en el cuarto de Salahi y despertaron con el sonido de los borregos. Salahi notó que “Steve ronca como, cómo lo llaman ustedes, un tren de vapor”.

Era el 11 de enero del 2019, exactamente diecisiete años desde que los primeros detenidos llegaron a Guantánamo Bay. (Cuarenta hombres permanecen en la prisión, con un costo anual de diez millones de dólares por detenido). Salahi pasó la mañana revisando el discurso que había preparado para el evento de Amnistía Internacional y para Doctores por los Derechos Humanos (Physicians for Human Rights). En los dos años y medio desde su regreso, ha recibido varios visitantes profesionales: Siems, sus abogados y el cineasta Michael Bronner, quien está adaptando del diario de Salahi y también visitas personales de una abogada, a quien llamaré Amanda. “Nos conocimos como cualquier persona decente esos días, a través de las redes sociales”, dijo Salahi. Después de que ella se convirtiera al islam, se casaron en una ceremonia religiosa. Ahora, en una llamada telefónica, Amanda sugiere ediciones para el discurso de Salahi, que elimine el “linchamiento”, por ejemplo, y haga comentarios más “graciosos” y Salahi aceptó todo.

Salahi y Wood se sentaron en frente de una laptop, con la cámara web encendida y se conectaron vía Slype con Washington. “Todo lo que me pasó, todo lo que presencié en Guantánamo Bay, fue en nombre de la democracia, en nombre de la seguridad, en nombre de los americanos”, Salahi le dijo a la audiencia en el evento de Amnistía. Añadió que, siendo la democracia más poderosa del mundo, Estados Unidos tenía “medios para mantener y presionar a otros países a respetar los derechos humanos. Pero en lugar de eso, Estados Unidos está manifestando de manera muy clara y fuerte, que la democracia no funciona y que, cuando necesitas ensuciarte, necesitas una dictadura. Esa dictadura fue construida en Bahía de Guantánamo”.

En 2014, Salahi se colapsó en su celda y fue llevado a la sala de operación para una cirugía de emergencia en la vesícula biliar. Pero el procedimiento no se llevó a cabo de manera propia, continuó estando con dolor y en el 2016 fue claro que necesitaba una laparoscopía correctiva. Los doctores militares se ofrecieron a realizarla, pero Salahi se negó. Su fecha de liberación estaba a pocos meses. Los hospitales mauritanos no tienen la capacidad, y normalmente envían a este tipo de pacientes a Francia, pero lo que no sabía Salahi era que su repatriación no envolvía la restitución de sus derechos. Acorde con un diplomático estadounidense, cuando Estados Unidos estaba negociando los términos para su regreso, “los mauritanos estuvieron de acuerdo con que no se le diera pasaporte por un periodo “x” de tiempo”. Dos años y medio después, Salahi y sus abogados no tienen claridad acerca de ese parámetro de “x” o por qué Estados Unidos tiene algo que decir en torno a si el gobierno mauritano le da pasaporte o no a un ciudadano.

Además del dolor abdominal de Salahi, y migrañas regulares, todavía sufre de terrores nocturnos. Seguido se despierta temblando, llorando y apretando los dientes. Un hospital privado alemán se ofreció a cubrir los gastos médicos de la cirugía de Salahi y un año de rehabilitación física y psicológica, pero sin pasaporte no puede viajar a Europa. “Me han negado la libertad porque fui privado de mi libertad”, dijo Salahi. “Mucha gente sabia me dice “Mohamedou, calláte la boca, no pidas papelas, no preguntes. Mauritania es mucho más grande que Guantánamo Bay, todavía te puedes mover alrededor”, pero yo insisto en la libertad”.

Otra libertad que Salahi identificó como otra de la que fue privado de es la expresar la amplitud de sentimientos humanos. “Si dices que estás enojado, se entiende que es una emoción”, dijo. “Si yo digo que estoy enojado, es visto como una amenaza a la seguridad nacional”.

Al siguiente día, Salahi nos llevó a Wood y a mí a la boda de un amigo, organizada por el mejor radiólogo de Mauritania. Mientras caminábamos hacia la casa, Abu Hafs al-Mauritani salió de una mezquita cercana vestido con un turbante blanco y túnica larga. “Assalaamu alaikum”, le dijo a Mohameodu. “Que la paz esté contigo”. Se saludaron de mano. Después Abu Hafs saludó a Wood, quien, paralizado por la confusión, fríamente le dio la mano. Abu Hafs entró en la casa primero y desapareció entre la multitud. Salahi generalmente lo evita, ya que tienen diferentes puntos de vista acerca del islam y porque le preocupa que cualquier asociación con él pudiera complicar su vida. (Hasta el 2007, una lista de sanciones de para terroristas incluía el nombre de Salahi como un alias para Abu Hafs).

Era una gran construcción, piedra blanca decorada con lujosos tapetes y candiles. La antesala estaba repleta de dignatarios y de élite de Mauritania, todos los hombres sentados en sillones alineados en el perímetro. Salahi y Wood recorrieron el cuarto saludando a banqueros, mercantes, prefectos, doctores. Había un poeta mauritano famoso llamado Taki, el ex ministro de comunicaciones, actualmente embajador mauritano en Arabia Saudita.

Salahi y yo nos sentamos del otro lado del líder político de un partido que tiene más de ciento cincuenta lugares en el parlamento. Era un hombre de negocios alto y regio, usaba lentes de sol Ted Baker y un Rolex. Durante una pausa en una conversación se volteó hacia Salahi haciendo gestos hacia Wood y hacia mí, diciendo “¿Entonces, estudiaste en los Estados Unidos?”

“No, soy un ex detenido de Guantánamo”, contestó Salahi, terminando de manera instantánea la conversación.

Después de comer, me quedé en el área de recepción observando a los políticos mauritanos y a los líderes tribales besar en ambas mejillas a Abu Hafs o agradeciéndole por haber ido. Un ex líder de varias provincias me explicó que Abu Hafs, ex consejero Sharia de bin Laden, ahora era consejero del presidente.

Al siguiente día, Abu Hafs me invitó a su casa, en uno de los vecindarios más costosos de Nuakchot. Hasta hace poco, el ex jefe espía Deddahi Ould Abdellahi, vivía cruzando la calle. Llegué justo antes de los rezos del atardecer. Treinta o cuarenta seguidores de Abu Haf llenaban una pequeña casita de madera junto a la suya, derramándose sobre la calle, mientras él encabezaba los rezos a través del micrófono. Era algo temporal en lo que juntaba dinero para construir una mezquita.

Después de la sesión de rezos, Abu Hafs me invitó a su sala y por cuatro horas detalló el término de su relación con bin Laden, su paradero y actividades posteriores al 11/9 y su relación con el presidente de Mauritania. “No es un puesto oficial, no hay contrato”, mencionó. “Pero le doy consejos y él los toma”.

Mauritania era un sitio común para violencia de la yihad en la segunda mitad de la nada, mientras Abu Hafs vivía en Irán. Pero esto se detuvo abruptamente después del intento fallido de asesinato del presidente en el 2011, que levantó preguntas acerca de si él había pactado con al-Qaeda. Ese mes de mayo, los US Navy seals asesinaron a bin Laden y recolectaron más de un millón de documentos del recinto en el norte de Pakistán, entre ellos una carta de al-Qaeda en el Magreb islámico, buscando la bendición del líder central para establecer un “acuerdo secreto” con el gobierno de Mauritania. “El Muyahides está comprometido a dejar de ejecutar actividad militar en Mauritania”, dice la carta, siempre y cuando el gobierno libere a los guerreros detenidos, se abstenga de atacar a las células de al-Qaeda en el extranjero y le pague al grupo entre diez y veinte millones de euros anuales, “para compensar y prevenir el secuestro de turistas”. (El gobierno de Mauritania ha negado la negociación con grupos terroristas).

En ese tiempo, explicó Abu Hafs, le quedó claro que el presidente de Mauritania estaría abierto a que regresara de Irán. Él y su familia pasaron casi diez años bajo la protección de la Guardia Revolucionaria, pero, con las pláticas del gobierno de Obama ablandando las relaciones con Irán, Abu Hafs comenzó a preocuparse de que pudiera ser entregado a custodia estadounidense. Su esposa e hijos se fuero primero, una vez establecidos en Nuakchot, Abu Hafs dijo, el reto era transportarse miles de millas sin ser detectado, arrestado o entregado.

Un día de primavera del 2012, Abu Hafs eludió la custodia durante una visita al gimnasio. Se escabulló en el vestuario hacia la calle, vestido en ropa deportiva y tomó un taxi a la embajada Mauritania en Terán. El embajador llamó a Nuakchot y el ministro de asuntos exteriores ordenó que la embajada le fabricara un pasaporte con nombre falso.

Cuando los documentos estaban completos, dice Abu Hafs, el gobierno de Mauritania le reservó un vuelo comercial con conexión en tres países. El embajador lo llevó al aeropuerto internacional de Terán en vehículo diplomático y lo acompañó a través del canal oficial, a través de la seguridad aeroportuaria y aduanas hasta el momento en el que se subió al avión.

No sabe qué países atravesó, solo que, en los primeros dos, el embajador mauritano se vio con el en la pista, lo acompañó a través del aeropuerto y se quedó con él hasta el siguiente vuelo. En el tercer país, el ministro de asuntos exteriores recibió a Abu Hafs y lo acompañó en el vuelo a Nuakchot. Ahí pasó dos meses en custodia, por pura formalidad.

Cuando compartí el relato de Abu Hafs de su regreso con una diplomática estadounidense, ella contestó “Es la primera vez que estucho algo de esto”. Los mauritanos no informaron a los Estados Unidos de su regreso hasta “probablemente semanas después”, ella dijo. “No hubo fanfarrias, no hubo anuncios”. Los americanos solo se enteraron de que “como una condición para su regreso, acordó que renunciaría a su asociación y se embarcaría en un mensaje de denuncia de terrorismo y advocaría un mensaje más tolerante y pacifista”. Pregunté si los Estados Unidos, después de enterarse de su regreso, habían buscado su detención o entrega. “¿Qué les diríamos a los mauritanos?”, contestó ella. “Es su ciudadano, es su país”.

La lección parecía ser la de que una correcta mezcla de expiación y antigüedad en una organización terrorista que puede brindar ese tipo de influencia está negada para hombres como Salahi. Le pedí a Abu Hafs el nombre en su pasaporte diplomático, sumiendo que la identidad ya no estaba disponible. Se negó, diciendo que no quería poner en riesgo sus futuros viajes.

Wood se quedó cuatro días con Salahi. Rezaron juntos, comieron juntos y disfrutaron un picnic de pan y té en las dunas del Sahara. Un día tomaron café en un hotel, junto a la alberca con el equipo de legal que representa a un detenido en Guantánamo. Poco después, en un cuarto en el mismo hotel, el Departamento de Estado dio un entrenamiento para el aparato de inteligencia y seguridad de Mauritania, sobre “Interdicción de actividades terroristas”. Salahi sufría de terrores nocturnos y Wood sufría dolor de cabeza por la falta de cafeína. “Aquí, estoy tomando probablemente solo siete u ocho tazas de café al día”, me dijo. (Durante la escala en Casablanca, tomó un Red Bull y veinte copitas de espresso). Salahi le dio un ibuprofeno de la farmacia de Guantánamo que le quedaba.

Para Wood, el viaje se convirtió en lago más complicado que una visita a un amigo. Salahi estaba en una campaña de publicidad para llamar la atención a la injusticia de no tener pasaporte y a veces le parecía a Wood como si él fuera un apoyo, el ex guardia que reconoció la inocencia de Salahi. Reporteros estaban presentes en comidas y uno de ellos se presentó al departamento de Salahi con grabadora en mano y le preguntó a Wood, que todavía no le había dicho a sus hermanos que era musulmán, si podía hacer algún comentario acerca de sus pasajes favoritos del Corán y que si podía compartir sus pensamientos acerca del legado del Profeta Muhammad. Wood aceptó, sintiendo que era lo mínimo que podía hacer por Salahi. Durante la video conferencia con Amnistía Internacional, alguien en Twitter comentó que, de los dos, Wood parecía el detenido.

Otra disonancia fue que las frases elocuentes de Salahi sobre los derechos humanos fundamentales se quedaron cortos en la confrontación de la realidad que Wood notó al siguiente día: como invitados élites de Mauritania, gente que parecía esclavos les servían platillos lujosos. Aunque la esclavitud fue criminalizada en el 2007, los defensores de derechos humanos mauritanos me decían que la ley estaba redactada para complacer a las organizaciones internacionales, que virtualmente nada había cambiado. En un evento intercambié teléfonos con un sirviente extremadamente sumiso que vestía ropa rasgada y tenía un ojo muy dañado. El anfitrión, un oficial gubernamental, se agitó y me quitó del camino, pidiéndome no mencionar que había visto eso en su casa. “Y, por cierto, yo le pago”, añadió.

Traté de tocar el tema con Salahi, pero era como si su traslado de Guantánamo trajera consigo un tipo de transposición de restricción, de las cadenas a auto vigilancia. En el 2005, durante una audiencia militar, Salahi le pidió al oficial que la presidía, que no lo enviaran de regreso a Mauritania. “Quiero ir a un país en donde pueda disfrutar mi libertad”, dijo.

Wood se fue al aeropuerto a las cuatro de la mañana. Salahi pasó la mayor parte del día viento compilaciones en YouTube de audiciones de “American Idol”. “Está tan vacío, ahora que Steve se fue”, me dijo. “Tan vacío”.

En meses recientes, la presión para el pasaporte de Salahi tomó una nueva urgencia. Amanda, que vive en Europa, estaba embarazada y Salahi se perdería el nacimiento de su hijo. “¿Viste lo que me trajo Steve?”, Salahi dijo, señalando ropa de bebé. “¡Parece un uniforme de prisionero con rayas! Pienso que todavía ve a cualquier bebé en mi familia como un futuro detenido”. Brahim Ebety, el abogado mauritano de Salahi, me dijo que está considerando demandar al gobierno. “Al principio, Mohamedou quería ser dócil y dulce”, dijo. “Pero con esta gente no puedes serlo. Tienes que ser duro. Tienes que olvidar que temes lograr algo”.

El verano pasado, Salahi terminó un curso en línea para certificarse como coche de la vida. Ahora ya tiene dos clientes americanos, a quienes ayuda a navegar problemas personales y profesionales semanalmente a través de Skype. “Quiero pedirte un favor, si estás bien con eso, dime cinco cosas por las cuales estás agradecido el día de hoy”, le dijo a uno de ellos. Algunas sesiones viran hacia sus propios mecanismos de adaptación, rutinas que le hicieron llenar sus días en Guantánamo, por ejemplo “cuando no teníamos nada que más que el mundo que creamos dentro de mi celda”.

A principios de este mes, Amanda dio a luz a su hijo. Lo llamaron Ahmed y Salahi le pidió a Steve que fuera el padrino. “Hay tantos Ahmeds que será difícil para ellos ponerlo en la lista de no vuelo” bromeó Salahi. En papel, Salahi no aparece como el padre. Pero Amanda es americana y su hijo ahora será ciudadano de un país cuyos supuestos valores son los que Salahi quiere creer pero que no ha visto jamás.


 

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