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El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.




Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


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En el caso de Ahmed Khalfan Ghailani, los apologistas de la tortura están por todas partes

12 de octubre de 2010
Andy Worthington

"Una sentencia sobre terrorismo amenaza los procesos contra civiles", gritaba Los Angeles Times el jueves pasado. "La sentencia sobre los atentados del 98 en la embajada de África Oriental es un revés para EE.UU.", se lamentaba el Washington Post.

Los titulares se referían al juicio ante un tribunal federal, en Nueva York, de Ahmed Khalfan Ghailani, ex "prisionero fantasma" de la CIA (durante dos años y dos meses), que estuvo recluido en Guantánamo durante dos años y ocho meses antes de su traslado a Estados Unidos continental en mayo de 2009 para enfrentarse a los cargos de participación en los atentados contra las embajadas africanas de 1998 en Nairobi y Dar-es-Salaam, en los que murieron 224 personas, entre ellas 12 estadounidenses. Las audiencias previas al juicio se habían desarrollado sin contratiempos, al igual que la selección del jurado hace dos semanas, así que ¿qué demonios ocurrieron el miércoles pasado para que se produjera semejante "amenaza" y "contratiempo" en su juicio?

Lamentablemente, la respuesta revela hasta qué punto el respeto a la ley y el aborrecimiento de la tortura han sido marginado o desterrados en los Estados Unidos posteriores al 11 de septiembre. El motivo de esos impactantes titulares fue la negativa del juez del caso de Ghailani, el juez Lewis A. Kaplan, a aceptar información obtenida mediante el uso de la tortura y, concretamente, su negativa a permitir que el gobierno utilizara a su testigo estrella, un hombre cuya identidad sólo había sido revelada por Ghailani mientras estaba siendo torturado en una prisión secreta de la CIA.

Esto es lo que escribió el juez Kaplan en una orden de tres páginas en la que denegaba la intención del gobierno de utilizar el testimonio de Hussein Abebe, un taxista tanzano descrito por los fiscales como un "testigo gigante" que, como explicaba el Washington Post, "se esperaba que declarara que vendió a Ghailani el TNT utilizado en el atentado".

    El tribunal no ha llegado a esta conclusión a la ligera. Es plenamente consciente de la peligrosa naturaleza del mundo en que vivimos. Pero la Constitución es la roca sobre la que descansa nuestra nación. Debemos seguirla no sólo cuando sea conveniente, sino también cuando el miedo y el peligro nos llamen en otra dirección. Hacer menos nos empequeñecería y socavaría los cimientos sobre los que nos asentamos.

Cuando leí esas palabras, me alegré de que el juez Kaplan hubiera pronunciado un respaldo tan rotundo a la Constitución de Estados Unidos y, en concreto, a la prohibición de la Octava Enmienda de infligir "castigos crueles e inusuales". Por otra parte, había dado por sentado que la gente sabía que la información obtenida mediante el uso de la tortura estaba prohibida en los tribunales estadounidenses, razón por la cual la respuesta de los principales medios de comunicación me sorprendió tanto. ¿Estaban los responsables de los titulares sensacionalistas realmente tratando de argumentar que la información obtenida mediante el uso de la tortura debe ser permitida en un tribunal de EE.UU.?

En el Washington Post, por ejemplo, el titular iba seguido de la afirmación de que la sentencia del juez Kaplan "podría complicar cualquier esfuerzo de la administración Obama por reactivar sus planes de someter a juicio en tribunales civiles de Estados Unidos a las principales figuras de Al Qaeda recluidas en Guantánamo (Cuba)". No fue hasta más adelante en el artículo cuando esta afirmación fue cuestionada, y fue cuestionada no por un comentarista liberal, sino por Charles D. "Cully" Stimson, ex vicesecretario adjunto de Defensa para asuntos de detenidos en la administración Bush y ahora miembro jurídico principal de la Heritage Foundation, quien señaló que el fallo no era necesariamente perjudicial en absoluto. "Sería peligroso interpretar que esta sentencia excluye o perjudica para siempre la posibilidad de que otros casos lleguen a los tribunales federales, porque cada caso es sui generis", explicó Stimson.

Además de ser irresponsable desde el punto de vista del respeto a la Constitución estadounidense, otro motivo por el que este tipo de información era tan desaconsejable era que parecía dar peso a otras partes que estaban demasiado dispuestas a atacar al juez Kaplan para hacer avanzar su propia agenda. Estos comentaristas, que apoyan los juicios por Comisión Militar, están desesperados por que fracasen los juicios ante los tribunales federales, para poder justificar su insistencia en que todos los sospechosos de terrorismo sean juzgados por Comisión Militar en Guantánamo.

Este punto de vista, que se basa en la ideología y no en el sentido común, se apoya en la falsa afirmación -esencial para la "Guerra contra el Terror" de la administración Bush- de que los terroristas son "guerreros" y no criminales, y sus partidarios mantienen su punto de vista a pesar de las pruebas contundentes de que las Comisiones han sido un fracaso abyecto, con sólo cuatro condenas, y permanentemente empañadas por el hecho de que se han establecido para juzgar "crímenes de guerra" inexistentes, mientras que los tribunales federales tienen un historial establecido de condenas con éxito de terroristas en cientos de casos.

Además, al tratar estos diferentes puntos de vista, el Washington Post volvió a enturbiar las aguas. Aunque "Cully" Stimson explicó que "no está claro que el resultado hubiera sido diferente en una comisión", el Post sugirió que las normas de la Comisión Militar "parecen contemplar, no obstante, la admisión de pruebas derivadas de declaraciones obtenidas mediante tortura o tratos crueles si un juez militar considera que las pruebas 'se habrían obtenido incluso si no se hubiera hecho la declaración' o el 'uso de dichas pruebas sería de otro modo coherente con los intereses de la justicia'".

El Post puede estar técnicamente en lo cierto, aunque la posibilidad de que se admitan pruebas de tortura aún no se ha probado a fondo en las Comisiones Militares. Sin embargo, lo más importante es que plantear estas cuestiones desvía innecesariamente la atención de lo que está ocurriendo en Nueva York. Como explicó el fiscal general Eric Holder cuando el juez Kaplan emitió su fallo, "tenemos la intención de seguir adelante con este juicio", y el domingo, en una carta de la oficina del fiscal de Estados Unidos en Manhattan, el gobierno admitió que no impugnaría el fallo del juez Kaplan, señalando que, aunque "respetuosamente en desacuerdo con la decisión del tribunal y cree que, en otras circunstancias, merecería ser revisada por el Tribunal de Apelaciones", una apelación causaría "un retraso de duración incierta, y tal vez significativa", que, como explicó el New York Times, "podría haber causado grandes molestias a muchos testigos extranjeros que ya habían llegado a Nueva York, basándose en la fecha de inicio original, y a otros que habían hecho planes basándose en esa fecha".

Más importante aún, y en gran medida pasado por alto en la información a menudo exagerada de la semana pasada, es el hecho de que, antes de sus dos años en prisiones secretas de la CIA, cuando fue sometido al uso de la tortura, Ghailani ya había sido acusado (en 1998) por su implicación en los atentados de la embajada africana, y podría -y debería- haber sido juzgado en un tribunal federal tras su primera captura en Pakistán en 2004.

Al fin y al cabo, esto es lo que ocurrió con cuatro de sus presuntos cómplices, que fueron juzgados en un tribunal federal en 2001, tras un proceso de interrogatorio que no implicó el uso de prisiones secretas ni torturas. Tras ser declarados culpables en mayo de 2001, fueron condenados a cadena perpetua sin libertad condicional en octubre de 2001, sólo seis semanas después de los atentados del 11-S.

Con la necesaria intervención del juez Kaplan la semana pasada, se ha allanado el camino para que Ahmed Khalfan Ghailani también sea juzgado sin recurrir a los frutos de la tortura, y si -como parece improbable- el gobierno no dispone de pruebas no contaminadas con las que condenarlo, entonces la única respuesta justa es que el gobierno lo ponga en libertad.

Esta, por supuesto, es otra idea controvertida, y que el juez Kaplan reconoció cuando, como lo describió el Washington Post, declaró que Ghailani "probablemente podría seguir retenido como 'algo parecido a un prisionero de guerra' incluso si fuera declarado inocente". Si eso ocurriera, se abriría, comprensiblemente, un nuevo filón de amarga controversia, pero aún no hemos llegado a ese punto y, mientras tanto, la decisión del juez Kaplan de defender la Constitución debe celebrarse, y quienes tengan la tentación de convertir el juicio de Ghailani en una especie de circo deberían centrarse, en cambio, en las condenas anteriores por los atentados de 1998, que sugieren que existen suficientes pruebas no contaminadas para lograr una condena que valide el planteamiento del tribunal federal y arroje más dudas sobre el propósito y la viabilidad de las Comisiones Militares.


 

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