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Bagram no es el nuevo Guantánamo, es el viejo Guantánamo

15 de agosto de 2009
Andy Worthington


En septiembre de 2005, cuando empezó a investigar Guantánamo para mi libro The Guantánamo Files, la prisión seguía rodeada de misterio, a pesar de que los abogados llevaban casi un año visitando a los presos, tras la sentencia del Corte Suprema, de junio de 2004, que les reconocía el derecho de hábeas corpus. Los investigadores del Washington Post y de Cageprisoners, una organización de derechos humanos del Reino Unido, habían confeccionado listas provisionales de las personas detenidas, pero, aunque estos esfuerzos eran encomiables, en gran medida no eran más que tanteos en la oscuridad -un rompecabezas roto basado en informes de los medios de comunicación y entrevistas con presos liberados- porque la administración Bush se negaba a proporcionar detalles sobre los nombres y nacionalidades de las personas detenidas.

En abril de 2006 -cuatro años y tres meses después de la apertura de Guantánamo- el gobierno finalmente reconoció su derrota, después de que Associated Press llevara al Pentágono a los tribunales, y ganara. Ese mes se publicó la primera lista de prisioneros (PDF), con los nombres y nacionalidades de los 558 prisioneros que habían sido sometidos a los Tribunales de Revisión del Estatuto de Combatiente (revisiones unilaterales, diseñadas para refrendar su designación previa como "combatientes enemigos"), a la que siguió, en mayo, una lista de los 759 prisioneros detenidos hasta ese momento (incluidos los 201 que habían sido liberados antes de que comenzaran los tribunales), que incluía nombres, nacionalidades y, cuando se conocían, fechas y lugares de nacimiento (PDF).

El gobierno también hizo públicas 8.000 páginas de transcripciones de los tribunales y acusaciones contra los presos, lo que perforó aún más el velo del secreto, permitiendo a observadores externos, así como a abogados, la oportunidad de examinar si eran ciertas las afirmaciones del gobierno de que la prisión estaba llena de terroristas, y llegar a la conclusión de que, en realidad, la prisión estaba poblada en su mayor parte por hombres inocentes o soldados de infantería talibanes de bajo rango, reclutados para luchar en una guerra civil intermusulmana que comenzó mucho antes de los atentados del 11-S, y que no tenía nada que ver con Al Qaeda ni con el terrorismo internacional.

Estos registros revelaron que una abrumadora mayoría de los hombres no habían sido capturados por las fuerzas estadounidenses en el campo de batalla, sino que les habían sido vendidos por sus aliados afganos o paquistaníes, en una época en la que el pago de recompensas estaba muy extendido, y -lo que quizá resulte más chocante- las transcripciones también revelaron que una gran cantidad de las supuestas pruebas del gobierno no consistía en hechos verificables, sino en "confesiones" hechas por otros prisioneros -o por los propios prisioneros- en circunstancias desconocidas. Una gran cantidad de información manifiestamente poco fiable se atribuyó a figuras no identificadas de Al Qaeda -en general, los "detenidos de alto valor", incluidos Abu Zubaydah y Khalid Sheikh Mohammed, que estaban recluidos en prisiones secretas de la CIA donde el uso de la tortura había sido sancionado por la Oficina de Asesoría Jurídica del Departamento de Justicia, en sus tristemente célebres "memorandos sobre la tortura".

Otra información procedía de "fuentes" no identificadas dentro de Guantánamo, y en el último año, cuando los jueces han podido por fin examinar estas alegaciones en los tribunales de distrito encargados de juzgar los casos de hábeas corpus de los presos, muchas de estas fuentes se han revelado como profundamente poco fiables: informantes parlanchines considerados sospechosos por muchos de los que trabajan entre bastidores en el ejército y otros organismos; presos enfermos mentales; y otros cuyos relatos no han resistido el escrutinio externo, y se han revelado como parte de un supuesto "mosaico" de inteligencia que, como declaró en mayo una juez, Gladys Kessler, "sólo es tan persuasivo como las baldosas que lo componen y el pegamento que las une"." Como expliqué en su momento, el juez Kessler "procedió entonces a destacar un catálogo de deficiencias en las baldosas y el pegamento", desestimando el "mosaico" por estar "compuesto de habladurías de segunda o tercera mano, culpabilidad por asociación y suposiciones insostenibles."

Además, aunque pocos de los prisioneros estaban dispuestos a hablar con un grupo de oficiales militares sobre cómo habían sido maltratados bajo custodia estadounidense, surgieron suficientes relatos para que los abogados y observadores (que también se basó en informes oficiales sobre cómo las técnicas de tortura, utilizadas en las escuelas militares de EE.UU. para entrenar al personal militar estadounidense a resistir los interrogatorios del enemigo, habían sido modificadas para su uso en Guantánamo.) construyeran su propio "mosaico" de información, más convincente, demostrando que los malos tratos -y, en algunos casos, la tortura- también estaban generalizados en Guantánamo, lo que hacía temer que incluso las confesiones que parecían legítimas estuvieran fatalmente viciadas por haber sido obtenidas mediante coacción.

Sería difícil subestimar la importancia de la publicación de estos documentos para quienes participan en una lucha aparentemente interminable por conseguir justicia para las personas recluidas sin cargos ni juicio, que, en general, habían sido detenidas indiscriminadamente y nunca habían sido sometidas a un examen adecuado para determinar si constituían una amenaza para Estados Unidos o sus aliados. Sin embargo, más de tres años después de la publicación de estas listas -y ocho meses después del inicio de la administración Obama-, la historia se repite en la prisión estadounidense de la base aérea de Bagram, en Afganistán. La diferencia, sin embargo, es que en Bagram el reloj se ha detenido antes de que se hayan hecho públicos los dolorosos detalles de la incompetencia, dejando a los abogados y a otros observadores todavía a tientas en la oscuridad.

Lucha por los derechos de los presos de Bagram

El 23 de abril, la ACLU presentó una solicitud de la Ley de Libertad de Información (FOIA) ante el Departamento de Defensa, el Departamento de Justicia, el Departamento de Estado y la CIA, pidiéndoles que hicieran públicos "los registros relativos al número de personas actualmente detenidas en Bagram, sus nombres, ciudadanía, lugar de captura y duración de la detención, así como los registros relativos al proceso que se ha concedido a esos presos para impugnar su detención y su designación como "combatientes enemigos."

El 15 de mayo, la CIA respondió (PDF) afirmando que "no puede confirmar ni negar la existencia o inexistencia de registros que respondan a su solicitud", porque "el hecho de la existencia o inexistencia de los registros solicitados está actualmente y debidamente clasificado", y el 28 de julio, el DoD también respondió (PDF), afirmando, tentadoramente, que, aunque el Centro Nacional de Información sobre Detenidos había proporcionado a la Oficina de Libertad de Información del Departamento de Defensa "un informe clasificado de 12 páginas, actualizado el 22 de junio de 2009", que contenía los "nombres, ciudadanía, fecha de captura, días de detención, lugar de captura y circunstancias de la captura" de los prisioneros, el informe estaba "exento de publicación" porque estaba "debidamente clasificado en interés de la seguridad nacional".

En respuesta, Jonathan Hafetz, abogado del Proyecto de Seguridad Nacional de la ACLU, declaró: "El gobierno de Obama debería cumplir su propia promesa de mayor transparencia y hacer públicos estos datos básicos sobre a quién detenemos y en qué condiciones", y Melissa Goodman, también abogada del Proyecto de Seguridad Nacional de la ACLU, añadió: "Existe la grave preocupación de que Bagram sea otro Guantánamo, salvo que con muchos más presos, menos garantías procésales, sin acceso a abogados o tribunales y, según parece, en peores condiciones. Mientras la prisión de Bagram siga envuelta en el secreto, no habrá forma de conocer la verdad ni de empezar a abordar los problemas que allí existen."


En esto, los abogados de la ACLU estaban sin duda en lo cierto. Según las mejores estimaciones disponibles, en Bagram hay al menos 600 presos, pero, a diferencia de Guantánamo, ningún abogado ha pisado nunca la emblemática prisión afgana del ejército estadounidense, a pesar de que algunos de los presos allí recluidos fueron capturados en otros países y "trasladados" a Bagram, donde han permanecido hasta siete años. La prisión fue especialmente tristemente célebre en sus inicios -sobre todo en 2002, cuando al menos dos presos murieron a manos de las fuerzas estadounidenses-, pero según una encuesta realizada por la BBC en junio de este año, los ex presos, recluidos entre 2002 y 2008, declararon haber sido golpeados, privados de sueño y amenazados con perros, y no ofrecieron indicios de que las condiciones hubieran mejorado desde el principio hasta el final del periodo de seis años.

Por qué los presos extranjeros de Bagram merecen derechos de hábeas corpus

Para entender por qué Bagram necesita un escrutinio independiente, es necesario distinguir entre las dos funciones distintas de la prisión, cada una de las cuales incumple las normas de detención aceptables internacionalmente. La primera se refiere a los prisioneros extranjeros (quizás hasta 30) detenidos en otros países y "entregados" a Bagram. En marzo, cuando los emprendedores abogados de la Red Internacional de Justicia consiguieron por fin presentar una petición de hábeas corpus en nombre de cuatro de estos hombres ante un juez estadounidense (tras haber establecido que estaban retenidos en Bagram mediante conversaciones con familiares basadas en cartas entregadas por el Comité Internacional de la Cruz Roja), el juez en cuestión, John D. Bates, reconoció la inaceptable discrepancia entre los presos de Guantánamo y los "entregados" a Bagram.


Como expliqué en un artículo en su momento, "el juez Bates dictaminó que los derechos de hábeas corpus concedidos por el Corte Suprema a los presos de Guantánamo el pasado mes de junio en el caso Boumediene contra Bush se extendían también a los presos extranjeros de Bagram, porque, como explicó sucintamente, 'los propios detenidos, así como los motivos de la detención, son esencialmente los mismos'". Añadió que, aunque Bagram está "situado en un teatro de guerra activo", y que esto puede plantear algunos "obstáculos prácticos" para una revisión judicial de sus casos, estos obstáculos "no son tan grandes" como sugirió el Gobierno, no son "insuperables" y, además, son "en gran medida elección del Ejecutivo", porque los prisioneros fueron transportados específicamente a Bagram desde otros lugares.

Esto fue una buena noticia para tres de los hombres -Redha al-Najar, tunecino aprehendido en Karachi, Pakistán, Amin al-Bakri, comerciante de piedras preciosas yemení aprehendido en Bangkok, Tailandia, y Fadi al-Maqaleh, yemení- porque, como también expliqué en su momento "sólo un accidente administrativo -o alguna decisión aún desconocida que implicaba mantener a un puñado de prisioneros extranjeros en Bagram, en lugar de enviarlos a todos a Guantánamo- impidió que se unieran a los 779 hombres de la prisión extraterritorial de Cuba." Sin embargo, en el momento de escribir estas líneas, no se sabe si tendrán su día en los tribunales, ya que el gobierno ha recurrido la sentencia del juez Bates.

Por qué los afganos de Bagram deben ser recluidos con arreglo a los Convenios de Ginebra

En la misma sentencia de marzo, el juez Bates se reservó el fallo sobre el caso del cuarto hombre, Haji Wazir, un afgano detenido en 2002 en los Emiratos Árabes Unidos, pero en junio dictaminó que los derechos de hábeas corpus no se extendían a él (ni, por extensión, a todos los demás afganos recluidos en Bagram), por extensión, a todos los demás afganos detenidos en Bagram), principalmente porque estaba de acuerdo con la afirmación del gobierno de que hacerlo causaría "fricciones" con el gobierno afgano, debido a las negociaciones en curso sobre el traslado de prisioneros afganos a la custodia de su propio gobierno.

En consecuencia, es de suponer que el gobierno se siente con derecho a seguir reteniendo a la mayoría de los prisioneros de Bagram -que, por lo que hemos podido averiguar, son afganos detenidos en Afganistán- sin ningún tipo de escrutinio externo. Sin embargo, aunque esto pueda ser aceptable en el sentido de que Bagram es una prisión en una zona de guerra activa, en mi opinión sólo es aceptable si el gobierno demuestra también que retiene a los prisioneros de acuerdo con los Convenios de Ginebra. Como expliqué en un artículo en junio:

    En uno de sus primeros actos como Presidente, Obama firmó una serie de Órdenes Ejecutivas, en las que se comprometía a cerrar Guantánamo en el plazo de un año y a prohibir la tortura, y establecía que el interrogatorio de prisioneros por parte de cualquier agencia gubernamental estadounidense debía seguir las directrices de interrogatorio establecidas en el Manual de Campo del Ejército, que garantiza un trato humano en virtud de los Convenios de Ginebra. La Orden relativa a los interrogatorios también revocaba específicamente la Orden Ejecutiva 13440 del Presidente Bush, de 20 de julio de 2007, que "reafirmaba" su "determinación", de 7 de febrero de 2002, de que "los miembros de Al Qaeda, los talibanes y las fuerzas asociadas son combatientes enemigos ilegales que no tienen derecho a las protecciones que el Tercer Convenio de Ginebra otorga a los prisioneros de guerra".

Como resultado de las reformas declaradas por Obama:

    el Presidente pondría fin de inmediato a lo que sólo puedo describir como la "Rumsfeldización" del ejército estadounidense, en la que, siguiendo las directrices del ex secretario de defensa Donald Rumsfeld (y haciéndose eco de lo que estaba ocurriendo con las agencias de inteligencia, donde el FBI fue marginado por la CIA), la detención de prisioneros ya no consistía en retenerlos humanamente hasta el fin de las hostilidades, sino que se convirtió, por el contrario, en un proceso continuo de interrogatorio, dedicado a obtener "inteligencia procésale", que, por supuesto, degeneró en el uso de la tortura cuando la supuesta "inteligencia procésale" no llegaba. [...]

    Puede ser que las políticas en Bagram cambiaran de la noche a la mañana después de que Obama emitiera sus órdenes ejecutivas en enero, pero la sospecha... es que, en lo que respecta a la administración, ciertas innovaciones clave en la "Guerra contra el Terror" - en particular, la retención de prisioneros por su valor de inteligencia, en lugar de para mantenerlos "fuera del campo de batalla" - se ha convertido en la norma post-9/11, como una especie de reelaboración unilateral de los Convenios de Ginebra.

Por lo que he podido averiguar sobre el funcionamiento de Bagram, no tengo motivos para concluir que la prisión se gestione ahora de acuerdo con los Convenios de Ginebra, manteniendo a los prisioneros "fuera del campo de batalla" hasta el final de las hostilidades (sea cuando sea). En cambio, como informé en marzo, el juez Bates explicó que la justificación del ejército para mantener a los prisioneros en Bagram implica un proceso de revisión similar al que se utilizó en Guantánamo, aunque uno que es a la vez "inadecuado" y "más propenso a errores", y concluyó que el control del ejército estadounidense sobre Bagram "no es apreciablemente diferente al de Guantánamo". La creación de tribunales tan inadecuados, cabe señalar, es todo un logro, ya que los tribunales de Guantánamo fueron condenados enérgicamente por los antiguos oficiales que trabajaron en ellos, incluido, en particular, el teniente coronel Stephen Abraham, que emitió una serie de explosivas declaraciones en 2007.

Además, el resumen que hizo el juez Bates del proceso de revisión en Bagram, que, como también explicó, "está muy por debajo de lo que el Corte Suprema consideró inadecuado en Guantánamo", fue, de hecho, realmente inquietante. Citó una declaración del Gobierno en la que se afirmaba que la Junta de Revisión de Combatientes Enemigos Ilegales (UECRB) de Bagram ni siquiera permite a los presos tener un "representante personal" del ejército en lugar de un abogado (como en Guantánamo), y que "los detenidos de Bagram se representan a sí mismos", y añadió, con una palpable sensación de incredulidad:

    Los detenidos ni siquiera pueden hablar por sí mismos; sólo se les permite presentar una declaración por escrito. Pero al presentar esa declaración, los detenidos no saben en qué pruebas se basa Estados Unidos para justificar la designación de "enemigo combatiente", por lo que carecen de una oportunidad significativa de refutar esas pruebas. La definición de "combatiente enemigo", amplia y en constante cambio [del Gobierno], unida a la incertidumbre de las normas probatorias, socava aún más la fiabilidad de la revisión de la UECRB. Y, a diferencia del proceso CSRT, los detenidos de Bagram no reciben ninguna revisión más allá de la propia UECRB.

Una conclusión desafiante



Sr. Presidente En conclusión, pues, debería ser evidente que el gobierno no puede mantener el statu quo de la administración Bush en Bagram, ya que está fracasando en dos frentes a la hora de mantener a los prisioneros de acuerdo con las normas de detención internacionalmente aceptables que existían antes de que la administración Bush dejara de lado las Convenciones de Ginebra para los prisioneros de guerra, y mantuviera a los sospechosos criminales más allá de la ley.

Si la administración Obama no va a someter a juicio a los prisioneros extranjeros "entregados" a Bagram, entonces el Presidente tiene que permitirles impugnar el fundamento de su detención ante un juez imparcial; y si restablece los Convenios de Ginebra para los prisioneros de guerra y, de un plumazo, relega a la historia las horrendas novedades de su predecesor, entonces tiene que hacer algo más que hablar de boquilla sobre el restablecimiento de los Convenios, y tiene que demostrar, que no está perpetuando una forma de detención al estilo Rumsfeld, en la que el trato humano es secundario frente a la búsqueda de "inteligencia procésale", porque, una vez que se descartan las normas, nuestra historia reciente nos muestra que lo que sigue, inexorablemente, es la tortura y el abuso.


 

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