14 años incomunicado: Abu Zubaydah, prisionero de
Guantánamo, víctima de la tortura de la CIA y el líder de Al-Qaeda que no lo fue
28 de abril de 2016
Andy Worthington
Más de diez años desde que empecé a trabajar a tiempo completo en Guantánamo, ha
habido progresos innegables en algunas áreas, y absolutamente ningún movimiento
en otras. Se
ha liberado a centenares de presos, lo que ha sido enormemente importante
para un lugar en el que sólo un pequeño porcentaje de los hombres -y niños-
recluidos allí han sido acusados alguna vez, de forma realista, de estar
implicados en actividades terroristas, y, tras demasiados años de retrasos e
inacción, el presidente Obama ha estado presionando para conseguir finalmente
el cierre de la prisión, aunque han pasado más de siete años desde que prometió
por primera vez hacerlo en el plazo de un año.
En la actualidad sólo hay 80 hombres recluidos,
y aunque todavía no está claro si el presidente podrá cerrar Guantánamo antes
de dejar el cargo, ya que el Congreso tendrá que retirar su prohibición de
llevar a cualquier preso a la parte continental de Estados Unidos por cualquier
motivo, o tendrá que cerrarla mediante una acción ejecutiva, que puede o no ser
práctica o posible, es concebible que el fin de Guantánamo esté a la vista.
Y, sin embargo, para todos los hombres maltratados en Guantánamo, y en otros lugares en la brutal
"guerra contra el terror" de Estados Unidos, es notable que nadie ha
rendido cuentas por su sufrimiento, y, para algunos de los 80 hombres aún
detenidos, también parece que no se vislumbra el final de su sufrimiento. Me
refiere en particular a algunos de los llamados "detenidos de alto
valor", 15 hombres, entre ellos 13 que fueron trasladados a Estados Unidos
desde "sitios negros" de la CIA -prisiones de tortura- en septiembre
de 2006, tras permanecer hasta cuatro años y medio recluidos en régimen de
incomunicación. Uno de esos hombres -el primero en ser aprehendido, de hecho-
puede ser el más desafortunado de todos: Abu Zubaydah.
Es desalentador para mí darme cuenta de que he estado escribiendo sobre Abu Zubaydah durante diez
años, pero no ha habido ningún progreso en su caso. Escribí sobre él por
primera vez en mi libro The Guantánamo
Files y, entre 2008 y 2010, en una serie de artículos en los que
intenté destacar la importancia de su caso -por ejemplo, La
insignificancia y la locura de Abu Zubaydah: El ex prisionero de Guantánamo
confirma las dudas del FBI, Perdido
en Guantánamo: Los 16 de Faisalabad, Abu
Zubaydah: La futilidad de la tortura y un rastro de vidas rotas, Diez
terribles verdades sobre los memorandos de tortura de la CIA (primera parte),
¿Quién
autorizó la tortura de Abu Zubaydah?, Diario
de torturas de Abu Zubaydah, Abu
Zubaydah: Torturado por nada, Abu
Zubaydah y el caso contra la tortura Arquitecto James Mitchell, Cómo
Jay Bybee ha aprobado el procesamiento de agentes de la CIA por tortura y En el caso de Abu Zubaydah, el
tribunal se basa en propaganda y mentiras.
Brevemente, su historia es la siguiente: Capturado en una redada domiciliaria en Faisalabad
(Pakistán) el 28 de marzo de 2002, cuando estaba gravemente herido, se
convirtió en la primera víctima del programa de tortura de la CIA tras el 11-S,
fue trasladado en avión a Tailandia y sometido a terribles torturas, entre
ellas 83 submarino. Cuatro años y medio más tarde, tras ser trasladado a
otros "sitios negros", entre ellos Polonia (por lo que el Tribunal
Europeo de Derechos Humanos le concedió
una indemnización de 148.000 dólares en febrero de 2015), acabó en
Guantánamo, donde, con el tiempo, el gobierno se ha retractado de todas sus
escandalosas afirmaciones originales de que era un alto miembro de Al Qaeda e
incluso de que tenía conocimiento de los atentados del 11-S, por no hablar de
que estaba implicado en ellos.
Sin embargo, para los "detenidos de alto valor" en general, Guantánamo se ha convertido en
otro tipo de "lugar negro", en el que, aunque hayan cesado las
torturas explícitas, siguen privados de justicia y, si no son acusados en el
sistema de juicios ante comisiones militares, también permanecen completamente
aislados del mundo exterior.
Este es el caso de Abu Zubaydah y de otros "detenidos de alto valor" que no ha sido acusado:
Abu Faraj al-Libi, Riduan Isamuddin (Hambali) y dos presuntos cómplices (Modh
Farik Bin Amin y Mohammed Bin Lep), Gouled Hassan Dourad, somalí, y Muhammad
Rahim, afgano.
La escandalosa verdad, de la que aún no se ha percatado la mayoría de la gente, es que, en el caso de
los "detenidos de alto valor", todas y cada una de las palabras que
pronuncian ante sus abogados son confidenciales, y ni una sola sílaba puede
hacerse pública al mundo exterior. Para todos los demás prisioneros, la
presunta clasificación de cada palabra intercambiada entre ellos y sus abogados
sólo dura hasta que éstos presentan las notas de sus reuniones al equipo de
censura del Pentágono, que decide qué puede hacerse público y qué debe
permanecer clasificado. En muchos casos, supongo, esto significa que la
información perjudicial ha permanecido oculta, pero en muchos otros casos lo
que no ha sido clasificado ha sido divulgado después por los abogados y, en
ocasiones, ha avergonzado gravemente a las autoridades.
Entonces, ¿qué pasa con los "detenidos de alto valor" que significa que cada palabra que
han pronunciado debe permanecer censurada? La respuesta, en pocas palabras, es
la tortura. En un esfuerzo desesperado por eludir la rendición de cuentas por
el programa de tortura, los funcionarios han silenciado sin piedad a sus
víctimas, incluso cuando la verdad se ha filtrado a través de otras fuentes o
se ha hecho pública, como en el caso del informe del Comité de Inteligencia del
Senado de Estados Unidos sobre el programa de tortura de la CIA, cuyo resumen
ejecutivo se publicó
en diciembre de 2014.
En el caso de los que se enfrentan a juicios ante comisiones militares, ha habido oportunidades
intermitentes de mencionar su tortura, pero la razón principal por la que los
juicios avanzan tan lentamente es que, fundamentalmente, una de las partes -el
gobierno- está empeñada en ocultar las pruebas de tortura, mientras que la
otra, los equipos de defensa, están, por supuesto, empeñados en sacarlas a la
luz. Sin embargo, Abu Zubyadah, y los demás hombres que no han sido acusados,
ni siquiera tienen la oportunidad de mencionar a hurtadillas sus torturas
durante las vistas, como
ha sucedido en ocasiones con
los cinco hombres acusados como coautores de los atentados del 11-S.
En un nuevo esfuerzo por poner de relieve la injusticia que se sigue cometiendo en el caso de Abu Zubaydah, Rebecca Gordon,
profesora del departamento de Filosofía de la Universidad de San Francisco y
autora de un libro de reciente publicación, American
Nuremberg: The U.S. Officials Who Should Stand Trial for Post-9/11 War Crimes,
acaba de publicar un recordatorio de su caso, "El
líder de al-Qaeda que no lo era", para Tom
Dispatch (posteriormente publicado en CounterPunch, the Nation y otros
sitios), que también publico a continuación, con la introducción de Tom
Engelhardt, porque lo que le ocurrió a Abu Zubaydah sigue siendo muy significativo.
Me complace observar que Rebecca se basa en otro de mis artículos sobre Abu
Zubaydah, Incluso en el sombrío mundo de Cheney, la historia de la tortura de
Al-Qaeda e Irak es un nuevo punto bajo, en el que pedí por primera vez el
procesamiento de Dick Cheney por crímenes de guerra, y estoy encantado de que
haya escrito un libro entero sobre la necesidad actual de que los que
autorizaron el programa de tortura rindan cuentas.
Sin embargo, lo que más se me ha quedado grabado de este artículo es una anécdota sorprendente
sobre Abu Zubaydah que se reveló en el informe sobre torturas del Comité de
Inteligencia del Senado, cuando, como lo describe Rebecca Gordon:
El cuartel general de la CIA aseguró a quienes interrogaban a Zubaydah que "nunca se le pondría en una situación
en la que tuviera algún contacto significativo con otras personas y/o tuviera
la oportunidad de ser liberado". De hecho, "todos los actores
principales están de acuerdo", declaró la agencia, en que "debe
permanecer incomunicado durante el resto de su vida."
Espero que tengan tiempo de leer el artículo que sigue, y de compartirlo si lo encuentran útil -
y recuerden, sin rendición de cuentas, como señala Rebecca Gordon en su
conclusión, no hay garantía de que los horrores de la "guerra contra el
terror" no vuelvan a ocurrir. Además, como siempre trato de señalar, sin
rendición de cuentas, la noción venenosa de que la tortura es aceptable, o
necesaria, sigue infectando la psique colectiva de Estados Unidos, con los
efectos desastrosos que Tom Engelhardt destaca en su introducción al artículo -
en la jactancia de Donald Trump y Ted Cruz de que, si son elegidos, se
entregarían con entusiasmo a nuevas acciones que son crímenes de guerra. Esto
sólo proporciona más pruebas, si es que hacía falta alguna, de que los altos
cargos de EE.UU. que ya han cometido crímenes de guerra deben ser procesados.
El Documento Nº 1 en cualquier futuro juicio a Estados Unidos por crímenes de guerra
Introducción de Tom Engelhardt
Pensemos un momento en lo absolutamente chocante de nuestro mundo estadounidense. En los últimos meses,
tanto Donald Trump como Ted Cruz han formulado un abanico de sugerencias como
para poner los pelos de punta: en su condición de presidente, uno u otro podría
ordenar a las fuerzas armadas de Estados Unidos y a la CIA que cometan acciones
que incluirían someter a la tortura del “submarino”* a los sospechosas de
terrorismo (o “cualquier
otra endiablada cosa”), el asesinato de los familiares de los terroristas y
el bombardeo “de
saturación” de zonas de Siria. En términos legales, todos estos actos
serían crímenes de guerra. Estas promesas han escandalizado a muchos
estadounidenses de varios sectores importantes del país, que han condenado la
posibilidad de tener un presidente así, sugiriendo que ambos están haciendo un
llamamiento a cometer actos absolutamente ilegales, auténticos “crímenes
de guerra”, y que las fuerzas armadas de Estados Unidos y otros organismos
pueden justificar el rechazo de semejantes órdenes. En este contexto, por
ejemplo, hace poco tiempo el director de la CIA John Brennan dejó
claro que ninguna agencia operativa a sus órdenes sometería al “submarino”
a un sospechoso en referencia a las posibles órdenes de esa naturaleza
provenientes de un futuro presidente (no estaré de acuerdo con la aplicación de
esas tácticas o técnicas de las que he oído hablar; esta institución necesita perdurar”).
Dicho de otro modo, desde luego es intolerable que Donald Trump sugiera estos actos, pero aquí lo más
extraño de todo esto es que Donald Trump no hace más que expresar lo que un
presidente estadounidense absolutamente real (y un vicepresidente, y un
secretario de Estado, ect., etc.) ya vienen haciendo. Entre otras cosas, con la
expresión eufemística de “técnicas mejoradas de interrogación”, ellos han
ordenado a la CIA el uso de la tortura, entre ellas el “submarino” (lo que en
tiempos en los que se hablaba llanamente, se conocía como “la tortura del
agua”). También dan carta blanca para que las fuerzas armadas de Estados Unidos
torturen o traten violentamente a los prisioneros que tienen en custodia. Han
dado luz verde a la CIA para que secuestre
a sospechosos de terrorismo (que a menudo resultan ser personas perfectamente
inocentes) en cualquier ciudad del mundo o en remotas zonas desérticas de
cualquier país y llevarlos a prisiones en países con los peores regímenes
torturadores o a centros de detención clandestinos (“sitios
negras”) que la CIA tiene permitido instalar en países obedientes. En otras
palabras, Una administración totalmente real ha ordenado y supervisado crímenes
totalmente reales (se ha informado de que sus principales funcionarios (Dick
Cheney y Condoleezza Rice, entre otros) han discutido
estas técnicas en la Casa Blanca).
A su vez, a la CIA esas sus órdenes le vinieron como anillo al dedo y las cumplió sin quejarse. Un solo
funcionario de la CIA habló en público para oponerse a semejante programa; el
resultado fue su encarcelamiento
por revelar información clasificada a un periodista (fue el único funcionario
de la CIA que pagaría con la cárcel por los actos de tortura de la Agencia).
Del mismo modo, en lugares como Abu Ghraib, los
militares obedecieron las órdenes sin quejas ni resistencia significativas.
Normalmente, en sus notas los medios hegemónicos adoptan eufemismos como
“técnicas mejoradas de interrogación” o “técnicas duras”;
nada de decir “tortura” o “crímenes de guerra”. Regresando a los años
posteriores a 2001, John Brennan, por entonces subdirector ejecutivo de la CIA,
no dijo ni pío sobre lo que con toda seguridad sabía que ocurría en su propia
Agencia. De hecho, en 2014, ya como director, en realidad defendió
esas prácticas porque servían para obtener “información útil para abortar
planes de ataque, capturar a terroristas y salvar vidas”. Además, ninguno de
los que ordenaban o supervisaban la tortura y otros comportamientos criminales
(algunos de ellos venderían
sus “memorias”
ganando millones de dólares) sufrieron el menor castigo por los hechos que
habían presenciado y/o instigado.
Para resumir: cuando Donald Trump dice semejantes cosas, se trata de una futura pesadilla que debe ser
llamada por su nombre y denunciada; también rechazada y resistida por los
militares y los funcionarios de la inteligencia. Sin embargo, en qué momento un
presidente de Estados Unidos y sus principales funcionarios han cometido
realmente tales cosas, es una cuestión completamente diferente. Hoy, Rebecca
Gordon, colaboradora
habitual de Tom Dispatch hace suyo el carácter pesadillesco de aquellos
años –mayormente tapado en este momento– evocando el nefasto caso de un ser
humano maltratado. Este relato debería estremecer a los estadounidenses.
También acaba de publicar un nuevo libro, American
Nuremberg: The U.S. Officials Who Should Stand Trial for Post-9/11 War Crimes,
que no podría ser más relevante. Para un país cuya memoria ha sido
convenientemente borrada, la lectura de este libro es obligada.
El líder de
al-Qaeda que no lo era: El vergonzoso suplicio de Abu Zubaydah
Rebecca Gordon
TomDispatch
24 de abril de 2016
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García
Ciertamente, los cargos contra el hombre eran serios.
* Donald Rumsfeld dijo
que “si no era el número 2, estaba muy cerca de quien lo es” en al-Qaeda
* La CIA informó
al adjunto del secretario de Justicia Jay Bybee de que él “servía como oficial
de alto rango de Osama Bin Laden. En carácter de tal, dirigió una red de campos
de adiestramiento... También coordinaba los contactos exteriores y las
comunicaciones de al-Qaeda con el extranjero”.
* El director de la CIA Michael Hayden le dijo a la prensa en 2008 que el 25 por ciento de la
información que su Agencia había obtenido acerca de al-Qaeda en fuentes
personales “tenía su origen” en otro detenido y él.
* George W. Bush utilizo el caso de este hombre para justificar
el “programa de interrogación mejorada” alegando que “que él había dirigido un
campo de terroristas en Afganistán donde se había adestrado a algunos de los
secuestradores del 11-S” y que “había ayudado a sacar de Afganistán a algunos
jefes de al-Qaeda” para que no fueran capturados por unidades militares de
Estados Unidos.
Nada de esto era
verdad.
E incluso si hubiese sido verdad, lo que la CIA le hizo a Abu Zubaydah –con el conocimiento y beneplácito
de los más altos funcionarios gubernamentales– es un ejemplo de primera del
tipo de crímenes –aún impunes– cometidos por funcionarios como Dick Cheney,
George Bush y Donald Rumsfeld en la llamada guerra total contra en terror.
Entonces, ¿quién era ese infame y dónde está ahora? Su nombre es Zayn al-Abidin Muhammad Husayn, pero se
le conoce mejor por su apodo árabe, Abu Zubaydah. Por lo que sabemos hasta
ahora, todavía está en confinamiento solitario en Guantánamo.
De nacionalidad saudí, en los ochenta Zubaydah ayudó a administrar el campo Khaldan, una instalación para
adiestrar muyahidines montado en Afganistán con ayuda de la CIA durante la
ocupación de ese país por parte de la Unión Soviética. En otras palabras, en
aquellos tiempos, Abu Zubaydah era un aliado de Estados Unidos en su lucha
contra los rusos, uno de los “luchadores
por la libertad” del presidente Ronald Reagan (como, efectivamente, también
lo era entonces Osama Bin Laden).
Más tarde, la vida de Zubaydah en manos de la CIA fue mucho más penosa. Tuvo la dudosa suerte de
estar entre los “primeros” de la CIA: el primer prisionero sometido al
“submarino” después del 11- S; el primero con quien experimentaron los
sociólogos que trabajaban como contratistas de la CIA; uno de los primeros
“prisioneros fantasmas” (detenidos ocultos al mundo, incluso a la Comisión
Internacional de la Cruz Roja a la que, en el contexto de las Convenciones de
Ginebra, debe permitírsele acceder a todos los prisioneros de guerra); y uno de
los primero prisioneros nombrados en un memorándum escrito por Jay Bybee para
la administración Bush sobre qué se podía hacer “legalmente” a un detenido sin
que presuntamente, se violaran las leyes federales de
Estados Unidos contra la tortura.
La historia de Zubaydah es –o al menos debería ser– el relato icónico de los extremos de ilegalidad a
los que llegaron la administración Bush y la CIA en la estela de los ataques
del 11-S. Aun así, algunos ex funcionarios, desde el director de la CIA Michael
Hayden hasta el vicepresidente Dick
Cheney y el propio George
W. Bush, los han presentado como un brillante ejemplo del uso de las
“técnicas mejoradas de interrogación” para extraer la información necesaria de
los “malhechores” de ese momento.
Zubaydah fue un experimento pionero de las prácticas de la CIA en los tiempos que siguieron al 11-S; he
aquí lo notable (pese a que todavía no habían empezado a formar parte de la
versión que los medios dominantes dieron de este caso): todo fue una gran
mentira. Zubaydah no estaba involucrado con al-Qaeda; él era cabecilla de algo
inexistente; nunca intervino en la planificación de los ataques del 11-S. Fue
brutalmente maltratado; en un mundo distinto, él sería el Documento Nº 1 en el
juicio por crímenes de guerra contra los más altos jefes de Estados Unidos y su
principal agencia de espionaje.
Aun así, tan conocido como fue una vez, Zubaydah ha sido olvidado por todos excepto sus
abogados y unos pocos y tenaces periodistas.
No debería haber sido olvidado. Él fue el cobayo de un tipo de
tortura que ahora Donald Trump quiere
que el gobierno de Estados Unidos restablezca porque presumiblemente “funcionó”
tan bien en su comienzo. Con un candidato republicano prometiendo
esperanzadamente futuros crímenes de guerra, vale la pena reconsiderar el caso
Zubaydah y pensar en cómo impedir que aquello vuelva a suceder. Después de
todo, es solo debido a que nadie ha tenido que rendir cuentas por la tortura
utilizada durante la administración Bush que Trump y otros se sienten libres
para prometer más
crímenes de guerra –e incluso más
feroces– en el futuro.
La experimentación en tortura
En agosto de 2002, un grupo de agentes del FBI y de la CIA y de soldados pakistaníes apresó a Zubaydah
(junto con unos 50 hombres más) en Faisalabad, Pakistán. En la acción, él fue
gravemente herido de bala en un muslo, un testículo y el estómago. Si la CIA no
hubiese llamado a un cirujano estadounidense para que lo recompusiera muy bien
podría haber muerto. Sin embargo, el interés de la CIA en que Zubaydah
sobreviviera era del todo menos humanitario. Sus funcionarios lo querían vivo
para interrogarle; incluso después de que él se hubo recuperado lo suficiente
como para ser interrogado, sus captores le retaceaban los medicamentos para
paliar el dolor como una forma de tortura.
Cuando Zubaydah “perdió” el ojo izquierdo en misteriosas
circunstancias mientras era custodiado por la CIA, una vez más la
preocupación de la agencia no tuvo nada que ver con su salud. El informe sobre la tortura
presentado en diciembre de 2014 por la Comisión de Inteligencia (a pesar de la
oposición de la CIA, que incluyó el pirateo de los ordenadores de la comisión)
describió así la situación: después de haber perdido el ojo, “... en octubre de
2002, en el LUGAR DE DETENCIÓN GREEN (ahora se sabe que estaba en Tailandia)
recomendó que se comprobara la visión del ojo derecho, notándose que ‘tenemos
la certeza de que puede ver, leer y escribir’. Le lugar de detención Green puso
el énfasis en que “esta solicitud está motivada por nuestras necesidades de
inteligencia [no] por preocupaciones humanitarias respecto de AZ”.
Después, la CIA se puso a trabajar en la interrogación de Zubaydah con la ayuda de dos contratistas, los psicólogos
Bruce Jessen y James Mitchell, que habían sido instructores en el centro de
adiestramiento SERE** de la Fuerza Aérea, pudieron probar sus teorías sobre el
uso de la tortura para inducir lo que ellos llamaban “indefensión
aprendida” con el objetivo de reducir la capacidad de resistir los
interrogatorios de un sospechoso. ¿El costo de este contrato? Apenas 81
millones de dólares.
Los archivos de la CIA muestran que, a partir de un programa elaborado por Jessen y Mitchell, los
interrogadores de Abu Zubaydah le habrían sometido al “submarino” unas 83 veces
durante un solo mes; esto significa que lo amarraban a una tabla de madera, le
cubrían todo el rostro con una tela y después derramaban agua poco a poco sobre
la tela hasta que él empezaba a ahogarse. Según informó la comisión senatorial,
en cierto momento del interminable y repetido suplicio, Zubaydah “dejó de
responder a cualquier estímulo y de su boca, completamente abierta, solo salían burbujas”.
Cada una de esas 83 sesiones de lo que llamaba “el ciclo de riego” tenía cuatro pasos:
“1) exigencias de información intercaladas con la aplicación de agua hasta casi anegar sus vías
respiratorias, 2) aumento de la cantidad de agua derramada hasta que las vías
respiratorias se bloquearan y él empezara a tener espasmos involuntarios, 3)
aumento del agua hasta anegar completamente la traque y los bronquios y 4)
disminución de la cantidad de agua y regreso a la exigencia de información.”
La CIA grabó en vídeo cada una de las “etapas” a las que fue sometido Zubaydah, pero en 2005 destruyó las
cintas cuando aparecieron noticias sobre su existencia y aumentó el apuro de la
agencia por el descubrimiento (y la posibilidad de futuras acusaciones). Más
tarde, el director de la CIA Michael Hayden aseguraría a la CNN
que las cintas habían sido destruidas solo porque “ya no tenían ‘valor para la
inteligencia’ y planteaban un riesgo para la seguridad”. ¿La “seguridad” de
quién estaba en riesgo si las cintas se hacían públicas? Muy probablemente, la
de los agentes operativos de la CIA y la de los contratistas que estaban
violando muchas leyes nacionales e internacionales contra la tortura, junto con
altos funcionarios de la CIA y de la administración Bush que había aprobado
conscientemente esas acciones.
Además del “submarino”, el informe del Senado sobre la tortura señala que Zubaydah
fue obligado a mantener insoportables
posiciones (que provocan terrible dolor pero no dejan huellas); sufrió
privación de sueño (durante periodos de hasta 180 horas, lo que normalmente
ocasiona alucinaciones o psicosis); largas exposiciones a sonidos muy fuertes
(otra forma de inducir psicosis); “walling” la palabra inventada
por la CIA para nombrar una tortura que consiste en golpear la espalda del
prisionero contra una pared “falsa y flexible”, aunque Zubaydah declaró ante la
Cruz Roja que la primera vez que fue sometido a esta práctica, “fue arrojado
contra un muro de hormigón”; y confinamiento durante horas en una celda tan
pequeña que en ella era imposible ponerse de pie. Todos estos métodos de
tortura habían recibido un explícito “visto bueno” en un memorándum escrito por
Jay Bybee al abogado principal de la CIA John Rizzo –por entonces, Bybee
trabajaba en la oficina de Asesoría Legal del departamento de Justicia–. En ese
memorándum,
Bybee aprobó el empleo en Zubaydah de 10 “técnicas” distintas.
Parece probable que, mientras la CIA estaba torturando a Zubaydah con la dirección de Jessen y
Mitchell para sacarle cualquier información que pudiese tener, también se le
estaba utilizando para comprobar la “eficacia” del submarino como técnica de
tortura. De haber sido así, tanto la CIA como sus contratistas violaron no solo
el derecho internacional sino también la ley sobre Crímenes de Guerra de
Estados Unidos, que prohíbe expresamente experimentar con prisioneros.
¿Qué es lo que nos hace pensar que el tratamiento dado a Zubaydah haya sido, en parte, un experimento?
El 30 de mayo de 2005, en un memorándum
enviado a Rizzo, Steven Bradbury –jefe de la oficina de Asesoría Legal del
departamento de Justicia– hablaba sobre si conservar o no los archivos de la
CIA. Había, comentó Bradbury, cierto método en la brutalidad de la CIA. “Se
conservan cuidadosamente registros de cada interrogatorio”, escribió. Este
procedimiento, continuaba, “permite la evaluación continua de la eficacia de
cada técnica y sus posibilidades para cualquier resultado no buscado o
inadecuado”. En otras palabras, con el apoyo del departamento de Justicia de
Bush, la CIA llevaba metódicos registros de un procedimiento experimental
diseñado para evaluar las bondades del funcionamiento del “submarino”.
Esta era también la impresión de Zubaydah. “Durante este periodo me dijeron que yo era uno de los
primeros en recibir esas técnicas de interrogación”, habría de decir tiempo
después Zubaydah a la comisión internacional de la Cruz Roja, “entonces, no
había ninguna regla. Daba la impresión de que estaban experimentando y probando
unas técnicas para usarlas más tarde con otras personas”.
Además de las filmaciones, la oficina de Servicios Médicos de la CIA exigía un meticuloso registro escrito
de cada sesión de “submarino”. Los detalles que debían quedar registrados
fueron explicados con toda claridad:
“Para disponer en el futuro de más información para hacer recomendaciones y diagnósticos médicos, es
importante que cada aplicación del ciclo de riego sea rigurosamente
documentada: la duración de cada aplicación (y la totalidad del procedimiento),
cuánta agua se ha utilizado (teniendo en cuenta que mucha se pierde), cómo es
aplicada exactamente el agua, si se consiguió un bloqueo, si se llenaron los
conductos nasales o bronquiales, el volumen del material estomacal vomitado, la
duración de las pausas entre aplicaciones y el aspecto que tenía el sujeto
entre cada tratamiento”.
Una vez más, queda claro que se trata de registros de un procedimiento en experimentación y, tal como se
realizaron, centrados en determinar la cantidad de agua adecuada, si acaso se
había conseguido un “bloqueo” respiratorio (de modo que el aire no pudiese
llagar a los pulmones); si acaso los conductos nasales o bronquiales (es decir,
nariz y garganta) estaban tan llenos de agua que la víctima no podía respirar;
y cuánto vomitaba el “sujeto”.
Fue con Zubaydah que la CIA también inició la práctica –generalizada después del 11-S– de esconder a los
detenidos, para que no pudiesen ser entrevistados por la Cruz Roja, en sus “sitios
negros”, las prisiones secretas instaladas en países de todo el mundo cuyos
regímenes eran confiables o cómplices. Esos prisioneros no registrados como
tales pasaron a ser conocidos como “prisioneros fantasma”, ya que no tenían
existencia oficial. Tal como señaló el informe senatorial sobre la tortura, “En
parte para evitar que la comisión internacional de la Cruz Roja entrevistara a
Zubaydah, que hubiese sido lo exigible si el detenido hubiese estado en una
base militar de Estados Unidos, la CIA decidió conseguir autorización para
detener clandestinamente a Aby Zubaydah en una instalación en otro país” (ahora
se sabe que ese país fue Tailandia).
Tortura y lógica circular
Tal como informara
el periodista de investigación inglés Andy Worthington en 2009, la
administración Bush utilizó los resultados de los interrogatorios a Abu
Zubaydah para justificar el mayor crimen de ese gobierno: la invasión ilegal de
Irak. Algunos funcionarios filtraron a los medios que Zubaydah había confesado
que sabía del acuerdo secreto al que habían llegado Osama bin Laden, Abu Musab
al-Zarqawi (quien después comandó al-Qaeda en Irak) y el autócrata iraquí
Saddam Hussein de trabajar mancomunadamente “para desestabilizar la región
autónoma kurda en el norte de Irak”. Por supuesto, esto era una mentira total.
Zubaydah no podía conocer semejante acuerdo, primero porque, según palabras de
Washington, era “absurdo”, y segundo porque Zubaydah no era miembro de al-Qaeda
ni nada parecido.
De hecho, la prueba de que Zubaydah no tenía nada que ver con al-Qaeda iba más allá de lo circunstancial;
era completamente falsa. El razonamiento de la administración era algo así:
Zubaydah, un “jefe importante de al-Qaeda” mandaba el campo Khaldan en
Afganistán, por lo tanto, Khaldan era un campo de al-Qaeda; si Khaldan era un
campo de al-Qaeda, Zubaydah debe haber sido un jefe importante de al-Qaeda.
Entonces, la CIA utilizó sus “técnicas mejoradas” para arrancar aquello que quería oír de boca de un
hombre cuya vida no tenía relación alguna con las mentiras que evidentemente, y
como consecuencia de la tortura, les dijo finalmente a sus captores. Nada
sorprendente; ningún componente de la fórmula de la administración demostró ser
correcto. Era verdad que, durante varios años, la administración Bush habló
rutinariamente de Khaldan como si fuera un campo de adiestramiento de al-Qaeda,
aunque la CIA sabía muy bien que eso no era así.
Por ejemplo, el informe sobre tortura
de la comisión de inteligencia del Senado de Estados Unidos dejó esto asentado
con absoluta claridad; para hacerlo se remitió a la Evaluación de Inteligencia
de la CIA, del 16 de agosto de 2006, titulada “Countering Misconceptions About
Training Camps in Afghanistan, 1990-2001” (Respuesta al extendido error sobre
los campos de adiestramiento en Afganistán, 1990-2001). Lo hizo así:
“Khaldan no está asociado con al-Qaeda. Un error generalizado en artículos del exterior es que el campo
de Khaldan estaba dirigido por al-Qaeda. Un reporte anterior al 11 de
septiembre de 2001 informaba erróneamente de que Abu Zudaybah era un
‘importante comandante de al-Qaeda’, lo que condujo a inferir que el campo
Khaldan que él regenteaba estaba vinculado con Osama bin Laden.”
No solo que Zudaybah no era un jefe importante de al-Qaeda; según el informe, él había sido rechazado como
miembro de al-Qaeda tan tempranamente como 1993, y la CIA lo sabía al menos
desde 2006, si no antes. No obstante, un mes después de que se aclarara
internamente la naturaleza del campo Khaldan y la falta de vinculación de
Zudaybah con al-Qaeda, el presidente Bush utilizó
la historia de la captura e interrogatorio de Zudaybah en un discurso a la
nación para justificar el programa de “interrogatorio mejorado” de la CIA. En
ese momento, dijo que Zudaybah había “ayudado a sacar a escondidas a algunos
líderes de al-Qaeda fuera de Afganistán”.
En el mismo discurso, Bush le dijo a la nación: “Nuestra comunidad de la inteligencia cree que [Zubaydah]
dirigió un campo de adiestramiento de terroristas en Afganistén donde se
entrenaron algunos de los secuestradores del 11-S” (presuntamente, una
referencia de Khaldan). En lugar de eso, es posible que la CIA estuviera tras
algunas personas que realmente adiestraron a a los secuestradores:
los operadores de escuelas de vuelo de Estados Unidos, en las que según una
nota del Washington Post del 23 de septiembre de 2001, la FBI ya
sabía que había “terroristas” que estaban aprendiendo a pilotar aviones 747.
En junio de 2007, la administración Bush insistió en sus dichos acerca de que Zudaybah había estado
involucrado en los ataques del 11-S. En una presentación ante la comisión de
Seguridad y Cooperación con Europa del Congreso de Estados Unidos, el asesor
legal del departamento de Estado John Belinger, argumentando sobre la razón
para que no se cerrara la prisión de Guantánamo, explicó que esa prisión
“cumple un servicio muy importante: retener y custodiar a individuos
extremadamente peligrosos... [como] Abu Zudaybah, unas personas que han
planificado el 11-S”.
Cargos retirados
En septiembre de 2009, el gobierno de Estados Unidos levantó –sin hacer ruido– los muchos cargos contra
Abu Zubaydah, Su abogado había presentado un pedido de habeas corpus en
su beneficio; es decir, una solicitud para ejercitar el derecho constitucional
que le cabe a todo aquel que esté detenido para saber cuáles son los cargos que
pesan sobre esa persona. En ese contexto, se pedía al gobierno que
proporcionara cierta documentación que ayudara a sustanciar su reclamo de que
la continuación de la detención de su defendido en Guantánamo era ilegal. La
recién comenzada administración Obama respondió con un documento de 109
páginas redactado por el Tribunal Distrito de Columbia, que es el designado por la ley para escuchar los casos de habeas
corpus de los detenidos en Guantánamo.
La mayor parte del documento se reducía a un argumento gubernamental ciertamente bastante curioso,
si se tiene en cuenta los años que el gobierno federal llevaba alardeando sobre
el papel central de Zubaydah en las actividades de al-Qaeda. Argumentaba que no
había razón para entregar unos documentos “exculpatorios” que demostraran que
él no fuera integrante de al-Qaeda o no estuviese implicado en los ataques del
11-S o cualquier otra actividad terrorista dado que el gobierno ya no estaba
sosteniendo que algo de eso fuese verdad.
Los abogados del gobierno continuaron argumentando –bastante extravagantemente– que la administración
Bush nunca había “sostenido que [Zubaydah] tuviese alguna implicación personal
en la planificación o la realización... de los ataques del 11 de septiembre de
2001”. Y agregaban que “el Gobierno tampoco había sostenido en esta demanda
que, en el momento de su captura, [Zubaydah] tuviera conocimiento de alguna
acción terrorista inminente”, un argumento especialmente curioso dado que la
evitación de futuros ataques como los del 11-S era la primordial justificación
de la CIA para torturar a Zubaydah. Lejos de creer que “si no era el número
dos, él estaba muy cerca de quien sí lo era” en al-Qaeda, como había argüido
una vez el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, “el Gobierno no había
sostenido en esta demanda que [Zubaydah] fuera miembro de al-Qaeda o de alguna
forma se lo relacionara formalmente con al-Qaeda”.
Entonces, el caso contra el hombre que había sido sometido 83 veces a la tortura del “submarino” y que
gracias a ello había aportado –supuestamente– a la CIA información decisiva
acerca de los planes de al-Qaeda era retirado calladamente, sin escándalo ni
atención mediática alguna. El documento Nº 1 ya no lo era.
Siete años después del primer pedido de habeas corpus de Zubaydah, el Tribunal Distrito de Columbia todavía no se ha pronunciado acerca de
él. Dado el promedio de demora en las resoluciones del Tribunal, que está en
los 751 días para este tipo de peticiones, el del habeas corpus de
Zubaydah lleva una demora exageradamente larga. En este caso, verdaderamente
justicia demorada es justicia denegada.
Sin embargo, tal vez no deberíamos sorprendernos. Según el informe de la Comisión de
Inteligencia del Senado, la oficina central de la CIA aseguró a quienes
interrogaban a Zubaydah que él “nunca sería puesto en situación de tener
cualquier contacto significativo con otros detenidos y/o tener la posibilidad
de ser liberado”. De hecho, “todos los actores principales coinciden”,
estableció la agencia, “en que el detenido deberá continuar incomunicado el
resto de su vida”. Hasta ahora, esto es justamente lo que ha sucedido.
La captura, la tortura y la utilización propagandística de Abu Zubaydah es el ejemplo perfecto de la
combinación única de deliberada violación de la ley, escritura de memorándums
autoprotectores, y lo que los salvadoreños con quienes he trabajado una vez
llamaban “incompetencia estratégica”. El hecho de que nadie –ni George Bush ni
Dick Cheney, ni Jessen ni Mitchell, ni los muchos directores de la CIA– haya
tenido que rendir cuentas significa que, a menos que seamos muy afortunados, en
el futuro seremos testigos de más de lo mismo.
Nota: Véase también el extenso
alegato legal del ex corresponsal en el extranjero del New York Times
Raymond Bonner, presentado la semana pasada, "exigiendo la divulgación
pública de una serie de mociones, respuestas y órdenes judiciales relacionadas
con el caso que Zubaydah presentó en 2008 impugnando la legalidad de su
detención", como lo describió Politico.
Bonner escribió sobre el caso de Abu Zubaydah el año pasado, en un artículo que
publiqué
aquí.
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