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Pisotear los derechos del niño: El trato a los menores en Guantánamo

24 de noviembre de 2008
Andy Worthington


Según el Protocolo Facultativo de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño (relativo a la participación de niños en los conflictos armados), del que Estados Unidos es signatario desde el 23 de enero de 2003, los presos menores de edad -los que tenían menos de 18 años cuando se cometieron sus presuntos delitos- "requieren protección especial". El Protocolo Facultativo reconoce específicamente "las necesidades especiales de los niños que son particularmente vulnerables al reclutamiento o la utilización en hostilidades", y exige a sus signatarios que promuevan "la rehabilitación física y psicosocial y la reintegración social de los niños que son víctimas de conflictos armados."

En enero de 2003, cuatro médicos de Guantánamo elaboraron un documento fascinante, titulado "Medidas recomendadas para la recepción y detención de menores de 18 años" (PDF). Este documento estaba claramente influido por los acuerdos internacionales relativos a las distinciones entre prisioneros adultos y menores (incluidos los Convenios de Ginebra, que, en general, fueron destrozados por la administración), y establecía, con minucioso detalle, cómo debía tratarse a los prisioneros menores detenidos en Guantánamo.

Tras señalar, en primer lugar, que "debe hacerse todo lo posible" para evitar que los menores sean encarcelados en Guantánamo, los médicos procedieron a explicar que la exposición de los presos menores a los presos adultos "tendría una alta probabilidad de producir daños físicos, emocionales y psicológicos","y recomendaron que se les mantuviera separados de la población adulta, con "un espacio vital primario con una superficie mínima de 6 por 7 metros" y una "zona de recreo exterior abierta", de al menos 15 por 15 metros, en la que "se les permitiera jugar" durante al menos tres horas al día."

Los médicos también recomendaron que los reclusos menores de edad recibieran educación entre cuatro y seis horas al día, y enumeraron un gran número de personal -intérpretes, trabajadores sociales, profesionales médicos y psiquiátricos, y un nutricionista- que debería estar asignado o de guardia para prestar asistencia a los reclusos. Concluían afirmando que todo el personal "debería abstenerse de llevar uniformes militares y utilizar atuendos civiles apropiados".

Aunque los médicos supusieron que su "Curso de acción recomendado" se convertiría en una "SecDef directive" (una directiva de Donald Rumsfeld, el Secretario de Defensa), todas sus recomendaciones fueron ignoradas. La realidad para los menores retenidos en Guantánamo (veintidós en total, según los propios registros del Pentágono) era la detención en condiciones similares al confinamiento solitario, en celdas de 2,5 por 2,5 metros, con escasas oportunidades de hacer ejercicio y sin ningún tipo de instalaciones educativas. Además, los presos adultos estaban recluidos como sus vecinos, no había personal experto en las necesidades de los menores, y su trato con el personal de la prisión era siempre con personas con uniforme militar.

Para la administración, la edad de los presos de Guantánamo era completamente irrelevante, y Donald Rumsfeld confirmó esta premisa en una rueda de prensa celebrada en mayo de 2003, después de que saliera a la luz la noticia de que había menores recluidos en Guantánamo. Rumsfeld declaró: "Este estribillo constante de 'los menores', como si hubiera cien niños ahí dentro, no son niños", y el general Richard Myers, jefe del Estado Mayor Conjunto, añadió que "puede que sean menores, pero no están en el equipo de las ligas menores de ningún sitio. Están en un equipo de las grandes ligas, y es un equipo terrorista, y están en Guantánamo por una muy buena razón: por nuestra seguridad, por su seguridad".


Detrás de esta retórica alegremente desdeñosa, la verdad era aún más oscura. El menor más célebre de Guantánamo, Omar Khadr, resultó gravemente herido tras un tiroteo en Afganistán en julio de 2002, cuando sólo tenía 15 años, pero a su llegada a la prisión estadounidense de la base aérea de Bagram fue sometido a malos tratos crónicos. Según su propio relato, recogido por Amnistía Internacional, "pidió analgésicos para sus heridas, pero se los negaron", dijo que "durante los interrogatorios le colocaron una bolsa en la cabeza y el personal estadounidense introdujo perros militares en la habitación para asustarlo", y añadió que "no le permitían ir al baño y lo obligaban a orinarse encima". Como a muchos otros prisioneros, también le colgaron de las muñecas, y explicó que "le ataron las manos por encima del marco de una puerta y le obligaron a permanecer de pie en esta posición durante horas." Un artículo de Rolling Stone, de agosto de 2006, añadía más detalles, señalando que "lo llevaban a las salas de interrogatorio en camillas, con mucho dolor", y que "le ordenaban limpiar el suelo con las manos y las rodillas mientras sus heridas aún estaban húmedas."

En Guantánamo continuaron los abusos contra Khadr. A su llegada, en octubre de 2002, apenas unas semanas después de cumplir 16 años, fue sometido de inmediato a un régimen de humillación, aislamiento y malos tratos -incluida la manipulación extrema de la temperatura, la desnudez forzada y la humillación sexual- que acababa de introducirse en un intento de aumentar el escaso flujo de "inteligencia procesable" procedente de la prisión. Contó a sus abogados que estaba "atado de pies y manos a un perno en el suelo y abandonado durante cinco o seis horas", y que "de vez en cuando entraba en la habitación un oficial estadounidense para reírse de él". También dijo que "lo mantenían en habitaciones extremadamente frías", "lo levantaban por el cuello mientras estaba encadenado y luego lo dejaban caer al suelo" y "los guardias lo golpeaban". En un incidente especialmente notorio, los guardias lo dejaron encadenado hasta que se orinó encima, y luego "le echaron un líquido limpiador con olor a pino y lo utilizaron como 'fregona humana' para limpiar el desastre".


Omar Khadr no fue el único menor que recibió un trato brutal bajo custodia estadounidense. Mohammed El-Gharani, de nacionalidad chadiana y residente en Arabia Saudí, que sólo tenía 14 o 15 años cuando viajó a Pakistán en octubre de 2001 y fue detenido en una redada aleatoria en una mezquita, también ha sido sometido a un régimen de técnicas "mejoradas" para prepararlo para los interrogatorios -incluida la privación prolongada del sueño, aislamiento prolongado y el uso de posturas de estrés dolorosas- y también ha sufrido abusos regulares por parte de la Fuerza de Reacción Inicial (IRF), un escuadrón antidisturbios fuertemente blindado que se utiliza para sofocar incluso las infracciones más leves de las normas. En una ocasión, un equipo de la IRF le golpeó la cabeza contra el suelo de su celda, rompiéndole un diente, y en otra ocasión un interrogador le apagó un cigarrillo en el brazo. Como consecuencia de esta violencia, ha caído en una profunda depresión y ha intentado suicidarse en varias ocasiones.

Otro menor, Mohamed Jawad, afgano que tenía 16 años cuando fue capturado tras un ataque con granada contra un jeep estadounidense en diciembre de 2002, también fue sometido a privación de sueño prolongada, en el marco del programa conocido eufemísticamente como "programa de viajeros frecuentes", que consistía en trasladar a los presos de celda en celda cada pocas horas para impedirles dormir. En el caso de Jawad, esto tuvo lugar 112 veces durante un periodo de dos semanas en 2004.

Para empeorar las cosas, tanto Khadr como Jawad han sido propuestos para ser juzgados por una Comisión Militar, el sistema de juicios para "sospechosos de terrorismo" concebido por el vicepresidente Dick Cheney y sus asesores cercanos en noviembre de 2001, a pesar de que, como señalaron los abogados de Khadr en febrero,

    Si se ejerce la jurisdicción sobre el Sr. Khadr, el juez militar será el primero en la historia occidental en presidir el juicio de presuntos crímenes de guerra cometidos por un niño. Ningún tribunal penal internacional establecido en virtud de las leyes de la guerra, desde Nuremberg en adelante, ha procesado nunca a ex niños soldados como criminales de guerra... Un componente fundamental de la respuesta de nuestra nación y del mundo a la tragedia del uso y abuso de niños soldados en la guerra por parte de organizaciones terroristas como Al Qaeda es que los procedimientos judiciales posteriores al conflicto deben perseguir el interés superior del niño victimizado, con el objetivo de su rehabilitación y reintegración en la sociedad, no de su encarcelamiento o ejecución.

Es de esperar que los ejemplos anteriores basten para demostrar que, en la "Guerra contra el Terror", en la que una administración canalla, entregada al poder ejecutivo sin límites, se ha negado a atenerse a la ley, los aprehendidos y detenidos menores de edad fueron doblemente desafortunados. Tras destaparse el escándalo de los presos menores en 2003, la administración hizo una pequeña concesión a sus obligaciones internacionales (y a la decencia común) al recluir a tres chicos afganos, que tenían entre 12 y 14 años en el momento de su captura, en un bloque separado, Campamento Iguana, donde recibieron un tratamiento que al menos se aproximaba a los requisitos establecidos por los desdeñados médicos de Guantánamo.

Sin embargo, esto fue sólo hasta que fueron liberados en enero de 2004, y para los otros 19 menores, entre ellos cinco que siguen detenidos, el desprecio de la administración por el Protocolo Facultativo, con su requisito de rehabilitar a los niños atrapados en la guerra, ha seguido siendo tan pronunciado como siempre. Es uno de los muchos crímenes que Barack Obama debería abordar con la mayor urgencia posible.


 

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