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Diario de Guantánamo

¿Y mi identificación de prensa? La colgué en un gancho con un viejo pase del Capitolio, donde permanecerá hasta que comience el juicio de los acusados del 11-S en 2023.

Margot Williams | 17 enero, 2022


Me pasé veinte años cubriendo el régimen de detenciones secretas de EE.UU. La tortura componía siempre el subtexto.


Banksy, Guantanamo Bay, óleo sobre lienzo, 93×123 cm 2006. Hace parte de la serie Óleos crudos

“Estados Unidos lleva a Cuba a detenidos encapuchados y con grilletes”, declaraba el titular del Washington Post el 11 de enero de 2002. Los periodistas que lo escribieron estaban sobre el terreno en Guantánamo y en Kandahar, Afganistán. Yo estaba en Washington, en mi escritorio de la redacción del Post, donde trabajaba como investigadora. Al leer la historia, una revelación ominosa se me quedó grabada: “Los 20 prisioneros, cuyas identidades no se han hecho públicas…”

Pasaría las dos décadas siguientes aprendiendo los nombres de esos prisioneros y cubriendo la historia del complejo de detención antiterrorista no tan secreto de Estados Unidos. Comenzó como un reto de investigación: descubrir los secretos de lo que algunos han llamado el “gulag estadounidense”. Más tarde, cuando cientos de “combatientes enemigos” sin nombre fueron llevados a la remota base naval de Estados Unidos en la costa sur de Cuba, seguí la historia a través del breve auge y el largo declive del ciclo de noticias de Guantánamo. Quería saber quién estaba detenido y por qué, y cuándo terminaría la “guerra contra el terrorismo”.

Reuní cajas de archivos y hojas de cálculo con datos, creando un tesoro de investigación sobre Guantánamo mientras cambiaba de trabajo y de ciudad. Por el camino, me encontré con otros reporteros e investigadores con hábitos similares y métodos dispares, todos ellos tratando de entender lo que estaba pasando allí.

Unos 780 hombres musulmanes han estado detenidos en Guantánamo desde 2002. Más de 500 fueron liberados durante el gobierno de Bush, unos 200 bajo el mandato del presidente Barack Obama, uno por el presidente Donald Trump y uno hasta ahora por el presidente Joe Biden. Muchos han sido repatriados, mientras que otros han sido trasladados a países que negociaron con Estados Unidos para aceptarlos. Nueve murieron bajo custodia. Treinta y nueve permanecen actualmente en Guantánamo. De ellos, se ha aprobado el traslado de 18 a otros países, incluidos los cinco aprobados por la administración Biden el martes.

En 2004 el Post adjuntó mi lista de detenidos y añadió mi nombre al titular de la página 1 de un artículo titulado “Guantánamo: una celda de detención en la guerra contra el terror”. Los reporteros Scott Higham y Joe Stephens habían visitado el enclave estadounidense en Cuba mientras yo permanecía en la redacción. Me trajeron de la tienda de regalos de Guantánamo una gorra de béisbol con el logotipo del Grupo Conjunto de Operaciones de Detención, conocido como JDOG (por sus siglas en inglés).


El logotipo del Grupo Conjunto de Operaciones de Detención. (Foto: Margot Williams/ The Intercept)

No fue hasta la primavera de 2006 cuando el Pentágono publicó una lista oficial de nombres de detenidos. (La lista ya ni siquiera está disponible en el sitio web .mil, pero está a salvo en la Wayback Machine de Internet Archive). Para entonces, yo había aceptado un puesto de investigación en el New York Times, donde me uní a los reporteros en el seguimiento obsesivo de los vuelos de los aviones secretos de la CIA para las entregas extrajudiciales desde y hacia los lugares negros de todo el mundo. Nos centramos en relacionar los nombres de los detenidos de Guantánamo con los documentos de los tribunales militares publicados, a raíz de un litigio en virtud de la Ley de Libertad de Información, por abogados de derechos humanos y organizaciones de noticias. Meses de trabajo de los ingenieros de la redacción produjeron la innovadora base de datos interactiva conocida como Guantánamo Docket, lanzada en 2007 y que sigue estando online. La base de datos, recientemente actualizada por la periodista del Times Carol Rosenberg, cuenta ahora con una amplia lista de colaboradores que abarcan sus casi quince años de existencia.

En septiembre de 2006 el presidente George W. Bush reconoció el programa de detenciones secretas de la CIA al decir que 14 “detenidos de alto valor” en sitios negros de la CIA habían sido llevados a Guantánamo. (“Quiero ser absolutamente claro con nuestro pueblo y con el mundo: Estados Unidos no tortura”, prometió Bush en el mismo discurso. “Va en contra de nuestras leyes y de nuestros valores. No la he autorizado – y no la autorizaré”).

“Por eso anuncio hoy que Khalid Sheikh Mohammed, Abu Zubaydah, Ramzi bin al-Shibh y otros 11 terroristas bajo custodia de la CIA han sido trasladados a la base naval de Estados Unidos en Guantánamo”, dijo el presidente entre los aplausos de un público que le apoyaba en la Casa Blanca. “Están bajo la custodia del Departamento de Defensa. Tan pronto como el Congreso actúe para autorizar las comisiones militares que he propuesto, los hombres que nuestros funcionarios de inteligencia creen que orquestaron la muerte de casi 3.000 estadounidenses el 11 de septiembre de 2001, podrán enfrentarse a la justicia”.

Quince años después, los organizadores de los atentados del 11-S siguen sin enfrentarse a la justicia.


Miembros de los medios de comunicación son escoltados a la sala del tribunal para presenciar la comparecencia del acusado de organizar el 11 de septiembre, Khalid Sheikh Mohammed, y cuatro coacusados en la Bahía de Guantánamo, Cuba, el 5 de mayo de 2012. (Foto: The Miami Herald via AP)


Los años de Obama

El 22 de enero de 2009, el segundo día de Obama en el cargo, firmó una orden ejecutiva para cerrar Guantánamo en el plazo de un año. Quería juzgar a los arquitectos del 11-S en los tribunales federales de Estados Unidos, pero un Congreso controlado por los demócratas le bloqueó. En 2011 el gobierno inició un nuevo procedimiento para revisar la situación de los detenidos restantes, y los juicios de la comisión militar se restablecieron. Yo seguía la “guerra contra el terror” cuando esta llegó a casa.

En NPR, donde para entonces me había incorporado a un nuevo equipo de investigación, trabajé con la reportera de justicia penal Carrie Johnson para sacar a la luz otro sistema penitenciario secreto aquí mismo, en Estados Unidos, donde los terroristas convictos, en su mayoría musulmanes, eran segregados en instalaciones conocidas como Unidades de Gestión de Comunicaciones. Nuestros editores bautizaron estas prisiones como “Guantánamo Norte”.

No podíamos visitar las instalaciones, pero nos reunimos con presos que habían sido liberados, incluido un hombre en su casa de Washington, D.C. (El único exdetenido de Guantánamo que he conocido en la vida real, y no a través de Zoom, es Sami al-Hajj, el periodista de Al Jazeera que estuvo encarcelado allí durante seis años. Hablamos cuando estaba sentado en su mesa en un banquete de premios durante una conferencia de periodismo en Noruega en 2008).

En abril de 2011 la NPR y el Times colaboraron en la publicación de un conjunto de documentos secretos de Guantánamo obtenidos por WikiLeaks. Subí a Nueva York para leerlos y procesarlos para incluirlos en la base de datos de Guantánamo Docket mientras informaba para NPR sobre las revelaciones.

Finalmente, el 5 de mayo de 2012, los acusados del 11-S fueron procesados en la sala del tribunal militar de Guantánamo. Yo estaba viéndolo en circuito cerrado de televisión desde un edificio en Fort Meade con un gran grupo de reporteros que no habían logrado entrar en Guantánamo en el viaje de los medios de comunicación aprobados por los militares. Con el paso de las horas, vimos al acusado cuando la cámara pasó por encima de las mesas de la defensa. Fue nuestro primer vistazo a un Khalid Sheikh Mohammed de barba gris -conocido por todos como “KSM”- que aparecería en todo el mundo al día siguiente en el sorprendente dibujo de la dibujante Janet Hamlin.

La tortura fue siempre el subtexto. A medida que se prolongaban los meses y años de audiencias previas al juicio, los abogados defensores seguían exigiendo pruebas sobre las condiciones en las que se había mantenido a los cautivos, los detalles de sus “interrogatorios mejorados ” y la fiabilidad de las admisiones conseguidas mientras se les mantenía bajo el agua, encerrados en una caja o de pie, desnudos y privados de sueño en Afganistán, Tailandia, Polonia, Lituania, Rumanía y Guantánamo.

Después de unirme a The Intercept en 2014, continué viajando a Fort Meade para las audiencias de la comisión militar, y al Pentágono para observar el proceso de la Junta de Revisión Periódica lanzado durante la administración de Obama. Los detenidos que aún no han sido acusados – a pesar de llevar entre 15 y 20 años retenidos- pueden exponer su caso ante un panel de funcionarios de defensa e inteligencia de Estados Unidos respecto a si aún “representan una amenaza”. La parte “abierta”, que los observadores pueden ver por vídeo en directo en el Pentágono, dura como máximo 15 minutos, y el detenido no habla. Asisto a ellas para poder ver a los prisioneros e informar, y para que el Pentágono sepa que sí, que la prensa sigue interesada en su aspecto y en el envejecimiento de la población detenida. No hace falta decir que hay muy pocos en la sala de prensa para estas audiencias en curso.

Cuando se publicó el informe del Comité de Inteligencia del Senado sobre el régimen de tortura en diciembre de 2014, mis colegas de Intercept &y yo escarbamos el texto y las notas a pie de página para trazar un mapa de los sitios negros y buscamos a los detenidos de la CIA que no fueron llevados a Guantánamo.

La banalidad del sistema de tortura se destacó en 2016 cuando desarrollamos historias de Guantánamo a partir del archivo de The Intercept de los documentos de la NSA filtrados por el denunciante Edward Snowden. En 2003, un empleado de la

NSA describió una misión allí. Como informamos:

“En una semana determinada”, escribió, “reuniría información de inteligencia para apoyar un próximo interrogatorio, formularía preguntas y estrategias para el interrogatorio, y observaría o participaría en el interrogatorio”.

Fuera del trabajo, “nos espera la diversión”, dijo entusiasmado. “Los deportes acuáticos son excepcionales: navegación, remo, pesca, esquí acuático y embarque, navegación a vela, natación, buceo y submarinismo ”. Si los deportes acuáticos “no son lo suyo”, también hay cine, cerámica, paintball y salidas al Tiki Bar. “Relajarse es fácil”, concluyó.


En esta foto de un boceto de Janet Hamlin, revisado por el ejército estadounidense, familiares de víctimas de los atentados del 11 de septiembre observan los procedimientos de la sala durante las audiencias para cinco presuntos coconspiradores del 11-S en el tribunal de Camp Justice en la base naval de Guantánamo, Cuba, el 16 de julio de 2009. (Ilustración: Janet Hamlin/AP)

La era Trump

En enero de 2017 fui a Guantánamo por primera vez, como reportera de The Intercept que cubría las audiencias de la comisión militar del 11-S. Bajo la dirección de Rosenberg, la decana del cuerpo de prensa de Guantánamo que entonces escribía para el Miami Herald, me presentaron las comodidades de la sala de prensa, las tiendas de campaña para dormir de los medios de comunicación, las letrinas, las duchas y las confusas y siempre cambiantes normas de circulación. No hay wifi, excepto en el complejo de supermercados, acceso a Internet de pago por semana en la sala de prensa, y no hay que olvidar el conector ethernet. Vigilantes militares que nos acompañan a todas partes en la base. Seguridad operativa – OPSEC – revisiones de cada foto tomada cada día. Cuadernos y bolígrafos sólo en la galería de visitantes al fondo de la sala, donde nos sentábamos separados por un cristal de los acusados, los equipos jurídicos y el juez. No se permite dibujar ni hacer garabatos.

Me entusiasmó estar allí, en la sala, mientras entraban los acusados del 11-S, rodeados de guardias militares hasta que tomaron asiento y luego se giraron para charlar entre ellos. Cinco acusados, cada uno iba con un equipo de defensa legal encabezado por un “letrado”, es decir, un abogado con experiencia en casos de pena de muerte.

También en la galería de visitantes, separada de la prensa y de los representantes de organizaciones no gubernamentales por una cortina, estaban los familiares de las víctimas, dando testimonio del proceso.

En junio de 2018 fui a la gira de los medios organizada por la Joint Task Force Guantánamo. La JTF GTMO está a cargo del centro de detención. Pudimos entrar en la prisión, sobre todo para ver una reproducción de aldea Potemkin en un bloque de celdas, completada con una biblioteca de la prisión. Con mi antigua colega de Intercept, Miriam Pensack, y un equipo de Voice of America tuvimos acceso a determinadas partes de la misteriosa instalación, incluyendo muchas cocinas institucionales. Incluso pudimos ver brevemente a un detenido desde el interior del centro de guardia, un hombre que más tarde pude identificar por su descripción física en los archivos que había estado recopilando durante los 16 años anteriores.

El almirante a cargo se reunió con nosotros, y un contratista que trabajaba como asesor cultural nos dio una conferencia sobre los huelguistas de hambre “que fingían”. También fuimos en coche al abandonado Campo X-Ray, donde se recluyó a los primeros detenidos en 2002 y el lugar de esas infames fotos de hombres con monos naranjas y grilletes. Hicimos fotos de las vallas y la maleza y condujimos hasta la solitaria frontera con Cuba, donde se permitieron más fotos y luego OPSEC.

El 11 de septiembre de 2019, los reporteros y los familiares de las víctimas se unieron a los marineros, los soldados, sus familias y los abogados de la comisión militar en la base para la carrera nocturna anual del 11 de septiembre que conmemora los ataques al World Trade Center y al Pentágono y el avión caído en Shanksville, Pensilvania. Al atardecer, cerca de la marca para girar, vi el faro de Windward Point, construido en 1904 por los ocupantes estadounidenses de Guantánamo en 1898. Fui la última persona en terminar la carrera en esa hermosa noche tropical. Al día siguiente, de vuelta en la sala del tribunal, continuaron las audiencias de las mociones sobre las pruebas clasificadas y el descubrimiento y los posibles testigos.

Al volver en enero de 2020, vi cómo la defensa llamaba a un testigo reacio y hostil, James Mitchell, un psicólogo conocido por ser el arquitecto de las técnicas de “interrogatorio mejorado” de la CIA. Testificó a escasos metros de los acusados sometidos a ahogamiento bajo sus órdenes en los sitios negros. “Sentí que mi obligación moral de proteger las vidas de los estadounidenses superaba la incomodidad temporal de los terroristas que se habían alzado voluntariamente contra nosotros”, dijo Mitchell, conteniendo las lágrimas. “Me levantaría hoy y lo volvería a hacer”.

Entonces llegó la pandemia de coronavirus. Las comisiones militares se suspendieron durante más de año y medio. Cuando se reanudaron, las carpas de los medios de comunicación habían desaparecido y prevalecían las restricciones de salud pública. Recelosa, observé desde Fort Meade en agosto de 2021 cómo la comparecencia de los tres presuntos terroristas de Bali, 18 años después de su captura, se disolvía en desacuerdos sobre la calidad de los intérpretes malayos.

En noviembre de 2021, se exigieron pruebas de Covid, mascarillas y comidas para llevar en las habitaciones de los hoteles y en las mesas del patio trasero. El campo de Rayos X estaba ahora fuera de los límites, no se permitían las fotos y tuvimos que aceptar que no íbamos a publicar ni a colgar selfie alguno desde la puerta de la frontera. Había un nuevo juez en el caso del 11-S -el cuarto- y tenía mucho que hacer para ponerse al día. El fiscal jefe se había ido y el jefe de la defensa se jubilaba. Algunas de las familias de las víctimas hablaban ahora de posibles acuerdos de culpabilidad, en lugar de un juicio capital después de 20 años de espera.


La soldado del ejército estadounidense Jodi Smith observa cómo los detenidos con monos naranjas se arrodillan en una zona de detención en el Campo X-Ray de la Bahía de Guantánamo, Cuba, el 14 de enero de 2002. (Foto: Contramaestre de primera clase Shane T. McCoy/U.S. Navy/Getty Images)

El gobierno de Biden podría tomar algunas medidas relativamente sencillas para aumentar la transparencia en torno a Guantánamo. Para empezar, podría desclasificar el informe de 6.000 páginas sobre la tortura del Senado. Una segunda sala que se está construyendo en Guantánamo por cuatro millones de dólares podría contar con instalaciones para que la prensa pueda observar los procedimientos en persona, algo que no figura en los actuales planes. Y podría acelerarse el proceso de la Ley de Libertad de Información. Mi solicitud de 2017 de documentos del Departamento de Estado relacionados con el proceso de traslado de detenidos sigue abierta, con una fecha de entrega prevista para 2023.

Me apunté a la sesión de este mes en Guantánamo para poder estar allí en el XX aniversario de la primera detención, que fue el martes. Pero las audiencias del caso del 11-S se cancelaron. Por tanto, no cogí un Uber hasta la Base Conjunta Andrews a las 4:30 de la mañana del sábado para una prueba de Covid ni un vuelo chárter a Cuba unas horas más tarde. No necesité mi conector ethernet, ni mi repelente de insectos, ni mi teléfono T-Mobile porque es el único operador en la base.

¿Y mi identificación de prensa? La colgué en un gancho con un viejo pase del Capitolio, donde permanecerá hasta que comience el juicio de los acusados del 11-S en 2023.

Margot Williams

Original: Guantánamo Notebook

Traducido por Sinfo Fernández

Editado por María Piedad Ossaba

Fuente: Tlaxcala, 15 de enero de 2022


 

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