WikiLeaks, los archivos de América
Latina
Peter
Kornbluh, de The Nation
Cuáles fueron las consecuencias que dejó en la región la mayor filtración de
documentos estadounidenses de la historia. Las experiencias de Brasil, México y
Colombia.
8 de agosto de 2012 revistadebate.com.ar
El sitio WikiLeaks publicó un comunicado para anunciar que su fundador,
Julian Assange, había contratado al célebre magistrado internacional en derechos
humanos, el juez español Baltasar Garzón, para liderar su defensa contra la
extradición a Suecia. Garzón, que pasó más de un año, a fines de la década de
1990, intentando obtener la extradición del general Augusto Pinochet de
Inglaterra a España por delitos de lesa humanidad, publicó un comunicado en el
que calificó las acusaciones contra Assange de supuesto abuso sexual como
“arbitrarias y carentes de fundamentos”, y declaró: “Hay una clara
intencionalidad política detrás de este juicio, lo cual explica su situación
actual”. Garzón se reunió recientemente con Assange en la Embajada de Ecuador en
Londres, donde espera que el gobierno de Rafael Correa se decida a darle
asilo.
Precisamente, a fines de junio, la cara visible de WikiLeaks ingresó en ese
edificio diplomático buscando refugio para evitar su extradición a Suecia, donde
lo acusan por un supuesto abuso sexual. Si el gobierno de Correa acepta su
pedido -una cuestión que todavía no se había decidido al cierre de esta
edición-, Assange se convertirá en residente de América Latina, donde el tesoro
de cables del Departamento de Estado estadounidense que él diseminó
estratégicamente ha generado cientos de titulares desde México hasta el Cono
Sur.
El “Cablegate” -tal como fueron denominadas las revelaciones- tuvo un grado
de impacto diferente en cada nación latinoamericana, en áreas como la política,
los medios y el debate público sobre la transparencia y la responsabilidad
gubernamental. En dos países forzó la partida del embajador estadounidense; en
otro, ayudó a cambiar el curso de una elección presidencial. En algunos países,
los documentos revelaron el nivel de la influencia norteamericana en los asuntos
internos; en otros, detallaron actividades criminales y corrupción en los países
huéspedes. En muchas naciones, los cables revelaron el desfile de la elite
política, cultural y hasta mediática que divulgó información -o chismes- a los
funcionarios de la Embajada norteamericana sin sospechar jamás que sus diálogos
se volverían titulares de los diarios.
Estados Unidos fue agasajado con una lección de educación cívica en el arte
de la delación. Y los ciudadanos estadounidenses también observaron el abismo de
nuestros lazos regionales y bilaterales. Un año después, cuando las aguas del
fenómeno WikiLeaks se han aquietado en América Latina, parece adecuado evaluar
-centrando la atención en las experiencias de Brasil, México y Colombia- qué
consecuencias dejó la mayor filtración de documentos estadounidenses de la
historia.
EFECTO MARIPOSA
Aunque al principio Assange ofreció los cables a cuatro grandes agencias de
noticias europeas, siempre intentó distribuir los documentos más allá de los
organismos de noticias del norte. América Latina era la región perfecta para
generar conmoción con los cables. Históricamente, el “Coloso del norte” ha
ejercido una imperiosa -si no imperial-influencia económica, militar y política
en su “patio trasero”. Ese pasado intervencionista creó el deseo de obtener
revelaciones sobre las verdades ocultas de las políticas y las operaciones
estadounidenses.
La década cubierta por la mayoría de los cables, de 2000 a 2010, también
abarcó grandes cambios en la región y en la relación entre Estados Unidos y
América Latina: el ascenso de Hugo Chávez en Venezuela y el renacimiento de la
izquierda populista; la llegada del Plan Colombia; la emergencia de Brasil como
potencia mundial; la disputada elección de 2006 en México; la transferencia del
poder de Fidel a Raúl Castro en Cuba; y el golpe en Honduras, de junio de 2009.
Además, un creciente número de naciones aprobó leyes de libertad de expresión,
reflejando el interés popular del acceso a los documentos oficiales y el derecho
a saber que Assange deseaba promover. Como explicó en una entrevista con la
revista Semana en Bogotá, WikiLeaks es una “organización que se opone al abuso
del secreto por parte de los gobiernos”.
En noviembre de 2010, Assange invitó a varios periodistas, como la brasileña
Natalia Viana, para ir a Londres y trabajar en un plan de diseminación regional.
WikiLeaks seleccionó medios de comunicación de casi todos los países
latinoamericanos: La Jornada en México, Página/12 en la Argentina, El Comercio y
luego IDL-Reporteros en Perú, el diario El Espectador y la revista Semana en
Colombia, El Faro en El Salvador y CIPER, el centro de periodismo de
investigación de Internet en Chile, entre otros.
Los periodistas de cada grupo mediático fueron invitados a encuentros
furtivos en Londres. En la sede de WikiLeaks, les dieron un pendrive con
archivos encriptados; cuando volvieron sanos y salvos a sus países, recibieron
un código para desencriptar la colección. “No lo podía creer”, recuerda Santiago
O’Donnell, editor de la sección de internacionales de Página/12. “Eran 2.500
cables desde y para la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires, todos
organizados en una hoja de cálculo de Excel”.
De los 250 mil cables diplomáticos que Bradley Manning, la fuente de
WikiLeaks, descargó de la base militar de Estados Unidos en Irak, unos 30.386
viajaron hacia o desde embajadas y consulados en América Latina. Más de la mitad
eran cables sin clasificar o de “distribución limitada” y estaban relacionados
con artículos de la prensa local, debates públicos, el chusmerío de las
funciones diplomáticas y la rutina de los asuntos consulares. La mayoría de los
cables, advierte Carlos Eduardo Huertas, en su artículo sobre Colombia,
“revelaba cómo el cuerpo diplomático estadounidense lidiaba con las misiones
oficiales”.
Pero casi 900 cables estaban clasificados como “secretos”, y otros diez mil,
como “confidenciales”. Muchos de ellos revelaban políticas, operaciones, fuentes
y evaluaciones que encresparon, al menos temporalmente, las relaciones
bilaterales de Estados Unidos con varios países latinoamericanos.
En México, como informa Blanche Petrich Moreno, la crítica del embajador
estadounidense Carlos Pascual sobre la falta de acción del ejército mexicano que
contaba con inteligencia provista por Estados Unidos para perseguir a los
líderes del narcotráfico resultó políticamente embarazosa para el presidente
Felipe Calderón. Los artículos de La Jornada sobre la crítica sin reservas del
embajador generaron una ruptura de las relaciones entre México y Estados Unidos.
En marzo de 2011, Pascual se vio forzado a renunciar.
En Ecuador, el presidente Correa expulsó a la embajadora Heather Hodges luego
de que la prensa informara sobre un cable secreto que revocaba la visa
estadounidense del ex jefe de la Policía Nacional Aquilino Hurtado, quien “había
usado su cargo… para extorsionar y acumular dinero y propiedades, malversar
fondos públicos, facilitar el tráfico de personas y obstruir la investigación y
el juicio de colegas corruptos”. Algunos funcionarios de la embajada, según el
cable, “creen que Correa era consciente” de la corrupción de Hurtado, pero
igualmente lo designó porque quería un jefe de la Policía Nacional “a quien
pudiera manipular fácilmente”.
A pesar del escándalo, cuando los periodistas latinoamericanos examinaron los
cables, descubrieron un cuadro más matizado que el que esperaban sobre el papel
de Estados Unidos en la región. Por definición burocrática, los archivos del
Departamento de Estado son los documentos menos escandalosos de la política
exterior estadounidense. El lado oscuro de la política norteamericana se
encuentra en otros sitios, como en los archivos secretos de la Agencia Antidroga
de Estados Unidos (DEA, según sus siglas en inglés), el Departamento de Defensa
y la CIA.
Los documentos de la diplomacia estadounidense revelaron que los funcionarios
tenían instrucciones de asistir a los “analistas de Washington” -aparentemente
un eufemismo de la CIA- reuniendo inteligencia sobre la Presidenta de la
Argentina, Cristina Kirchner, incluyendo su “estado mental” y los tipos de
medicación que tomaba para manejar “sus nervios y su ansiedad”. Y había otras
revelaciones insidiosas relacionadas con el espionaje. En Bolivia, el gobierno
de Evo Morales expulsó a treinta funcionarios de la DEA acusados de espionaje y
luego la Embajada norteamericana en Brasilia, informa Viana, presionó al
ministro de Exterior brasileño para transferirlos al país. En Venezuela, según
Huertas, los funcionarios consulares estadounidenses contrataron a una fuente
clave para obtener inteligencia económica sobre los programas de Chávez.
Pero los cables también ofrecían información menos siniestra, y también menos
útil. En Honduras, los envíos secretos tras el golpe de Estado dejaron claro que
Washington no fomentó el derrocamiento del presidente Manuel Zelaya, aunque
luego los funcionarios estadounidenses lo consintieron. “Las acciones tomadas
para desplazar al mandatario fueron claramente ilegales”, informó el embajador
norteamericano Hugo Llorens en un cable titulado “Cronología del golpe de Estado
en Honduras”.
Desde La Habana, donde las relaciones de Estados Unidos con el gobierno de
Raúl Castro siguen siendo hostiles, la Sección de Intereses norteamericanos
envió frecuentemente cables sobre el deseo de Cuba de expandir las áreas de
diálogo y acercamiento. Un cable de marzo de 2009 titulado “Mantén a tus amigos
cerca, pero a Cuba aún más” cita a un funcionario cubano que le dice a un par
estadounidense que las negociaciones “tenían que comenzar en algún lugar”. Luego
le señalaron al funcionario norteamericano que “el presidente cubano se ofreció
a hablar con Barack Obama en un lugar neutral”. La Bahía de Guantánamo, sugirió
la parte cubana, “es un buen sitio” para reunirse.
AMÉRICA LATINA DEVELADA
De los cables de Cuba, se puede determinar tanto el pensamiento del gobierno
de Raúl Castro como, en igual medida, la política estadounidense al respecto. Y
eso puede aplicarse en general a toda la región. En América Latina, donde la
desclasificación de las deliberaciones internas gubernamentales está severamente
limitada, los cables de WikiLeaks ofrecen información detallada sobre
conversaciones oficiales, reuniones, planes de seguridad nacional, políticas
sociales, exteriores, económicas y más.
Los lectores en la Argentina, por ejemplo, pueden seguir el debate dentro de
la administración de Cristina sobre la despenalización del consumo de marihuana.
Los hondureños pueden escuchar cómo se complotaron los generales y políticos que
derrocaron a Zelaya para consolidar sus poderes tras el golpe. Los chilenos
pueden entender mejor por qué su gobierno altera los códigos de la construcción
de plantas termonucleares a instancias de las corporaciones extranjeras.
La habilidad de la Embajada estadounidense para enviar extensos informes
sobre el funcionamiento interno de esos gobiernos está vinculada estrechamente
con la calidad y las conexiones de sus fuentes locales. En la región, los
embajadores crearon un auténtico quién es quién en la sociedad latinoamericana.
Ministros, senadores, diputados, curas, empresarios, jueces y hasta algunos
periodistas compartieron información sobre cuestiones de Estado en diálogos sin
reservas con los embajadores norteamericanos dentro de los seguros confines de
los cuerpos diplomáticos. Pero WikiLeaks expuso sus identidades y sus
palabras.
En Brasil, los cables informaron que el ministro de Defensa menospreciaba
incansablemente al canciller como antiestadounidense. En la Argentina, los
cables revelaron que el ex jefe de Gabinete Sergio Massa calificó al ex
presidente Kirchner como “perverso”, “cobarde” y “psicópata”. En Perú, los
fujimoristas -aduladores políticos del depuesto presidente Alberto Fujimori,
incluyendo a su hija Keiko, quien estuvo cerca de ganar la presidencia el año
pasado- acudieron a la embajada para compartir sus estrategias para hacerlo
retornar al poder. Sus reveladoras conversaciones, publicadas por el grupo de
investigación peruano IDL-Reporteros durante la campaña electoral de 2011,
resquebrajaron las afirmaciones de independencia con las que Keiko se
diferenciaba de su padre caído en desgracia y ayudaron a volcar la balanza a
favor del candidato populista, el actual presidente Ollanta Humala.
Pero esa noticia tal vez nunca haya llegado al público peruano porque,
inicialmente, WikiLeaks ofreció los cables peruanos solamente al periódico El
Comercio, de fuerte filiación con Fujimori y cuyos editores se resistieron a
publicar artículos que dañaran la imagen de Keiko. La autocensura política se
expandió por toda la región. El impacto a largo plazo del “Cablegate” en América
Latina, como señala el experimentado periodista O’Donnell a The Nation, “es una
pérdida de credibilidad para los medios de noticias tradicionales y una
creciente importancia de los medios sociales, alternativos y ciudadanos, como lo
refleja dramáticamente el fenómeno WikiLeaks”.
Aun así, la información es poder. Tal como reflejan los hechos del fenómeno
WikiLeaks en Brasil, México y Colombia, la publicación del intercambio de cables
ha generado escándalos, estimulado debates y expuesto la conducta (y a veces la
mala conducta), las políticas y las estructuras de poder de los gobiernos en
toda América. Desde Estados Unidos hasta la Argentina, las comunidades han
logrado una mejor comprensión de las acciones que toman nuestros gobiernos en
nuestra representación, pero también muy frecuentemente sin que lo sepamos. Lo
que hagamos los ciudadanos del hemisferio occidental con ese poder será el
legado final de la experiencia de WikiLeaks.
Traducción: Ignacio Mackinze Copyright by The Nation
¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.
E-mail:
espagnol@worldcantwait.net
|