Violencia policiaca: una epidemia tolerada en Estados Unidos
Charles M. Blow
The
New York Times.es
30 de septiembre de 2016
Credit Andy McMillan para The New York Times
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Más hombres negros asesinados por la policía… uno en
Tulsa, Oklahoma, y otro en Charlotte, Carolina del Norte. Más protestas e
incluso disturbios.
Otro ciclo en el que la televisión explota la pornografía
de la muerte, el dolor y la angustia de los estadounidenses negros para ofrecer
un espectáculo visual y aumentar los índices de audiencia.
También es otro momento en que nos enfocamos en casos,
motivos y protestas individuales en vez de reconocer que somos testigos de una
ola de actos que brotan en todo el país, el resultado de heridas culturales
acumuladas —me atrevería a decir que es un grito primigenio— y un intento
frenético de restañar el sangrado de nuevas heridas que se multiplican.
Ya no podemos permitirnos creer el delirio de que este
momento de agitación se trata de casos aislados o de una disposición específica
bajo la ley. El sistema de justicia está siendo cuestionado. Los mecanismos
culturales que produjeron ese sistema también están siendo cuestionados.
Estados Unidos, como un todo, está siendo cuestionado.
Estamos en una nueva era en la que el velo se ha
levantado, y apareció el trauma.
Es una era de videos; los hechos que antes se filtraban a
través de los recuentos policiacos y fuentes mediáticas, los hechos que antes
se susurraban por encima del hombro en peluquerías y en las mesas de las
cocinas, ahora se refuerzan gracias a la inmediatez y la veracidad de las
pruebas visuales.
Es una era en la que el lenguaje de la resistencia se ha
establecido y aceptado, en la que el modo de expresión y resistencia se ha
demostrado y probó ser efectivo. Es una era de entendimiento y furia, de miedo
y frustración, de activismo y alerta. La raza negra estadounidense está más
allá del punto de quiebre, en un punto sin retorno.
Y en esta era, la discusión en torno a estos temas debe
ser amplia y profunda porque las acciones necesarias para abordar los problemas
deben ser amplias y profundas.
Este momento de la historia de nuestro país no se trata de
cómo se expresan los miedos individuales en una llamada de emergencia, en la
respuesta de un oficial, en armas que se sacan y se disparan, en el deseo de la
gente negra de escapar para salvar sus vidas, en la ansiedad de los padres
negros en torno a la seguridad de sus hijos.
Este momento se trata de la enorme estructura, casi
invisible, en la que se basan esos miedos… la manera en que los medios y las
representaciones culturales despliegan a la gente de raza negra como peligrosa,
amenazante y criminal, y en especial a los hombres. Es acerca de la forma en
que las políticas históricas crearon nuestros guetos estadounidenses modernos y
su pobreza concentrada; la manera en que los guetos con todo su infortunio y
desesperanza pueden convertirse en terreno fértil para el comportamiento
criminal; la manera en que estas zonas hacen que la pobreza sea inevitable y
las oportunidades escasas; la manera en que los recursos, desde la educación
hasta los servicios de salud y nutrición, se limitan en estas áreas.
Seguimos hablando de decisiones, pero no hablamos lo
suficiente acerca del hecho de que esas decisiones siempre se toman dentro de
un contexto cultural e histórico.
No se trata de que la gente eligió vivir en vecindarios
con viviendas y escuelas pobres, una infraestructura decadente y pocos
supermercados y mucho menos centros de salud. Hubo muchos factores que crearon
esos vecindarios: la huida de las personas blancas y la huida de las personas
negras adineradas, la desinversión comunitaria, los negocios que le otorgan
créditos a los consultorios y las políticas gubernamentales que asignan
infraestructura y transporte público a ciertas partes de la ciudad y a otras
no.
La gente que vive en esas comunidades —y que está
atrapada en ellas— toma decisiones, a veces malas, dentro de ese contexto.
Podríamos decir que una mala decisión simplemente está
mal, y la parte ofendida debe lidiar con las consecuencias. Sin embargo, las
malas decisiones en un ambiente pobre no tienen las mismas consecuencias que
las tomadas en ambientes adinerados. Para los pobres, las mismas malas
decisiones se castigan más a menudo y de manera más severa, lo cual agrava sus
carencias.
Después, Estados Unidos lo lleva más allá al imputar las
malas decisiones de algunos a toda una raza, y al hacer eso establece el
escenario para que ocurra el desastre. Esto crea la desconfianza y el miedo que
pueden provocar las muertes que observamos, en las que quizá la persona
asesinada no tomó ninguna mala decisión, en las que la única mala decisión fue
jalar un gatillo.
Esto es lo que las personas quieren decir cuando hablan
del impacto del racismo sistémico en estos casos y estas zonas. No es que la
policía albergue más racismo que el resto de Estados Unidos, sino que ese
racismo de toda la sociedad, también dentro de nuestros departamentos de
policía y el sistema de justicia, se ha erigido desproporcionadamente de formas
que impactan a las comunidades pobres minoritarias. Eso queda sumamente claro
en esos asesinatos.
Lo que llevó siglos construir podría requerir mucho más
tiempo para ser eliminado. No se puede luchar contra el racismo deshojando la
copa del árbol venenoso, sino tomando un hacha para cortarlo de raíz.
El candidato republicano a la vicepresidencia, Mike
Pence, dijo la semana pasada: “Debemos hacer a un lado este diálogo, esta
conversación acerca del racismo institucional y el sesgo institucional”, y lo
llamó una “retórica de división”. Eso es exactamente lo opuesto a lo que
deberíamos hacer.
La policía es un instrumento del Estado, y el Estado es la
gente que lo conforma. La policía está realizando una campaña de control y
contención de poblaciones, y esa campaña cuenta con la aprobación implícita de
cada ciudadano dentro de su jurisdicción. Esto no es un problema de oficiales
criminales; es el problema de una sociedad criminal.
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