Métodos de tortura vs. entrevistas investigativas
JEFF STEIN @SPYTALKER
Newsweek México
2 de diciembre de 2018

Imagen: John Moore/Getty Images
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Obama prohibió los “interrogatorios mejorados”, pero después de casi una década aún no han
implementado las reformas ni saben qué métodos usar para obtener información.
Hanns Scharff ya era una leyenda cuando las fuerzas aliadas lo capturaron al final de la Segunda Guerra
Mundial. Conscripto por la maquinaria bélica nazi en 1939, con la encomienda de
interrogar a los pilotos aliados, el exempresario se había labrado una reputación
en la Luftwaffe por su asombrosa capacidad para obtener información de
inteligencia valiosa de sus sujetos, y sin ponerles una mano encima. Tiempo
después, uno de sus prisioneros diría en broma: “Lograba que una monja
confesara infidelidades”.
Igual que a Wernher von Braun, el científico nazi de cohetes a quien el Pentágono dio una segunda
oportunidad en su programa de misiles balísticos, al final del conflicto la
Fuerza Aérea de Estados Unidos reconoció la experiencia de Scharff y, en 1948,
lo invitó a dar conferencias sobre sus técnicas, muchas de las cuales fueron
adoptadas para el programa de estudios en interrogatorio.
Las ideas de Scharff gozaron de popularidad a lo largo de varias décadas, pero las agencias de
inteligencia de primera línea nunca las aceptaron del todo; en particular,
después de los ataques del 11/9 contra el World Trade Center y el Pentágono. En
el caso específico de la CIA, el temor de otro ataque devastador hizo que la
agencia ignorara las evidencias que presentaron Scharff y otros interrogadores
veteranos, y optaron por el equivalente a una versión cinematográfica del interrogatorio:
las amenazas y la tortura.
“Las lecciones sobre la utilidad de las técnicas no coercitivas de ‘interrogatorio estratégico’
quedaron en el olvido”, escribió un experto en un estudio histórico sobre los métodos
de interrogatorio estadounidenses, divulgado en 2006.
A la larga, la revelación de los “sitios negros” (cárceles secretas) de la CIA, y lo que la agencia
denominaba “técnicas de interrogatorio mejoradas” (EIT, por sus siglas en inglés)
causaron el horror y el repudio mundiales, y desataron una investigación del
Comité de Inteligencia del Senado, la cual determinó que dichas técnicas eran
reprensibles y excesivas, por lo que las víctimas decían lo que fuera para
acabar con el dolor, incluyendo confesiones falsas que enviaron a los agentes
de inteligencia a seguir pistas ficticias por todo el mundo. Más aún, dicha
investigación acusó a los funcionarios de la CIA de exagerar los logros de su
programa y minimizar sus fallas.
En una de sus primeras decisiones presidenciales, Barack Obama proscribió la tortura y ordenó que, en
adelante, la CIA y las agencias de inteligencia militar se ciñeran al Manual de
Campo del Ejército para Interrogatorios de Inteligencia (AFM). Parecía que la
era de la tortura llegaba a su fin. En 2009, la presidencia creó el Grupo para
Interrogatorio de Detenidos de Alto Valor (HIG), entidad integrada por el FBI,
la CIA y el Departamento de Defensa cuya misión era asegurar que las agencias
de contraterrorismo trataran a los principales cautivos islamistas bajo los
mismos lineamientos.

TODO LO OPUESTO A UNA
HAZAÑA: Kiefer Sutherland como Bauer, personaje principal de 24. Imagen: AF
ARCHIVE/ALAMY
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No obstante, a casi una década de la prohibición de los aspectos más controvertidos, expertos de HIG informan
a Newsweek que los interrogadores no han llegado a un acuerdo para reemplazar
las viejas técnicas. Dicen que las EIT están prohibidas, pero AFM todavía
utiliza la coerción en vez de los métodos más amables, gentiles —y eficaces—
que con tanto éxito utilizaron Scharff y el poco conocido Sherwood Moran, quien
interrogaba a prisioneros japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.
Lo peor es que el Ejército y el FBI han hecho lo posible para bloquear o diluir los esfuerzos de reforma
descritos en la legislación que proscribe la tortura: la enmienda
McCain-Feinstein de 2015 (redactada por el finado senador John McCain y la
entonces presidenta del Comité de Inteligencia del Senado, Dianne Feinstein).
En octubre, durante una conferencia HIG celebrada en Washington, D. C., varios
psicólogos, científicos sociales, expertos en interrogatorio y funcionarios de
inteligencia lamentaron que AFM siga recomendando el uso de intimidación,
manipulación y coerción, pese a que es bien sabido que esas técnicas son contraproducentes.
“Suprimieron una investigación que demuestra que las prácticas del Manual de Campo del Ejército
no son tan eficaces como cree el público… y el FBI no ha publicado la totalidad
del estudio”, acusa Mark Fallon, respetado exagente del Servicio de Investigación
Criminal Naval y expresidente del comité de investigaciones de HIG. El FBI se
negó a comentar para Newsweek.
Otras fuentes expertas han dicho que algunos sectores del Ejército se resisten a reformar los
interrogatorios. “Algunas partes del Ejército están muy interesadas y apoyan
las investigaciones de HIG, pero otras no”, comenta el Dr. Charles Andy Morgan,
psiquiatra forense y exfuncionario de inteligencia médica en la CIA, quien
intervino en el estudio clasificado. “Sé que hubo guerras territoriales. Hay
muchas guerras territoriales por ese asunto”. Otro científico, quien pidió el
anonimato para hablar de comunicaciones privadas con el Pentágono, señaló que
la inteligencia militar ha adoptado “la actitud infantil” de que “HIG nunca nos
pide opinión para algo, así que ¿por qué debemos aceptar la suya?”.
Falso, interpone Maria Mjoku, portavoz del Ejército. “El Ejército siempre trabajará estrechamente con
el Grupo de Interrogatorio de Alto Valor”, dijo a Newsweek. Un oficial
estadounidense, al abrigo del anonimato para abordar temas de política interna
del Ejército, agregó que “las investigaciones de HIG validan lo que estamos haciendo”.
En 2006, el Ejército ciertamente abandonó algunos de sus métodos de interrogatorio más severos, los
cuales habían sido autorizados en un memorando de 177 páginas de Donald
Rumsfeld, secretario de Defensa durante la presidencia de George W. Bush. Sin
embargo, esa decisión no se fincó en investigaciones científicas, señala
Morgan, quien, aquel año, ayudó a redactar una colección de documentos para la
hoy extinta Junta Científica de Inteligencia e informó que había pocas
evidencias para respaldar el uso de métodos de “interrogatorio coercitivo”.
Morgan agrega que “fueron importantes debido a la presión pública y social” generada por las
divulgaciones mediáticas sobre tortura y humillación en el centro de detención
estadounidense de Bahía de Guantánamo, Cuba; en la prisión de Abu Ghraib, Irak;
y en los sitios negros de la CIA. La respuesta del Ejército fue: “¡Ay, carajo!
Tenemos que cambiar lo que hacemos para no seguir siendo los malos en las
noticias”. Al menos frente al público. Morgan enfatizó que ese mismo impulso
llevó a la fundación de HIG, en 2009. “La creación de HIG fue resultado de la
mala reputación de la CIA. Dijeron: ‘De acuerdo, será un esfuerzo tripartita.
Todos habrán de trabajar en conjunto y la CIA se abstendrá de interrogar a más
gente. Eso lo harán los interrogadores del FBI y el Ejército’. Fue así como se
originó [HIG]”.
“Aunque dudo mucho de que la ciencia cambie lo que hicieron”, añadió Morgan.
Funcionarios activos y retirados aseguran que la CIA ha quedado fuera del negocio de los sitios de
interrogatorio secretos. Durante su audiencia de confirmación, la directora
Gina Haspel prometió que el submarino y otras técnicas semejantes estarían
prohibidas en su gestión. Y HIG, bajo la batuta del FBI, tiene ahora la tarea
de interrogar a los terroristas de alto nivel.
Morgan dice que persistió un gran problema tras la prohibición de la tortura. “No había un lineamiento
que explicara, específicamente: ‘Es así como debes interrogar a los sospechosos’”.
Él y otros expertos señalan que se sabe poco sobre los interrogatorios de campo
de las unidades de combate y las fuerzas de operaciones especiales. Fallon
recuerda que, “en 2002, cuando el Departamento de Defensa adoptó las tácticas
de tortura EIT, ya había manuales y políticas establecidas, pero los pasaban por alto”.

LA PRESIDENCIA DE OBAMA
creó el Grupo para Interrogatorio de Detenidos de Alto Valor con la finalidad
de coordinar los esfuerzos antiterroristas de la CIA y el FBI. Imagen: GETTY;
WIN MCNAMEE/GETTY
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Hoy en día, aun cuando se ha proscrito el programa EIT, los críticos creen que el AFM “reformado” deja un
amplio margen para los abusos, pues el manual aboga por dominar al cautivo de
manera absoluta e intimidante. “Es necesario abandonar el control…
excesivamente físico, emocional y psicológico”, porque es contraproducente,
afirma el coronel Steve Kleinman, retirado de la Fuerza Aérea y exfuncionario
de interrogatorios del Departamento de Defensa. Resalta que la humillación
provoca ira, resentimiento, resistencia y el deseo de represalias: los mismos
sentimientos que llevan a las personas al terrorismo. “Si la humillación
ocasiona que alguien se vuelva terrorista, ¿por qué supones que la humillación
hará que un terrorista entregue información?”, cuestiona. “Ese concepto no
tiene la menor lógica, y mucho menos ciencia”. Además, numerosos estudios
demuestran que el sufrimiento extremo y el dolor físico también resultan en
confesiones falsas.
Fuera de esas investigaciones, hay poca información científica sobre el tema. Incluso las
contadas evidencias persuasivas —como las de Scharff— siguen siendo anecdóticas.
Cuando José Rodríguez —director de operaciones clandestinas de la CIA— tomó la
nefasta decisión de ordenar la destrucción de las torturas filmadas en los
sitios negros de la CIA, acabó con evidencias científicas valiosas, comenta
Morgan. “Esperábamos que no destruyeran los videos para que un científico
autorizado los revisara y dijera: ‘Escuchen… la brutalidad produce datos
verificables en [solo] 10 por ciento de los casos’”.
“Es indispensable revisar [AFM] de cabo a rabo, porque nunca se ha hecho una evaluación objetiva sobre la
eficacia de sus técnicas”, argumenta Kleinman, quien contribuyó a descubrir los
abusos de los interrogadores en Irak.
No obstante, es difícil modificar actitudes que han reforzado décadas de películas y programas
policiacos donde las amenazas, la coerción y la tortura casi siempre dan
resultado. En 24 —serie dramática sobre antiterrorismo, que gozó de tremenda
popularidad a principios de siglo—, el héroe Jack Bauer fracturaba los huesos
de los sospechosos para solucionar un escenario mortal tras otro (lo extraño es
que Bauer nunca cedió a la tortura de un terrorista).
Morgan recuerda que la serie sedujo incluso a algunos miembros de la CIA. “Estuve en la agencia
durante la [locura] de 24, y todos decían: ‘Bueno, vamos a cortarles las
cabezas. Podríamos amenazarlos con eso. Deberíamos hacer lo mismo que Jack
Bauer’. Y mientras, yo pensaba: ‘Ay, Dios, esto es ridículo’”. Al final, la CIA
decidió contratar a dos psicólogos militares, sin experiencia alguna en
interrogatorios, para desarrollar el programa EIT.
Implementado en el periodo de Rodríguez y Haspel (su entonces jefa de gabinete), el programa recurría a
golpizas, privación de sueño, ruido ensordecedor, aislamiento prolongado y, por
supuesto, sumersiones repetidas para hacer que los sujetos hablaran. Rodríguez
sigue orgulloso de sus logros, y dijo a Newsweek que “el valor del programa sería
evidente” si desclasificaran el informe completo dirigido al Comité de
Inteligencia del Senado.
Kleinman descarta semejante idea. “Me encantaría debatir con él frente a un público neutro”, responde.
También es difícil acabar con prácticas y prejuicios añejos. “Cuando alguien ingresa en las fuerzas
policiales o de inteligencia —al menos en Estados Unidos—, desconoce cualquier
forma de interrogatorio que no sea las ficciones que vio en televisión”,
protesta Kleinman. “Pero la idea se refuerza debido a que individuos con 30 años
de experiencia han estado haciendo lo mismo. Jamás han reflexionado en su
experiencia, y nunca han sometido esas experiencias al análisis objetivo de
científicos independientes”.
La psicóloga clínica Susan Brandon, quien durante ocho años fuera administradora del programa de
investigación para HIG (por lo que estuvo profundamente implicada en
operaciones y capacitación), comenta: “No perciben la necesidad de cambiar,
porque su experiencia es que sí da resultados”. Entre tanto, los investigadores
novatos reciben instrucciones de sus superiores en el cuartel general, explica
Morgan, quien prestó servicio en Afganistán.
Todo esto se antojaría un debate de nerds para quienes creen en las “medidas duras” (título de las
memorias de Rodríguez, escrito por Bill Harlow, exportavoz de la CIA). Hablamos
de individuos como el presidente Donald Trump, quien defendió la simulación de
ahogamiento “y mucho peor” durante su campaña de 2016 (no ha vuelto a tocar el
tema desde entonces, tal vez porque —según especula el blog Lawfare—, “está
siguiendo el consejo de sus abogados en cuanto a que, si alguna vez hubo
posibilidad de defender legalmente esas medidas, hoy se han vuelto menos
defendibles que nunca”).
Eso no significa que a Trump le interese la legalidad. Durante la semana de Acción de Gracias, ignoró
el informe de la CIA y confirmó la responsabilidad del príncipe saudí Mohammed
bin Salman en el homicidio de Jamal Khashoggi, reportero saudita disidente y
residente estadounidense. “Es una lástima, pero así son las cosas”, dijo Trump
acerca del asesinato, cuando se retiraba de Washington por las fiestas. También
ha preferido ignorar los historiales homicidas del ruso Vladimir Putin, el
chino Xi Jinping, y el filipino Rodrigo Duterte.
Esto aumenta la urgencia de la reformas, insiste Fallon, quien publicó sus memorias el año pasado —Unjustifiable
Means: The Inside Story of How the CIA, Pentagon, and US Government Conspired
to Torture—, donde relata los abusos cometidos durante los interrogatorios. “Con
un presidente que afirma que la tortura funciona, es necesario legitimar la
manera como realizamos entrevistas investigativas”.
Hace falta un cambio radical en la opinión pública. Tal vez se requiera de una adaptación cinematográfica
de la biografía de Scharff ( 1978 ), el alemán que incursionó en el hablar
suave y ofreció su técnica a la Fuerza Aérea. En 1992, Scharff murió
honorablemente en Los Ángeles, tras una exitosa segunda carrera como diseñador
de muebles y artista de mosaicos. Una de sus obras más importantes decora el
Castillo de Cenicienta en Disneylandia.
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