worldcantwait.org
ESPAÑOL

Español
English-LA
National World Can't Wait

Pancartas, volantes

Temas

Se alzan las voces

Noticias e infamias

De los organizadores

Sobre nosotros

Declaración
de
misión

21 de agosto de 2015

El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.




Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


Invitación a traducir al español
(Nuevo)
03-15-11

"¿Por qué hacer una donación a El Mundo No Puede Esperar?"

"Lo que la gente esta diciendo sobre El Mundo No Puede Esperar


Gira:
¡NO SOMOS TUS SOLDADOS!


Leer más....


Tanques para nada: ¿Está la civilización en juego en Ucrania?

Voces del Mundo

Andrew Bacevich, TomDispatch.com, 12 febrero 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández



Andrew Bacevich, colaborador habitual de TomDispatch, es presidente y cofundador del Quincy Institute for Responsible Statecraft. Acaba de publicar su nuevo libro: On Shedding an Obsolete Past: Bidding Farewell to the American Century.

"Para defender la civilización, derrota a Rusia". En el siempre belicoso Atlantic, un académico estadounidense conocido mío hizo recientemente ese dramático llamamiento a las armas. Y para que no hubiera confusión sobre lo que estaba en juego, la imagen que acompañaba a su ensayo mostraba al presidente ruso Vladimir Putin con un bigote y un corte de pelo a lo Hitler.

Si consideramos a Putin como la última manifestación del Führer, la resurrección de Winston Churchill no puede estar muy lejos. Y, hete aquí, que más de un observador ya ha empezado a describir al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky como la última reencarnación del primer ministro británico favorito de Estados Unidos.

En estos días, puede que sean misiles suministrados por Occidente los que derriben "drones kamikazes" en lugar de los Spitfires que se enzarzan con Messerschmitts sobre el sur de Inglaterra, pero el escenario básico permanece intacto. En los cielos de Ucrania y en los campos de batalla se está recreando la "hora más gloriosa" de 1940. Lo mejor de todo es que sabemos cómo acaba esta historia, o al menos cómo se supone que debería acabar: con la derrota del mal y el triunfo de la libertad. Los estadounidenses llevan mucho tiempo encontrando consuelo en este tipo de narraciones simplificadas. Reducir la historia a un juego moral elimina las complejidades molestas. ¿Para qué molestarse en pensar cuando las respuestas son evidentes?

¿Un caso de “y tú más”?

No es que ponerse el manto de Churchill garantice necesariamente un resultado feliz, ni siquiera el apoyo continuado de Estados Unidos. Recordemos, por ejemplo, que durante una visita a Saigón en mayo de 1961, el vicepresidente Lyndon Johnson ungió infamemente al presidente survietnamita Ngo Dinh Diem como el "Churchill de Asia".

Desgraciadamente, ese exaltado título no evitó que Diem fuera derrocado y asesinado en un golpe de Estado facilitado por la CIA algo más de dos años después. La complicidad de Estados Unidos para acabar con el sustituto de Churchill en Vietnam del Sur marcó un punto de inflexión crítico en la guerra de Vietnam, transformando una molestia en una debacle total. La apreciación de tales ironías puede ayudar a explicar por qué el antinazi preferido de Zelensky no es Winston Churchill sino Charlie Chaplin.

Dicho todo esto, defender la civilización es una causa honorable y necesaria que merece el apoyo de todos los estadounidenses. Donde las cosas se complican es a la hora de decidir cómo enmarcar una tarea tan esencial. Dicho sin rodeos, ¿quién elige lo que es honorable y necesario? En las redacciones de The Atlantic y otros medios rusófobos similares, la suposición no reconocida es, por supuesto, que nos corresponde a nosotros, donde "nosotros" significa Occidente y, sobre todo, Estados Unidos.

Timothy Snyder, un autodenominado «historiador de la atrocidad política» que enseña en Yale, suscribe esta propuesta. Recientemente se ha pronunciado con 15 razones "¿Por qué el mundo necesita la victoria ucraniana?". Esas 15 razones son muy variadas. Una victoria ucraniana, afirma Snyder: (#1) "derrotará un proyecto genocida en curso"; (#3) "pondrá fin a una era de imperio"; y (#6) "debilitará el prestigio de los tiranos". Al dar una lección objetiva a China, también (#9) "disipará la amenaza de una gran guerra en Asia". Para los preocupados por la crisis climática, derrotar a Rusia también (#14) "acelerará el abandono de los combustibles fósiles". Mi propio nº 1 es el nº 13 de Snyder: una victoria para Ucrania "garantizará el suministro de alimentos y evitará futuras hambrunas".

En pocas palabras, según Synder, una victoria ucraniana sobre Rusia tendrá un impacto redentor en casi cualquier tema imaginable, transformando el orden global junto con la propia humanidad. Los ucranianos, escribe, "nos han dado la oportunidad de darle la vuelta a este siglo". De nuevo, permítanme subrayar que lo que me hace dudar es ese "nos".

Es comprensible que el profesor Snyder y los editores de The Atlantic (y otras publicaciones igualmente beligerantes) se centren tan intensamente en los acontecimientos de Ucrania. Después de todo, la guerra allí es un horror. Y aunque los crímenes de Vladimir Putin no lleguen ni de lejos a los de Hitler -cualquiera que haya sido su maligna intención, la incondicional resistencia ucraniana ha descartado sin duda el genocidio-, es sin duda una amenaza de primer orden y su temeraria agresión merece fracasar.

Sin embargo, me parece dudoso que la valentía ucraniana, combinada con el avanzado armamento occidental, tenga algo más que un impacto pasajero en la historia mundial. Es cierto que, en este sentido, puede que esté en minoría. Además de causar un inmenso sufrimiento, la guerra de Putin ha desatado una oleada de hipérboles, de las que las 15 razones del profesor Snyder no son más que un ejemplo.

Como alguien que no pretende ser un "historiador de la atrocidad política" -lo más que puedo hacer es clasificarme como un "estudiante de la locura estadounidense"- mi suposición es que la invasión rusa de Ucrania tendrá un impacto tan duradero como nuestra propia invasión de Iraq, cuyo XX aniversario se acerca ahora.

Atrevidos hasta la temeridad, George W. Bush y sus socios se propusieron alterar el curso de la historia. Al invadir un territorio lejano considerado crítico para la seguridad nacional de este país, pretendían inaugurar una nueva era de dominio mundial estadounidense (denominada “liberación" con fines propagandísticos). Los resultados obtenidos, por decirlo suavemente, fueron diferentes de los esperados.

Por grotescas que resulten, las ambiciones de Putin en Ucrania parecen casi modestas en comparación. Mediante una invasión y una guerra de elección (denominada cruzada antifascista con fines propagandísticos), pretendía reafirmar el dominio ruso sobre una nación que el Kremlin consideraba esencial para su seguridad desde hacía mucho tiempo. Los resultados obtenidos hasta ahora, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, han resultado ser muy diferentes de los esperados.

Cuando el presidente ruso se embarcó en su guerra de 2022, no tenía ni idea de dónde se metía, como tampoco la tenía George W. Bush en 2003. Es cierto que ambos son extraños compañeros de cama y es fácil imaginar que cada uno se ofenda al ser comparado con el otro. Sin embargo, la comparación es inevitable: En el presente siglo, Putin y Bush han colaborado de facto en la perpetración de estragos.

Algunos podrían acusarme de cometer el pecado de “y tú más”, señalando con el dedo acusador en una dirección para excusar la iniquidad en otra, pero esa no es mi intención. No se puede exculpar a Putin: sus acciones han sido las de un vil criminal.

¿Civilización en peligro?

Pero si Putin es un criminal, ¿cómo debemos juzgar a quienes concibieron, vendieron, lanzaron y arruinaron la guerra de Irak? Al haber transcurrido 20 años, ¿ha prescrito algún tipo de delito que haya restado relevancia a ese conflicto? Tengo la sensación de que la clase dirigente de la seguridad nacional se siente ahora fuertemente inclinada a fingir que la guerra de Iraq (y también la de Afganistán) nunca tuvo lugar. Ese ejercicio de memoria selectiva ayuda a validar la insistencia en que Ucrania ha vuelto a conferir a Estados Unidos la responsabilidad primordial de defender la “civilización". Que nadie más puede asumir ese papel se da simplemente por sentado en Washington.

Lo que nos lleva de nuevo al quid de la cuestión: ¿Cómo es que este conflicto en particular pone en peligro a la propia civilización? ¿Por qué el rescate de Ucrania debería tener prioridad sobre el de Haití o Sudán? ¿Por qué debería importar más el temor a un genocidio en Ucrania que el genocidio en curso contra los rohinyá en Myanmar? ¿Por qué el suministro de armas modernas a Ucrania debe considerarse una prioridad nacional, mientras que el equipamiento de El Paso, Texas, para hacer frente a una avalancha de inmigrantes indocumentados figura como una ocurrencia tardía? ¿Por qué los ucranianos asesinados por Rusia generan titulares, mientras que las muertes atribuibles a los cárteles de la droga mexicanos –100.000 estadounidenses por sobredosis de drogas al año- se tratan como meras estadísticas?

De las diversas respuestas posibles a estas preguntas, tres destacan y merecen reflexión.

La primera es que la “civilización”, tal como se emplea habitualmente el término en el discurso político estadounidense, no abarca lugares como Haití o Sudán. La civilización deriva de Europa y sigue centrada en Europa. Civilización implica cultura y valores occidentales. Así, al menos, se ha condicionado a los estadounidenses a creer, especialmente a los miembros de nuestra élite. E incluso en una época que celebra la diversidad, esa creencia persiste, aunque sea de forma subliminal.

Por lo tanto, lo que hace que la agresión rusa sea tan atroz es que victimiza a los europeos, cuyas vidas se consideran de mayor valor que las de quienes residen en regiones del mundo implícitamente menos importantes. Que existe una dimensión racista en tal valoración es evidente, por mucho que los funcionarios estadounidenses lo nieguen. Sin rodeos, las vidas de los ucranianos blancos importan más que las vidas de los no blancos que pueblan África, Asia o América Latina.

La segunda respuesta es que plantear la guerra de Ucrania como una lucha para defender la civilización crea una oportunidad perfecta para que Estados Unidos reclame su lugar al frente de esa misma civilización. Tras años desperdiciados vagando por el desierto, Estados Unidos puede ahora volver ostensiblemente a su verdadera vocación.

El astuto discurso del presidente Zelensky ante el Congreso puso de relieve ese retorno. Al comparar a sus propias tropas con los soldados de infantería que lucharon en la Batalla de las Ardenas y citar al presidente Franklin Roosevelt sobre la inevitabilidad de la "victoria absoluta", fue como si el mismísimo Winston Churchill hubiera reaparecido en el Capitolio para alistar a los estadounidenses en la causa de la rectitud.

Huelga decir que Zelensky pasó por alto el lapsus claramente poco churchilliano de esa tradición que supone la presidencia de Donald Trump. Tampoco mencionó su propio coqueteo con Trump, que incluyó garantías de que “usted es un gran maestro para nosotros".

“EE.UU. ha vuelto", declaró Joe Biden en múltiples ocasiones durante las primeras semanas de su presidencia, y el presidente ucraniano ha estado encantado de validar repetidamente esa afirmación mientras continúe el flujo de armas y municiones para sostener a sus fuerzas. Las desastrosas guerras de este país tras el 11-S pueden haber suscitado dudas sobre si Estados Unidos había mantenido el lugar que le correspondía en el lado correcto de la historia. Sin embargo, con la señal de aprobación de Zelensky, la participación de Washington en una guerra por poderes -nuestro tesoro, con la sangre ajena- parece haber acallado esas dudas.

Un último factor puede contribuir a este afán por ver a la civilización misma bajo un asedio mortal en Ucrania. Demonizar a Rusia proporciona una excusa conveniente para posponer o evitar por completo un ajuste de cuentas crítico con la actual versión estadounidense de esa civilización. Clasificar a Rusia como enemigo de facto del mundo civilizado ha disminuido efectivamente la urgencia de examinar nuestra propia cultura y valores.

Piensen en ello como una concepción inversa del “y tú más”. La escandalosa brutalidad rusa y su cruel desprecio por las vidas ucranianas desvían la atención de cualidades similares que no son precisamente infrecuentes en nuestras propias calles.

Cuando empecé a trabajar en este ensayo, la administración Biden acababa de anunciar su decisión de proporcionar a Ucrania un puñado de los tanques M-1 Abrams más avanzados de este país. Aclamado en algunos círculos como un “cambio de juego”, es poco probable que la llegada de un número relativamente pequeño de esos tanques dentro de unos meses o más suponga una diferencia decisiva en el campo de batalla.

Sin embargo, la decisión ha tenido este efecto inmediato: afirma el compromiso de Estados Unidos de prolongar la guerra de Ucrania. Y cuando se agote el crédito ganado por el envío de tanques, los editores del Atlantic, respaldados por profesores de Yale, presionarán sin duda para que se envíen cazas F-16 y cohetes de largo alcance que el presidente Zelensky ya está solicitando.

Consideren todo esto, pues, como un distintivo de Estados Unidos en nuestro tiempo. Con el pretexto de cambiar el siglo, financiamos la violencia en tierras lejanas y eludimos así los retos reales de cambiar nuestra propia cultura. Por desgracia, cuando se trata de rehabilitar nuestra propia democracia, todos los tanques Abrams del mundo no van a servir para salvarnos.

Imagen de portada: Tanque M1 Abrams de EE.UU.


 

¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.

 

¡El mundo no puede esperar!

E-mail: espagnol@worldcantwait.net