No, no tenemos que aceptarlo
Debra Sweet | 16 de noviembre de 2016
Nos gustó mucho recibir todas sus respuestas a la elección de Trump y al mensaje
que mandamos y publicamos primero en revcom.us:
En
nombre de la humanidad, nos negamos a aceptar un Estados Unidos facista.
Como todos trabajamos intensamente en organizar resistencia a la dirección
fascista a donde esto está yendo, queremos saber de ustedes vía email (correo
electrónico), teléfono, Facebook o Twitter. Sus donaciones a El Mundo no Puede
Esperar serán inmediatamente puestas en uso.
Algunos discuten en pro de darle a Trump algo de tiempo para poder determinar si esto
es tan malo como creemos que es. Eso está mal. Como dijimos la semana pasada:
Con los fascistas, no se puede tratar de "esperar a ver que pase". Aquellos que vivían durante la
Alemania de Hitler y se sentaban al margen, observando mientras Hitler
acorralaba a un grupo tras otro, se convirtieron en colaboradores vergonzosos
con monstruosos crímenes contra la humanidad. Hay que oponerle resistencia y desafiar a Trump y su
régimen, desde ya, de muchas formas diferentes y en todos los rincones de la sociedad.
La conciliación y la colaboración serían nada menos que criminales y
mortíferas. Efectivamente. ¡Únanse… opongan resistencia… y dejen que el mundo
entero sepa que nosotros no dejaremos que esta situación siga en pie!
“No! No debemos esperar y ver qué
significará la presidencia de Trump. Debemos organizarnos ahora mismo.”
-Shaun King
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Merriam-Webster reporta que las búsquedas de “fascismo” se han disparado.
Aquí les dejamos una lectura esencial:
Bob Avakian, Presidente del Partido Comunista Revolucionario en Los
fascistas y la destrucción de la "República de Weimar"... y qué la va
a reemplazar
“Atacar al equivalente de la República de Weimar (al Partido Demócrata, los
“liberales”, etc., y tildarlos de traidores) es parte de la estrategia de
callar y suprimir, con la fuerza del estado si es necesario, a todo grupo o
sector de la sociedad, e incluso de la clase dominante, que presente un
obstáculo al proyecto que los fascistas cristianos, y fuerzas de esa tendencia
general, proponen implantar en Estados Unidos (y, de hecho, en el mundo
entero). Por un buen tiempo (desde la época de la guerra fría hasta la época de
la “guerra contra el terrorismo”), esas fuerzas han atacado sistemáticamente a liberales,
a políticos liberales de la clase dominante (además de comunistas,
anarquistas y otros radicales) y los han tildado de traidores.”
Zoe Williams, de the Guardian escribió en La peligrosa fantasía detrás de la normalización de Trump:
“Esta situación no es normal- o si prefieren en términos de media social, #noesnormal. Cuando las
mujeres se están alineando por anticoncepción de largo plazo en una despedida
triste y pragmática a su autonomía reproductiva, cuando el jefe estratega es
acusado de permitir racismo y anti-Semitismo, cuando el vice presidente elegido
firma leyes exigiendo a las mujeres realizar y pagar funerales para sus fetos
perdidos en abortos espontáneos, cuando el presidente electo ha jurado deportar
tres millones de inmigrantes, cuando tiene por lo menos doce acusaciones de
mala conducta sexual en su contra, cuando ha anunciado un gabinete que incluye
a sus tres hijos, esto no parece ser nada parecido a una democracia, no se
parece en nada a la reconciliación. Parece déspota, inflamatorio, extremo y
violento: parece, en corto, exactamente como Trump prometió que se vería cuando
hizo campaña prometiendo encarcelar a su oponente. Sus adversarios respondieron
que él probablemente no decía en serio las cosas, una posición para la cual no
hay precisamente ninguna evidencia. Su deseo de normalizar las cosas, los ha
puesto en un estado fanático desde el cual ven la presidencia futura como ellos
quieren verla y no como sencillamente es”.
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A continuación les dejamos el prólogo de La
conciencia nazi, por Claudia Koonz
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“Hilter, que siempre supo interpretar con astucia los deseos de si
público, captó el hambre de los alemanes de un gobierno en el que confiar y de
una meta nacional en la que creer. Desde sus primeros tiempos de orador
político, nunca dejó de tener en cuenta aquella aspiración. En frases que sus
rivales ridiculizaban por considerarlas huecas y que para sus seguidores eran reveladoras,
Hitler prometía rescatar los anticuados valores del honor y la dignidad,
salvarlos del materialismo, la degeneración y el cosmopolitismo de la vida
moderna. La lista de agravios de sus acólitos era largar, y las raíces de sus
preocupaciones, profundas. Los bolcheviques amenazaban con la revolución: las
mujeres emancipadas abandonaban sus responsabilidades familiares; los
capitalistas amasaban inmensas fortunas; los Estados extranjeros habían
despojado a Alemania del estatuto de potencia europea que le correspondía por
derechos propio. Hitler transformó en indignación moral la ira de sus
seguidores ante el desorden cultural y político. En lugar de la República de
Weimar, que él consideraba débil y femenina, prometía el advenimiento de un
orden decidido y viril. Donde, en otro tiempo, la religión había proporcionado
un firme propósito moral, la cultural nazi ofrecía una fe secular absolutista.
A diferencia de los regímenes liberales, en los que el cálculo moral gira en torno al concepto de derechos humanos
universales, el Tercer Reich ensalzaba el bienestar de la comunidad étnica
alemana y lo establecía como punto de referencia de todo razonamiento moral. La
moralidad nazi defendía, de manera explícita, ideas racistas y sexistas en un
momento en que los ideales de igualdad empezaban a abrirse paso por todo el
mundo occidental. Los teóricos de la raza alemanes, que pretendían pasar por
modernos y progresistas, dignificaban prejuicios antiguos con el recurso a la
ciencia. En su intento de atraer complicidades, no apelaban tanto a la maldad
como a las ideas de salud, higiene y progreso, pues de otro modo sus políticas
se habrían percibido como crueles y violentas. Para movilizar a los ciudadanos
de una nación moderna e ilustrada, el régimen nazi no recurría sólo a la
represión, sino a los ideales de comunidad, de mejora cívica. En una cultura
pública exaltada que se basaba en la negación de uno mismo y en la recuperación
de lo colectivo, a los alemanes de etnia
se les exhortaba a apartar a los ciudadanos considerados forasteros y a aliarse
sólo con personas racialmente valiosas. El camino que conducía a Auschwitz
estaba asfaltado de virtud.”
Queremos saber de ustedes vía email,
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