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Nuestro hombre en Damasco: Cuando Siria desplegó sus cámaras de tortura y torturadores para la CIA

Jeffrey St. Clair, CounterPunch.org, 12 diciembre 2024

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


La prisión de Sednaya, donde más de 100.000 sirios, muchos de ellos disidentes políticos, algunos de ellos hijos de disidentes, fueron torturados y recluidos en condiciones miserables durante los últimos 25 años.

Ahora que Bashar al-Asad ha huido de Damasco a una de sus 20 suites de lujo en Rusia (valorada en 30 millones de dólares), merece la pena tomar nota de una época, no tan lejana, en la que Asad estaba en términos más amistosos con el régimen estadounidense y abrió sus mazmorras a la CIA para torturar e interrogar a desgraciados, como Maher Arar, que fueron barridos sin piedad en la Guerra contra el Terror. Estos nefandos servicios al imperio no le valieron al régimen de Asad ningún favor duradero de Estados Unidos y la animadversión duradera de muchos en el mundo árabe. Este artículo es un extracto de mi libro Grand Theft Pentagon: Tales of Corruption and Profiteering in the War on Terror.

Un elegante jet Gulfstream V con el número de cola N379P ha acumulado más millas internacionales que la mayoría de los jets de pasajeros. Desde octubre de 2001, este avión ha sido visto en algunos de los aeropuertos más exóticos y prohibitivos del mundo: Tashkent (Uzbekistán), Karachi (Pakistán), Bakú (Azerbaiyán), Bagdad (Iraq) y Rabat (Marruecos).

También ha aterrizado con frecuencia en Dulles International, a las afueras de Washington D.C., y está autorizado a aterrizar en bases aéreas militares estadounidenses en Escocia, Chipre y Fráncfort (Alemania). Observadores de todo el mundo han visto subir y bajar del avión a hombres encapuchados y encadenados.

El avión era propiedad de una empresa llamada Bayard Marketing, con sede en Portland, Oregón. Según los registros de la FAA, el único directivo de Bayard era un hombre llamado Leonard T. Bayard. No había información de contacto disponible de Bayard. De hecho, no hay ningún registro público de Bayard. No hay dirección residencial. No hay números de teléfono. Nada.

De hecho, Bayard Marketing era una empresa ficticia y Leonard Bayard es una identidad falsa. Ambas fueron creadas por la CIA para ocultar una operación lanzada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 para secuestrar a presuntos terroristas y transportarlos a gobiernos extranjeros donde podrían ser interrogados con métodos prohibidos en Estados Unidos, es decir, torturados y en ocasiones asesinados.

Bayard Marketing era una de las cinco o seis empresas tapadera diferentes que la CIA ha utilizado para ocultar su papel en la «entrega» clandestina (el término de moda para este proceso) de presuntos terroristas. En este caso, el deseo de la CIA de mantener el programa en secreto no obedece a la necesidad de protegerlo de Al Qaida o de otras fuerzas hostiles, sino de la exposición pública. La entrega de cautivos con fines de tortura viola la legislación internacional y estadounidense.

Desgraciadamente para la CIA, el avión y su carga humana han sido una especie de secreto a voces desde principios de 2002, cuando los observadores de los aeropuertos internacionales empezaron a tomar nota de sus llegadas y salidas regulares, normalmente de noche, desde bases aéreas militares desde Jordania hasta Indonesia.

Un ejemplo notorio: El 26 de septiembre de 2002, Maher Arar, ingeniero canadiense nacido en Siria, fue detenido por agentes de inteligencia estadounidenses en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York cuando cambiaba de avión. Arar y su familia regresaban a Canadá de unas vacaciones en Túnez. Arar permaneció recluido 13 días en una celda federal mientras le interrogaban sobre un hombre que los servicios de inteligencia estadounidenses creían vinculado a Al Qaida. Arar dijo a sus captores que nunca había conocido al hombre en cuestión, aunque había trabajado con su hermano en un proyecto de construcción.

Entonces, una noche, dos agentes de paisano vinieron a por Arar, le pusieron una capucha en la cabeza, le sujetaron las manos con esposas de plástico y le encadenaron los pies con grilletes. Lo llevaron de la cárcel federal al aeropuerto, donde lo embarcaron en el avión Gulfstream V. El avión voló a Washington, D.C. y luego a Portland, Maine. Hizo una escala en Roma y aterrizó en Ammán (Jordania). Durante el vuelo, Arar recuerda haber oído a los pilotos y a la tripulación referirse a sí mismos como miembros de la «Unidad Especial de Expulsión».

Arar permaneció retenido en una celda de Ammán durante 10 horas. Suplicó a sus captores que lo liberaran o le permitieran hablar con un abogado. Se negaron. Lo metieron en una furgoneta y lo condujeron al otro lado de la frontera con Siria, donde lo entregaron a una unidad de la policía secreta. Lo llevaron a una oscura celda subterránea e inmediatamente sus interrogadores empezaron a golpearlo con cables de batería. Las palizas se sucedieron día tras día.

Un año después, Arar fue liberado por los sirios a instancias del gobierno canadiense. Nunca se le acusó de ningún delito. La CIA había ordenado su detención, interrogatorio y tortura. No ha recibido ninguna disculpa. Arar es una de las al menos 150 personas que la CIA ha capturado y llevado a otros países en un programa encubierto conocido como «entregas extraordinarias».

Mientras que Arar acabó en Siria, otros detenidos han permanecido en Jordania, donde la CIA dirige una «prisión fantasma» para la detención, interrogatorio y tortura de algunos de los miembros de más alto rango de Al Qaida capturados por las fuerzas estadounidenses en los últimos tres años. Según un artículo del diario israelí Ha’aretz, 11 altos cargos de Al Qaida han sido enviados a la prisión de Al Yafr, en el desierto meridional de Jordania, donde han sido interrogados y torturados. Entre los detenidos en Jordania se encuentran Abu Zubaydah, Riduan Isamuddin y Jalid Sheij Mohammed.

Jalid Sheij Mohammed, presunto planificador de los atentados del 11-S, fue capturado en Pakistán en marzo de 2003. Mohammed fue trasladado a una base estadounidense en Afganistán para su interrogatorio inicial y luego fue enviado a la prisión de Jordania, donde fue sometido a una serie de torturas, incluida la infame técnica del «submarino», en la que la víctima es atada fuertemente con cuerdas a un trozo de madera contrachapada y luego sumergida en agua helada hasta que casi se ahoga.

El método del ahogamiento simulado fue una de las diversas variedades de tortura aprobadas por el presidente Bush en una orden ejecutiva emitida en febrero de 2002. La orden de Bush, que eximía a la CIA del cumplimiento de las normas de las Convenciones de Ginebra, fue ampliada siete meses después por un memorando de agosto de 2002 firmado por el fiscal general adjunto Jay S. Bybee. El Memorando Bybee (redactado principalmente por su adjunto John Yoo) pedía la continuación de los métodos de interrogatorio de la CIA, incluida la entrega, y bendecía como legales los métodos de coacción física y psicológica que infligían un malestar «equivalente en intensidad al dolor que acompaña a las lesiones físicas graves, como la insuficiencia orgánica, el deterioro de las funciones corporales o incluso la muerte.»

La prisión de Jordania es sólo uno de los 24 centros secretos de detención e interrogatorio que la CIA tiene en todo el mundo. Según un informe de Human Rights Watch, «al menos la mitad de ellos operan en total secreto».

En un principio, el Gulfstream V que llevó a Arar a Ammán era propiedad de una empresa llamada Premier Executive Transport Services, Inc., con sede en Dedham, Massachusetts. Una investigación de la reportera del Washington Post Dana Priest reveló que los documentos corporativos presentados por Premier Executive incluían una lista de directivos y miembros del consejo que, en palabras de Priest, «sólo existen sobre el papel». Los nombres de Bryan Dyess, Steven Kent, Timothy Sperling y Audrey Tailor habían recibido nuevos números de la Seguridad Social y sólo incluían números de apartado de correos como direcciones.

Las oficinas de Correos están situadas en Arlington (Virginia), Oakton y Chevy Chase (Maryland) y el distrito de Columbia. En los últimos años, esos mismos apartados de correos se han registrado a nombre de otros 325 nombres ficticios, así como de una empresa llamada Executive Support OFC, otra tapadera de la CIA.

La administración Bush no se esforzó mucho por mantener en secreto su programa de tortura por poderes. Eso se debe a que los abogados especializados en tortura de la administración, como John Yoo, exadjunto de Alberto Gonzales y ahora profesor de Derecho en Berkeley, argumentaron que la administración es libre de infringir las leyes internacionales y nacionales en su persecución de presuntos terroristas. Cuando trabajaba para la administración Bush, Yoo redactó un memorando jurídico que estableció el marco del programa de entregas. Sostuvo que Estados Unidos no estaba obligado por los Acuerdos de Ginebra (ni por las prohibiciones estadounidenses de la tortura) en su persecución de miembros de Al Qaida o soldados talibanes porque Afganistán era «un Estado fallido» y, por tanto, no estaba sujeto a la protección de las leyes contra la tortura. Los detenidos fueron incluidos en una categoría de nueva creación denominada «combatientes enemigos ilegales», una rúbrica jurídica que los trataba como subhumanos carentes de todos los derechos humanos básicos.

«¿Por qué es tan difícil que la gente entienda que hay una categoría de comportamiento no cubierta por el sistema legal?» proclamó Yoo. «Históricamente hubo gente tan mala que no gozaba de la protección de las leyes. No había disposiciones específicas para su enjuiciamiento o encarcelamiento. Si eras un combatiente ilegal, no merecías la protección de las leyes de la guerra».

Por supuesto, en ausencia de un juicio, ¿quién determina si las personas detenidas como «combatientes ilegales» son «ilegales» o incluso «combatientes»?

De forma aún más descarada, Yoo sostiene que la administración Bush era libre de ignorar las leyes estadounidenses contra la tortura.

«El Congreso no tiene poder para atar las manos del presidente en lo que respecta a la tortura como técnica de interrogatorio», dijo Yoo. «Es el núcleo de la función del comandante en jefe. El Congreso no puede impedir que el presidente ordene la tortura».

Yoo afirma que si el Congreso tuviera algún problema con que Bush se burlara de sus leyes, la solución es sencilla: la destitución. También argumenta que la opinión pública estadounidense tuvo su oportunidad de repudiar el programa de detenciones y torturas de Bush y, en cambio, lo respaldó. «El tema se está extinguiendo», declaró Yoo a la revista New Yorker. Ha «tenido su referéndum».

Como en tantos casos con la administración Bush, parece que el propio Dick Cheney dio luz verde al escenario de secuestro y tortura. Cheney incluso dejó caer públicamente que la administración Bush iba a tratar salvajemente a los sospechosos de terrorismo. Durante una entrevista en «Meet the Press», una semana después de los atentados contra el World Trade Center y el Pentágono, Cheney dijo que la administración no iba a encadenarse a los métodos convencionales para localizar a los sospechosos de terrorismo.

«Mucho de lo que hay que hacer aquí tendrá que hacerse en silencio, sin ninguna discusión, utilizando fuentes y métodos que están a disposición de nuestras agencias de inteligencia, si queremos tener éxito», dijo Cheney. «Ese es el mundo en el que opera esta gente. Y por eso va a ser vital que utilicemos cualquier medio a nuestra disposición, básicamente, para lograr nuestro objetivo. Puede que tengamos que trabajar a través, más o menos, del lado oscuro».

Bienvenidos a la edad oscura.

Jeffrey St. Clair es editor de CounterPunch. Su libro más reciente es An Orgy of Thieves: Neoliberalism and Its Discontents (junto a Alexander Cockburn). Se puede contactar con él en: sitka@comcast.net o en X @JeffreyStClair3.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2024/12/12/nuestro-hombre-en-damasco-cuando-siria-desplego-sus-camaras-de-tortura-y-torturadores-para-la-cia/


 

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