Simón Bolivar tiene palabras para las FF.AA. de EE.UU.
Ariel Dorfman
Página|12
23 de febrero de 2019
Aunque no creo en los fantasmas ni en una vida de ultratumba, siempre he sentido que
los muertos están de alguna manera presentes entre nosotros, que sus voces
jamás pueden ser completamente borradas de la memoria. Meditando en Santiago de
Chile sobre las recientes exigencias de Donald Trump a los militares
venezolanos de que derroquen a Nicolás Maduro que, pese a sus muchos defectos y
errores, es el Presidente Constitucional de su país, imaginé cómo Simón Bolívar
hubiera respondido desde el más allá a la crisis que aflige en estos momentos a
la tierra que le dio nacimiento en 1783.
A LOS COMANDANTES
DE LAS FUERZAS ARMADAS
DE LOS ESTADOS UNIDOS:
¿Por qué me niego a pedirles a Uds. que destituyan a Donald Trump?
Estaría, después de todo, más que justificado en proponer, en nombre de la América
Latina que ayudé a liberar del yugo colonial, una medida tan drástica, en vista
de que vuestro presidente ha intervenido flagrantemente en los asuntos internos
de mi Venezuela, llamando a que sus soldados derriben al Presidente Nicolás
Maduro si no quieren “perderlo todo.” ¿Por qué rechazo la idea misma de que
alguien como yo, desde fuera de los Estados Unidos, pudiera dictarles cuál es
el deber que les incumbe como militares honrosos?
Es verdad que las razones para deshacerse de Trump son múltiples, las mismas
razones que él esgrime para atacar a Maduro, un líder por el que no siento gran
simpatía, por mucho que invoque mi nombre incesantemente.
Trump ha acusado a Maduro de ser un presidente ilegítimo. Trump debería mirarse en el
espejo. Fue elegido con tres millones de votos menos que su rival y logró su victoria
gracias a la colusión con una potencia extranjera y la incesante e ilegal
supresión de noticias desfavorables acerca de su transgresiones sexuales y financieras.
Trump ha acusado a Maduro de violar la Constitución. Trump debería mirarse en el
espejo. Ha ignorado en forma contumaz su propia Constitución y la acaba
de violar abiertamente al declarar una inexistente Emergencia Nacional en la
frontera con México, una acción que vulnera la separación de poderes al querer
usar fondos que no han sido autorizados por el Congreso.
Trump ha acusado a Maduro de ser corrupto. Trump debería mirarse en el espejo. Su
presidencia es la más corrupta en la historia de los Estados Unidos, llena de
colaboradores encarcelados e incontables escándalos que han llevado a la
renuncia de numerosos miembros del Gabinete, mientras que su familia y sus
compañías se han enriquecido ilícitamente.
Trump ha acusado a Maduro de ser un dictador. Trump debería mirarse en el espejo. Los
mandatarios a quienes admira son todos hombres autoritarios que desprecian la
democracia: Erdogan, Duterte, Al-Sissi, Orban, Putin y, por cierto, el
benemérito Kim Jong-Un.
Trump ha acusado a Maduro de poner en peligro la seguridad nacional de los Estados
Unidos. Trump debería mirarse en el espejo. Su retirada del pacto con Irán y la
abrogación del tratado de misiles nucleares con Rusia crean condiciones para
nuevas y muy peligrosas guerras. Y nada amenaza más la seguridad de su pueblo
que la forma en que Trump ha negado maliciosa y estúpidamente las causas y
efectos del calentamiento global, además de su asalto a las regulaciones y
tratados que intentan combatir los cambios climáticos apocalípticos que se
ciernen sobre la humanidad.
Aún así, a pesar de los delitos de Trump y su pretensión de resucitar la actitud
matonesca e imperial hacia América Latina de antaño (“todas las opciones”, ha
dicho, “están sobre la mesa”), y pese a que advertí yo en 1829 que “los Estados
Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en
nombre de la libertad”, pese a todo ello, me resisto a dejarme ganar por la
rabia y el deseo de venganza, que nunca son buenos consejeros.
Si bien muchas de las asonadas militares que hemos padecido en nuestras tierras
fueron alentadas y financiadas por los Estados Unidos, no quisiera que el
pueblo norteamericano sufriese un golpe de estado. La joven república por la
que peleó George Washington –con el cual se me ha comparado– fue una
inspiración para mí y tantos otros que llevamos a cabo la lucha por la
independencia de nuestro continente a principios del siglo XIX. Para mí, como
lo manifesté en 1819 en el Discurso de Angostura, “el pueblo norteamericano es
un modelo singular de virtud política y rectitud moral... esa nación nació en
libertad, se crió en libertad y se mantuvo sólo por la libertad”, de manera que
sería trágico que sus soldados llegaran a diezmar la democracia que han jurado
defender. Una vez que las Fuerzas Armadas hayan depuesto en un cuartelazo al
gobierno elegido por el pueblo, por erróneo que sea el juicio de ese pueblo, ya
no hay marcha atrás: el dolor y la muerte, la tortura y la confusión, el
desorden, la culpa y la mentira son inevitables.
El destino de Trump tiene que ser decidido por los ciudadanos de su país sin que
nadie –ni yo ni ningún otro extranjero– interfiera en esa soberanía. Es el
único modo para que la crisis que en este momento asedia a los Estados Unidos
–una nación dividida contra sí misma, presa de una crisis inaudita– sea
resuelta sin violencia y sangre.
Y si esto vale para el país de Washington y Lincoln, ¿por qué no debería valer para
la Venezuela que me vio nacer y que no merece una guerra civil incitada desde
el exterior?
En el nombre de la paz, este guerrero os saluda desde más allá de la muerte y espera
que vuestro país y el mío puedan establecer relaciones fraternales y amistosas
en un futuro próximo para el bien de todas las Américas, Simón Bolívar, el Libertador.
* Autor de La Muerte y la Doncella y la novela Allegro.
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