Si torturan “los buenos” no es tortura
Carlos Miguélez Monroy*. LQSomos. Julio 2015
Ha sido unánime la conmoción por las imágenes de hombres
sumergidos en el agua en una jaula para morir ahogados, otro grupo de rodillas
amarrados con un cable explosivo que les reventará las cabezas y los cuerpos,
imágenes de jóvenes mutilados que bien podrían no tener la mayoría de edad.
Estas torturas, tratos degradantes y asesinatos se le atribuyen al
autodenominado Estado Islámico.
Cambio de escenario: imágenes de encapuchados vestidos de
naranja que sufren simulaciones de ahogamiento, que son encerrados en
habitaciones donde no ven un rayo de luz en días o, por lo contrario, tienen
una luz blanca las 24 horas durante días y semanas, o que tienen que soportar
música estridente a volúmenes enloquecedores. Todos estos presos fueron
capturados en la llamada “guerra contra el terrorismo” y no pudieron
defenderse ante ningún tribunal. Entre ellos hay ancianos y personas con
enfermedad mental.
Los defensores de los derechos humanos rechazan esta
tortura de años como cualquier otra que se produzca en el mundo, sin importar
el perpetrador. Pero algunos gobiernos, con su conducta, parecen justificar
Guantánamo, Abu Ghraib, Bagram y tantas otras cárceles y centros de detención
donde se ha torturado a miles de supuestos terroristas que no han tenido un
juicio. Algunos salieron de su casa una mañana y dejaron atrás una familia que
no conoce su paradero y que no sabe si aún respira.
Todo apunta a que Barack Obama terminará su mandato sin
cerrar la cárcel de Guantánamo, una de sus promesas estrella antes de asumir la
presidencia de Estados Unidos. Sobre él se proyectan muchas otras sombras, como
desvela el informe de un Comité del Senado sobre distintos casos de tortura que
implican a la CIA y a otros servicios secretos de Estados Unidos. El gobierno
de Bush las puso en marcha, pero se mantuvieron durante los años que lleva su
sucesor en el poder. A esto se suma el cuestionamiento de la versión oficial
sobre el asesinato de Osama bin Laden que ha publicado Seymour Hersh, el mismo
periodista que destapó la masacre de My Lai durante la Guerra de Vietnam.
Los defensores de tales métodos por considerarlos un
instrumento legítimo para extraer información y salvar vidas del “mundo libre” se quedan
con cada vez menos argumentos. El caos político, económico y social en Irak, en
Afganistán y en otros lugares donde se ha librado la supuesta guerra contra el
terror permite cuestionar dicha eficacia.
En muchos debates sobre la tortura se ha utilizado a
Chile como ejemplo. El gobierno de Pinochet había torturado, pero luego en los ’80 y ’90 su país
vivió un supuesto auge económico al que se le llegó a llamar “el milagro chileno”. No importaba que su vecino, con más de
diez veces el número de torturados y desaparecidos, tuviera una deriva opuesta
con los años de corralito y de deterioro económico y social. En México, cuerpos
policiales y del ejército torturan para extraer confesiones falsas, como lo
confirma desde hace tiempo Juan E. Méndez, Relator de Naciones Unidas sobre la
Tortura. Pero hay parte de la sociedad mexicana que considera que la mano dura
forma parte de una estrategia para acabar con la lacra del crimen organizado.
Ahora imaginemos que todos los países mencionados
hubieran vivido o vivieran ahora una situación de bienestar y de estabilidad.
¿Quedaría justificada la tortura, incluso en
casos donde las personas torturadas fueran inocentes? El peligro de recurrir a
los resultados radica en una deriva donde la tortura se justifique en función
de quién defiende el bien común, de quién tiene legitimidad para torturar;
donde torturar en determinados casos esté justificado desde una perspectiva
ética y moral.
La prohibición de la tortura como principio aceptado en
derecho internacional, de forma consuetudinaria, y también por medio de
tratados y acuerdos, parte de la convicción de que no se puede aceptar la
tortura bajo ninguna circunstancia; nadie tiene legitimidad de infligir
sufrimiento ni de consentirlo en su territorio por muy loable que sea su fin:
imponer un modelo de crecimiento económico, ahuyentar el comunismo, acabar con
el terrorismo o luchar contra los cárteles de la droga. Para eso hay leyes y
personas que las hagan cumplir.
* Periodista y editor en el Centro de Colaboraciones Solidarias
@cmiguelez
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