Ganaron los casos de Guantánamo en la Corte Suprema, pero ¿dónde están ahora?
Carol Rosenberg
12 de enero de 2023
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En su casa de Carros, Francia, el 15 de noviembre de 2022, Lakhdar
Boumediene muestra una camiseta que modificó hacia el final de su detención en
la cárcel militar estadounidense en la bahía de Guantánamo, Cuba. El mensaje
escrito en la camiseta dice "Boumediene, 2; G.W. Bush, 0". (Cristina
Baussan/The New York Times)
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En el frenético periodo posterior a los atentados del 11 de Septiembre, cientos de
hombres capturados en el extranjero fueron enviados a la prisión militar
estadounidense de la bahía de Guantánamo, Cuba, donde permanecieron detenidos
sin acceso a abogados y privados de todos los demás derechos.
Con el tiempo, los casos de tres de los presos llegaron a la Corte Suprema e hicieron
historia. Sus impugnaciones cambiaron el panorama jurídico de Guantánamo y
despojaron al ejército y a la Casa Blanca de una autoridad ilimitada para
detener a personas ahí.
Nos pusimos al día con dos de los hombres, uno en una ciudad industrial gris del
centro de Inglaterra donde creció, el otro a miles de kilómetros, en la soleada
Riviera francesa. El tercero tiene dificultades en un Yemen devastado por la guerra.
Los tres expresos se reunieron con sus familias hace años y consiguieron construir
nuevas vidas a pesar del abuso que soportaron y el estigma de haber estadorecluidos en Guantánamo.
“Es duro”, comentó Lakhdar Boumediene, quien perdió más de siete años por estar
bajo custodia de Estados Unidos hasta que se determinó que había estado
detenido de forma ilegal. “Me quitaron mi tiempo, mi familia”.
Sus historias todavía son importantes. A partir del 11 de enero de 2002, hace 21
años, el gobierno de George W. Bush llevó a alrededor de unos 780 hombres y niños
a Guantánamo. De ellos, quedan 35 presos. Algunos todavía tienen casos
judiciales que cuestionan los límites legales de la guerra contra el terrorismo
y siguen dándole forma a su legado.
A continuación, las versiones de dos de los hombres quienes ganaron sus casos en
la Corte Suprema.
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Shafiq Rasul en
su casa de Tipton, Inglaterra, el 10 de noviembre de 2022. (Cristina Baussan/The New York Times)
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Su caso les dio acceso a abogados a los presos
Shafiq Rasul nunca vio a un abogado durante los 800 días que estuvo bajo custodia de
Estados Unidos, a pesar de que el caso que lleva su nombre permitió que los
detenidos tuvieran acceso a asesoría legal.
Para cuando los jueces dictaron sentencia para el caso de Rasul vs. Bush, en junio
de 2004, Estados Unidos lo había repatriado a su Inglaterra natal junto con
otros cuatro ciudadanos británicos. El caso avanzó porque otros hombres en la
petición seguían recluidos en la cárcel de la isla.
En la actualidad, Rasul, de 45 años, vive con su mujer, sus dos hijos y su madre
viuda en la misma casa adosada de Victoria Road, en Tipton, Inglaterra, donde
se crio. Dos de sus hermanos viven con sus familias en casas contiguas en la
otrora ciudad fabril de edificios de ladrillo y canales antiguos.
Rasul, un hombre de voz suave, se describe como una persona hogareña que se gana la
vida reparando sistemas de calefacción doméstica de gas natural para una
empresa nacional con una sede local.
“Me mantengo reservado y ocupado todo el tiempo”, dijo.
Rasul comentó que sus empleadores saben que estuvo bajo la custodia del ejército
estadounidense y a veces cree que la gente lo reconoce como uno de los tres
musulmanes de Tipton que estuvieron detenidos durante dos años en Guantánamo
sin que se presentaran cargos. Sin embargo, ya nadie habla de ello.
En sus primeros años de libertad, participó en un docudrama británico, “Camino a
Guantánamo”, el cual narra el viaje insensato que hizo con tres amigos
veinteañeros, desde el centro de Inglaterra a Pakistán y luego, por curiosidad, a Afganistán.
Llegaron a Kandahar el día en que comenzaron los bombardeos estadounidenses en
represalia por los atentados del 11 de Septiembre.
“Fue una estupidez”, comentó. “Había autobuses que iban y venían de Afganistán” y
dijo que los cuatro hicieron un viaje desde una mezquita para ver de primera
mano el trabajo de los talibanes. Un amigo se separó del grupo y desapareció,
hace tiempo que se le presume muerto en los bombardeos. “Éramos muy ingenuos”,
mencionó Rasul.
Los tres intentaron huir del combate, pero los acorralaron milicianos afganos
aliados de los estadounidenses. Para inicios de 2002, se descubrió que eran
ciudadanos británicos, los entregaron a las tropas estadounidenses y los
trasladaron por aire al complejo primitivo del Campamento Rayos X de Guantánamo.
Los regresaron a Inglaterra casi tres años después y Rasul se convirtió en uno de
los primeros expresos en hacer campaña en contra de la prisión de guerra.
El interés en su historia le llevó lejos de casa: a Berlín, Japón y de vuelta a
Pakistán en 2005 para filmar una parte de la película.
Mientras estuvo allá, conoció a su futura esposa, Kafia. Fue un matrimonio arreglado.
Encontrar esposa en Inglaterra era difícil. “Cuando se enteraban de que
estuviste en Guantánamo...”, comentó Rasul, con la voz entrecortada.
Tienen dos hijos: una hija, Khadijah, de 13 años, y un hijo, Zayd, de 12 años, para
quienes el tiempo que su padre pasó bajo custodia estadounidense es algo
pasajero y en su mayor parte lo han olvidado. Tan solo después de que su padre
desenterró algunas cartas que le escribió a su madre desde el centro de
detención se dieron cuenta de que había estado detenido durante años y no los
días que se imaginaban.
Según Rasul, el tiempo que pasó bajo custodia estadounidense lo hizo más devoto.
“No creo que sería tan religioso como lo soy ahora”, dijo. “No lo veía como una
cárcel. Lo veía como una madrasa, un lugar para aprender el islam”.
Allí aprendió a hablar árabe e hizo el hach, la peregrinación a La Meca, hace siete años.
Rasul mencionó que también ganó fuerza interior y habilidades de supervivencia,
después de soportar palizas y otros abusos, y regresó a casa con un sentido del
deber hacia los hombres que dejaba detrás.
Rasul dijo que, durante un tiempo, tuvo pesadillas con los sonidos de guardias que arrastraban
grilletes por los bloques metálicos de las celdas del Campamento Delta. Sin
embargo, esas pesadillas ya no le asolan. No ha tomado terapia formal, pero
cree que las semanas de conversaciones que tuvieron él y otros presos con
Gareth Peirce, abogado de derechos humanos que documentó su detención, tuvieron
un aspecto terapéutico.
Durante ese periodo, de regreso en Inglaterra, la Corte Suprema falló a su favor en el
caso, el cual había presentado su madre en su nombre.
La decisión abriría la llave para las visitas de cientos de abogados, la mayoría
voluntarios, y, con el tiempo, para las peticiones de habeas corpus de los
presos que buscaban impugnar sus detenciones.
Para ese entonces, los abogados de los presos británicos estaban recopilando testimonios
de los abusos para presentar una demanda en contra de altos mandos militares de
Estados Unidos. Los tribunales estadounidenses rechazaron la demanda civil. No
obstante, el gobierno británico les pagó una indemnización multimillonaria a
dieciséis presos de Guantánamo, entre ellos Rasul, quienes culparon a agentes
británicos de inteligencia de algunos de los malos tratos.
Gracias a su caso, hubo una revisión judicial significativa de los detenidos
En los años que pasaron desde que Lakhdar Boumediene obtuvo la libertad, ha luchado
por empezar de nuevo. Ha trabajado en fábricas y, según él mismo, estuvo a
punto de ser derrotado cuando intentó navegar el sistema de asistencia social
de Francia para que su hijo recién nacido recibiera atención respiratoria. Es
coautor de una autobiografía y abuelo.
En la actualidad, Boumediene, de 56 años, es conductor de Uber en la Costa Azul y
traslada a turistas por el Mediterráneo entre Niza, Saint-Tropez y Mónaco en un
sedán híbrido de Peugeot que compró con donativos de personas que escucharon su historia.
En un día bueno, llega a casa en las últimas horas de la tarde con fruta del mercado
y unos euros para las alcancías de personajes de Disney de sus hijas menores,
de 8 y 10 años.
Su hijo, Yousef, está sano y es un niño de 12 años aficionado al fútbol. Sus dos
hijas mayores, nacidas antes de Guantánamo, tienen hijos y a veces toda la
familia se mete en su apartamento de cuatro habitaciones que subvenciona el
Estado, en Carros, un pueblo situado en la ladera de las montañas al norte de Niza.
Sin embargo, entre las prisas por llegar a fin de mes, lo sigue desconcertando la
injusticia de todo lo que sucedió.
Boumediene, de origen argelino, declaró que nunca entrenó con Al Qaeda ni se unió a sus
filas. Quedó demostrado que las acusaciones de que estuvo involucrado en una
conspiración para atacar la Embajada de Estados Unidos en Sarajevo, Bosnia,
fueron infundadas. La Media Luna Roja islámica lo había enviado allá con su
familia para administrar una organización benéfica para huérfanos “a más de
miles de kilómetros del campo de batalla en Afganistán”, hizo notar el juez
estadounidense que ordenó su liberación.
No obstante, en 2002, las autoridades bosnias lo entregaron al ejército
estadounidense junto con otras cinco personas y dio comienzo una odisea de
humillaciones, huelgas de hambre y abusos.
“Perdí siete años y medio”, comentó una tarde entre semana de invierno, la temporada
baja de la Riviera, mientras sus hijas pequeñas entraban en la sala de estar
después del colegio para darse abrazos y besos.
Ese día, seis de sus hijos y nietos, de edades que van desde un bebé hasta 27 años,
supervisaban a los más pequeños o jugaban al margen de una entrevista con
Boumediene y su esposa, Abassia Bouadjmi, quien estuvo a su lado todo el tiempo
que estuvo en prisión.
“Cruzaría el océano por mi esposo”, mencionó para referirse a la distancia que puso
Guantánamo entre ellos. Cuando se llevaron a su marido, ella y las niñas
regresaron con su familia a Argelia.
Luego, conforme un acuerdo de reasentamiento entre el gobierno de Obama y el francés,
se reunieron en París. Boumediene fue trasladado primero a un hospital militar
para fortalecer su frágil cuerpo mientras su esposa y sus hijas mayores, Raja y
Rahma, esperaban a que se recuperara lo suficiente para viajar al sur de
Francia, donde vivía su cuñada.
Boumediene habló del tiempo que pasó en Guantánamo con una mezcla de desconcierto e
indignación. Dijo que sus guardias estaban entrenados para creer que era un
terrorista y expresaban interés en solo tres cosas: la comida, los deportes y
el sexo. Recordó que empezó una huelga de hambre después de ver a un guardia
que tomaba raciones de comida destinadas a los presos.
Durante unos dos años, Boumediene se negó a consumir nada que no fuera un suplemento
nutricional, el cual a veces se le suministraba a través de un tubo por la
nariz hasta el estómago, una práctica común en esa época en Guantánamo.
Fue directo sobre lo que cree que debería ocurrir ahora. Quiere una carta de
disculpa de Estados Unidos… y reparaciones.
Señaló que, en un nivel, gracias al histórico caso Boumediene vs. Bush de 2008, un
juez federal puede evaluar de forma independiente la base del ejército
estadounidense para detener a un combatiente enemigo en Guantánamo. “Pero yo
soy una persona que representa este principio”, dijo.
Luego, sacó dos objetos que se quedó tras su estancia en Guantánamo. Uno era una copia
del fallo que, tras la decisión de la Corte Suprema, ordenaba su liberación.
En el fallo, el juez Richard Leon determinó que el gobierno de Bush no había
presentado evidencias suficientes para mantenerlo detenido —nunca se
presentaron cargos en su contra—, pues su detención se basaba en algo “tan
endeble” como la afirmación no corroborada de una “fuente anónima” incluida en
un documento clasificado.
El otro era una camiseta blanca que usaba debajo del uniforme marrón de la prisión
al final de su detención. Después de que el juez falló a su favor, utilizó
material artístico de la prisión para adornarla con un mensaje secreto.
Decía: “Boumediene 2; Bush 0”.
© 2023 The New York Times Company
Fuente: https://es-us.noticias.yahoo.com/ganaron-casos-guant%C3%A1namo-corte-suprema-210639489.html
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