Desenterrando lo inimaginable
La pesadilla de las atrocidades de la invasión de Irak
Felicity Arbuthnot Global Research 16 de octubre de 2010
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
“Aquellos que pueden hacerte creer cosas absurdas, son también capaces de
hacer que cometas atrocidades” (François-Marie Arout, -Voltaire-)
Creo profundamente que el deber de todo analista es, con lo mejor de sí mismo
que pueda ofrecer, recoger, iluminar los lugares a menudo oscuros, actuar como
voz de todos aquellos cuya propia voz, temores y penosas situaciones no pueden
ser escuchados ni conocidos. Cuando una intenta escribir sobre emociones, tiene
en ocasiones la sensación de tocar una especie de anatema y de que se trata, en
cualquier caso, de una redundancia. El objetivo es tratar de llamar la atención
sobre las injusticias, no lloriquear sobre los efectos que puedan tener y, de
todas formas, la vida privada debería ser sólo eso. Si los políticos desean
despojarse de su dignidad y aludir a cualquier aspecto, desde su vida sexual a
la utilización de sus conflictos privados para conseguir un voto de simpatía,
los seres con una pizca de dignidad no desean en absoluto emularles. Aquí estoy
rompiendo uno de mis tabúes y tengo una razón para hacerlo así.
Durante las últimas semanas he investigado a fondo de nuevo las atrocidades
de la invasión de Irak, desenterrando lo inconcebible, amordazando mis emociones
y leyendo sobre terror, tortura, monstruosas perversidades, una palabra
repugnante tras otra palabra repugnante. Volví a visitar Faluya (1), documento
tras documento, develando y sondeando la profundidad de las más oscuras
depravaciones sobre otros seres por parte de algúna “alimaña”. En efecto, el
padre o la madre de algún crío que es capaz de disparar contra los niños y los
bebés de otros, a sangre fría, de pasarles por encima con sus tanques, de dejar
que los perros salvajes se coman sus tristes restos.
Entre las fotografías revisadas había bastantes de esas imágenes que han
hecho exclamar incluso a los investigadores más endurecidos: “Su visión es
demasiado perturbadora”. No soporto esa opinión. Si los miembros de la familia
que han sobrevivido, si los trabajadores de los servicios de urgencia (si es que
las mismas tropas estadounidenses no los han incinerado considerando también
soldados al personal médico, o disparado o encarcelado o torturado o esposado
con una bolsa tapando su cabeza) tienen que contemplar, identificar, enterrar
con amor y respeto, o, en el caso del personal sanitario, fotografiar
cuidadosamente y anotar la hora, el lugar del hallazgo, y después numerarlos,
envolverlos y conservarlos antes de enterrarlos, confiando en que algún familiar
reclame los restos carbonizados, mutilados o algo peor, es un deber para todos
aquellos que puedan tener algún tipo de “voz” en los países responsables (EEUU y
el Reino Unido) de este primer genocidio del siglo XXI, atraer la atención sobre
el mismo, en recuerdo y en tributo de todas sus innumerables víctimas sin voz y
sin nombre, en la esperanza de que finalmente pueda recurrirse legalmente tanto
horror.
Una siente que compasión lo inunda todo: los cuerpos y caras quemadas
imposibles de reconocer, los eviscerados, todos ellos con los ojos mirándonos
aún fijamente como en una desesperada y silenciosa súplica de ayuda, mezclada
con el desconcierto más absoluto. “Tenemos a esos cabronazos bajo control”,
escribió un marine en su pagina en Internet. “Les iluminamos”, escribió
otro, mientras muchos cogían las fotografías de todas esas almas perdidas y las
enviaban a páginas porno a cambio de su visión gratuita. Y entre los ocupantes
estadounidenses (ahora rebautizados, de forma surrealista, como “asesores”;
mismo coche, pintura nueva) y lo que Hussein al-Alaq de la Campaña de
Solidaridad con Irak ha denominado: “El gobierno de Vichy impuesto por EEUU,
con sus pasaportes extranjeros…”, ¿quién luchará por la justicia para los
iraquíes?
Y, al igual que viene ocurriendo desde 1991, esta es también una guerra
contra los no natos, contra los recién nacidos y los menores de cinco años.
Después de los cadáveres y los escombros, de tanta sangre, de tantos miembros
amputados, ahora vienen las deformidades. La vida apenas alentada, nacida sin
ojos, sin cerebro, con un ojo de cíclope, sin cabeza, con dos cabezas, sin
miembros, sin dedos, o con demasiados… Una tierra bíblica convertida en
Armageddon genético y ecológico para las generaciones presentes y futuras hasta
el final de los tiempos. “Misión cumplida”, dijo George W. Bush, con su patético
traje de pocos vuelos sobre el portaviones USS Abraham Lincoln aquel 1 de mayo
de 2003. “¡Que reine la libertad”, garabateó, después de las primeras,
corruptas, asesinas y plagadas de cadáveres “elecciones”. Es decir: “¡Que
empiece el genocidio!”.
EEUU nombró un “virrey” en Irak: J. Paul Bremen, vestido para el papel al
estilo de Hollywood, con ridículas botas para el desierto, o con botas
militares, dependiendo de la percepción que tengan, llegado poco después de la
invasión, pensando al parecer en reducir la población. Supimos que preguntó cuál
era la población de Irak y que se le dijo que alrededor de veinticinco millones.
Su respuesta fue: “Demasiados, hay que reducirla en cinco”. Después se convirtió
en uno de los hombres de Kissinger Associates.
Mientras leía, escuché a la flor y nata de los diversos órganos legales
mundiales discutir sobre si habría que “clasificar” como genocidio los hechos
del Congo y Ruanda. En julio de 2004, cuando las tropas estadounidenses se
entrenaban para perpetrar la masacre de Faluya en el mes de noviembre, la Cámara
de Representantes estadounidenses aprobó una resolución unánime que llamaba
“Genocidio” a la tragedia de Darfur. Incluso se le pidió a esa administración
que considerara la posibilidad de llevar a cabo una acción “Multilateral o
incluso Unilateral” para poner fin a aquel genocidio. Se postulaba que mostrarse
renuente a adoptar medidas preventivas para impedir más pérdidas de vidas
humanas sería algo “criminal”.>
En nuestra época, al parecer, los genocidios sólo los cometen los africanos o
los europeos orientales, no esos grandes bastiones de la democracia que
son EEUU y el Reino Unido y la “única democracia en el Oriente Medio”: el
aliado Israel. El ejército israelí entrenó a las tropas de EEUU durante las dos
semanas que duró el pogromo de Faluya en noviembre de 2004 (2). “Si algo se
mueve, dispara”, era la orden del día. Como en el caso de las dos guerras
mundiales, como en la de Corea, como en la de Vietnam, la cara de la liberación
no cambia nunca.
“Sus tácticas implican básicamente todo el potencial posible de fuego masivo…
acarreado en tanques y helicópteros para lanzarlos contra los objetivos…
demoliendo edificios, colocando francotiradores en las azoteas, abriendo
agujeros en los muros y disparando contra todo lo que se movía”. Esto añadido a:
“… bombardeos aéreos y fuego de artillería desde enormes cañones de campaña”. La
trágica experiencia de Faluya “no fue completamente comprendida en Occidente,
salvo por algunos de los supervivientes del Gueto de Varsovia… estaban atrapados
como los conejos de un campo de maíz que se ven rodeados, abatidos y
desmembrados por la acción combinada de varias cosechadoras (3)”. Las
fotografías dan testimonio de la escalofriante descripción. Héroes no
reconocidos fueron quienes decidieron grabarlo para que en algún momento, en
algún lugar, se conocieran los crímenes y se impusiera el castigo legal. Esas
terribles y patéticas imágenes son la prueba silenciosa del primer genocidio
conocido de Occidente en el siglo XXI. Por desgracia, tenemos casi la certeza de
que Irak y Afganistán, con el tiempo, aportarán pruebas de más
genocidios.
Al visitar Irak durante los años del embargo, en el tiempo del genocidio
silencioso que duró casi trece años a partir del embargo de Naciones Unidas
impuesto por EEUU y Gran Bretaña, años en los que se prohibió que entrara todo
lo necesario para mantener los fundamentos de la vida, con los niños muriendo
por “causas relacionadas con el embargo” a una media de seis mil al mes, al ser
testigo del sufrimiento, de la confusión ante el espanto de su situación,
intentabas escapar como fuera de un sentimiento terrible de culpa. Una veía y
compartía hasta cierto punto, lo inimaginable, lo que se estaba perpetrando en
nombre de una pero después una se marchaba. A través de la frontera, hacia
Jordania, las luces estaban allí encendidas, las ciudades bullían, de los grifos
salía agua limpia y alrededor no caían las ilegales bombas estadounidenses y
británicas. Pero muy cerca, los niños estaban muriendo, la gente estaba
muriendo, en nombre de “Nosotros, el pueblo…”
Al mirar a través de las fotografías, al leer sobre las casi incomprensibles
profundidades de sádica destrucción de sus compañeros seres humanos, los hombres
y mujeres de uniforme pueden hundirse constantemente; y yo podía escapar al
final del día. Podía hacer una comida, ir a escuchar jazz en vivo en mi bar
favorito, o simplemente servirme un vaso de vino y escuchar música, rodeada de
numerosos libros, de mi colección de cuadros y de objetos amados, en una casa
que disfruto antes de buscar el calor de un edredón y una cama confortable.
Pero si la mente consciente puede desconectar, el subconsciente, de forma
clara, no puede hacerlo. Una noche la pesadilla, una estaba segura de que no era
una pesadilla sino la realidad, te golpea. En el mundo surrealista de las
pesadillas, “desperté” encontrándome empapada de la sangre que manaba por debajo
de mis brazos. Y en la tierra de las pesadillas me pregunté qué es lo que
ocurría y qué podía hacer al respecto, lo que hago a menudo cuando trabajo en
algo (aunque normalmente no a las tres de la madrugada) y reuní las herramientas
y salí a mi jardín como siempre, para recortar y nutrir las plantas y arbustos,
que en su mayoría han crecido desde esquejes diminutos, a menudo de unos
centímetros de alto, a los que mimé en el interior de mi casa hasta que llegó el
tiempo benigno para poder plantarlos fuera, protegidos por el calor y
alimentados y atendidos hasta que de repente, de la noche a la mañana, aparece
algo nuevo, vibrante, lleno de color, que se eleva desde las propias raíces,
listo para hacer frente a todas las estaciones. Pero mi jardín, con sus setos de
protección (flores blancas en verano, bayas de color naranja en invierno y
espinas para detener a los intrusos…) había desaparecido. Sólo quedaban allí
huellas de bulldozer, profundas, destructoras, sin una hoja, ni un tallo, ni un
capullo, tan sólo un páramo yermo.
Después, en ese mundo de las pesadillas, en camisón, cubierta de sangre,
comprendí que no tenía llaves para volver a entrar. ¿Qué ocurriría si alguien me
encontraba en ese estado? Intenté llegar a la puerta principal para trazar un
plan pero la casa había desaparecido. Estaba sola, ensangrentada, casi sin ropa
y todo se había evaporado. Traté de dirigirme hacia otros edificios que me eran
familiares pero de repente no había nada. Sólo destrozo, escombros y tierra
baldía allá hasta donde mis ojos podían ver. Mi vida, mis libros, mi mundo de
confort ya no existía. Sólo la ropa ensangrentada con la que permanecía.
Como si me alejara, de repente desperté, empapada y temblando. Un baño
caliente, la lavadora, un armario cálidamente ventilado lleno de ropa de cama
limpia y mi jardín todavía intacto. El pueblo de Irak, con sus hogares y
jardines, sus huertos frutales, sus palmerales o sus vibrantes macetas en
balcones o azoteas, todo destruido; los palestinos, sufriendo la misma terrible
situación durante sesenta y dos interminables años ya; el pueblo de Afganistán,
con sus pueblos, sus aromáticos huertos y jardines de flores y albaricoqueros
arrasados, vive una pesadilla de la que no consiguen despertar.
Pensé de nuevo en la niña iraquí cuyos padres tenían un bello jardín, que
antes de la invasión nos mostraba a una amiga y a mí su cuaderno de dibujo. Uno
de los dibujos mostraba abundancia de flores, llenas de color, en numerosos
tonos, y al lado había soldados estadounidenses disparándole a las flores. “¿Por
qué hay soldados disparándole a las flores?”, preguntamos. “Porque los
estadounidenses odian las flores”, nos contestó solemnemente. Fue un momento
profundamente triste porque ella representaba a tantos niños que han vivido que
los estadounidenses sólo significan odio, temor y privaciones. Ella no sabía
nada de los estadounidenses que habían luchado sin descanso por revertir la
situación. Si ha sobrevivido, si se ha convertido en una joven adulta, es muy
poco probable que haya podido cambiar de puntos de vista.
En el Reino Unido, el parlamentario escocés Dr. Bill Wilson (4) está abriendo
camino para llevar a Tony Blair ante la justicia. En apoyo de su lucha, ha
escrito ahora al Primer Ministro escocés, Alex Salmond, y al Secretario para la
Justicia del Gabinete, Kenny Mac Askill, pidiendo que Escocia incorpore a su
legislatura la recientemente acordada definición del crimen de agresión. En su
carta manifiesta:
“La Conferencia para la Revisión del Tribunal Penal Internacional del
Estatuto de Roma celebrada en Kampala (5) a principios de año aprobó una
resolución por la que se enmendaba el Estatuto para poder incluir una definición
del crimen de agresión, así como las condiciones bajo las cuales el Tribunal
podría ejercer jurisdicción con respecto a ese crimen. El ejercicio actual de
jurisdicción está sometido a una decisión que se tomará después del 1 de enero
de 2017 por la misma mayoría de Estados-Parte requerida para aprobar una
enmienda del Estatuto. Sin embargo, creo que no hay ya ningún obstáculo legal
para que los países, a nivel individual, adopten la nueva definición de crimen
de agresión en sus propias legislaturas. Confío en que Vd. estará de acuerdo
conmigo en que iría en beneficio del prestigio de Escocia si pudiéramos ser uno
de los primeros países en hacer eso, y sería un legado magnífico que podría
dejar el actual gobierno escocés a medida que se acerca el final de su
mandato”.
Comentaba además que, ya que el Tribunal Penal Internacional está ahora de
acuerdo sobre la definición de crimen de agresión: “Creo que aunque el TPI mismo
no pueda iniciar acciones judiciales sobre esa base por el momento, no hay
impedimento para que los países individuales incorporen la definición
inmediatamente en sus legislaturas. Si así lo hiciera Escocia, sería un
excelente ejemplo para el resto del mundo y enviaría un claro mensaje de que
aquí respetamos el derecho internacional. También serviría para crear un
incentivo poderoso para que presentes y futuros gobiernos británicos se lo
piensen de forma muy cuidadosa antes de embarcarse en acciones bélicas.
“Creo que la mayoría de los escoceses no desean ver una repetición de la
tragedia que hemos visto desplegarse en Irak. Esta podría ser una forma de
impedir aventuras equivocadas en el futuro”. El Dr. Wilson es inflexible:
Escocia está en situación de: “… ir a la cabeza de la ética al incorporar la
definición de crimen de agresión”, y cuenta con asesoría jurídica en tal
sentido. El Dr. Wilson tiene la intención de utilizar Faluya como ejemplo de esa
agresión, pero también ha señalado que hay seguramente muchos más ejemplos que
aún no se han podido documentar.
Como John Pilger recuerda, Blair prometió que la (ilegal) invasión de Bagdad
se llevaría a cabo sin baño de sangre y que los iraquíes terminarían
celebrándola… La realidad es que la criminal conquista aplastó a toda una
sociedad, matando a más de un millón de seres, expulsando a cuatro millones de
sus hogares, contaminando ciudades como Faluya de venenos causantes de cáncer y
dejando una mayoría de niños desnutridos en un país que una vez UNICEF describió
como “modélico”. (New Statesman, 30 de septiembre de 2010).
Como Pakistán, Irán, Yemen, Somalia son ahora los lugares bajo el ojo del
huracán imperial, es sin duda necesario fijar un precedente que sirva de
advertencia a los dirigentes con malas intenciones. El Dr. Gideon Polya, cuyos
trabajos hacen hincapié en las muertes excesivas que desde 1950 están provocando
las invasiones, afirma que en Afganistán: “La tasa anual de muerte es de un 7%
para los menores de cinco años, mientras que en la Polonia ocupada por los nazis
fue del 4% y del 5% entre los judíos franceses en la Francia ocupada”.
Estados Unidos y Gran Bretaña, cuyos dirigentes no dejan de bramar sobre los
peligros del más reciente de los “Hitler” en los países que están planeando
diezmar, han superado, y con colmo, a los nazis.
Notas:
- http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=212121
Véase también: www.billwilsonmsp.org
2. "War Crime or Just War", Nicholas Wood, South Hill Press, 2005.
3. Véase 2.
4. Véase 1.
5. http://www2.icc-cpi.int/menus/icc/press%20and%20media/press%20releases/review%20conference%20of%20the%20rome%20statute%20concludes%20in%20kampala
Fuente: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=21370
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