Pacto de sangre por los drones
Mark Mazzetti ©new york times 11 de abril de 2013
[Acuerdo secreto sobre drones, sellado en sangre. El auge de los
Predators. En la imagen, Nek Muhammad, era un militante pastún que fue asesinado
en 2004, en el primer asesinato desde un vehículo aéreo no tripulado, en
Pakistán.] |
Un caluroso día de junio de 2004, un miembro del clan pastún se
encontraba en una vivienda de barro en Waziristán del Sur, hablando por un
teléfono satelital con uno de los numerosos periodistas que lo entrevistaban
frecuentemente sobre cómo había luchado y humillado al ejército paquistaní en
las montañas occidentales del país. Le preguntó a uno de sus seguidores sobre el
extraño y metálico pájaro que volaba sobre él.
Menos de veinticuatro horas después, un misil impactó la vivienda, y cercenó
la pierna izquierda y mató a Muhammad y varios otros, incluyendo dos niños, de
diez y dieciséis años. Un portavoz de las fuerzas armadas paquistaníes se
apresuró a reivindicar responsabilidad por el ataque, diciendo que las fuerzas
paquistaníes habían disparado contra el recinto.
Eso era una mentira.
Muhammad y sus seguidores fueron asesinados por la CIA en la primera
operación que había usado un drone Predator en Pakistán para llevar a cabo un
“asesinato selectivo”. El blanco no era un operativo de alto valor de al Qaeda,
sino un aliado paquistaní del Talibán, que encabezó una rebelión tribal y había
sido declarado enemigo del estado por Pakistán. En un acuerdo secreto, la CIA
había accedido a matarlo a cambio de tener acceso al espacio aéreo –acceso que
venía buscando desde hacía tiempo- para cazar a sus propios enemigos.
Este trato de trastienda, descrito por primera vez en detalle en entrevistas
con más de una docena de funcionarios en Pakistán y Estados Unidos, es
fundamental a la hora de comprender los orígenes de la guerra de drones
encubierta que empezó con el gobierno de Bush, fue adoptada y ampliada por el
presidente Obama, y es ahora materia de un feroz debate. El acuerdo, un mes
después de un virulento informe interno sobre los abusos en la red de cárceles
secretas de la CIA, allanó el camino para que la CIA remplazara su estrategia de
capturar a terroristas, a matarlos, y contribuyó a transformar una agencia que
comenzó como servicio de espionaje durante la Guerra Fría, en una organización
paramilitar.
Desde entonces la CIA ha realizado cientos de ataques con drones en Pakistán,
en los que han muerto miles de personas, paquistaníes y árabes, militantes y
civiles por igual. Aunque no era el primer país donde Estados Unidos hubiera
empleado drones, se convirtió en el nuevo modo de pelear de los estadounidenses,
borroneando la línea entre soldados y espías y provocando un cortocircuito en
los mecanismos normales mediante los cuales Estados Unidos, como nación, va a la
guerra.
Ni funcionarios estadounidenses ni paquistaníes han reconocido nunca
públicamente qué pasó realmente con Muhammad –detalles del ataque que lo mató,
junto con los de otros ataques secretos, están todavía ocultos en las bases de
datos clasificados del gobierno. Pero en los últimos meses, los llamados a la
transparencia desde el Congreso y críticos de derechas e izquierdas han
presionado a Obama y al nuevo director de la CIA, John O. Brenan, para ofrecer
una explicación más completa de los objetivos y operación del programa de drones
y del papel de la agencia.
Brennan, que empezó su carrera en la CIA y en los últimos cuatro años
supervisó una intensificación de los ataques con drones desde su despacho en la
Casa Blanca, ha indicado que espera que la agencia recupere el rol tradicional
de recabamiento y análisis de inteligencia. Pero con toda una generación de
agentes de la CIA implicados ahora completamente en una nueva misión, es un
esfuerzo que podría tomar años.
Hoy, incluso algunas de las personas que estuvieron presentes en la creación
del programa de drones piensan que la agencia debía haber renunciado hace tiempo
a los asesinatos selectivos.
Ross Newland, que era un alto funcionario en el cuartel general de la CIA en
Langley, Virginia, cuando la agencia fue autorizada a matar operativos de al
Qaeda, dice que piensa que la agencia creció hasta llegar a un momento incómodo
con el programa de asesinatos por control remoto, y que los drones habían
convertido a la CIA en el malo de la película en países como Pakistán, donde
debería estar estableciendo relaciones para reunir inteligencia.
Como lo dice él: “Esta simplemente no es una misión de espionaje”.
De Ladrón de Coches a Militante
Para 2004, Muhammad se había convertido en la estrella indiscutida de las
áreas tribales, las violentas regiones montañesas pobladas por los waziri,
mehsud y otros clanes pastún que han vivido como independientes sin acatar las
órdenes del gobierno central en Islamabad. Un atrevido miembro del clan waziri,
Muhammad había formado un ejército para luchar contra las tropas del gobierno y
habían forzado a negociar al gobierno. No veía motivos para jurar lealtad al
Directorado de Inteligencia Inter-Servicios, el servicio de espionaje militar de
Pakistán que había apoyado, una generación antes a los pastún durante la guerra
contra los soviéticos.
Muchos paquistaníes de las áreas tribales veían con desdén la alianza que
había forjado el presidente Pervez Musharraf con Estados Unidos después de los
atentados del 11 de septiembre de 2001. Consideraban a los militares
paquistaníes que habían entrado en áreas tribales iguales a los estadounidenses
–de los que creían que habían comenzado una guerra de agresión en Afganistán,
tal como habían hecho los soviéticos años antes.
Nacido cerca de Wana, el ajetreado centro comercial de Waziristán del Sur,
Muhammad pasó sus años adolescentes como un ladrón de coches de poca monta y
tendero en un zoco de la ciudad. Encontró su vocación en 1993, de unos dieciocho
años, cuando fue reclutado para luchar contra el Talibán en Afganistán, y
ascendió rápidamente a través de la jerarquía militar de la organización. Era
una llamativa figura en el campo de batalla, con su cara larga y sus cabellos
negro azabache.
Cuando los americanos invadieron Afganistán en 2001, aprovecharon la
oportunidad para recibir a combatientes árabes y chechenos de al Qaeda que
habían cruzado hacia Pakistán para escapar de los bombardeos de los
norteamericanos. Para Muhammad, era parcialmente para hacer dinero, pero
también vio otro uso para los combatientes que llegaban. Con su ayuda, en los
siguientes dos años lanzó una serie de ataques contra instalaciones militares
paquistaníes y contra bases estadounidenses en Afganistán.
Agentes de la CIA en Islamabad instaron a espías paquistaníes a apoyarse en
miembros del clan waziri para entregar a los combatientes extranjeros, pero eso,
en las tradiciones tribales pastún, sería traición. Reticentemente, Musharraf
ordenó a sus tropas entrar a las montañas prohibidas para castigar de algún modo
a Muhammad y sus combatientes, esperando que la operación pusiera fin a los
ataques en territorio paquistaní, incluyendo dos atentados contra su vida en
diciembre de 2003.
Pero eso era solo el comienzo. En marzo de 2004, los artilleros de
helicópteros y la artillería paquistaníes bombardearon Wana y las aldeas
aledañas. Las tropas del gobierno atacaron camiones que transportaban a civiles
fuera de la zona de guerra y destruyeron las viviendas de algunos miembros de
los clanes, de los que sospechaban que albergaban a combatientes extranjeros. El
comandante paquistaní declaró la operación como una victoria total, pero para
Islamabad no había valido el coste en bajas.
En abril se negoció una tregua durante una improvisada reunión en Waziristán
del Sur, durante la que un alto comandante paquistaní colgó una guirlanda de
flores brillantes al cuello de Muhammad. Los dos hombres bebieron té juntos
mientras fotógrafos y cámaras de televisión filmaban el acontecimiento.
Los dos lados hablaron de paz, pero hay pocas dudas sobre quién estaba
negociando para recuperar fuerzas. Más tarde, Muhammad fanfarronearía que el
gobierno había accedido a reunirse en una escuela religiosa madrasa antes que en
un espacio público donde se realizan habitualmente las reuniones entre clanes.
“Yo no fui a su territorio; ellos vinieron a mi casa”, dijo. “Eso debería dejar
en claro quién se rindió ante quién”.
El acuerdo de paz propulsó a Muhammad a una nueva fama, y la tregua fue
denunciada pronto como una farsa. Reanudó los ataques contra tropas paquistaníes
y Musharraf ordenó a su ejército volver a la ofensiva en Waziristán del Sur.
Durante varios años funcionarios paquistaníes se opusieron a la idea de
permitir que Predators armados de la CIA sobrevolaran el cielo. Consideraban los
vuelos de drones como una violación de la soberanía y temían que provocaran más
críticas contra Musharraf de ser un lacayo de Washington. Pero el ascenso de
Muhammad al poder, los obligó a reconsiderar.
La CIA ha estado monitoreando el ascenso de Muhammad, pero algunos
funcionarios consideraban que era más un problema de Pakistán que de Estados
Unidos. En Washington, los funcionarios observaban con creciente alarma la
concentración de operativos de al Qaeda en las áreas tribales, y George J.
Tenet, director de la CIA, autorizó a agentes de la oficina de la agencia en
Islamabad para insistir ante funcionarios paquistaníes que permitieran los
vehículos armados no tripulados. Las negociaciones quedaron fundamentalmente a
cargo de la oficina de Islamabad.
Mientras la guerra rugía en Waziristán del Sur, el jefe de la oficina de
Islamabad visitó al general Ehsan ul Haq, director del ISI, y le hizo una
oferta: ¿permitiría el ISI los vuelos de drones armados sobre las áreas tribales
si la CIA mataba a Muhammad?
Los términos del acuerdo se establecieron en negociaciones secretas.
Funcionarios de la inteligencia paquistaní insistieron en que ellos debían
aprobar cada ataque con drones, para tener un control más estricto de las listas
de blancos. E insistieron en que los drones sólo debían volar en estrechas
partes de las áreas tribales –asegurando que ellos no incursionarían donde
Islamabad no quería que fueran los estadounidenses: las instalaciones nucleares
de Pakistán, y los campamentos en la montaña donde se adiestra a los militantes
cachemiros para atacar a India.
El ISI y la CIA estuvieron de acuerdo en que todos los vuelos de drones en
Pakistán se realizarían bajo la autoridad de las acciones encubiertas de la CIA
–lo que quiere decir que Estados Unidos nunca reconocería los ataques con
misiles y que Pakistán reivindicaría los asesinatos selectivos o guardaría
silencio.
Musharraf no pensaba que fuera difícil sostener el ardid. Como le dijo a un
agente de la CIA: “En Pakistán, caen todo el tiempo cosas del cielo”.
Cuando se realizaban las negociaciones, el inspector general de la CIA, John
L. Helgersen, venía de redondear un crítico informe sobre los maltratos que
sufrían los detenidos en las cárceles secretas de la CIA. El informe echaba por
tierra los fundamentos en los que descansaba el programa de detención e
interrogatorios de la CIA. Quizás fue la razón más importante para el cambio de
estrategia de la CIA, de la captura al asesinato de sospechosos de
terrorismo.
El impacto más grande del informe de Helgerson se sintió en el Centro de
Contraterrorismo de la CIA (CTC), que estaba a la vanguardia de las operaciones
antiterroristas globales de la agencia. El centro se había concentrado en la
captura de operativos de al Qaeda para interrogarlos en cárceles de la CIA o
encargando los interrogatorios a los servicios de espionaje de Pakistán,
Jordania, Egipto y otros países; y luego empleando la información para cazar a
más sospechosos de terrorismo.
Helgerson hizo preguntas sobre si los agentes de la CIA podían ser juzgados
por los interrogatorios llevados a cabo en las cárceles secretas, y sugirió que
las técnicas de interrogatorio como la asfixia por inmersión, privación del
sueño y explotar las fobias de los detenidos –como meterlos en una pequeña caja
llena de chinches vivos- violaban la Convención de Naciones Unidas la
Tortura.
“La agencia se enfrenta potencialmente a serios problemas políticos y legales
de largo plazo como resultado del programa de detención e interrogatorio del
CTC”, concluye el informe, dada la brutalidad de las técnicas de interrogatorio
y la “incapacidad del gobierno de Estados Unidos para decidir qué se hará
finalmente con los terroristas detenidos por la agencia”.
El informe fue el principio del fin del programa. Las cárceles seguirían
abiertas durante varios años más, y nuevos detenidos eran ocasionalmente
trasladados a ubicaciones secretas, pero en Langley, altos funcionarios de la
CIA empezaron a buscar el final del programa de prisiones. Un operativo de la
CIA le dijo al equipo de Helgerson que oficiales de la agencia podrían un día
terminar en un letrero de “Se Busca” y ser juzgados por crímenes de guerra en
una corte internacional.
El terreno se movió, y los funcionarios de contraterrorismo empezaron a
repensar la estrategia de la guerra secreta. Los drones armados, y los
asesinatos selectivos en general, ofrecían una nueva dirección. Matar por
control remoto era la antítesis del sucio e íntimo interrogatorio. Los
asesinatos selectivos fueron aclamados por republicanos y demócratas por igual,
y el uso de drones dirigidos por pilotos ubicados a miles de kilómetros de
distancia, hizo que la estrategia pareciera no tener riesgos.
No faltaba mucho para que la CIA pasara de carcelero a largo plazo de los
enemigos de Estados Unidos a ser una organización militar que los ha
eliminado. Poco antes, la agencia se había mostrado profundamente ambivalente
sobre la guerra de drones.
El Predador había sido considerado una herramienta de muerte primitiva y
roma, y muchos en la agencia se alegraron de que la agencia se hubiera retirado
del negocio de los asesinatos. Tres años antes de la muerte de Muhammad, y un
año antes de que la CIA llevara a cabo su primer asesinato selectivo fuera de
una zona de guerra –en Yemen en 2002-, se inició un encendido debate sobre la
legalidad y moralidad del uso de vehículos aéreos no tripulados para asesinar a
sospechosos de terrorismo.
Toda una nueva generación de agentes de la CIA había ascendido a posiciones
de autoridad, después de que la comisión parlamentaria de 1975 presidida por el
senador Frank Church, demócrata de Idaho, revelara elaborados planes de la CIA
para asesinar a presidentes extranjeros, y la subsecuente prohibición de los
asesinatos impuesta por el presidente Gerald Ford. El ascenso al poder de esta
generación post-Church tuvo un efecto directo en el tipo de operaciones
clandestinas por las que optaría la CIA.
El debate enfrentó a un grupo de altos oficiales del Centro de
Contraterrorismo contra James L. Pavitt, el director de los servicios
clandestinos de la CIA, y otros preocupados por las repercusiones del retorno de
la CIA al programa de asesinatos selectivos. Tenet dijo a la comisión del 11 de
septiembre que no estaba seguro de que algún servicio de espionaje fuera a usar
drones armados.
John E. McLaughlin, entonces subdirector de la CIA, sobre el que la comisión
del 11 de septiembre había informado que había planteado inquietudes sobre el
hecho de que la CIA controlara los Predators, dijo: “No debe subestimar el
cambio cultural que acompaña a la obtención de autoridad para matar.
“Cuando la gente me dice: ‘No es gran cosa’”, dijo, “yo les digo: ‘¿Has
matado a alguien alguna vez?’”
“Es una gran cosa. Empiezas a pensar de otro modo”, agregó. Pero después de
los atentados del 11 de septiembre de 2001, esas preocupaciones por el uso de la
CIA para matar fueron dejadas rápidamente de lado.
Lo Que Se Sabía en la Época
Después del asesinato de Muhammad, su sepultura de tierra en Waziristán del
Sur se convirtió en un sitio de peregrinaje. Un periodista paquistaní, Zahid
Hussain, visitó días después el lugar donde había ocurrido el ataque de un drone
y vio un letrero improvisado junto a la tumba: “Aquí vivió, y murió como un
auténtico pastún”.
El general de división, Shaukat Sultan, portavoz de más alto rango de las
fuerzas armadas paquistaníes, dijo a periodistas en la época que el
“facilitador” de al Qaeda, Nek Muhammad y otros cuatro “militantes” habían
muerto en un ataque con misil de tropas paquistaníes.
Cualquier sugerencia de que Muhammad hubiera sido asesinado por americanos, o
con ayuda estadounidense, dijo, era “totalmente absurda”.
[Este artículo fue adaptado de ‘The Way of the Knife: The C.I.A., a
Secret Army, and a War at the Ends of the Earth’, de pronta publicación por
Penguin Press.]
cc traducción
c. lísperguer
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