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Obama, un desastre para las libertades civiles

Jonathan Turley
Simpermiso.info
08 de enero de 2012

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Con las elecciones presidenciales en el horizonte, el país se encuentra de nuevo atrapado en el debate sobre cuestiones de seguridad nacional, nuestras incesantes guerras y la amenaza del terrorismo. No obstante, hay un tema que guarda relación con ello y que rara vez se menciona: las libertades civiles.

Proteger los derechos y libertades — aparte del derecho de quedar libres de impuestos — apenas sí les parece pertinente a los candidatos o votantes. Hay un hombre que es responsable principal de la desaparición de las libertades civiles del debate nacional y se llama Barack Obama. Si bien hay mucha gente que se muestra remisa a reconocerlo, Obama ha demostrado ser un desastre, no sólo para libertades civiles concretas sino para la causa de las libertades civiles en los Estados Unidos.

Los defensores de las libertades civiles han tenido desde hace mucho una relación disfuncional con el Partido Demócrata, que les trata como a un bloque de voto cautivo que no tiene a quién recurrir en las elecciones. Ni siquiera esta historia, con todo, preparó a los defensores de las libertades civiles para Obama. Tras los años de George W. Bush, estaban dispuestos a luchar por recuperar el terreno perdido después del 11 de septiembre. Históricamente, este país ha tenido una tendencia a corregir los períodos en los que se acrecentaron los poderes policiales con un movimiento pendular hacia unas mayores libertades civiles. Eran ya muchos los que estaban cuestionando las medidas extremas adoptadas por la administración Bush, sobre todo tras las revelaciones sobre abusos e ilegalidades. El candidato Obama capitalizó este movimiento y se presentó como campeón de las libertades civiles. Sin embargo, el presidente Obama no sólo ha conservado las controvertidas medidas políticas de Bush: las ha ampliado. La primera maniobra, y la más asombrosa, llegó bien pronto. Poco después de su elección, diversas figures políticas y militares informaron de que Obama, según se afirmaba, prometía en privado a los funcionarios de Bush que nadie sería investigado o perseguido judicialmente por torturas. En su primer año, Obama hizo buena esa promesa, anunciando que ningún empleado de la CIA sería perseguido por torturas. Posteriormente, su gobierno se negó a perseguir a ninguno de los funcionarios responsables de ordenar o justificar el programa [de torturas] y se adhirió a la defensa de “obediencia debida” de otros funcionarios, la misma defensa rechazada por los EE.UU. en los juicios de Núremberg tras la II Guerra Mundial.

Obama ha incumplido su promesa de cerrar Guantánamo. Ha continuado con la vigilancia sin orden judicial y los tribunales militares que negaban derechos básicos a los acusados. Ha reafirmado el derecho de matar a los ciudadanos norteamericanos que considere terroristas. Su administración se ha batido para bloquear decenas de demandas de interés público que ponían en tela de juicio las violaciones de la intimidad y los abusos presidenciales.

Pero quizás el mayor golpe contra las libertades civiles es el daño causado al movimiento mismo. Lo ha acallado hasta el susurro, enmudecido por el poder de la personalidad de Obama y su importancia simbólica como primer presidente negro, lo mismo que como progresista sucesor de Bush. De hecho, solo unos días después de que tomara posesión, el Comité Nóbel le galardonó con el Premio Nóbel de la Paz, sin que tuviera en su haber logro alguno con el que hacerse acreedor del mismo, aparte de su elección. Muchos demócratas estaban y siguen estando extasiados.

Es casi un caso clásico de síndrome de Estocolmo, como cuando un rehén establece un vínculo con su captor pese a la evidente amenaza a su existencia. Aunque muchos demócratas reconocen en privado que están  conmocionados por la postura de Obama en lo tocante a libertades civiles, son incapaces de oponérsele. Hay quien insiste en que su motivo es simplemente el realismo: sería peor un republicano. Sin embargo, el realismo por sí solo no puede explicar la absoluta ausencia de apoyo a un candidato demócrata alternativo o una oposición organizada a las medidas políticas sobre libertades civiles en el Congreso durante su mandato. Más parece cosa de culto a la personalidad. Las medidas políticas de Obama se han vuelto secundarias en relación a su persona. Irónicamente, si Obama hubiera sido derrotado en 2008, es probable que la alianza por las libertades civiles se hubiese unificado y hubiera luchado de modo eficaz contra los crecientes poderes policiales del gobierno. Una encuesta de Gallup publicada esta semana muestra que el 49%  de los norteamericanos, cifra inédita desde que el sondeo comenzó a hacer esta pregunta en 2003, cree que "el gobierno federal representa una amenaza inmediata a los derechos y libertades individuales". Sin embargo, la administración Obama hace tiempo que estableció un cálculo cínico según el cual ya tenía en el bote a esos votantes y se sumó a la derecha en este asunto para mostrar que Obama no era “blando” contra el terrorismo. Asumió, una vez más, que los defensores de las libertades civiles rezongarían y refunfuñarían pero, llegado el día de las elecciones, no se atreverían a quedarse en casa.

Este cálculo puede ser erróneo. Puede que Obama se haya saltado la línea de seguridad, sobre todo en lo que concierne a la tortura conocida como “el submarino” (waterboarding). Para muchos defensores de las libertades civiles, será prácticamente imposible votar por alguien que ha ignorado de modo tan flagrante la Convención contra la Tortura o sus Principios de Núremberg subyacentes. Tal como han reconocido Obama y el Fiscal General, Eric H. Holder Jr., “el submarino” es claramente tortura, y así ha sido definido tanto por los tribunales internacionales como por los norteamericanos. No solo es un crimen sino un crimen de guerra. Al bloquear la investigación y persecución de los responsables de torturas, Obama ha violado el derecho internacional y reforzado a otros países a la hora de negarse a investigar sus presuntos crímenes de guerra. La administración empeoró los daños al bloquear los esfuerzos de otros países como España por investigar nuestros presuntos crímenes de guerra. En este proceso, su administración hizo trizas los principios de responsabilidad de los funcionarios gubernamentales y abogados, y destruyó aún más la credibilidad de los EE.UU. A la hora de poner reparos a las violaciones de libertades civiles en el exterior.

Con el tiempo, la elección de Barack Obama puede quedar como uno de los acontecimientos más demoledores en nuestra historia de las libertades civiles. Ahora, el presidente ha empezado a hacer campaña para un segundo mandato. Más que sus medidas políticas, se venderá a si mismo, pero es probable que encuentre que muchos defensores de las libertades civiles ya no lo compran.

Jonathan Turley es profesor de Derecho en la George Washington University, además de prestigioso comentarista en prensa, analista legal y uno de los abogados norteamericanos más activos y notorios en la defensa de los derechos constitucionales y la lucha contra la militarización de los procesos judiciales y los abusos de poder de las últimas administraciones presidenciales.


 

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