Nuevo plan para cerrar Guantánamo
El calvario de los presos generó los titulares que avergüenzan a Estados
Unidos: limbo legal, suicidios y huelgas de hambre. Obama prometió vetar
cualquier medida que vaya en contra de la clausura de la cárcel.
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De los 684 presos que había en 2003 el número se redujo actualmente a 116 detenidos.
Imagen: EFE
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Rupert Cornwell *
24 de julio de 2015
Desde Washington
Después de seis años de tratar en vano de cerrar la infame prisión de
sospechosos de terrorismo de Guantánamo se dice que la Casa Blanca está cerca
de finalizar otro plan para hacer precisamente eso. A lo que uno se siente
tentado a contestar: “Sigan soñando”.
Fue tan sólo dos días después de asumir su primer mandato, el 22 de enero
de 2009, que el presidente Obama firmó una orden exigiendo que se cerrara el
centro de detención en Cuba. “Ya no es necesario que Estados Unidos se vea
enfrentado a ‘un falso dilema entre su seguridad y sus ideales’”, dijo el
presidente. En el caso de Guantánamo, sin embargo, esa elección persistió, y la
seguridad ganó, sea cual fuere el precio a la reputación del país en el
extranjero.
Es cierto que el número de detenidos en Guantánamo cayó abruptamente
durante los 14 años que lleva funcionando, de 684 en 2003 a apenas 116 hoy. De
los que quedan, 99 estuvieron durante al menos 10 años, muchos de ellos sin
cargos específicos, mientras que 52 tienen aprobada su libertad. Algunos peces
gordos están allí, como Khalid Sheik Mohammed, uno de los organizadores de los
ataques del 11 de septiembre de 2001. Pero muchos otros son individuos
detenidos en o alrededor de los campos de batalla de Afganistán en los primeros
meses de la guerra, algunos canjeados por dinero por los líderes tribales a las
autoridades de Estados Unidos, y cuyo único crimen fue estar en el lugar equivocado
en el momento equivocado.
Su calvario es el que generó los titulares que avergüenzan a Estados
Unidos: la negativa a ser representados legalmente, los suicidios y huelgas de
hambre que nacen de la desesperación. Tomemos a Tariq Ba Odah, un yemení que
debía ser liberado en 2009, pero que languidece en Guantánamo. Desde 2007 está
en huelga de hambre. Se mantiene vivo sólo por la alimentación forzada dos
veces al día, una práctica ahora considerada como tortura. Su peso se redujo de
unos 80 kilos a poco más de 30 kilos. Sin embargo, no perdió las esperanzas.
Mientras tanto, las liberaciones se detuvieron. Las últimas aprobaciones se
remontan a enero pasado. Los últimos seis hombres que fueron liberados fueron
reubicados el mes pasado en Omán.
En febrero, un nuevo secretario de Defensa, Ashton Carter, reemplazó a
Chuck Hagel, quien firmó las últimas transferencias definitivas. Desde
entonces, nada. El verdadero obstáculo es la actitud de los estadounidenses
comunes y corrientes, reflejada en el Congreso que, una y otra vez, obstaculizó
los esfuerzos para cerrar Guantánamo. No hay ninguna razón para dudar de la
sinceridad de Obama en la búsqueda de ese fin; incluso el presidente Bush, en
cuya administración se abrió Guantánamo, no quería saber nada más del lugar.
Pero, a pesar de la agitación de los grupos de derechos humanos, al público
en general no le importa mucho. y aún si le importara, prevalecería la campaña
del miedo que difunde el Congreso. El temor explica por qué los presos de
Guantánamo no pueden ser transferidos a prisiones en Estados Unidos.
La otra parte de la explicación es, por supuesto, que las pruebas contra
muchos sospechosos, ya sea extraída por la tortura o por apenas pequeñas
opiniones de oídas, sería inadmisible en un tribunal civil normal. Pero, de
nuevo, ¿a quién le importa?
Como Tom Cotton, el impetuoso joven senador republicano de Arkansas, dijo:
“En mi opinión, el único problema con la bahía de Guantánamo es que hay
demasiadas camas y celdas vacías allí. En lo que a mí respecta hasta el último
de ellos pueden pudrirse en el infierno, pero mientras no lo hagan pueden
pudrirse en la bahía de Guantánamo”. Encantador. Pero incluso las voces
responsables como de la de John Boehner, insisten en que “las mayorías
bipartidistas en el Congreso” se oponen a clausurar la prisión y “a traer a
peligrosos terroristas a suelo estadounidense”.
Entonces, ¿hay alguna posibilidad de que seis años y medio después de
firmar esa orden presidencial inicial, Obama finalmente pueda cumplir? Los
permanentes optimistas apuntarán a la versión del Senado de la última ley de
gastos del Pentágono, que mantiene las restricciones actuales, pero al menos
ofrece un camino hacia el cierre de Guantánamo.
No sucede lo mismo, sin embargo, en la versión de la Cámara de Representantes,
que en todo caso endurece las condiciones existentes. Los dos textos tienen que
ser reconciliados. Obama prometió vetar cualquier medida que no permita el
cierre de Guantánamo. Seguramente, sin embargo, sólo si el Senado se impone
este será el último plan de la Casa Blanca que pueda tener una oportunidad.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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