Notas de un sobreviviente de
Guantánamo
Murat Kurnaz Common Dreams/New York Times 10 de enero de 2012
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Partí de la Bahía de Guantánamo de manera muy similar a cómo había llegado
casi cinco años antes – aherrojado de las manos a la cintura, de la cintura a
los tobillos, y de los tobillos a un perno en el piso del avión. Mis oídos y mis
ojos estaban cubiertos, mi cabeza encapuchada, y aunque era el único detenido en
ese vuelo, me drogaron, y me vigilaron por lo menos 10 soldados. Esta vez, sin
embargo, mi buzo era de mezclilla azul en lugar del naranja de Guantánamo. Más
tarde me dijeron que mi vuelo militar en un C-17 de Guantánamo a la Base Aérea
Ramstein en mi patria, Alemania, costó más de 1 millón de dólares.
Cuando aterrizamos los oficiales estadounidenses me desencadenaron antes de
entregarme a una delegación de funcionarios alemanes. El oficial estadounidense
ofreció volver a esposar mis muñecas con un nuevo par de esposas de plástico.
Pero el oficial alemán a cargo lo rechazó enérgicamente: “No ha cometido ningún
crimen, es un hombre libre”.
No fui un buen estudiante de secundaria en Bremen, pero recuerdo que aprendí
que después de la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses insistieron en que
se realizara un juicio para criminales de guerra en Nuremberg, y que el evento
ayudó a convertir a Alemania en un país democrático. Extraño, pensé, mientras
estaba en el asfalto y observaba cómo los alemanes daban una lección básica a
los estadounidenses sobre la ley de la guerra.
¿Cómo llegué a ese punto? Este miércoles es el 10º aniversario de la apertura
del campo de detención en la base naval estadounidense en la Bahía de
Guantánamo, Cuba. No soy terrorista. Nunca he sido miembro de al Qaida ni los he
apoyado. Ni siquiera comprendo sus ideas. Soy hijo de inmigrantes turcos que
llegaron a Alemania en busca de trabajo. Mi padre ha trabajado durante años en
una fábrica de Mercedes. En 2001, cuando tenía 18 años, me casé con una devota
mujer turca y quise saber más sobre el Islam para tener una vida mejor. No tenía
mucho dinero. Algunos de los ancianos en mi ciudad sugirieron que viajara a
Pakistán para aprender a estudiar el Corán con un grupo religioso en ese
país.
Hice mis planes justo antes del 11-S. Tenía 19 años, era ingenuo y no pensaba
que la guerra en Afganistán tendría algo que ver con Pakistán o con mi viaje. De
modo que seguí adelante con mi viaje.
Estaba en Pakistán, en un autobús público, en camino al aeropuerto para
volver a Alemania cuando la policía detuvo el vehículo en el que iba. Yo era el
único no paquistaní en el autobús –hay gente que bromea que mi cabello rojizo
hace que parezca irlandés– de modo que los policías me pidieron que me bajara a
fin de controlar mis papeles y para que respondiera algunas preguntas.
Periodistas alemanes me contaron que lo mismo les había pasado a ellos. Yo no
era periodista, sino turista, expliqué. La policía me detuvo pero prometió que
pronto me dejarían ir al aeropuerto. Después de algunos días, los paquistaníes
me entregaron a funcionarios estadounidenses. En ese momento, me sentí aliviado
por estar en manos estadounidenses; los estadounidenses, pensé, me darían un
trato justo.
Más adelante supe que EE.UU. pagó una recompensa de 3.000 dólares por mi
persona. No lo sabía entonces, pero al parecer EE.UU. distribuyó miles de
volantes por todo Afganistán, prometiendo que gente que entregara a presuntos
talibanes o miembros de al Qaida, recibiría, según el texto de un volante,
“suficiente dinero para ocuparse de su familia, de su aldea, de su tribu por el
resto de sus vidas”. Como resultado, mucha gente terminó reclusa en
Guantánamo.
Fui llevado a Kandahar, en Afganistán, donde interrogadores estadounidenses
me hicieron las mismas preguntas durante varias semanas: ¿Dónde está bin Laden?
¿Estuviste con al Qaida? No, les dije, no estuve con al Qaida. No, no tengo la
menor idea de dónde se encuentra bin Laden. Rogué a los interrogadores que por
favor llamaran a Alemania para averiguar quién era yo. Durante sus
interrogatorios, hundieron mi cabeza bajo agua y me golpearon en el estómago; no
lo llamaban waterboarding pero viene a ser lo mismo. Yo estaba seguro de
que me ahogaría.
En un caso, me encadenaron al techo de un edificio y estuve colgado de mis
manos durante días. Un doctor revisaba a veces si estaba bien; luego me colgaban
de nuevo. El dolor era inaguantable.
Después de dos meses en Kandahar, me transfirieron a Guantánamo. Hubo más
golpizas, interminable confinamiento solitario, temperaturas gélidas y extremo
calor, días de insomnio forzoso. Los interrogatorios continuaban siempre con las
mismas preguntas. Les conté mi historia una y otra vez – mi nombre, mi familia,
por qué estaba en Pakistán. Nada de lo que les dije, los satisfacía. Me di
cuenta de que mis interrogadores no estaban interesados en la verdad.
A pesar de todo esto, busqué maneras de sentirme humano. Siempre me han
gustado los animales. Comencé a ocultar un trozo de pan de mis comidas y a
alimentar a las iguanas que llegaban a la cerca. Cuando los funcionarios lo
descubrieron, me castigaron con 30 días en aislamiento y oscuridad.
Seguí estando confuso sobre problemas básicos: ¿por qué estaba allí? Con todo
su dinero e inteligencia, EE.UU. no podía creer honestamente que yo era de al
Qaida, ¿verdad?
Después de dos años y medio en Guantánamo, en 2004, me llevaron ante lo que
los funcionarios llamaban Tribunal de Estudio del Estatus de Combatiente, en el
cual un oficial militar dijo que yo era un “combatiente enemigo” porque un amigo
alemán había realizado un atentado suicida en 2003 – cuando yo ya estaba en
Guantánamo. Yo no podía creer que mi amigo hubiera hecho algo tan demencial
pero, si lo había hecho, yo no tuve nada que ver con el asunto.
Un par de semanas después me dijeron que tenía la visita de un abogado. Me
llevaron a una celda especial y entró un profesor de derecho estadounidense,
Baher Azmy. Primero no creí que fuera un verdadero abogado; los interrogadores
nos mentían a menudo y trataban de engañarnos. Pero el señor Azmy tenía una nota
escrita en turco que había recibido de mi madre, que me llevó a confiar en él.
(Mi madre encontró un abogado en mi ciudad natal en Alemania, quien averiguó que
abogados del Centro por Derechos Constitucionales representaban a detenidos en
Guantánamo; el centro asignó mi caso al señor Azmy.) Él no creía en la evidencia
en mi contra y descubrió rápidamente que mi amigo “atacante suicida” estaba, de
hecho, sano y salvo en Alemania.
El señor Azmy, mi madre y mi abogado alemán ayudaron a presionar al gobierno
alemán para que lograra mi liberación. Recientemente, el señor Azmy hizo pública
una serie de documentos de inteligencia estadounidenses y alemanes de 2002 a
2004 que mostraban que ambos países sospechaban que yo era inocente. Uno de los
documentos decía que guardias militares estadounidenses pensaban que yo era
peligroso porque oraba durante la ejecución del himno nacional de EE.UU.
Ahora, cinco años después de mi liberación, trato de olvidar mis terribles
recuerdos. Me he vuelto a casar y tenemos una hermosa hija. A pesar de todo, me
cuesta no pensar en mis días en Guantánamo y preguntarme cómo es posible que un
gobierno democrático pueda detener a gente en condiciones intolerables y sin un
juicio justo.
© 2012 The New York Times
Murat Kurnaz, autor de Five Years of My Life: An Innocent Man in
Guantánamo, estuvo detenido de 2001 a 2006.
Fuente: http://www.commondreams.org/view/2012/01/08-3
¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.
E-mail:
espagnol@worldcantwait.net
|