Myanmar disimula un genocidio
Nicholas Kristof
THE NEW YORK TIMES INTERNATIONAL WEEKLY
Listin Diario página 2
17 de enero de 2016
SITTWE, Myanmar
Myanmar ha encerrado a miembros de su minoría rohingya en virtuales campos de concentración.
No pueden acceder a sus cuentas bancarias ni a vacunas o atención hospitalaria sin
permiso. Niños en un campo en Sittwe.
TOMAS MUNITA PARA THE NEW YORK TIMES
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Pronto será testigo el mundo de algo increíble: una querida ganadora del Premio Nobel de la Paz
presidiendo sobre campos de concentración del siglo 21.
Daw Aung San Suu Kyi, una de las auténtica heroínas del
mundo, obtuvo la democracia para su país, culminando en elecciones históricas
en noviembre que su partido ganó de manera aplastante. Como ganadora, Aung San
Suu Kyi también está heredando la peor limpieza étnica que jamás se haya visto,
la destrucción por parte de Myanmar de una minoría musulmana llamada los rohingya.
Un estudio de la Universidad de Yale indicó que el
sojuzgamiento de más de un millón de rohingyas podría equivaler a genocidio; un
reporte confidencial de las Naciones Unidas al Consejo de Seguridad señala que
por lo menos podría constituir “crímenes contra la humanidad bajo la ley penal
internacional”.
No obstante, Aung San Suu Kyi aparentemente planea
continuar con esta versión birmana del apartheid. Ella ahora es una política, y
oprimir a una minoría como los rohingya es popular entre los electores en su
mayoría budistas.
Otro ganador del Nobel de la Paz, el Presidente Barack
Obama, quien tiene enorme influencia sobre Myanmar (y quien ha visitado ese
país dos veces desde su reelección en 2012), tampoco está mostrando mucho
interés. Obama y Hillary Clinton ayudaron a atraer a Myanmar a la democracia y
a una órbita pro Occidente, y se podría aguar la fiesta si se hace mucho
escándalo por los más de 67 cuasi campos de concentración en los que están
confinados muchos rohingya.
Lo que todo esto significa en términos prácticos es que
Muhammad Karim murió a los 14 años de edad. Muhammad vivía en un enorme campo
de concentración con decenas de miles de rohingyas. El gobierno ha despojado a
los rohingya de su ciudadanía y su categoría de estado, y se les ha prohibido el
libre tránsito. Muhammad quería huir en bote, al pagar a traficantes para unirse
a los rohingya desesperados que buscan llegar en bote a Malasia. “No lo dejamos
ir, porque era demasiado peligroso”, recordó su madre, Sara Hatu.
Entonces Muhammad se raspó un talón. Nadie le dio mucha
importancia, pero pronto ya no podía abrir la mandíbula. Aparentemente había
desarrollado tétanos. Al igual que la mayoría de los niños en el campo de
concentración, no tenía acceso a vacunas, ni siquiera una simple inyección
contra el tétanos.
Los asistentes médicos locales y la clínica que se
instalaba intermitentemente no pudieron ayudarlo. Finalmente, su madre obtuvo
un permiso especial para que pudiera salir del campo para ser hospitalizado,
pero para entonces era demasiado tarde. “Dos días después regresó como
cadáver”, dijo su madre.
A unos 30 metros de la choza de Muhammad, otra familia
también guarda luto. Bildar Begum, una mujer de 20 años, contrajo hepatitis A,
de acuerdo con vecinos. La hepatitis A por lo normal no pone en riesgo la vida,
pero ella tampoco pudo recibir la ayuda médica que necesitaba, por lo que murió
a finales del año pasado, dejando un hijo de 2 años, Hirol.
“Si ella no fuera rohingya, seguramente seguiría viva, te lo aseguro completamente”, dijo Enus Monir, un líder comunitario.
Y ahora, Hirol muere de hambre: de 28 meses de nacido,
pesa sólo 9 kilos. Algunas familias tienen ahorros sustanciales en los bancos
en Sittwe, a unos kilómetros de allí. Pero como han estado confinados desde
2012, no tienen acceso a sus propias cuentas bancarias para alimentar a sus familias.
La respuesta mundial ha sido patética. Eso se debe en
parte a que Myanmar dificulta que los grupos de ayuda humanitaria y los
periodistas vean a los rohingya.
Las Naciones Unidas han sido disfuncionales en Myanmar.
Otro documento interno de la ONU compartido conmigo (ambos proporcionados por
un crítico de la pasividad de la ONU en este tema) advierte que miembros del
personal de la ONU en Myanmar están riñendo entre sí y plantea “el interrogante
de una posible complicidad de la ONU en potenciales crímenes contra la humanidad”.
Un aplauso a los grupos de defensa como Human Rights
Watch, Fortify Rights y United to End Genocide que han generado atención sobre
la continua brutalidad contra los rohingya.
Sin embargo, se ha prohibido a los grupos de ayuda
humanitaria el acceso a muchas áreas, y la aniquilación sistemática de los
rohingya sigue siendo una de las catástrofes de derechos humanos más
desatendidas del siglo 21.
El gobierno de Myanmar no sólo oprime a personas; también
intenta erradicar al pueblo rohingya como grupo étnico al afirmar que no
existe. Las autoridades no utilizan la palabra rohingya y aseveran que sólo se trata de inmigrantes
ilegales de Bangladesh (esto es absurdo; documentos históricos hacen referencia
a los rohingya).
Aung San Suu Kyi incluso evita decir “rohingya”. La Embajada de EE.UU. en Myanmar también parece sacarle la vuelta a la palabra en
sus declaraciones oficiales, una capitulación vergonzosa.
Mucho ha salido bien en Myanmar en años recientes,
especialmente el ascenso de la democracia. Pero ese mismo estado de democracia
también ha fortalecido a una demagogia racista y xenofóbica, haciendo que los
problemas de los rohingya sean más difíciles de solucionar. En las recientes
elecciones de Myanmar, el partido de Aung San Suu Kyi se rehusó a nominar a un
solo candidato musulmán.
Aung San Suu Kyi es considerada por muchos birmanos como
demasiado conciliatoria con los rohingya, porque guarda silencio en lugar de
denunciarlos a cada instante. Pero para quienes la hemos admirado durante años,
es desgarrador ver su disposición a sacrificar principios por conveniencia política.
Los defensores de Myanmar y de Aung San Suu Kyi apuntan
que el país tiene muchos problemas; ven a los rohingya como una desgracia en
una nación con una enorme lista de desgracias. Las prioridades, consideran
ellos, son el desarrollo económico, la democracia y el fin a los muchos
conflictos locales, y protestan que es miope enfocarse en los problemas de un
grupo étnico en una nación llena de retos.
Sin embargo, me parece que hay algo particularmente
espantoso respecto a un gobierno que se ensaña deliberadamente contra un grupo
étnico para destruirlo, al encerrar a sus miembros en campos de concentración y
negarles sustento, educación y atención médica. Es un crimen contra la
humanidad, y abordarlo es responsabilidad de toda la humanidad.
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